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Confesión de obediencia a los Diez Mandamientos De La Ley Divina (la Torah) 2 страница




7: 12 No urdas mentiras contra tu hermano, ni lo hagas tampoco contra un amigo.

7: 13 No digas nunca una mentira, porque esa costumbre no conduce a nada bueno .

7: 14 No hables demasiado en la asamblea de los ancianos, ni repitas las palabras en tu oració n.

7: 15 No detestes los trabajos penosos , ni el trabajo del campo, creado por el Altí simo.

7: 16 No te agregues a la multitud de los pecadores: recuerda que la ira del Señ or no tardará.

7: 17 Sé profundamente humilde, porque fuego y gusanos son el castigo del impí o.

 

Deberes hacia los amigos y familiares

7: 18 No cambies a un amigo por dinero , ni a un verdadero hermano por el oro de Ofir.

7: 19 No te apartes de una esposa sabí a y buena , porque su encanto vale má s que el oro.

7: 20 No maltrates al servidor que trabaja fielmente , ni al jornalero que se da por entero.

7: 21 Ama de corazó n a un servidor inteligente, y no lo prives de su libertad.

 

Deberes de los padres y los hijos

7: 22 Si tienes ganado, cuí dalo bien, y si te da ganancia, consé rvalo.

7: 23 Si tienes hijos, edú calos y exí geles obediencia desde su niñ ez.

7: 24 Si tienes hijas, cuí dalas para que sean castas y no te muestres demasiado blando con ellas.

7: 25 Casa a tu hija, y habrá s hecho una gran obra, pero dá sela a un hombre inteligente.

7: 26 Si quieres a tu mujer, no la repudies, pero si no la amas, no te fí es de ella.

7: 27 Honra a tu padre de todo corazó n y no olvides los dolores de tu madre;

7: 28 acué rdate que les debes la vida: ¿ có mo les retribuirá s lo que hicieron por ti?

 

Deberes hacia los sacerdotes

7: 29 Reverencia al Señ or con toda tu alma, y venera a sus sacerdotes.

7: 30 Ama a tu Creador con todas tus fuerzas, y no abandones a sus ministros.

7: 31 Teme al Señ or y honra al sacerdote, dale su parte, como se te ha mandado:

las primicias, el sacrificio de reparació n, y el lomo de las ví ctimas, las ofrendas consagradas y la primicia de las cosas santas.

 

Deberes hacia los pobres

7: 32 Tiende la mano tambié n al pobre, y será s plenamente bendecido;

7: 33 sé generoso con todos los vivientes y no niegues tu piedad a los muertos;

7: 34 no des la espalda a los que lloran, y comparte la aflicció n de los que sufren;

7: 35 no dejes de visitar al enfermo: con tales obras te hará s amar.

7: 36 En todas tus acciones, acué rdate de tu fin y no pecará s jamá s.

 

CAPÍ TULO 8

 

La prudencia en las relaciones con los demá s

8: 1 No pelees con un hombre poderoso, no sea que caigas en sus manos.

8: 2 No entres en pleito con un hombre rico, no sea que te venza con su influencia, porque el oro ha corrompido a muchos, y hasta el corazó n de los Reyes ha pervertido.

8: 3 No disputes con un charlatá n, no eches má s leñ a a su fuego.

8: 4 No bromees con un hombre grosero, para que tus antepasados no sean injuriados.

8: 5 No reproches al pecador que se arrepiente: recuerda que todo somos culpables.

8: 6 No desprecies a un hombre en su vejez, porque tambié n nosotros envejecemos.

8: 7 No te alegres por la muerte de nadie: recuerda que todos tenemos un fin.

8: 8 No menosprecies la conversació n de los sabios: vuelve sobre sus má ximas una y otra vez,

porque de ellos recibirá s la instrucció n y el arte de servir a los grandes.

8: 9 No te apartes de la conversació n de los ancianos, porque ellos mismos aprendieron de sus padres: de ellos aprenderá s a ser inteligente, y a dar una respuesta en el momento justo.

8: 10 No inflames las brasas del pecador, no sea que te quemes con sus llamas.

8: 11 No te encares con el insolente, no sea que te haga caer en la trampa de tus propias palabras.

8: 12 No prestes a un hombre má s fuerte que tú, y si prestas, dalo por perdido.

8: 13 No ofrezcas garantí a má s allá de tus medios, y si lo haces, prepá rate a pagar.

8: 14 No entres en pleito con un juez: en razó n de su dignidad, fallará n a su favor.

8: 15 No te pongas en camino con un aventurero, no sea que se convierta en una carga para ti, porque é l obrará segú n su capricho y su locura te hará perecer junto con é l.

8: 16 No te pelees con un hombre iracundo, ni atravieses el desierto con é l,

porque la sangre no vale nada a sus ojos y cuando esté s indefenso, te derribará.

8: 17 No consultes tus asuntos con un necio , porque es incapaz de mantener el secreto.

8: 18 No hagas ante un extrañ o lo que debe quedar oculto, porque no sabes con qué puede salir.

8: 19 No abras tu corazó n a cualquiera, ni dejes que cualquiera te haga un favor.

 

CAPÍ TULO 9

 

El trato con las mujeres

9: 1 No seas celoso de la mujer que amas, para no incitarla a comportarse mal contigo.

9: 2 No te entregues ciegamente a una mujer, hasta el punto que llegue a dominarte.

9: 3 No te acerques a una prostituta, no sea que caigas en sus redes.

9: 4 No te entretengas con una cantante, para no ser atrapado por sus artimañ as.

9: 5 No mires demasiado a una joven, no sea que te castiguen por su causa.

9: 6 No te entregues a las prostitutas, para no arruinar tu patrimonio.

9: 7 No vayas mirando por las calles de la ciudad, ni rondes por sus lugares solitarios.

9: 8 Aparta tu vista de la mujer hermosa, y no fijes los ojos en la belleza ajena:

muchos se extraviaron por la belleza de una mujer; y, por su causa, el deseo arde como fuego.

9: 9 Nunca te sientes junto a una mujer casada, ni bebas vino con ella en los banquetes,

no sea que tu corazó n se incline hacia ella y por tu pasió n te precipites en la ruina.

 

El trato con los hombres

9: 10 No abandones a un viejo amigo, porque uno nuevo no vale tanto como é l.

Amigo nuevo es como vino nuevo: que se ponga añ ejo, y lo beberá s con placer.

9: 11 No envidies la gloria del pecador, porque no sabes cuá l será su suerte.

9: 12 No te dejes vislumbrar por el é xito de los impí os: recuerda que no morirá n impunes .

9: 13 Ponte lejos del hombre que es capaz de matar, y no tendrá s que temer a la muerte. Si te acercas a é l, no te descuides, no sea que te quite la vida: Date cuenta de que caminas entre trampas, y que paseas sobre la muralla de la ciudad.

9: 14 Dentro de lo posible, ayuda a tus vecinos, y busca el consejo de los sabios.

9: 15 Frecuenta el trato de las personas inteligentes y conversa siempre sobre la Ley del Altí simo.

9: 16 Que la gente honrada sean tus comensales , y que tu orgullo esté en el temor del Señ or .

9: 17 Por la mano del artista, la obra es digna de elogio, y el jefe del pueblo se muestra sabio por sus palabras.

9: 18 El charlatá n es el terror de su ciudad, y el desmedido al hablar se hace odioso.

 

CAPÍ TULO 10

 

El buen gobierno

10: 1 Un gobernante sabio educa a su pueblo y la autoridad del hombre inteligente se ejerce con orden.

10: 2 Como el gobernante de un pueblo, así son sus ministros, y como el jefe de la ciudad, así son sus habitantes.

10: 3 Un rey ignorante, es la ruina de su pueblo, y una ciudad prospera por la inteligencia de los prí ncipes.

10: 4 En manos del Señ or está el dominio de la tierra y, en el momento preciso, le enví a el hombre que conviene.

10: 5 En manos del Señ or está el é xito de un hombre y é l infundirá su gloria a la persona del legislador.

Contra el orgullo

10: 6 No guardes rencor a tu pró jimo por ninguna injuria ni hagas nada en un arrebato de violencia.

10: 7 La soberbia es odiosa al Señ or y a los hombres; y, la injusticia, es ofensiva para ambos.

10: 8 La soberaní a pasa de una nació n a otra, a causa de la injusticia, la prepotencia y la codicia del dinero.

10: 9 ¿ De qué se ensoberbece el que es polvo y ceniza, si aú n en vida sus entrañ as está n llenas de podredumbre?

10: 10 Una larga enfermedad desconcierta al mé dico, y el que hoy es rey, mañ ana morirá.

10: 11 Cuando un hombre muere, recibe como herencia larvas, fieras y gusanos.

10: 12 El orgullo comienza cuando el hombre se aparta del Señ or, y su corazó n se aleja de aquel que lo creó .

10: 13 Porque el comienzo del orgullo es el pecado; y, el que persiste en é l, hace llover la abominació n: por eso el Señ or envió calamidad imprevistas y arrasó a los soberbios hasta aniquilarlos.

10: 14 El Señ or derribó los tronos de los poderosos, y entronizó a los apacibles en lugar de ellos.

10: 15 El Señ or arrancó de raí z a las naciones, y plantó a los humildes en lugar de ellos.

10: 16 El Señ or arrasó los territorios de las naciones y las destruyó hasta los cimientos de la tierra.

10: 17 A algunas las arrasó, y las hizo desaparecer, y borró hasta su recuerdo de la tierra.

10: 18 El orgullo no fue creado para el hombre, ni el arrebato de la ira para los nacidos de mujer.

 

Gente digna de honor y gente despreciable

10: 19 ¿ Qué raza es digna de honor? La raza humana. ¿ Qué raza es digna de honor? Los que temen al Señ or. ¿ Qué raza es despreciable? La raza humana. ¿ Qué raza es despreciable? Los que no cumplen la Ley.

10: 20 Entre los hermanos, se honra al que es su jefe, pero el Señ or honra a los que lo temen.

10: 22 Para el rico, el ilustre, o el pobre, la ú nica gloria es el temor del Señ or.

10: 23 No es justodespreciar a un pobre inteligente, ni está bien honrar a un hombre pecador.

10: 24 El grande, el magistrado, y el poderoso, son dignos de honra; pero el que teme al Señ or, es superior a todos ellos .

10: 25 Hombres libres servirá n a un esclavo sabio, y el hombre que entiende, no lo tomará a mal.

 

La humildad en la verdad

10: 26 No te hagas el sabio cuando realizas tu tarea, ni te glorí es en el momento de la penuria.

10: 27 Má s vale el que trabaja, y vive en la abundancia, que el que anda gloriá ndose y no tiene qué comer.

10: 28 Hijo mí o, glorí ate con la debida modestia, y estí mate segú n tu justo valor.

10: 29 ¿ Quié n justificará al que peca contra su propia persona? ¿ Quien respetara al que no se respeta a si mismo? ¿ Quien apreciara a quien se menosprecia a si mismo?

10: 30 Al pobre se lo honra por su saber; y, al rico, por sus riquezas.

10: 31 El que es apreciado en la pobreza, ¡ cuá nto má s lo será en la riqueza! El que es menospreciado en la riqueza, ¡ cuá nto má s lo será en la pobreza!

 

CAPÍ TULO 11

 

No fiarse de las apariencias

11: 1 La sabidurí a del humilde le hace erguir la frente, y lo hace sentar en medio de los poderosos.

11: 2 No alabes a un hombre por su buena apariencia, ni desprecies a nadie por su mal aspecto.

11: 3 La abeja es pequeñ a y menospreciable entre los animales que vuelan; pero, a pesar de ello, lo que produce es má s dulce que todo.

11: 4 No te glorí es de la ropa que te cubre, ni te enorgullezcas excesivamente el dí a en que seas honrado, porque las obras del Señ or son admirables y está n ocultas a los ojos de los hombres.

11: 5 Muchos tiranos se sentaron en el suelo; y, el que menos lo pensaba, se ciñ ó la corona.

11: 6 Muchos potentados se hundieron en el deshonor,

y hombres ilustres cayeron en manos de otros.

 

La prudencia y la reserva

11: 7 No censures, antes de averiguar: reflexiona primero en tu propia conducta, y entonces podrá s censurar con justicia.

11: 8 No respondas antes de escuchar y no interrumpas cuando otro habla.

11: 9 No discutas sobre lo que no te corresponde, ni te entrometas en las disputas de los pecadores.

 

La moderació n en las ambiciones

11: 10 Hijo mí o, no pretendas hacer demasiadas cosas: si lo haces, no quedará s libre de culpa.

Si pretendes demasiado, no lo alcanzará s; y, aunque quieras huir, no escapará s.

11: 11 Hay quien se esfuerza, se fatiga y se apura, y tanto má s desprovisto se ve.

11: 12 Otro es dé bil, necesitado de ayuda, falto de fuerza y lleno de privaciones;

pero el Señ or lo mira con bondad y lo levanta de su humillació n;

11: 13 el Señ or le hace erguir la frente, y muchos quedan maravillados a causa de é l.

 

La confianza en Dios

11: 14 Bienes y males, vida y muerte, pobreza y riqueza vienen del Señ or.

11: 17 el don del Señ or permanece con los buenos, y su benevolencia les asegura el é xito para siempre.

11: 18 Un hombre se enriquece a fuerza de empeñ o y ahorro, ¿ y qué recompensa le toca?

11: 19 Cuando dice: " Ya puedo descansar, ahora voy a disfrutar de mis bienes",

é l no sabe cuá nto tiempo pasará hasta que muera y deje sus bienes a otros.

11: 20 Sé fiel a tu obligació n, entré gate a ella, y envejece en tu oficio.

11: 21 No admires las obras del pecador: confí a en el Señ or, y persevera en tu trabajo,

porque es cosa fá cil a los ojos del Señ or enriquecer de un solo golpe al indigente.

11: 22 La bendició n del Señ or es la recompensa de los buenos, y en un instante é l hace florecer su bendició n.

11: 23 No digas: " ¿ Qué me hace falta? ¿ Qué bienes puedo esperar todaví a? "

11: 24 No digas: " Ya tengo bastante; ¿ qué mal puede sucederme ahora? "

11: 25 En los dí as buenos se olvidan los malos, y en los malos, se olvidan los buenos.

11: 26 Porque es fá cil para el Señ or, en el dí a de la muerte, retribuir a cada hombre segú n su conducta.

11: 27 Una hora de infortunio, hace olvidar la dicha; y, las obras de un hombre, se revelan al fin de su vida.

11: 28 No proclames feliz a nadie, antes que llegue su fin, porque só lo al final se conoce bien a un hombre.

 

La precaució n en la prá ctica de la hospitalidad

11: 29 No hagas entrar a cualquiera en tu casa, porque el falso tiende muchas emboscadas.

11: 30 El corazó n del soberbio es como una carnada, igual que un espí a, espera que des un mal paso.

11: 31 Está al acecho para deformar el bien en mal y es capaz de manchar las cosas má s limpias.

11: 32 Una chispa enciende muchos carbones y el pecador tiende emboscadas sangrientas.

11: 33 Cuí date del malhechor, porque é l engendra maldades, no sea que te deje manchado para siempre.

11: 34 Mete en casa a un desconocido, y te causara problemas; hará de ti un extrañ o para tu propia familia.

 

CAPÍ TULO 12

 

La precaució n en la prá ctica del bien

12: 1 Si haces el bien, mira a quié n lo haces, y te dará n las gracias por tus beneficios.

12: 2 Haz el bien al hombre bueno, y tendrá s tu recompensa, si no de é l, ciertamente del Altí simo.

12: 3 Ningú n beneficio para el que persiste en hacer el mal, ni para quien se niega a dar limosna.

12: 4 Da al hombre piadoso, pero no ayudes al pecador.

12: 5 Sé bueno con el humilde, pero no des nada al malvado: rehú sale su pan, no se lo des, no sea que así llegue a dominarte, y entonces recibirá s un doble mal por todo el bien que le hayas hecho.

12: 6 Porque tambié n el Altí simo detesta a los pecadores, y dará a los malvados el castigo que merecen.

12: 7 Da al hombre bueno, pero no ayudes al pecador.

 

Los falsos amigos

12: 8 No es en las buenas cuando se conoce al amigo, ni en las malas se oculta el enemigo.

12: 9 En las buenas, los enemigos se entristecen, y en las malas, hasta el amigo se aleja.

12: 10 Nunca te fí es de tu enemigo, porque la maldad lo corroe como la herrumbre al metal:

12: 11 aunque se haga el humilde y camine encorvado, ten mucho cuidado y está alerta contra é l;

trá talo como quien pule un espejo, a ver si la herrumbre no terminó de corroerlo.

12: 12 No lo pongas junto a ti, no sea que te derribe para ocupar tu puesto;

no lo hagas sentar a tu derecha, no sea que pretenda tu mismo sitial,

y al fin comprendas mis palabras y sientas pesar al recordarlas.

12: 13 ¿ Quié n compadece al encantador mordido por la serpiente, o al domador de animales salvajes?

12: 14 Lo mismo pasa con el que se acerca a un pecador, y se entremezcla en sus pecados.

12: 15 Por un tiempo permanecerá contigo el pecador; pero, si te rebelas, no te aguantara.

12: 16 El enemigo tiene miel en los labios, pero por dentro piensa có mo arrojarte en la fosa.

El enemigo tiene lá grimas en los ojos, pero, llegada la ocasió n, no habrá sangre que lo sacie.

12: 17 Si te pasa algo malo, lo encontrará s allí antes que a ti mismo; simulando ayudarte, te agarrara el taló n:

12: 18 moverá la cabeza en forma burlesca, y aplaudirá, hablará entre dientes y pondrá otra cara.

 

CAPÍ TULO 13

 

La prudencia en el trato con los poderosos

13: 1 El que toca el betú n, se queda manchado, y el que trata con el orgulloso se vuelve igual a é l.

13: 2 No levantes una carga demasiado pesada, ni andes con gente mas fuerte y mas rica que tu. ¿ Puede el vaso de arcilla juntarse con la olla? Chocara con ella, y se romperá .

13: 3 El rico agravia, y encima se envalentona; el pobre es agraviado, y encima pide disculpas.

13: 4 Mientras le seas ú til, te utilizara; pero, si eres torpe, te abandonará .

13: 5 Si posees algo, vivirá contigo y te despojará sin lá stima.

13: 6 Cuando te necesite, tratará de engañ arte, te sonreirá y te dará esperanzas;

te dirigirá hermosas palabras y te preguntará: " ¿ Qué te hace falta? "

13: 7 Te comprometerá con sus festejos hasta despojarte dos y tres veces; y, al final, se burlará de ti; despué s, cuando te vea, pasará de largo y meneará la cabeza delante de ti.

13: 8 Procura no dejarte embaucar, que no te humillen por tu insensatez.

13: 9 Cuando te invite un poderoso, qué date a distancia, y te invitará con má s insistencia.

13: 10 No te precipites, para no ser rechazado, ni te quedes muy lejos, para no ser olvidado.

13: 11 No pretendas hablarle de igual a igual ni te fí es si conversa demasiado: é l te pone a prueba con su locuacidad y te examina entre risa y risa.

13: 12 El que no se modera al hablar, es un despiadado, y no te ahorrará ni los golpes ni las cadenas.

13: 13 Observa bien y presta mucha atenció n, porque está s caminando al borde de tu ruina.

13: 15 Todo animal quiere a su semejante y todo hombre, al de su misma condició n;

13: 16 todo ser viviente se une a los de su especie y el hombre, a uno semejante a é l.

13: 17 ¿ Qué tienen de comú n el lobo y el cordero? Así pasa con el pecador y el hombre bueno.

13: 18 ¿ Qué paz puede haber entre la hiena y el perro? ¿ Y qué paz entre el rico y el pobre?

13: 19 Los asnos salvajes en el desierto, son presa de los leones: así los pobres son pasto de los ricos.

13: 20 La humillació n es abominable para el soberbio: así el rico abomina del pobre.

13: 21 Cuando un rico da un mal paso, sus amigos lo sostienen; cuando un pobre cae, sus amigos lo rechazan.

13: 22 Si un rico resbala, muchos corren en su ayuda; dice cosas irrepetibles, y le dan la razó n.

Resbala el humilde, y lo critican; se expresa con sensatez, y nadie le hace caso.

13: 23 Si el rico habla, todos se callan y ponen sus palabras por las nubes; habla el pobre, y preguntan: " ¿ Quié n es este? ", y si tropieza, le dan un empujó n.

13: 24 Buena es la riqueza, si está libre de pecado, y mala es la pobreza a juicio del impí o.

13: 25 El corazó n de un hombre lo hace cambiar de semblante, tanto para bien como para mal:

13: 26 un rostro alegre refleja la dicha del corazó n, y la invenció n de proverbios exige penosas reflexiones.

 

CAPÍ TULO 14

 

La felicidad del justo

14: 1 ¡ Feliz el hombre que no ha faltado con su lengua, ni es atormentado por el remordimiento!

14: 2 ¡ Feliz el que no tiene que reprocharse a sí mismo y no ve desvanecerse su esperanza!

 

La avaricia y la envidia

14: 3 ¿ De qué le sirve la riqueza al mezquino, y para qué tiene el avaro su fortuna?

14: 4 El que acumula, privá ndose de todo, acumula para otros, y otros se dará n buena vida con sus bienes.

14: 5 El que es malo consigo mismo ¿ con quié n será bueno? Ni é l mismo disfruta de su fortuna.

14: 6 No hay nadie peor que el avaro consigo mismo, y ese es el justo pago de su maldad.

14: 7 Si hace algú n bien, lo hace por descuido, y termina por revelar su malicia.

14: 8 Malo es el de ojo envidioso, que aparta su rostro de los que necesitan su ayuda.

14: 9 El ojo del avaro ambicioso no está satisfecho con su parte, y la avaricia seca el alma.

14: 10 El avaro hasta el pan escatima, y en su propia mesa pasa hambre.

 

El gozo moderado de los bienes de la vida

14: 11 En la medida de tus recursos, vive bien, hijo mí o, y presenta al Señ or ofrendas dignas.

14: 12 Recuerda que la muerte no tardará, y que el decreto del Abismo no te ha sido revelado.

14: 13 Antes de morir, haz el bien a tu amigo y dale con largueza, en la medida de tus fuerzas.

14: 14 No te prives de un dí a agradable, ni desaproveches tu parte de gozo legí timo.

14: 15 ¿ Acaso no dejará s a otro el fruto de tus trabajos, y el de tus fatigas, para que lo repartan en herencia?

14: 16 Da y recibe, olvida tus preocupaciones, porque no hay que buscar delicias en el Abismo.

14: 17 Todo ser viviente envejece como un vestido, porque está en pie la antigua sentencia: " Tienes que morir".

14: 18 En el follaje de un á rbol tupido, unas hojas caen y otras brotan:

así son las generaciones de carne y de sangre, una muere y otra nace.

14: 19 Toda obra corruptible desaparece, y el que la hizo, se irá con ella.

 

La felicidad del sabio

14: 20 ¡ Feliz el hombre que se ocupa de la sabidurí a y el que razona con inteligencia,

14: 21 el que reflexiona sobre los caminos de la sabidurí a y penetra en sus secretos!

14: 22 É l la sigue como un rastreador y se queda al acecho de sus pasos;

14: 23 espí a por sus ventanas, y escucha atentamente a sus puertas;

14: 24 busca albergue cerca de su casa, y clava una estaca en sus muros;

14: 25 instala su carpa cerca de ella, y se alberga en la mejor de las moradas;

14: 26 pone a sus hijos bajo el abrigo de ella, y vive a la sombra de sus ramas:

14: 27 ella lo protege del calor, y é l habita en su gloria.

 

CAPÍ TULO 15

 

15: 1 El que teme al Señ or hace todo esto y el que se aferra a la Ley logrará la sabidurí a.

15: 2 Ella le saldrá al encuentro como una madre y lo recibirá como una joven esposa,

15: 3 lo alimentará con el pan de la inteligencia y le hará beber el agua de la sabidurí a.

15: 4 É l se apoyará en ella, y no vacilará, se unirá a ella, y no quedará confundido.

15: 5 Ella lo exaltará por encima de sus compañ eros, y le abrirá la boca en medio de la asamblea.

15: 6 É l encontrará el gozo y la corona de la alegrí a, y recibirá en herencia un nombre perdurable.

15: 7 Nunca la poseerá n los que carecen de inteligencia, ni los hombres pecadores la verá n jamá s.

15: 8 Ella se mantiene alejada del orgullo , y los mentirosos no piensan en ella.

15: 9 No cabe la alabanza en labios del pecador, porque el Señ or no se la enví a:

15: 10 sin sabidurí a no hay alabanza, y es el Señ or el que la inspira.

 

La libertad del hombre

15: 11 No digas: " Me he desviado por culpa del Señ or", porque É l no hace nunca lo que detesta .

15: 12 No digas: " El me hizo extraviar" (¡ El Señ or me hizo pecar, a fin de cumplir el propó sito que habí a predestinado! ), porque Yah no tiene necesidad del pecador.

15: 13 El Señ or odia toda abominació n; y, los que le temen, tambié n la aborrecen.

15: 14 É l hizo al hombre en el principio, y le dio libertad para ejercer su propio albedrí o.

15: 15 Si quieres, puedes observar los mandamientos, y permanecer así fiel a su voluntad.

15: 16 É l puso ante ti el fuego, y el agua: podrá s extender tu mano a lo que escojas.

15: 17 Ante los hombres está n la vida y la muerte: a cada uno se le dará lo que prefiera.

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