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y suplica en la presencia del Altísimo: abre sus labios para orar, y pide perdón por sus pecados.




39: 6 Si el gran Señ or así lo desea, será colmado del espí ritu de inteligencia: derramará como lluvia sus sabias palabras, y celebrará al Señ or con su plegaria;

39: 7 dirigirá rectamente su consejo y su ciencia, y reflexionará sobre los secretos de Dios;

39: 8 con su enseñ anza hará brillar la doctrina, y se gloriará en la Ley de la Alianza del Señ or.

39: 9 Muchos alabará n su inteligencia, que nunca caerá en el olvido;

su recuerdo no se borrará jamá s, y su nombre vivirá para siempre.

39: 10 Las naciones hablará n de su sabidurí a y la asamblea proclamará su alabanza.

39: 11 Si vive largo tiempo, tendrá má s renombre que otros mil; y, si entra en el reposo eterno, la labor que ya ha realizado le bastara.

 

Himno a la Sabidurí a y a la obra de Dios

39: 12 Voy a seguir exponiendo mis reflexiones, porque estoy colmado como la luna llena.

39: 13 Escú chenme, los que guardan los mandamientos de nuestro Dios, y crezcan como rosal que brota junto a la corriente de agua.

39: 14 Exhalen suave fragancia como el incienso, y florezcan como el lirio; derramen aroma y entonen un canto, bendigan al Señ or por todas sus obras.

39: 15 Reconozcan que su Nombre es grande, denle gracias, proclamando su alabanza, con cantos en los labios, y con arpas; y digan en acció n de gracias:

39: 16 “ ¡ Qué hermosas son todas las obras de Yah!, todo lo que É l ordena, se cumple a su tiempo”. No hay por qué decir: " ¿ Qué es esto? ¿ Para qué está? ", porque todo será comprendido en su momento.

39: 17 Por su palabra, las aguas se detuvieron como una masa; por una de sus ó rdenes, se formaron los depó sitos de agua.

39: 18 É l lo ordena, y se cumple su voluntad, y nadie puede menoscabar su obra salvadora.

39: 19 Las obras de todo ser viviente está n ante É l, y nada puede ocultarse a sus ojos.

39: 20 É l abarca con la mirada los lí mites del tiempo, y no hay nada extraordinario para É l.

39: 21 No hay por qué decir: " ¿ Qué es esto? ¿ Para qué está? " Porque todo ha sido creado con un propó sito.

39: 22 Su bendició n desborda como un rí o; y, como un diluvio, empapa la tierra.

39: 23 Pero su ira será la herencia de las naciones, igual que cuando É l cambió las aguas en sal.

39: 24 Sus caminos son rectos para los santos, pero está n llenos de obstá culos para los impí os.

39: 25 Los bienes fueron creados desde el principio para los buenos, así como los males para los pecadores.

39: 26 Lo má s indispensable para la vida del hombre, es el agua y el fuego, el hierro y la sal, la harina de trigo, la leche, y la miel, la sangre de la vid, el aceite, y la ropa:

39: 27 todo esto es beneficioso para los buenos, y se vuelve perjudicial para los pecadores.

39: 28 Hay vientos que fueron creados para el castigo, y en su furor, é l los hace má s impetuosos: en el momento de la destrucció n, desencadenan su violencia, y apaciguan el furor de aquel que los hizo.

39: 29 Fuego, granizo, hambre y peste: todo esto fue creado para el castigo.

39: 30 Los dientes de las fieras, los escorpiones, y las ví boras, y la espada vengadora que destruye al impí o,

39: 31 todos ellos se alegran de sus ó rdenes, y está n sobre la tierra dispuestos a servirlo: llegado el momento, no transgredirá n su palabra.

39: 32 Por eso, desde el principio, me convencí de esto, reflexioné, y lo puse por escrito:

39: 33 " Las obras del Señ or son todas buenas, y a su debido tiempo, É l provee a toda necesidad.

39: 34 No hay por qué decir: " Esto es peor que aquello"; porque, a su tiempo, todo será reconocido como bueno.

39: 35 Y ahora, de todo corazó n y en alta voz, canten himnos y bendigan el nombre del Señ or ".

 

CAPÍ TULO 40

 

Las miserias de la vida humana

40: 1 Una penosa tarea ha sido impuesta a todo hombre, y un yugo pesado agobia a los hijos de Adá n, desde el dí a que salen del vientre materno, hasta el dí a que retornan a la madre comú n.

40: 2 Les da mucho que pensar, y los llena de temor la ansiosa expectativa del dí a de la muerte.

40: 3 Desde el que está sentado en un trono glorioso, hasta el humillado en el polvo y la ceniza;

40: 4 desde el que lleva pú rpura y corona, hasta el que va vestido miserablemente, só lo sienten rabia y envidia, turbació n e inquietud, miedo a la muerte, resentimiento y rivalidad;

40: 5 y a la hora en que cada uno descansa en su lecho, el sueñ o de la noche perturba sus pensamientos.

40: 6 Descansa un poco, casi nada, y empieza a debatirse como en pleno dí a, agitado por sus propias pesadillas, como quien huye de un campo de batalla.

40: 7 En el momento de sentirse a salvo, se despierta y ve con sorpresa que su temor era infundado.

40: 8 Esto le toca a todo ser viviente, sea hombre o animal, pero a los pecadores, siete veces má s:

40: 9 muerte, sangre, rivalidad y espada, adversidad, hambre, destrucció n y flagelo.

40: 10 Todo esto fue creado para los impí os, y a causa de ellos sobrevino el diluvio.

40: 11 Todo lo que sale de la tierra, retorna a la tierra, y lo que sale de las aguas, vuelve al mar.

 

El castigo de la injusticia

40: 12 El soborno y la injusticia desaparecerá n, pero la fidelidad permanece para siempre.

40: 13 La riqueza de los injustos se secará como un torrente, es como el fragor de un trueno que estalla en la tormenta.

40: 14 Cuando uno de ellos se apodera de algo, se alegra, pero los transgresores desaparecerá n por completo.

40: 15 Los retoñ os de los impí os no multiplican sus ramas, y las raí ces impuras está n sobre una roca escarpada.

40: 16 Cañ a que brota en cualquier agua, y al borde de un rí o, será arrancada antes de toda lluvia.

40: 17 La caridad es como un paraí so de bendició n, y la limosna permanece para siempre.

 

Diversas clases de bienes

40: 18 Dulce es la vida del que se basta a sí mismo, y del que trabaja, pero má s todaví a la del que encuentra un tesoro.

40: 19 Tener hijos y fundar una ciudad perpetú an el nombre, pero má s se estima a una mujer irreprochable.

40: 20 El vino y la mú sica alegran el corazó n, pero má s todaví a el amor a la sabidurí a.

40: 21 La flauta y el arpa emiten sonidos melodiosos, pero má s todaví a una lengua dulce.

40: 22 La gracia y la belleza atraen la mirada, pero má s todaví a el verdor de los campos.

40: 23 El amigo y el compañ ero se ayudan oportunamente, pero má s todaví a la mujer y el marido.

40: 24 Los hermanos y los bienhechores son ú tiles en la adversidad, pero má s todaví a salva la limosna.

40: 25 El oro y la plata hacen marchar con paso firme, pero má s todaví a se aprecia un consejo.

40: 26 La riqueza y la fuerza reconfortan el corazó n, pero má s todaví a el temor del Señ or. Con el temor del Señ or, nada falta, y ya no es necesario buscar otra ayuda.

40: 27 El temor del Señ or es la caridad: un paraí so exuberante, y protege má s que cualquier gloria.

 

Reprobació n de la mendicidad

40: 28 Hijo mí o, no vivas de la mendicidad, porque má s vale morir que mendigar.

40: 29 No merece llamarse vida la del que está pendiente de la mesa de otro. É l mancha su boca con comida ajena; pero es una tortura interior para el hombre instruido y, el hombre instruido y bien educado, se cuida de hacerlo.

40: 30 La mendicidad es dulce en la boca del descarado, pero en sus entrañ as es un fuego abrasador.

 

CAPÍ TULO 41

 

La muerte

41: 1 ¡ Muerte, qué amargo es tu recuerdo para el que vive tranquilo, en medio de sus bienes; para el hombre despreocupado, a quien todo le va bien, y aú n tiene fuerzas para gustar el placer!

41: 2 ¡ Muerte, tu sentencia es bienvenida para el hombre necesitado y carente de fuerzas, para el anciano gastado por los añ os, y lleno de ansiedades, que se rebela y ha perdido la paciencia!

41: 3 No temas la sentencia de la muerte, piensa en los justos que te precedieron, así como a los que te seguirá n.

41: 4 Esta es la sentencia del Señ or para todo ser viviente: ¿ por qué oponerse a la voluntad del Altí simo? Aunque vivas diez, cien, o mil añ os, en el Abismo no te echará n en cara lo poco o lo mucho que hayas vivido.

 

El castigo de los impí os

41: 5 Los discí pulos de los pecadores son gente abominable, que frecuentan las casas de los impí os.

41: 6 La herencia de los hijos de los pecadores va a la ruina, con su descendencia se perpetú a su infamia.

41: 7 Un padre impí o se atrae los reproches de sus hijos, porque es a é l a quien deben su infamia.

41: 8 ¡ Ay de ustedes, hombres impí os, que han abandonado la Ley del Dios Altí simo!

41: 9 Si ustedes nacen, nacen para la maldició n, y si mueren, les tocará en suerte la maldició n.

41: 10 Todo lo que sale de la tierra, vuelve a la tierra: así pasan los impí os, de la maldició n a la ruina.

41: 11 Los hombres se lamentan porque perece su cuerpo, y en cuanto a los pecadores, hasta su mal nombre se borrará.

41: 12 Cuida tu buen nombre, porque eso te quedará mucho má s que mil tesoros de oro.

41: 13 Una vida feliz tiene sus dí as contados, pero el buen nombre permanece para siempre.

 

La verdadera vergü enza

41: 14 Hijos mí os, observen en paz mi enseñ anza. Sabidurí a escondida y tesoro invisible: ¿ de qué sirven una cosa y la otra?

41: 15 Es preferible el hombre que disimula su necedad, al que oculta tu sabidurí a.

41: 16 Por lo tanto, sientan vergü enza de lo que les voy a indicar, porque no está bien avergonzarse por cualquier cosa, ni toda vergü enza merece ser igualmente aprobada.

41: 17 Tengan vergü enza de la fornicació n, ante su padre y su madre; y de la mentira, ante un jefe y un poderoso;

41: 18 del delito, ante un juez y un magistrado; y de la iniquidad, ante la asamblea del pueblo;

41: 19 de la injusticia, ante un compañ ero y un amigo; y del robo, ante tu vecindario;

41: 20 de no hacer nada, poniendo los codos sobre la mesa, cuando es tiempo de responder al llamado de Dios a la verdad de su Ley;

41: 21 de despreciar el valor que tiene dar y recibir caridad, y de no devolver el saludo que te da tu pró jimo;

41: 22 de mirar con codicia a una prostituta, y de esconderte del pariente que necesita urgentemente tu ayuda;

41: 23 de quitar a otro su parte, o el regalo que recibió, y de mirar con codicia a una mujer casada;

41: 24 de tener intimidad sexual con tu sirvienta, —¡ no te acerques a su lecho! —;

41: 25 de decir palabras hirientes a tus amigos —¡ lo que les des no se lo eches en cara! —;

41: 26 de repetir lo que has oí do, y de revelar los secretos.

41: 27 Entonces sentirá s una auté ntica vergü enza, y será s bien visto por todos lo hombres.

 

CAPÍ TULO 42

 

La falsa vergü enza

42: 1 Pero no te avergü ences de lo siguiente, y no peques por temor a lo que pensará n de ti:

42: 2 no te avergü ences de la Ley del Altí simo, ni de su pacto de circuncisió n, ni de la sentencia que hace justicia al extranjero;

42: 3 de arreglar las cuentas con los compañ eros de viaje, ni compartir una herencia con otros;

42: 4 de usar balanzas y pesas exactas, ni de obtener ganancias honestas;

42: 5 de lograr beneficios en el comercio, de corregir frecuentemente a tus hijos, ni de disciplinar vigorosamente a un mal sirviente.

42: 6 Conviene poner bajo sello a una mujer infiel; y, donde hay muchas manos, tener las cosas bajo llave.

42: 7 Cuenta y pesa bien lo que depositas, y lo que das y recibes; que esté todo por escrito.

42: 8 No te avergü ences de enseñ ar al tonto y al necio; ni al anciano que, aunque decré pito, peca fornicando. Así mostrará s que está s verdaderamente instruido, y será s estimado por todo el mundo.

 

Preocupaciones de un padre por su hija

42: 9 Una hija es para su padre causa secreta de insomnio, y la preocupació n por ella le quita el sueñ o: cuando es joven, se le puede pasar la edad para casarse; y, si está casada, puede ser divorciada por su marido.

42: 10 Mientras es virgen, puede ser violada, y quedar embarazada en la casa paterna. Si tiene marido, puede ser infiel; y, una vez consumado el matrimonio, puede ser esté ril.

42: 11 Si tu hija es atrevida, vigí lala bien, no sea que con un desliz te deshonre, y te convierta así en la burla de tus enemigos; en la habladurí a de la ciudad, y el comentario de la gente, y te cubra de vergü enza a los ojos de todos.

 

Las mujeres

42: 12 No muestres a ningú n hombre su belleza, y entre mujeres no te sientes.

42: 13 De la ropa hermosa, puede salir la polilla; así tambié n de la mujer hermosa, puede salir el tropiezo.

42: 14 Má s vale malicia de hombre piadoso, que bondad de mujer malvada: y, la mujer sin castidad, cubre de vergü enza y oprobio.

 

La grandeza de Dios en la creació n

42: 15 Ahora voy a recordar las obras del Señ or, voy a relatar lo que he visto: por las palabras del Señ or, fueron hechas sus obras.

42: 16 El sol resplandeciente contempla todas las cosas, y la obra del Señ or está llena de su gloria.

42: 17 No es posible a los santos del Señ or relatar todas sus maravillas, las que el Todopoderoso estableció firmemente, para que en su gloria el Universo subsistiera.

42: 18 É l sondea el abismo, y el corazó n del hombre; y penetra en sus secretos designios, porque Adonai Yah conoce todo saber; Elohim fija sus ojos en las señ ales de los tiempos, escritas ya en los cielos.

42: 19 El Shaddai anuncia el pasado y el futuro, y revela las huellas de las cosas ocultas:

42: 20 ningú n pensamiento se le escapa, ninguna palabra se le oculta.

42: 21 Elohim dispuso ordenadamente las grandes obras de su sabidurí a, porque existe desde siempre y para siempre; nada ha sido añ adido, nada ha sido quitado, El Señ or Yah no tuvo necesidad de ningú n consejero.

42: 22 ¡ Qué deseables son todas sus obras! ¡ Y lo que vemos es apenas una chispa!

42: 23 Todo tiene vida, y permanece para siempre; y todo obedece a un fin determinado.

42: 24 Todas las cosas hizo en pareja, todas distintas, una frente a la otra, y nada hizo superfluo:

42: 25 pues una cosa asegura el bien de la otra. ¿ Quié n se saciará de ver su gloria?

 

CAPÍ TULO 43

 

El sol

43: 1 Orgullo del cielo es la limpidez del firmamento, y la bó veda celeste es un magní fico espectá culo.

43: 2 El sol, cuando aparece, proclama a su salida, qué admirable es la obra del Altí simo.

43: 3 Al mediodí a, reseca la tierra, ¿ y quié n puede resistir su ardor?

43: 4 Se atiza el horno para la forja, pero tres veces má s abrasa el sol las montañ as; é l exhala los vapores ardientes, y con el brillo de sus rayos enceguece los ojos.

43: 5 ¡ Qué grande es el Señ or que lo ha creado! A una orden suya, é l emprende su rá pida carrera.

 

La luna

43: 6 Tambié n la luna, siempre en el momento preciso, marca las é pocas y señ ala los tiempos.

43: 7 Su curso determina las fiestas: es un astro que decrece despué s de su plenilunio.

43: 8 De ella recibe su nombre el mes; ella crece admirablemente en sus ciclos, es la insignia de los ejé rcitos acampados en las alturas, que brilla en el firmamento del cielo.

 

Las estrellas

43: 9 La gloria de los astros es la hermosura del cielo, un adorno luminoso en las alturas del Señ or:

43: 10 por la palabra del Santo, se mantienen en orden, y no abandonan sus puestos de guardia.

 

El arco iris

43: 11 Mira el arco iris y bendice al que lo hizo: ¡ qué magní fico esplendor!

43: 12 É l traza en el cielo una aureola de gloria; lo han tendido las manos del Altí simo.

 

Maravillas de la naturaleza

43: 13 A una orden suya cae la nieve, y é l lanza los rayos que ejecutan sus decretos;

43: 14 es así como se abren las reservas, y las nubes vuelan como pá jaros.

43: 15 Con su gran poder, condensa las nubes, que se pulverizan en granizo.

43: 16a A su vista, se conmueven las montañ as,

43: 17a el fragor de su trueno, sacude la tierra;

43: 16b por su voluntad sopla el viento sur,

43: 17b el huracá n del norte, y los ciclones.

43: 18 Como bandada de pá jaros, é l esparce la nieve y, al bajar, ella se posa como la langosta; el resplandor de su blancura deslumbra los ojos y el espí ritu se embelesa al verla caer.

43: 19 Como sal sobre la tierra, é l derrama la escarcha y, al congelarse, ella se convierte en espinas punzantes.

43: 20 Sopla el viento frí o del norte, y el hielo se congela sobre el agua,

se posa sobre toda masa de agua y la reviste como de una coraza,

43: 21 Otro viento devora las montañ as, abrasa el desierto, y consume la hierba como un fuego.

43: 22 Una niebla repentina pone remedio a todo eso, y el rocí o refresca despué s del viento abrasador.

43: 23 Conforme a su designio, É l dominó el Abismo, y allí plantó las islas.

43: 24 Los que navegan por el mar cuentan sus peligros, y sus relatos nos parecen increí bles:

43: 25 allí hay cosas extrañ as y maravillosas, animales de todas clases, y monstruos marinos.

43: 26 Gracias a É l, su mensajero llega a buen puerto, y por su palabra se ordenan todas las cosas.

43: 27 Podrí amos decir mucho mas, y nunca acabarí amos; el broche de mis palabras es este: " El Shaddai lo es todo" .

43: 28 ¿ Dó nde hallar fuerza para glorificarle? ¡ É l es mas grande que todas sus obras!

43: 29 Señ or temible y soberanamente grande: su poder es admirable.

43: 30 ¡ Glorifiquen al Señ or, exá ltenlo cuanto puedan, y É l siempre estará por encima! Para exaltarlo, redoblen sus fuerzas, no se cansen, porque nunca acabará n.

43: 31 ¿ Quié n lo ha visto, para poder describirlo? ¿ Quié n lo alabará conforme a lo que es?

43: 32 Hay muchas cosas ocultas má s grandes todaví a, porque só lo hemos visto algunas de sus obras.

43: 33 El Señ or Yah, ha hecho todas las cosas, y a los hombres buenos les dio la sabidurí a.

 

CAPÍ TULO 44

 

Elogio de los antepasados

44: 1 Elogiemos a los hombres ilustres, a los pioneros de nuestra fe.

44: 2 El Señ or los colmó de gloria, manifestó su grandeza desde tiempos remotos.

44: 3 Algunos ejercieron la autoridad real, y se hicieron famosos por sus proezas; otros fueron consejeros por su inteligencia, transmitieron orá culos profé ticos,

44: 4 guiaron al pueblo con sus consejos, con sus inteligencia para instruirlo, y con las sabias palabras de su enseñ anza;

44: 5 otros compusieron cantos melodiosos, y escribieron relatos poé ticos;

44: 6 otros fueron hombres ricos, llenos de poder, que viví an en paz en sus moradas.

44: 7 Todos ellos fueron honrados por sus contemporá neos, y constituyeron el orgullo de su é poca.

44: 8 Algunos de ellos dejaron un nombre, y se los menciona todaví a con elogios.

44: 9 Pero hay otros que cayeron en el olvido, y desaparecieron, como si no hubieran existido; pasaron como si no hubieran nacido, igual que sus hijos despué s de ellos.

44: 10 No sucede así con aquellos, los hombres de bien, cuya esperanza no se vera frustrada.

44: 11 Con su descendencia se perpetú a la rica herencia que procede de ellos.

44: 12 Su descendencia fue fiel a las alianzas, y tambié n sus nietos, gracias a ellos.

44: 13 Su descendencia permanecerá para siempre, y su gloria no se extinguirá.

44: 14 Sus cuerpos fueron sepultados en paz, y su nombre sobrevive a travé s de las generaciones.

44: 15 Los pueblos proclaman su sabidurí a, y la asamblea anuncia su alabanza.

 

Henoc

44: 16 Henoc camino con Elohim, y fue llevado a los cielos; é l es ejemplo de ciencia para las generaciones futuras; enseñ á ndoles que, todo el que camine con Elohim, será tambié n llevado a los cielos.

 

Noé

44: 17 Noé fue hallado perfectamente justo, en el tiempo de la ira sirvió de renovació n: gracias a é l, quedó un vá stago en la tierra; por la alianza con el, ceso el diluvio.

44: 18 Alianzas eternas fueron selladas con é l, para que nunca má s un diluvio destruyese a los vivientes.

 

Abraham

44: 19 Abraham es padre insigne de una multitud de naciones, no puso tacha en su gloria.

44: 20 É l observó la Ley del Altí simo y entró en alianza con É l; puso en su carne la señ al de esta alianza; y, en la prueba, fue hallado fiel.

44: 21 Por eso, Dios le aseguró con un juramento, que las naciones serí an bendecidas en su descendencia, que los multiplicarí a como el polvo de la tierra, que exaltarí a a sus descendientes como las estrellas, y les darí a en herencia el paí s, desde un mar hasta el otro, y desde el Rí o hasta los confines de la tierra.

 

Isaac

44: 22 A Isaac, le hizo la misma promesa, a causa de su padre Abraham.

 

Jacob

44: 23 La bendició n de todos los hombres, y la alianza, las hizo descansar sobre la cabeza de Israel; lo confirmó en las bendiciones recibidas, y le dio la tierra en herencia; dividió el paí s en partes, y las distribuyó entre las doce tribus.

 

CAPÍ TULO 45

 

Moisé s

45: 1 De é l, hizo nacer a un hombre de bien, que halló gracia a los ojos de todos, y fue amado por Dios y por los hombres: Moisé s, cuya memoria está envuelta en bendiciones.

45: 2 Le hizo en gloria comparable a los santos á ngeles, y le engrandeció, para temor de los enemigos.

45: 3 Por su palabra, puso fin a los prodigios, y le glorificó delante de los reyes; le dio mandamientos para su pueblo, y le mostró una porció n de su gloria.

45: 4 Por su fidelidad y mansedumbre, lo santificó, y lo eligió entre todos los mortales.

45: 5 Le hizo oí r su voz, lo introdujo en la nube oscura, y le dio cara a cara los mandamientos, una Ley de vida y de entendimiento, para enseñ ar la Alianza a Jacob, y sus decretos a Israel.

 

Aaró n

45: 6 Exaltó a Aaró n, un santo semejante a Moisé s, su hermano, de la tribu de Leví.

45: 7 Lo estableció en virtud de un pacto irrevocable, y le confirió el sacerdocio del pueblo. Lo atavió con esplé ndidos ornamentos, y lo ciñ ó con una vestidura gloriosa.

45: 8 Lo revistió con toda magnificencia, y lo confirmó con las insignias del poder: los pantalones, la tú nica y el é fod;

45: 9 puso granadas alrededor de su manto, y lo rodeó de numerosas campanillas de oro, para que tintinearan a cada uno de sus pasos, haciendo oí r su sonido en el Templo, como memorial para los hijos de su pueblo.

45: 10 Le dio la vestidura sagrada —obra de un bordador— tejida en oro, jacinto y pú rpura; el pectoral del juicio, con el efod y el ceñ idor, hecho de hilo escarlata —obra de un artesano—

45: 11 con piedras preciosas, grabadas en forma de sellos y engarzadas en oro —obra de un joyero— para servir de memorial, por la inscripció n grabada, segú n el nú mero de las tribus de Israel;

45: 12 la diadema de oro encima del turbante, grabada con la señ al de su consagració n: insignia de honor, trabajo magní fico, ornamento que es un placer para la vista.

45: 13 Antes de é l, no se vio nada tan hermoso, y nunca un extranjero se vistió de esa manera, sino ú nicamente sus hijos, y sus descendientes para siempre.

45: 14 Sus sacrificios se consumen enteramente, dos veces por dí a, en forma continua.

45: 15 Moisé s le confirió la investidura, y lo ungió con el ó leo santo. Esta fue una alianza eterna para é l y para sus descendientes, mientras dure el cielo, para que sirvan a Dios como sacerdotes, y bendigan al pueblo en su nombre.

45: 16 É l lo eligió entre todos los vivientes, para presentar al Señ or la ofrenda, el incienso y el perfume como memorial, y para hacer la expiació n en favor de su pueblo.

45: 17 É l le confió sus mandamientos, y le dio autoridad sobre los decretos de la Alianza, a fin de enseñ ar sus preceptos a Jacob, e iluminar a Israel acerca de su Ley.

45: 18 Unos intrusos se confabularon contra é l, y le tuvieron celos en el desierto: los secuaces de Datá n y Abirá n y la banda de Coré, ardiendo de furor.

45: 19 Al ver esto, el Señ or se disgustó, y fueron exterminados por el ardor de su ira: É l obró prodigios contra ellos, consumié ndolos con su ardiente fuego.

45: 20 Aumentó má s todaví a la gloria de Aaró n, y le concedió una herencia: le asignó como parte las primicias de los primeros frutos, y le aseguró, en primer lugar, el alimento en abundancia,

45: 21 porque ellos se alimentan de los sacrificios del Señ or, que É l concedió a Aaró n y a su descendencia.

45: 22 Pero, en la tierra del pueblo, é l no tiene herencia, ni hay parte para é l en medio del pueblo, porque " Yo mismo soy tu parte, y tu herencia", le dijo el Señ or.

 

Pinjá s

45: 23 Pinjá s, hijo de Eleazar, fue el tercero en gloria, a causa de su celo en el temor del Señ or, y porque se mantuvo firme frente a la rebelió n del pueblo, con el generoso ardor de su espí ritu: fue así como expió el pecado de Israe l.

45: 24 Por eso fue sellada en su favor una alianza de paz, que lo hizo jefe del santuario, y de su pueblo, de manera que a é l y a su descendencia pertenece para siempre la dignidad de Sumo Sacerdote.

45: 25 Hubo tambié n una alianza con David, hijo de Isaí, de la tribu de Judá; pero esa herencia real pasa del padre a uno solo de sus hijos, mientras que la de Aaró n pasa a toda su descendencia.

45: 26 Que el Señ or Yah ponga sabidurí a en sus corazones, para juzgar a su pueblo con justicia, a fin de que no desaparezca su felicidad, ni su gloria por todas las generaciones.

 

CAPÍ TULO 46

 

Josué y Caleb

46: 1 Josué, hijo de Nun, fue valiente en la guerra, y sucesor de Moisé s en el oficio profé tico. Haciendo honor a su nombre, que significa “Yah salva”, se mostró grande para salvar a los elegidos, para castigar a los enemigos sublevados, y poner a Israel en posesió n de su herencia.

46: 2 ¡ Qué glorioso era cuando alzaba su brazo y blandí a la espada contra las ciudades!

46: 3 ¿ Quié n antes de é l demostró tanta firmeza? ¡ É l mismo llevó adelante los combates del Señ or!

46: 4 ¿ No fue por orden suya que se detuvo el sol, y un solo dí a duró tanto como dos?

46: 5 É l invocó al Altí simo, el Poderoso, cuando sus enemigos lo asediaban por todas partes; y el gran Señ or respondió a su plegaria, arrojando granizo de una fuerza inusitada.

46: 6 É l se lanzó contra la nació n enemiga, y en la pendiente aniquiló a los adversarios, para que las naciones reconocieran la fuerza de sus armas, que no es fá cil luchar contra el Señ or.

46: 7 É l siguió los pasos del Poderoso y, en tiempos de Moisé s, dio prueba de fidelidad, lo mismo que Caleb, hijo de Jefone: ellos se opusieron a toda la asamblea, acallando las murmuraciones perversas, y apartando de la asamblea la venganza de Yah.

46: 8 Solamente ellos dos fueron salvados, entre seiscientos mil hombres de a pie, para ser introducidos en la herencia, en la tierra que mana leche y miel.

46: 9 Y el Señ or dio a Caleb la fuerza que le duró hasta su vejez, y lo hizo subir a las alturas del paí s, que sus descendientes retuvieron como herencia,

46: 10 para que vieran todos los israelitas qué bueno es seguir al Señ or.

 

Los Jueces

46: 11 Tambié n los Jueces, cada uno por su nombre, fueron hombres que no cayeron en la idolatrí a, ni se apartaron del Señ or: ¡ que sea bendita su memoria!

46: 12 ¡ Que sus huesos reflorezcan de sus tumbas, y sus nombres se renueven en los hijos de esos hombres ilustres!

 

Samuel

46: 13 Samuel fue amado por su Señ or; como profeta del Señ or, estableció la realeza y ungió jefes para que gobernaran a su pueblo.

46: 14 Segú n la Ley del Señ or, juzgó a la asamblea, y el Señ or intervino en favor de Jacob.

46: 15 Por su fidelidad se acreditó como auté ntico profeta, por sus orá culos, fue reconocido como un vidente digno de fe.

46: 16 Cuando sus enemigos lo asediaban por todas partes, é l invocó al Señ or, el Poderoso, y le ofreció un cordero recié n nacido.

46: 17 El Señ or tronó desde el cielo y con gran estruendo hizo oí r su voz;

46: 18 é l aniquiló a los jefes adversarios, y a todos los prí ncipes de los filisteos.

46: 19 Antes de la hora de su descanso eterno, y ante el Señ or y su ungido, pudo dar testimonio de su fidelidad, diciendo: " Yo no he despojado a nadie de sus bienes, ni siquiera de sus sandalias"; y ninguno del pueblo tuvo que reclamar nada de el.

46: 20 Despué s de su muerte, todaví a profetizó, y anunció su fin al rey; alzó su voz desde el seno de la tierra, y profetizó para borrar la iniquidad del pueblo.

 

CAPÍ TULO 47

 

Natá n

47: 1 Despué s de é l surgió Natá n, para profetizar en tiempos de David.

 

David

47: 2 Como se aparta la grasa del sacrificio de comunió n, así fue elegido David entre los Israelitas.

47: 3 É l jugó con leones, como si fueran cabritos, y con osos, como si fueran corderos.

47: 4 ¿ Acaso, siendo joven, no mató a un gigante, y extirpó el oprobio del pueblo, cuando lanzó una piedra con la honda, y abatió la arrogancia de Goliat?

47: 5 Porque é l invocó al Altí simo, El Elyon, que fortaleció su brazo para exterminar a un guerrero poderoso, y mantener erguida la frente de su pueblo.

47: 6 Por eso, lo glorificaron por los diez mil, y lo alabaron por las bendiciones del Señ or, ofrecié ndole una diadema de gloria.

47: 7 Porque é l destruyó a los enemigos de alrededor, y aniquiló a sus adversarios; los filisteos, quebrando su poderí o hasta el dí a de hoy.

47: 8 En todas sus obras rindió homenaje a El Elyon, con palabras de gloria; cantó himnos de todo corazó n, mostrando su amor a su Hacedor.

47: 9 Estableció cantores delante del altar, para que entonaran cantos melodiosos;

47: 10 dio esplendor a las fiestas, y ordenó perfectamente las solemnidades, haciendo que se alabara el santo nombre del Señ or, y que resonara el Santuario desde el alba.

47: 11 El Señ or borró sus pecados, y exaltó su poderí o para siempre, le otorgó una alianza real, y un trono de gloria en Israel.

 

Salomó n

47: 12 Despué s de é l surgió un hijo lleno de saber que, gracias a David, vivió desahogadamente.

47: 13 Salomó n reinó en tiempos de paz, y Dios le concedió tranquilidad en sus fronteras, a fin de que edificara una Casa a su Nombre, y erigiera un Santuario eterno.

47: 14 ¡ Qué sabio eras en tu juventud, desbordabas de inteligencia como un rí o!

47: 15 Tu reputació n cubrió la tierra, la llenaste de sentencias enigmá ticas;

47: 16 tu renombre llegó hasta las costas lejanas y fuiste amado por haber afianzado la paz.

47: 17 Por tus cantos, tus proverbios, y tus sentencias, y por tus interpretaciones, fuiste la admiració n del mundo.

47: 18 Tu eras llamado con el nombre glorioso invocado sobre Israel; amontonaste el oro como estañ o, y como plomo acumulaste la plata.

47: 19 Pero tuviste debilidad por las mujeres, y dejaste que dominaran tu cuerpo.

47: 20 Pusiste una mancha sobre tu gloria, y profanaste tu estirpe, atrayendo la ira sobre tus hijos, y hacié ndoles deplorar tu locura:

47: 21 así la realeza se dividió en dos, y de Efraí m surgió un reino rebelde.

47: 22 Pero el Señ or no renuncia jamá s a su misericordia, ni deja que se pierda ninguna de sus palabras: É l no hará desaparecer la posteridad de su elegido, ni exterminará la estirpe de aquel que lo amó. Por eso, le dio un resto a Jacob, y a David una raí z nacida de é l.

 

Roboá m

47: 23 Salomó n fue a descansar con sus padres, dejando despué s de é l a uno de su estirpe, al má s insensato del pueblo, un hombre largo de locura, pero corto de inteligencia: a Roboá m, que arrastró al pueblo a la rebelió n.

 

Jeroboá m

47: 24 Jeroboá m, hijo de Nebat, hizo pecar a Israel, y llevó a Efraí m por el camino del mal. El pueblo cometió tantos pecados, que fue expulsado de su paí s:

47: 25 se entregaron a toda clase de maldades, hasta que el castigo cayó sobre ellos.

 

CAPÍ TULO 48

 

Elí as

48: 1 Despué s surgió como un fuego el profeta Elí as, su palabra quemaba como una antorcha.

48: 2 É l atrajo el hambre sobre ellos, y con su celo los diezmó.

48: 3 Por la palabra del Señ or, cerró el cielo, y tambié n hizo caer tres veces fuego de lo alto.

48: 4 ¡ Qué glorioso te hiciste con tus prodigios Elí as! ¿ Quié n puede jactarse de ser igual a ti?

48: 5 Tú despertaste a un hombre de la muerte, y de la morada de los muertos, por la palabra de Altí simo.

48: 6 Tú precipitaste a reyes en la ruina, y arrojaste de su lecho a hombres insignes;

48: 7 tú escuchaste un reproche en el Sinaí, y en el Horeb una sentencia de condenació n;

48: 8 tú ungiste reyes para ejercer la venganza, y profetas para ser tu sucesores

48: 9 tú fuiste arrebatado en un torbellino de fuego, por un carro con caballos de fuego.

48: 10 De ti está escrito que, en los castigos futuros, aplacará s la ira antes que estalle, para hacer volver el corazó n de los padres hacia los hijos, y restablecer las tribus de Jacob.

48: 11 ¡ Bienaventurado el que te ve, y los que durmieron en el amor, porque tambié n nosotros viviremos!

 

Eliseo

48: 12 Cuando Elí as fue llevado en un torbellino, Eliseo quedó lleno de su espí ritu. Durante su vida, ningú n prí ncipe lo hizo temblar, y nadie pudo dominarle.

48: 13 Nada era demasiado difí cil para é l, y hasta en la tumba profetizó su cuerpo.

48: 14 En su vida, hizo prodigios; y, en su muerte, realizó obras admirables.

48: 15 A pesar de todo esto, el pueblo no se convirtió, ni se apartó de sus pecados, hasta que fue deportado lejos de su paí s, y dispersado por toda la tierra.

48: 16 No quedó nada má s que un pueblo muy pequeñ o, con un jefe de la casa de David. Algunos de ellos hicieron lo que agrada a Dios, pero otros multiplicaron sus pecados.

 

Ezequí as e Isaí as

48: 17 Ezequí as fortificó su ciudad, e hizo llegar el agua dentro de sus muros, con el hierro horadó la roca, y construyó cisternas para las aguas.

48: 18 En su tiempo, atacó Senaquerib y envió delante de é l a Rabsaqué s, que levantó la mano contra Sió n, y se jactó con arrogancia.

48: 19 Temblaron entonces los corazones y las manos, y sufrieron como mujeres en el parto,

48: 20 pero invocaron al Señ or misericordioso, tendiendo sus manos hacia É l. El Santo los escuchó en seguida desde el cielo y los libró por medio de Isaí as,

48: 21 hirió el campamento de los Asirios, y su Á ngel los exterminó .

48: 22 Porque Ezequí as hizo lo que agrada al Señ or, y se mantuvo firme en el camino de David su padre, como se lo ordenó el profeta Isaí as, el grande y digno de fe en sus visiones.

48: 23 En su tiempo, el sol retrocedió, para prolongar la vida del rey.

48: 24 Con gran espí ritu, vio el fin de los tiempos, consoló a los afligidos de Sió n,

48: 25 y anunció el porvenir hasta la eternidad y las cosas ocultas antes que sucedieran.

 

CAPÍ TULO 49

 

Josí as

49: 1 El recuerdo de Josí as es una mezcla de aromas preparada por el arte de un perfumista; es dulce como la miel al paladar, como mú sica en medio de un banquete.

49: 2 É l siguió el buen camino, convirtiendo al pueblo, y extirpó las abominaciones impí as;

49: 3 dirigió su corazó n hacia el Señ or, y en tiempos impí os afianzó la piedad.

 

Los ú ltimos reyes de Judá y el profeta Jeremí as

49: 4 A excepció n de David, Ezequí as, y Josí as, todos no hicieron má s que prevaricar; por haber abandonado la Ley del Altí simo, los reyes de Judá fueron abandonados.

49: 5 Tuvieron que entregar su poder a otros, y su gloria a una nació n extranjera.

49: 6 Los enemigos incendiaron la ciudad elegida del Santuario, y dejaron desiertas sus calles,

49: 7 a causa de los malos tratos infligidos a Jeremí as: a é l, que fue consagrado profeta desde el seno materno para desarraigar, destruir y hacer perecer, pero tambié n para edificar y plantar.

 

Ezequiel

49: 8 Ezequiel tuvo una visió n de la Gloria, que Dios le mostró sobre el carro de los Querubines,

49: 9 porque se acordó de los enemigos en la tempestad y favoreció a los que siguen el camino recto.

 

Los Profetas menores

49: 10 En cuanto a los doce Profetas, que sus huesos reflorezcan desde su tumba, porque ellos consolaron a Jacob, y lo libraron por la fidelidad y la esperanza.

 

Zorobabel y Josué

49: 11 ¿ Có mo enaltecer a Zorobabel, que fue como un anillo en la mano derecha,

49: 12 y a Josué, hijo de Josedec? En sus dí as, ellos reconstruyeron la Casa, y levantaron el Templo consagrado al Señ or, destinado a una gloria eterna.

 

Nehemí as

49: 13 Tambié n es grande el recuerdo de Nehemí as: é l fue quien levantó nuestros muros en ruinas, el que puso puertas y cerrojos y reconstruyó nuestras casas.

 

Henoc, José y los primeros antepasados

49: 14 Nadie en la tierra fue creado igual a Henoc, porque é l fue arrebatado de la tierra.

49: 15 Tampoco nació ningú n hombre como José, jefe de sus hermanos, sosté n de su pueblo; sus huesos fueron tratados con respeto.

49: 16 Sem y Set fueron glorificados entre los hombres, pero por encima de toda criatura viviente está Adá n.

 

CAPÍ TULO 50

 

El sacerdote Simó n

50: 1 Simó n, hijo de Oní as, fue el Sumo Sacerdote, que durante su vida restauró la Casa, y en sus dí as consolidó el Santuario.

50: 2 É l puso los cimientos de las torres de refuerzo, del alto contrafuerte que rodea al Templo.

50: 3 En sus dí as fue excavado el depó sito de las aguas, un estanque amplio como el mar.

50: 4 Preocupado por preservar a su pueblo de la caí da, fortificó la ciudad contra el asedio.

50: 5 ¡ Qué glorioso era, rodeado de su pueblo, cuando salí a detrá s del velo!

50: 6 Como lucero del alba en medio de nubes, como luna en su plenilunio,

50: 7 como sol resplandeciente sobre el Templo del Altí simo, como arco iris que brilla entre nubes de gloria,

50: 8 como rosa en los dí as de primavera, como lirio junto a un manantial, como brote del Lí bano en los dí as de verano,

50: 9 como fuego e incienso en el incensario, como vaso de oro macizo adornado con toda clase de piedras preciosas,

50: 10 como olivo cargado de frutos, como cipré s que se eleva hasta las nubes.

50: 11 Cuando se poní a la vestidura de fiesta, y se revestí a de sus esplé ndidos ornamentos, cuando subí a al santo altar, é l llenaba de gloria el recinto del Santuario.

50: 12 Cuando recibí a las porciones de manos de los sacerdotes —y estaba é l mismo de pie, junto al fuego del altar, con una corona de hermanos a su alrededor como retoñ os de cedro en el Lí bano— lo rodeaban como troncos de palmera.

50: 13 Todos los hijos de Aaró n en su esplendor, con la ofrenda del Señ or en sus manos, delante de toda la asamblea de Israel.

50: 14 Mientras oficiaba en los altares, y disponí a la ofrenda para el Altí simo todopoderoso,

50: 15 é l extendí a la mano sobre la copa, derramaba la libació n con la sangre de la uva, y la vertí a al pie del altar, como perfume agradable al Altí simo, Rey del universo.

50: 16 entonces, los hijos de Aaró n prorrumpí an en aclamaciones, tocaban sus trompetas de metal batido, y hací an oí r un sonido imponente, como memorial delante del Altí simo.

50: 17 En seguida, todo el pueblo, uná nimemente, caí a con el rostro en tierra para adorar a su Señ or, el Todopoderoso, el Dios Altí simo.

50: 18 Tambié n los cantores entonaban sus alabanzas: en medio del estruendo se oí a una dulce melodí a.

50: 19 El pueblo suplicaba al Señ or Altí simo, dirigí a sus plegarias ante el Misericordioso, hasta que terminaba el culto del Señ or, y se poní a fin a la liturgia.

50: 20 Entonces, é l descendí a y elevaba las manos sobre toda la asamblea de los israelitas, para dar con sus labios la bendició n del Señ or y tener el honor de pronunciar su Nombre.

50: 21 Y por segunda vez, el pueblo se postraba para recibir la bendició n del Altí simo.

 

Exhortació n

50: 22 Y ahora, bendigan al Dios del universo, que hace grandes cosas por todas partes, al que nos exaltó desde el seno materno, y nos trató segú n su misericordia.

50: 23 Que É l nos dé la alegrí a del corazó n, y conceda la paz en nuestros dí as, a Israel, por los siglos de los siglos.

50: 24 Que su misericordia permanezca fielmente con nosotros, y que nos libre en nuestros dí as.

 

Conclusió n

50: 27 Una instrucció n de sabidurí a y de ciencia es la que se dejó grabada en este libro, que se derramó como lluvia la sabidurí a de su corazó n.

50: 28 ¡ Feliz el que repase a menudo estas enseñ anzas! El que las memoriza, se hará un sabio.

50: 29 Y si las pone en practica, será capaz de afrontarlo todo, pues la luz del Señ or iluminara su camino. Bendito sea Adonai por siempre; Amen, Amen

 

CAPÍ TULO 51

 

Himno de acció n de gracias

51: 1 Quiero darte gracias, Señ or y Rey, y alabarte, Yah mi Salvador. Yo doy gracias a tu Nombre,

51: 2 porque tú has sido mi protector y mi ayuda, y has librado mi cuerpo de la perdició n, del lazo de la lengua calumniadora, y de los labios que traman mentiras. Frente a mis adversarios, tú has sido mi ayuda, y me has librado,

51: 3 segú n la grandeza de tu misericordia y de tu Nombre, de las mordeduras de los que iban a devorarme, de la mano de los que querí an quitarme la vida, de las muchas aflicciones que padecí a,

51: 4 del fuego sofocante que me cercaba, de las llamas que yo no habí a encendido,

51: 5 de las entrañ as profundas del Abismo, de la lengua impura, de la palabra mentirosa,

51: 6 y de las flechas de una lengua maligna. Mi alma estaba al borde de la muerte, mi vida habí a descendido cerca del Abismo.

51: 7 Me cercaban por todas partes, y nadie me socorrí a, busqué el apoyo de los hombres, y no lo encontré.

51: 8 Entonces, me acordé de tu misericordia, Señ or, y de tus acciones desde los tiempos remotos, porque tú libras a los que esperan en ti y los salvas de las manos de sus enemigos.

51: 9 Yo hice subir desde la tierra mi oració n, rogué para ser preservado de la muerte.

51: 10 Invoqué al Señ or: " No me abandones en el dí a de la aflicció n, en el tiempo de los orgullosos, cuando estoy desamparado. Alabaré tu Nombre sin cesar, y te cantaré ‚ en acció n de gracias".

51: 11 Y mi plegaria fue escuchada: tú me salvaste de la perdició n, y me libraste del trance difí cil.

51: 12 Por eso te daré gracias y te alabaré, y bendeciré el nombre del Señ or.

 

Poema sobre la bú squeda de la Sabidurí a

51: 13 En mi juventud, antes de andar por el mundo, busqué abiertamente la sabidurí a en la oració n;

51: 14 a la entrada del Templo, pedí obtenerla, y la seguiré buscando hasta el fin.

51: 15 Cuando floreció como un racimo que madura, mi corazó n puso en ella su alegrí a; mi pie avanzó por el camino recto, y desde mi juventud seguí sus huellas.

51: 16 Apenas le presté un poco de atenció n, la recibí y adquirí una gran enseñ anza.

51: 17 Yo he progresado gracias a ella: al que me dio la sabidurí a, le daré la gloria.

51: 18 Porque resolví ponerla en prá ctica, tuve celo por el bien, y no me avergonzaré de ello.

51: 19 Mi alma luchó para alcanzarla, fui minucioso en la prá ctica de la Ley, extendí mis manos hacia el cielo y deploré lo que ignoraba de ella.

51: 20 Hacia ella dirigí mi alma; y, conservá ndome puro, la encontré. Con ella adquirí inteligencia desde el comienzo, por eso no seré abandonado.

51: 21 Yo la busqué apasionadamente, por eso adquirí un bien de sumo valor.

51: 22 El Señ or me ha dado en recompensa una lengua, y con ella lo alabaré.

51: 23 Acé rquense a mí los que no está n instruidos, y albé rguense en la casa de la instrucció n.

51: 24 ¿ Por qué se privan por mas tiempo, si tan sedientos está n de ella?

51: 25 Yo abrí la boca para hablar: adquié ranla sin dinero;

51: 26 sometan sus cuellos a su yugo, y reciban instrucció n: está ahí, a vuestro alcance.

51: 27 Vean con sus propios ojos con qué poco esfuerzo he llegado a encontrar un descanso tan grande.

51: 28 Participen de la instrucció n, aú n a costa de mucho dinero, y gracias a ella adquirirá n oro en abundancia.

51: 29 Alé grense en la misericordia del Señ or, no se avergü encen de alabarlo.

51: 30 Lleven a cabo su obra antes del tiempo fijado, y É l les dará la recompensa a su debido tiempo. Amé n.

 


 

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