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La invasión de Radagaiso, la muerte de Estilicen y nuevas matanzas de godos católico-romanos




A finales de 405 irrumpió un nuevo grupo de germanos, má s violento,
formado en su mayorí a por ostrogodos paganos, dirigidos por el rey Ra-
dagaiso, procedente de Panonia, y a comienzos de 406 invadieron Italia:

unas doscientas mil personas segú n Orosio e incluso cuatrocientas mil en
opinió n de Zó simo, lo cual es un disparate. Sea como fuere, el pá nico
cundió por toda Italia. El godo asedió Florencia, pero ante la presencia de
Estilicó n hubo de retirarse a las montañ as (Fié sole). Allí le cercó Estili-


con con una estrategia rutinaria, «gracias a la divina Providencia» (Oro-
sio), y les rindió por hambre; segú n Agustí n, que lo atribuye a «la miseri-
cordia de Dios», murieron «¡ má s de cien mil hombres, sin que mataran ni
a un solo romano ni hirieran siquiera a alguno! ». El 23 de agosto de 406,
al intentar atravesar las lí neas romanas, Radagaiso fue hecho prisionero y
poco despué s decapitado. Sus tropas capitularon. El nú mero de prisione-
ros convertidos en esclavos fue tan grande que afectó a los precios del
mercado. Uno a uno fueron vendidos por unas pocas monedas de oro.
Dios ha ayudado, celebra Agustí n, «maravilloso y misericordioso».

Estilicen, el salvador de Italia, recibió en el foro una estatua con la
inscripció n: «A su excelencia [inlustrissimo viro] Flavio Estilicen, dos
veces có nsul, magister de las dos armas, comandante de la guardia, caba-
llerizo mayor y desde la juventud ascendido hasta el parentesco real por
todos los escalones de una brillante carrera militar, acompañ ante del in-
mortal emperador Teodosio en todas las campañ as y en todas las victo-
rias, tambié n emparentado con é l, suegro de nuestro señ or el emperador
Honorio, y al que el pueblo romano, debido a su popularidad ú nica y su
preocupació n, y en recuerdo de su gloria imperecedera, ha decidido colo-
car en una estatua de bronce y plata en la tribuna de los oradores [... ]. »

Pero a finales de 406, los vá ndalos, alanos y suevos cayeron sobre las
Galias y las conquistaron. Y alrededor de esa é poca -tantas veces llama-
da mala té mpora- se produjeron una usurpació n tras otra.

Primero, a finales de 406, se levantó el usurpador Marco en Bretañ a,
y poco despué s, en 407, fue asesinado. Cuatro meses má s tarde perdió la
vida su sucesor Graciano. Ese mismo añ o se rebelaron las tropas britá ni-
cas bajo el mando de Flavio Claudio Constantino III (407-411). De sim-
ple soldado habí a pasado a ser emperador; tambié n era cristiano, como la
mayorí a de los que usurparon el trono desde Constantino I, como de-
muestran las fuentes literarias o las inscripciones de las monedas. Cons-
tantino III se dirigió con un ejé rcito hacia las Galias y despué s envió a su
hijo Constante -que antes de llegar a cesar era monje- a Hí spanla, donde
derrotó a un ejé rcito dirigido por parientes de Honorio, y Constantino
hizo ejecutar a dos de los comandantes, Didimo y Vereniano. Los otros
jefes de los vencidos huyeron a Italia, adonde se dirigió entonces Cons-
tante, despué s de que su padre le nombrara augusto. Contra Constanti-
no III se rebeló ahora su propio magister militum Gerontio, amenazado
de destitució n. Gerontio nombró a su hijo Má ximo emperador en contra de
Constante, venció a é ste y le persiguió por las Galias, donde a comienzos
de 411 ordenó que le decapitaran, en Vienne, antes de que a é l mismo le
obligaran a suicidarse en Hí spanla. Constantino III fue vencido por el ge-
neral de Honorio, se hizo consagrar sacerdote y se entregó en Arles, su
ciudad de residencia, tras recibir garantí as por su vida; pero el emperador
cató lico le hizo decapitar en agosto de 411 en Mincio, junto con su hijo


menor Juliano. Tambié n Dé cimo Rú stico y Agrecio, dos altos funciona-
rios de Constantino III y del emperador galo Jovino, fueron cruelmente
asesinados en Clermont con sus principales partidarios. Sin embargo, mien-
tras tanto, adelantá ndonos unos pocos añ os a los acontecimientos, Alari-
co amenazaba con una nueva invasió n de Italia. Estilicen se encontraba
en dificultades. Aconsejaba ceder, pero los cató licos se oponí an. Odiaban
al descendiente de un vá ndalo y una provinciana romana, odiaban a un
hombre que a pesar de todas sus luchas contra los «herejes» habí a sus-
pendido la destrucció n de los templos y que incluso habí a restituido la
estatua de la Victoria al lugar que ocupara en la sala de sesiones del Se-y
nado, aunque no como imagen de culto sino como adorno. 35      ;

En resumidas cuentas, el antigermanismo de Oriente estaba penetran-'
do cada vez má s en Occidente,                                 í

Con motivo de la incursió n de los «bá rbaros» sobre Italia, el padre de^:

la Iglesia Jeró nimo atacó la polí tica de Estilicó n. Veí a en los germanos el^
presagio del anticristo, o incluso le consideraba personificado en ellos.
En una carta dirigida a la joven viuda Geruchia (¡ ah, a cuá ntas jó venes^
mujeres escribí a el santo, y qué mordaz se mostraba muchas veces! ), a la¿
que intentaba disuadir de un nuevo matrimonio, a mitad del texto se inte-)
rrumpe y se dirige hacia la historia universal: «Pero ¿ qué hago yo? Mí en- <
tras el barco se hunde estoy hablando del desembarco. Quien detiene laN
decadencia es eliminado, y todaví a no comprendemos que viene el anti-
cristo [... ]. Innumerables masas de pueblos salvajes se han derramado por í
toda la Galia. La totalidad del territorio comprendido entre los Alpes/
y los Pirineos, entre el océ ano y el Rin, ha sido devastado por cuados y
vá ndalos, sá rmatas y alanos, gé pidos y hé rulos, sajones, burgundios, ala-
manes y -desgraciado Imperio-, nuestros enemigos de Panonia, puesh
Assur viene con ellos.
Maguncia, que fue antañ o una famosa ciudad, ha?
sido conquistada y destruida por ellos, varios miles de personas fueron^
asesinadas en la iglesia. Tambié n ha caí do Worms despué s de un prolon-S;

gado asedio. La só lida ciudad de Reims, así como Amiens, la regió n cos-
tera de los Merinos, Toumay, Espira y Estrasburgo, todo esto se encuen-i
tra ahora en manos de los germanos. Aquitania, Nueva Galia, la regió n? *
de Lyon [... ]». Jeró nimo no encuentra fin a su elocuencia. Le brotan las
lá grimas y se le secan. «¿ Quié n hubiera pensado que todo esto serí a posi-
ble? ¿ Qué obra de historia lo relatará en una lengua digna? ¡ Que Roma
lucha dentro de sus fronteras no para aumentar su gloria sino por su exis-
tencia! ¡ No, no lucha, sino que compra su vida a cambio de oro y de to-
dos sus bienes! No podemos imputar todas nuestras desgracias a nuestros
emperadores temerosos de Dios. Se lo debemos a la perfidia de un trai-
dor semibá rbaro, que con nuestros medios ha proporcionado armas a
nuestros enemigos. »36

No, segú n Jeró nimo el culpable no era el piadoso gobernante cató lico,


sino Estilicó n, al que la inscripció n de su estatua en el foro romano in-
mortalizaba como partí cipe en todas las guerras y victorias del empera-
dor. (Se arrancó ahora de ella el nombre de Estilicó n. ) Un traidor semi-
bá rbaro habí a llevado con dinero romano a los enemigos contra el Im-
perio. De todos modos, lo mismo creí an los paganos romanos, todos los
adversarios antigermá nicos de Estilicó n, «de la administració n y de la
Iglesia cató lica» (Elbem). Existí a la sospecha permanente de que aspira-
ba a conseguir la corona para su hijo Euquerio, ya fuera el dominio sobre
el Imperio de Oriente o sobre el de Occidente, de donde al parecer querí a
apartarle Honorio. Se afirmaba, ademá s, que Euquerio, presunto cristia-
no, proyectaba una persecució n contra los cristianos. Por supuesto, a Es-
tilicen se le atribuyen ansias de poder, planes para robar el trono, e inclu-
so se extiende el rumor de que habí a hecho acuñ ar monedas para é l y que
su mujer Serena habí a impedido el embarazo de sus hijas, las sucesivas
mujeres del emperador, para apoyar las intenciones usurpadoras de su
marido. Sin embargo, no habí a ninguna duda de su fidelidad al soberano,
que ahora repudiaba a la hija de Estilicó n, Termantia, aun cuando hubie-
ra deseado que Alarico, que se habí a apresurado a acudir a Epira, se hu-
biera dirigido contra la Roma de Oriente, con la que no habí a finalizado
la disputa desde los tiempos de Rufino.

Pero era el cató lico Olimpio, el jefe de la facció n enemiga de Estili-
cen en Italia, quien má s incitaba al emperador en su contra. Y cuando,
el 13 de agosto de 408, Honorio presidí a un desfile militar en Ticinum
(Paví a), Olimpio, un ferviente cató lico «de la má s estricta observancia»
(Clauss) que debí a mucho a Estilicó n, hizo degollar a los amigos de é ste
que habí a en la comitiva imperial: el praefectus praetorio de Galia, Li-
mesio, el magister militum per Gallias, Chariobaudes, el magister equi-
tum,
Vicente, el antiguo praefectus praetorio de Italia, Longiniano, el co-
mes domesticorum,
Salvio, y el magister officiorum, Nemorio, al que su-
cedió Olimpio. El quaestor sacri palatii fue muerto mientras se abrazaba
a las rodillas del emperador. En la ciudad, los soldados asesinaron a to-
dos los funcionarios que caí an en sus manos. 37

Despué s de haber eliminado a sus partidarios y de haber atacado y
matado mientras dormí an a su guardia personal, formada por hunos fie-
les, Estilicó n fue destituido, y el 21 de agosto, al abrigo de la noche, bus-
có asilo en una iglesia de Rá vena. Debido a su emplazamiento, protegida
en una pení nsula entre el Adriá tico y las lagunas, esta ciudad habí a sido
elegida desde el añ o 400 como nueva residencia principal en Occidente,
en lugar de Milá n, situada en una llanura abierta. La traició n y el asesina-
to alevoso prosperaron aquí. En la mañ ana del 22 de agosto de 408, los
soldados sacaron a Estilicó n de la iglesia mediante engañ os. Le juraron y
afirmaron solemnemente en presencia del obispo que el emperador -el
yerno de Estilicó n- no les habí a encargado que fueran a matarle, sino que


 


le escoltaran. Una carta de su cató lica majestad le proporcionó má s segu-
ridad. Sin embargo, apenas habí a abandonado la iglesia, cuando le fue leí -
do un segundo escrito imperial, que le comunicaba su condena a muerte
por alta traició n; al dí a siguiente cayó su cabeza.

Tras la matanza de Ticinum, Olimpio ascendió ese mismo mes de agos-
to a magister officiorum (un tí tulo que los modernos historiadores tradu-
cen como «mayordomo mayor», «mayordomo imperial», «presidente de
toda la corte», «ministro del Interior», «minister of Foreign Ajfairs»,
«ministre de la pó lice gené rale»).
Era un cargo que estaba a la cabeza de
los cuatro principales altos cargos del Imperio desde la segunda mitad
del siglo iv, y que entre otras cosas asignaba tambié n (y sobre todo) a
quien lo ostentara las cuestiones de polí tica religiosa y los «agentes in re-
bus»,
una odiada organizació n que gozaba de mala fama, encargada de
transportar las cartas y ó rdenes imperiales, de realizar servicios de confi-
dentes y espionaje, e incluso a veces de ejecutar «encargos especiales»,
tales como la eliminació n de personalidades de elevada posició n.

Por consiguiente, Olimpio se convirtió en el hombre fuerte. Torturó
hasta la muerte a los amigos de Estilicó n y confiscó todos los bienes de
otros compañ eros suyos. Por iniciativa suya, y con efectos a partir del
14 de noviembre del añ o 408, se excluyó a los enemigos de la Iglesia ca-
tó lica {«catholicae sectae») de las dignidades de la corte y se les prohibió
servir en palacio. Lo que no está claro es si la exclusió n afectaba só lo a
los «herejes» o tambié n a los paganos. Siguieron despué s nuevas medi-
das punitivas contra los donatistas, el 24 de noviembre de 408 y el 15 de
enero de 409. Otras leyes adicionales amenazaban a los cató licos que
apostaran de su fe y reforzaban el poder de los obispos. El partido anti-
germá nico logró la supremací a con Olimpio. Por todo el Imperio de Oc-
cidente se persiguió a los seguidores de Estilicen y a todos los germanos.
Aunque el ú nico hijo que habí a tenido con Serena (desposado en el añ o 400
con la hermana del emperador, Gala Placidia) pudo huir, fue encontrado
en una iglesia al norte de Roma y los eunucos del emperador le mataron.
Sin embargo, como escribe Ferdinand Gregorovius, mientras exponí an a
la curiosidad de los romanos su cabeza ensangrentada, «no sospecha-
ban su propio destino». (Orosio, el discí pulo de Agustí n, imputa al hijo
de Estilicen planes para una restauració n pagana. ) Igualmente, por orden
del Senado, la viuda de Estilicó n, Serena, sobrina del emperador Teodo-
sio, fue muerta en Roma. Mataron asimismo al marido de la hermana de
Estilicó n, el comes africae Batanarius, y su cargo pasó a manos de Hera-
cliano, que fue a su vez asesinado má s tarde. Al mismo tiempo, por todas
las ciudades del paí s, tropas italianas asesinaban a numerosas mujeres e
hijos de mercenarios germanos. Y, finalmente, el Estado confiscó los bie-
nes de todos aquellos que debí an su puesto a Estilicó n. 38

Aunque la responsabilidad familiar no era algo ló gico entre los sobe-


ranos cristianos, a los que tanto gustaban de llamar «benignos», con mu-
cha frecuencia los hijos de los condenados compartieron el destino de sus
padres. En virtud de ello cayeron multitud de familiares, especialmente
en el caso del tan odiado Estilicó n. Y no era tampoco raro que se tomara
cruel venganza contra los partidarios del adversario eliminado.

Mientras un orador, despué s de la batalla del puente Milvio, celebra-
ba la «bondadosa victoria» de Constantino y su «benignidad», se estaba
exterminando a toda la casa del emperador Majencio y pasando a cuchi-
llo a sus principales seguidores. Algo similar sucedió despué s de la vic-
toria sobre Licinio, que por su parte, y con el jú bilo de los padres de la
Iglesia, habí a ordenado el exterminio de las familias imperiales. Durante
la matanza de parientes despué s de la muerte de Constantino, el cristianí -
simo Constancio II, «obispo de los obispos», mandó asesinar a la mayorí a
de los miembros masculinos de la casa imperial, a sus dos tí os, seis pri-
mos y numerosas personas incó modas de palacio. Asimismo, tras el sui-
cidio de Magnencio, el primer contraemperador germano, acaecido en el
añ o 353 en Lyon, rodaron numerosas cabezas de entre los enemigos de
Constancio. Igualmente, dos añ os má s tarde, con ocasió n de la elimina-
ció n del franco Silvano, aqué l hizo dar muerte a los soldados sobornados,
así como a los funcionarios. Al liquidar al usurpador Procopio, decapita-
do despué s de que ie entregaran sus propios oficiales, y a Marcelo, que
fue atrozmente despedazado, en el añ o 366, tambié n se ejecutó a sus pa-
rientes. Apenas un decenio má s tarde, los partidarios del contraempera-
dor Firmio fueron masacrados en Á frica con una crueldad inhabitual por
orden del general Teodosio, padre del que má s tarde serí a emperador.
Cuando al propio general, ví ctima de una intriga palaciega, se le decapitó
en Cartago en el añ o 376, varios de sus amigos compartieron con é l ese
destino. Y tambié n con el fracaso del prí ncipe berebere Gildo -hermano
de Firmio-, que fue estrangulado a finales de julio de 398, parte de sus
funcionarios acabaron en manos del verdugo o se suicidaron; el obispo
donatista Opiato de Tamugadi, aliado suyo, murió en prisió n. 39

Por lo general se respetó a las mujeres de los derribados. No obstante,
hubo tambié n algunas excepciones. Así, por ejemplo, la esposa del ma-
gister peditum
Barbatio, tras descubrirse la conspiració n de é ste, fue eje-
cutada junto con el general en Sirmio (cerca de Belgrado), en 359. Por
regla general, las mujeres y los familiares afectados quedaban sumidos
en la pobreza. Una ley de Arcadio, promulgada en el añ o 397, perdonaba
a los hijos de los reos de alta traició n, pero confiscaba su herencia y les
excluí a del servicio al Estado; las hijas recibí an una cuarta parte de la he-
rencia de la madre. 40

De todos modos, una cosa era el papel y otra la realidad. Así, con la
caí da de Estilicó n, no só lo fueron ejecutados su hijo y su cuñ ado, sino
tambié n su mujer.


Detrá s del dé bil Honorio estaba la nacionalromana y cató lica camari-
lla de la corte, estaban los cristianos de credo má s estricto, en especial,
como cabecilla de la conjura, el asiá tico y magister officiorum Olimpio, de
cuyas oraciones se prometí a mucho el emperador Honorio. Olimpio, pri-
mero protegido de Estilicó n y má s tarde su enemigo, alcanzó a travé s
suyo un importante cargo en la corte del emperador, pero acabó siendo
quien con mayor ahí nco instigó contra é l, e incluso despué s de su muerte
acosó de manera brutal a sus seguidores. San Agustí n apreciaba tanto a
este piadoso advenedizo que le felicitó por partida doble, la primera vez
ante los simples rumores y la segunda cuando los hechos se conocieron
oficialmente. Tal como escribe Agustí n, el ascenso se ha producido «por
sus servicios». De inmediato exhorta a Olimpio a que haga realidad la
ejecució n de las leyes antipaganas. ¡ Era el momento de mostrar a los
enemigos de la Iglesia lo que significan las leyes! La postura de Agustí n
demuestra como los cristianos esperan precisamente ahora de Olimpio la
definitiva puesta en prá ctica de las medidas contra los paganos y los «he-
rejes» que Estilicó n, siguiendo las presiones cristianas, habí a introducido
mediante los decretos del 22 de febrero y del 15 de noviembre de 407,
«una especie de arreglo definitivo con los adversarios de la fe cató lica y
en el nivel polí tico con los del Estado cristiano» (Heinzberger). Por el
lado de los cató licos se creí a que una victoria sobre los «bá rbaros» reque-
rí a como condició n previa la aniquilació n del paganismo. 41

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