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<a lista de obispos romanos falsificada




La má s antigua lista de los obispos romanos la facilitó el padre de la
^lesia Ireneo, obispo de Lyon, en su obra Adversas haereses, aproxima-
amente entre los añ os 180 y 185. No se conserva el texto original griego
no una copia latina completa de los siglos ni o iv, si no el v. La literatu-

 


ra al respecto apenas es apreciable, el texto está «echado a perder» de
manera manifiesta. Lo que sigue siendo un misterio es el origen de la re-
lació n. Ireneo señ ala poco má s que el nombre y basta. ¡ Y en ningú n sitio
se habla de una primací a de Pedro! En las postrimerí as del siglo u a Pe-
dro no se le contaba todaví a en Roma entre los obispos. ¡ Y en el siglo rv
se afirma que lo fue durante veinticinco añ os! El obispo Eusebio, un his-
toriador de poca confianza, culpable incluso de falsificació n de docu-
mentos, transmitió en su tiempo la sucesió n de obispos romanos. Eusebio
«perfeccionó » tambié n la lista de obispos alejandrinos, muy parecida a
la de los romanos. Igualmente la antioqueñ a, asociando una olimpiada
con cada uno de los obispos Comelio, Eros y Teó filo. En la lista de obis-
pos de Jerusalé n trabajó tambié n con có mputos artificiales, no poseyendo
«prá cticamente ninguna noticia escrita» de los añ os en que estuvieron en
el cargo; má s tarde, el obispo Epifanio hizo una datació n exacta compa-
rá ndola con la de los emperadores. Alrededor del añ o 354, el Catalogus
Liberianus,
una relació n de papas que va de Pedro hasta Liberio (352-
366), indicando las fechas en dí as y meses, fue continuado y «completa-
do», como indica el cató lico Gelmi, que acto seguido añ ade: «todos estos
datos no tienen ningú n valor histó rico». Coinciden en ello actualmente
tambié n los cató licos, aunque señ alando siempre: tanto má s valiosa es la
propia serie de nombres, ¡ antiquí sima y auté ntica!

El Lí ber Pontifí calis, el libro oficial de los papas, la lista má s antigua
de los obispos romanos, contiene «una gran abundancia de material falsi-
ficado o legendario», que «completa mediante nuevos hallazgos» (Caspar);

en resumidas cuentas, lleva tantos fraudes que hasta llegar al siglo vi no^
tiene apenas valor histó rico, no nombrando a Pedro, sino a un tal Lino,
como primer obispo de la ciudad. A partir de entonces Lino queda en se-
gundo lugar y Pedro en el primero. Al final se construye un «cargo de Pe-
dro», que «en las condiciones antiguas», naturalmente, «só lo se producí a
de manera ocasional» (Karrer), y se convierte en «papado». «Igual que
una semilla» -escribe el jesuí ta Hans Grotz de manera poé tica-, «cayo
Pedro en la tierra romana. » Y despué s cayeron tambié n muchos otros,
como sigue ocurriendo en la actualidad. Poco a poco pudieron contarse
todos los «sucesores» de Pedro, tal como se ha dicho, con el añ o en que
accedieron al papado y la fecha de su muerte, al parecer en una sucesió n
ininterrumpida. Sin embargo, a lo largo del tiempo la lista de los obis-
pos romanos fue modificada, perfeccionada, completada, de tal manera
que, en una tabla recopilada por cinco cronistas bizantinos, con la suma
de los añ os que se mantuvieron en el cargo los primeros 28 obispos de
Roma, só lo en cuatro lugares concuerdan las cifras en todas las colum*
ñ as. En efecto, el redactor final del texto, quizá s el papa Gregorio I, pare-
ce haber ampliado la lista de nombres hasta incluir doce santos, en para-
lelismo con los doce apó stoles. En cualquier caso, la lista de obispos ro-


nanos de los dos primeros siglos es tan insegura como la de los alejan-
irinos o los antioqueñ os, y «para los primeros decenios, pura arbitrarie-
iad» (Heussi). 44

¡ Hay que añ adir a esto que al principio del libro oficial de los papas
iparece una correspondencia falsificada entre san Jeró nimo y el papa Dá -
naso I! (No es la ú nica correspondencia falsa entre ambos: Pseudoisido-
" o tiene otra. )45

Bien es verdad que el jesuí ta Grisar pone de relieve «la circunstancia
ie que la relació n de los antiguos obispos romanos, comenzando por san
Pedro, en lo referente a la certeza del orden sucesorio y de los nombres
»e diferencia muy ventajosamente de muchos (! ) otros catá logos de obis-
pos. Mientras que aquí la poesí a y la falsificació n no se han entrometido,
[as relaciones de los antiguos superiores de otras Iglesias fueron un campo
favorito en el que se ensayaban los trabajos de los descubridores». Pero
la realidad es que con el catá logo de obispos romanos, sin duda especial-
mente importante para los cató licos, sucede lo mismo que con todas las
restantes listas de obispos. 46

Tales series de nombres y tablas tradicionales, en parte construidas,
rellenando artificialmente los huecos, las hubo desde luego mucho antes
ie que apareciera el cristianismo y sus listas de obispos, falsificadas ya
iesde el comienzo: el registro de los magistrados de las ciudades-estado
griegas, la relació n de los reyes espartanos de Agiadas y Euripó ntidos,
los diadocos en las escuelas griegas de filosofí a, la rú brica de los olim-
pió nicos. Pero, sobre todo, es comparable a las genealogí as del Antiguo
Testamento, que mediante una sucesió n de nombres sin huecos vací os
garantizaban la participació n en las promesas divinas, especialmente la
lista de los sumos sacerdotes despué s del exilio, como lista de gobernan-
tes de Israel. Y es de suponer que en estos principios de la tradició n judí a
tengan tambié n su base los esfuerzos del Islam por garantizar la teorí a,
transmitida oralmente, mediante una cadena sucesoria, una serie de testi-
gos {isnad), que se remonta hasta el Profeta. 47

En cualquier caso, los fundamentos histó ricos -¡ no los que se han ela-
borado teoló gicamente! - sobre el origen del papado son de una naturale-
za por completo distinta de lo que las jerarquí as eclesiá sticas quisieran
sreer. No son el resultado de la pretendida fundació n apostó lica de la
sede episcopal romana, sino, sobre todo, de la elevada importancia cul-
tural y polí tico-ideoló gica
de la ciudad millonaria, de su especial locali-
zació n como centro del Imperio romano, de la «reina Roma», en definiti-
va, puesto que los poetas paganos la loaban como «caput orbis», «cabeza
del mundo», un factor decisivo que los jerarcas romanos pasan curiosa-
mente por alto.

A este respecto, no só lo en Roma, sino en todas partes, el rango ecle-
siá stico de una ciudad correspondí a má s o menos a su antigua importan-

 


cia polí tica. Tal es el caso, por ejemplo, de Milá n o, en la vecina Panonia,
de Sirmium, igualmente residencia temporal del emperador y sede de un
praefectus praetorio. Y cuando en las postrimerí as del siglo iv la prefec-
tura gala se situó en Arles, el obispo de esa ciudad exigió inmediatamen-
te la dignidad de metropolita. 48

Sin embargo, Bizancio logró ocupar con gran rapidez un lugar de
primera lí nea. Entre los añ os 326 y 330, a partir de la pequeñ a Byzan-
tion, aunque por su situació n muy favorecida militar y econó micamen-
te, surgió bajo Constantino I la «ciudad de Constantino», la «Segunda» o
«Nueva Roma», «Nea Rhome». Entró así en competencia con la vieja ca-
pital del Tí ber, pues, tomá ndola como ejemplo, fue magní ficamente
construida sobre siete colinas y ya en los siglos iv y v la superó en ampli-
tud y prestigio internacional, de modo que, aunque un milenio má s tarde,
el erudito bizantino Manuel Chrysoloras elogia: «La madre es hermosa y
elegante, pero en muchas cosas la hija es todaví a má s hermosa». Cons-
tantinopla desempeñ ó un papel polí tico, militar y econó mico preponde-
rante en todo el Imperio. De manera paulatina, su patriarca fue equipara-
do a los de Alejandrí a y Antioquí a, para acabar siendo el «obispo del Im-
perio» y competir con el obispo romano, invocando que el cristianismo
habí a surgido en Oriente, que «Cristo habí a nacido en Oriente», tal como
señ alaron frente a Occidente los padres sinodales del concilio imperial
del añ o 381. Y despué s de la invasió n de los á rabes en el siglo vil, quedó
só lo Constantinopla como patriarcado importante de Oriente. 49

Otra razó n fundamental para la aparició n del papado fue la posició n
determinante que logró el obispo romano, el ú nico patriarca de todo Oc-
cidente (mientras que en Oriente rivalizaban entre sí tres o cuatro), en
Italia y en la Iglesia latina despué s del hundimiento del Imperio romano,
y que reforzaba su pronto enorme riqueza. En cuanto se constituyó el pri-
mado, el poder fá ctico fue reforzá ndose cada vez má s teoló gicamente,
mediante la pretendida demostració n de apostolicidad, el triple recurso a
Pedro, la petrinologí a. 50

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