Главная | Обратная связь | Поможем написать вашу работу!
МегаЛекции

Los estragos de David y los traductores modernos de la Biblia




En la é poca de los reyes, las guerras, las incursiones y las rapiñ as se
sucedieron sin solució n de continuidad.

Samuel, ú ltimo juez de Israel y primer profeta, peleó contra los filis-
teos y los derrotó pero luego, sintié ndose viejo, hizo ungir caudillo del
ejé rcito a Saú l y le ordenó en nombre de Dios: «Ve, pues, ahora y des-
troza a Amalee y arrasa cuanto tiene: no le perdones, ni codicies nada de
sus bienes, sino má talo todo, hombres y mujeres, muchachos y niñ os
de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos... ». La cató lica enciclope-
dia de muchos tomos Lexikon fü r Theologie und Kirche apostilla que el
profeta en cuestió n fue un personaje «sin tacha», y aú n va má s lejos en
el elogio de su sucesor: «Un gran afá n en la defensa de la teocracia, de la


ley y del derecho, fue la mayor prenda del cará cter de Saú l». Y este rey,
el primero de Israel (1020-1000) ungido por Samuel, figura tí picamente
«carismá tica» a travé s de quien actuaba «el espí ritu del Señ or» y, sin
embargo, «psicó pata evidentemente depresivo y atormentado por la
maní a persecutoria» (Beck), continuó con energí a la tradició n de las
«guerras santas». Como cuenta la Biblia, Saú l combatió a «cuantos ene-
migos le rodeaban», moabitas, amonitas, edomitas, contra los reyes de
filisteos y amalecitas. Eso sí, cuando de acuerdo con las ó rdenes supe-
riores hizo matar a todos los amalecitas incluidos los niñ os de pecho,
pero se guardó los mejores ganados, incurrió en la ira del Señ or y en la
del profeta Samuel, tras lo cual sufrió una tremenda derrota a manos de
los filisteos y se suicidó: por cierto, é ste es el primer acto de este gé nero
que menciona la Biblia. 27

Su sucesor, David, nombre que significa el escogido (de Dios), el
que compró como esposa a la hija de Saú l, Micol, por el precio de cien
prepucios de filisteos, hacia el final del milenio anunció el principio del
Estado nacional y consiguió así el má ximo perí odo de esplendor para Is-
rael, cuyas posesiones llegaron entonces desde la Siria media hasta los
lí mites de Egipto; era la nació n má s fuerte entre los grandes imperios de
Mesopotamia, Hamath y Egipto.

Tal como habí a sucedido con Saú l, tambié n de David (1000-961) se
apoderó «el espí ritu del Señ or» y le hizo emprender una campañ a tras
otra, ya que eran muchos los «opresores»: al norte, contra los ú ltimos
enclaves de los cananeos, contra los amonitas, los moabitas, los edomi-
tas, los á rameos, los sirios de Adarecer. Y así lo reconoció David en su
himno de acció n de gracias: «Perseguiré a mis enemigos, los extermina-
ré: no volveré atrá s hasta acabar con ellos. Los consumiré y haré añ icos,
de suerte que no puedan ya reponerse. Caerá n todos bajo mis pies».
«Pero nunca empezó é l una guerra —le alaba san Ambrosio, doctor de
la Iglesia— sin haber pedido consejo al Señ or. Por eso tambié n fue ven-
cedor en todas las batallas, é l que esgrimió la espada hasta la má s avan-
zada edad. » Como avezado ex capitá n de una partida de bandoleros
(cuyas actividades cuenta el Who's Who in the Oí d Testament bajo el
atractivo epí grafe de «The Guerrilla Years»), el «hé roe magní fico» (san
Basilio dixit) actuaba de forma especialmente contundente, a pesar de
lo cual (o precisamente por eso) se le admira no só lo en la teologí a ju-
dí a, sino tambié n en la cristiana y la islá mica como persona de destacada
significació n religiosa. «Siempre que salió en campañ a, David no dejó
hombre ni mujer con vida —le alaban las Sagradas Escrituras—; así ha-
cí a David cuando moraba en tierra de filisteos. » Durante diecisé is me-
ses vivió bajo la protecció n del rey Aquis, en Get, huyendo de la ira de
Saú l; pero luego el mismo David infligió tales derrotas a los filisteos,
que é stos apenas vuelven a ser mencionados en la Biblia. Entre otras
costumbres del elegido del Señ or (el primero que estableció el nú cleo de
un ejé rcito permanente, y acentuó el cará cter, ya existente, de la fe ju-
daica como religió n del Estado, convirtiendo a los prí ncipes de los sacer-


dotes en funcionarios reales y miembros de su corte) figuraba la de cor-
tarles los tendones a los caballos del enemigo; alguna vez se empleó
tambié n en cortar manos y pies a los enemigos mismos. Otra de las afi-
ciones del «divino David, profeta grande y suaví simo» (segú n el obispo
Teodoreto, historiador de la Iglesia) consistí a en picar a los prisioneros
con serruchos y tenazas de hierro y quemarlos en hornos de ladrillos,
como hizo con los habitantes de todas las ciudades amonitas. 28

Viene al caso recordar que, en 1956, el Consejo de la Iglesia evangé li-
ca alemana y la Unió n de las Sociedades Bí blicas Evangé licas acordaron
la edició n de una Biblia, «segú n la versió n de Martí n Lutero en lengua
alemana», edició n que, autorizada en 1964 y publicada en 1971, repro-
duce de la manera siguiente el pasaje que acabo de citar: «A los habitan-
tes los sacó, y pú solos a trabajar como esclavos con las sierras y las hachas
de hierro, y en los hornos de ladrillos». Sin embargo, Martí n Lutero lo
habí a traducido así: «A los habitantes los sacó, y mandó que fuesen ase-
rrados, haciendo pasar narrias de hierro, y despedazarlos con cuchillos,
y arrojarlos a los hornos de ladrillos». 29

Este pasaje se corresponde con otro del Libro 1° de las Cró nicas (20, 3),
en donde la susodicha Biblia autorizada por el Consejo de la Iglesia evan-
gé lica alemana, «segú n la versió n de Martí n Lutero», dice: «A cuyos ha-
bitantes los hizo salir fuera, y sometió los a la servidumbre del trabajo en
los trillos, sierras y rastras», pero las palabras que Lutero escribió fue-
ron: «A cuyos habitantes los hizo salir fuera, e hizo pasar por encima de
ellos trillos y rastras, y carros armados de cortantes hoces; de manera
que quedaban hechos piezas y añ icos». 30

Eso es una falsificació n, y responde a un cierto mé todo.

En el decurso de los ú ltimos cien añ os, la Iglesia evangé lica ha pro-
puesto nada menos que tres revisiones de la Biblia luterana. En la ver-
sió n revisada de 1975 apenas dos terceras partes del texto remiten direc-
tamente a la traducció n hecha por Lutero. Una de cada tres palabras ha
sido cambiada; a veces, es cuestió n de matiz, pero otras veces la modifi-
cació n tiene su importancia: ¡ de las 181. 170 palabras que suma, poco
má s o menos, el Nuevo Testamento, la innovació n se extiende a unas
63. 420 palabras! (Los investigadores má s crí ticos coinciden en afirmar
que la modernizació n lé xica necesaria para una comprensió n actual del
texto no exige cambiar má s de 2. 000 o 3. 000 palabras. ) Poco se figuraba
Lutero que sus herederos espirituales iban a enmendarle la plana tan
ampliamente, é l cuyo lema como traductor fue que «las palabras deben
ponerse al servicio de la causa, y no la causa al servicio de las palabras»,
y que «el sentido no está al servicio de las palabras, sino é stas al servicio
del sentido, al que deben plegarse y obedecer». 31

Es evidente que siempre cabe la posibilidad de «quitar hierro» en
una traducció n..., perdié ndole el respeto al predecesor; pero cuando la
Iglesia evangé lica anuncia una Biblia, «segú n la versió n de Martí n Lute-
ro
en lengua alemana», en realidad vende una crasa falsificació n. De to-
das maneras, si los hubieran hecho esclavos, siendo ellos unos idó latras,


seguramente no habrí an corrido una suerte mucho má s envidiable, in-
cluso los no combatientes; como ha comentado el arqueó logo Glueck,
que excavó la ruinas de Eilat, sobre los esclavos del Estado que allí tra-
bajaban en los hornos de ladrillos: «The rate of mortality musí have
beenterrific». 32

En la Biblia, un tal Semeí maldice a David llamá ndole «sanguinario»
y le arroja piedras; Erich Brock y algunos má s han opinado que «no era
para menos». Hasta el propio Señ or lo confirma: «Tú has derramado
mucha sangre, y hecho muchas guerras». Pero, eso sí, siempre «con el
Señ or», siempre «por voluntad del Señ or»; por ello, sin duda, «miraba
el Señ or a David con agrado», por ejemplo despué s de escabechar a
«veintidó s mil á rameos», o tras una matanza de «dieciocho mil» edomi-
tas. «Haz todo cuanto te inspira tu corazó n, porque Dios está contigo»,
dice en otro lugar; «contigo he andado en todas tus marchas, y en tu pre-
sencia he derrotado a todos tus enemigos, y te he dado renombre, cual
puede tenerlo uno de los magnates que son famosos sobre la tierra». 33
Aunque los nombres de «los magnates famosos sobre la tierra», a menu-
do, no sean sino la nó mina de los má s grandes criminales.

El «sanguinario» David, no obstante, y al modo de todos los san-
guinarios por devoció n, da fe de su propia «rectitud», de su propia «pu-
reza»: «El Señ or me recompensará segú n mi justicia, y me tratará se-
gú n la pureza de mis manos»; «he vivido con inocencia de corazó n en
medio de mi familia»; «jamá s he puesto la mira en cosa injusta». Inclu-
so en sus ú ltimas palabras, David se presenta «puro como la luz de la
mañ ana cuando sale el sol, al amanecer de un dí a despejado». Y el
Dios del Antiguo Testamento (seguido en esto, con bella continuidad,
por el de los milenios cristianos), es «sin tacha» como el mismo David,
pero ademá s un «sanguinario» mucho má s grande, que, por ejemplo,
acaba con 50. 700 personas só lo porque osaron mirar el Taberná culo...,
aunque la tan mentada Biblia del Consejo de la Iglesia evangé lica haya
convertido los «cincuenta mil siete cientos» de Lutero en modestos «se-
tenta». 34

Pero si Dios alabó al «sanguinario» David por cumplir sus manda-
mientos y andar siempre bajo la sombra del Señ or, haciendo só lo lo que
pudiese agradarle,
y si David se alabó a sí mismo, tambié n le ha alabado
siempre, incansable, el clero cristiano que, como me propongo demos-
trar, en todas las é pocas ha estado a favor de los grandes criminales de la
historia, en la medida en que ello pudiera serle de utilidad. El mismo rey
«sanguinario» fue el primero en favorecer al clero cuanto pudo, y por
eso ha servido de ejemplo durante milenios: por ser fiel al Señ or, por ha-
cer la guerra en nombre del Señ or, por santificar el botí n destiná ndolo a
la construcció n del Templo (quien intentase ocultar la contribució n se
exponí a al exterminio de toda su familia, ganado incluido), «el oro y la
plata tomados a los idó latras edomitas, moabitas, amonitas, filisteos y
amalecitas», poniendo punto en boca a quien aborreciese de Dios y de
sus servidores. «Los transgresores será n desarraigados todos como espi-


ñ as, a las cuales nadie toca con la mano, sino que [... ] mete fuego en
ellas para abrasarlas y reducirlas a la nada. »

«La grandeza de David y sus é xitos —escribí a en 1959 el Lexikonftir
Theologie und Kirche—
justifica la consideració n en que le ha tenido la
posteridad»; la misma obra le reconoce, por otra parte, «virtudes huma-
nas extraordinarias». 35

Поделиться:





Воспользуйтесь поиском по сайту:



©2015 - 2024 megalektsii.ru Все авторские права принадлежат авторам лекционных материалов. Обратная связь с нами...