El Doctor de la Iglesia Juan Crisóstomo arruina los templos
A pesar de sus á speros debates con su hermano en Cristo, Teó filo, pa-
triarca de Alejandrí a, debates que acabarí an por aplastarlo, y a pesar de
sus faná ticos ataques contra los judí os, dignos del publicista nazi Julius
Streicher, Juan Crisó stomo, patriarca de Constantinopla, tení a aú n tiem-
po suficiente para toda clase de ataques, verbales y fí sicos, contra los pa-
ganos. Es má s, «no perdí a nunca de vista» (así lo confirma la obra, de
má s de mil pá ginas. Reformadores de la Iglesia con imprimatur de 1970)
«la meta de destruir las costumbres paganas». 43
Los paganos son ante todo para Crisó stomo crá pulas. «Se entregan á
la fornicació n y al adulterio. » Un pagano «es un hombre encenagado qué
se ensucia má s con todos los cuerpos femeninos que lo harí an los cerdos
con el fango». Hay má s: los paganos se pirraban por «los extraví os y las
aberraciones». Se inflamaban por «el amor contra natura». Y é sa era una
«guerra desdichada», una guerra que violentaba, incluso, la ley natural
má s «¡ que cualquier otra guerra! ». «Los corruptores de niñ os -afirma
el santo obispo- son peores que los asesinos; pues es mejor morir que
ser corrompido de ese modo [... ]. No, no, no hay nada que pudiera ser
peor [... ]. » Habrí a que «lapidarlos». Y con todo, dice Crisó stomo con
soma, «el sabihondo pueblo de Atenas y su gran Soló n no reputaron
como desvergü enza esta costumbre, sino como distinció n, demasiado ele-
vada para el estamento de los esclavos y só lo conveniente para los libres.
Y se hallan otros muchos libros de los sabios de este mundo infectados
por esta misma enfermedad». 44
Es obvio qué puede pensar un espí ritu así acerca de la filosofí a paga-
na: doctrinas de gentes hinchadas que se abisman en «necias sutilidades»,
que dan confianza «a las tinieblas de su razó n», cuya sabidurí a no es otra
cosa que «locura», «vana apariencia», «extraví o», «tan carente de todo
valor», dice é l echando pestes, «como el discurso delirante de una vieja
borracha». Los filó sofos paganos está n al servicio del estó mago y son co-
bardes que ofrecen má s fá bulas que ciencia. No merecen nuestra admira-
ció n, sino que «habrí a que aborrecerlos y odiarlos justamente por haberse
convertido en locos». 45
Todo ello, ajuicio del patró n de los predicadores, proviene del diablo.
Fue «doctrina enseñ ada por los demonios», es «algo pró ximo a los ani-
males irracionales». Siguiendo los pasos de los Padres de la Iglesia de los
siglos n y m, Crisó stomo combate contra cualquier santificació n de los ani-
m
males. Son frecuentes sus referencias al respecto. «Algunos de estos maes-
tros de la sabidurí a han llevado al cielo incluso a toros, escorpiones, dra-
gones y a toda clase de bichos. El demonio se esforzó por todas partes en
degradar a los hombres hasta la imagen de los reptiles. » El Doctor de la
Iglesia hace mofa del «antiguo Egipto» (¡ al cual acude en peregrinació n
el mundo moderno! ), «que luchaba contra Dios a quien atacaba furioso,
que veneraba a los gatos, que sentí a miedo ante las cebollas, su terror». En
suma, el patriarca no conoce nada tan «ridí culo como esa sabidurí a mun-
dana», estando la «fuente del mal», acentú a siguiendo a Pablo, radicada
en «la impiedad», en «las doctrinas religiosas de los paganos», que se
arruinan «má s fá cilmente que lo que cuesta destruir una tela de arañ a». 46
Este gran prí ncipe de la Iglesia echó una mano en esa tarea. Arruinó
definitivamente el famoso culto de Artemisa en É feso, lo que no impidió
que posteriormente esta diosa tan venerada en la ciudad, agraciada por
Zeus con el don de la perpetua virginidad, esa «intercesora», «salvado-
ra», objeto de especial adoració n en el mes de mayo, se fundiese con la
imagen de Marí a. Y no fue aqué lla la ú nica destrucció n por cuenta de
Crisó stomo. É l, que instó al sacerdote Constantino a ser fiel a la señ alada
misió n de erradicar el paganismo, es responsable del arrasamiento de otros
muchos templos politeí stas fenicios, para lo cual se valió ante todo de mon-
jes especialmente reclutados para ello. «Cuando se percató -informa Teo-
doreto- de que Fenicia seguí a manteniendo su entusiamo por los misterios
demoní acos, reunió en tomo suyo a muchos ascetas que se consumí an en
el divino celo, los pertrechó con las disposiciones legales de los empera-
dores y los envió contra los templos de los í dolos [... ]. De esta forma man-
dó arrasar aquellos templos, morada de los demonios, que habí an sido
respetados hasta entonces». 47
Para esa obra contó con la ayuda de má s de un obispo.
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