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No hay pruebas de la estancia y la muerte de Pedro en Roma




Como tampoco fue nunca obispo de Roma; se trata de una idea absur-
da, pero que constituye la base de toda una doctrina que los papas y sus
teó logos ponen literalmente por las nubes. No hay pruebas definitivas ni
siquiera de que estuviera alguna vez en Roma.


La comunidad cristiana de Roma no la fundaron ni Pedro ni Pablo,
los «bienaventurados apó stoles fundadores» (en el siglo vi el arzobispo
Doroteo de Tesaló nica les atribuyó un doble obispado), sino unos desco-
nocidos judeocristianos. Ya entonces, entre é stos y los judí os se producí an
disturbios tan graves que el emperador Claudio, a mediados del siglo i,
ordenó la expulsió n de judí os y cristianos, entre los que entonces no se
hací an diferencias: «Judaeos impulsare Chresto assidue tumultuantes Roma
expulit»
(Sueton). El matrimonio Aquila y Priscila, que habí an sido expul-
sados, encontraron a Pedro en su segundo viaje misionero en Corinto. Se-
gú n Tá cito, los cristianos romanos eran criminales procedentes de Judea. 14

La estancia de Pedro en Roma no ha sido nunca demostrada, aunque
hoy, en la é poca del ecumenismo, de la aproximació n de las Iglesias cris-
tianas, incluso muchos eruditos protestantes lo suponen. Pero las suposi-
ciones no son ninguna demostració n. Aun cuando segú n leyendas llenas
de fantasí a Pedro sufriera el martirio en Roma, crucificado, como su Se-
ñ or y Salvador, si bien, por un deseo de humildad, con la cabeza hacia
abajo... Incluso aunque un cierto Gaius -¡ casi siglo y medio despué s! - ya
conociera el lugar, a saber, en el Vaticano, es decir, en los jardines de Ne-
ró n, de lo que informa por primera vez en el siglo iv el obispo Eusebio.
De hecho, quien, como Daniel 0'Connor, quiere demostrar con grandes
esfuerzos una visita de Pedro a Roma, afirmá ndolo incluso de manera de-
finitiva en el tí tulo: Peter in Rome: the Literary, Liturgical and Archaeo-
logical Evidence,
llega a la pobre conclusió n de que esta estancia es
«more plausible than not». 15

En realidad, no existe ni una ú nica prueba só lida al respecto. Ni si-
quiera Pablo -que serí a quien habrí a fundado con Pedro la comunidad
romana, y que escribe desde Roma sus ú ltimas epí stolas, aunque no cita
nunca en ellas a su adversario, Pedro- sabe nada del asunto. Tampoco fi-
gura dato alguno en la historia de los apó stoles, los Evangelios sinó pti-
cos. Igualmente, la importante primera epí stola de Clemente, de finales
del siglo i, no sabe nada de la historia del «Tú eres Pedro» ni de otro
nombramiento suyo por parte de Jesú s, como tampoco de ningú n papel
decisivo de este apó stol. Se limita a informar con palabras poco precisas
de su martirio. En resumidas cuentas, en todo el siglo i reina el silencio a
este respecto, lo mismo que hasta bien entrado el siglo n. 16

El testigo seguro má s antiguo de la estancia de Pedro en Roma, Dio-
nisio de Corinto, resulta sospechoso. En primer lugar, porque sus testi-
monios proceden del añ o 170, aproximadamente. En segundo lugar, porque
este obispo se encuentra muy lejos de Roma. Y en tercer lugar, porque afir-
ma que Pedro y Pablo no só lo fundan conjuntamente la Iglesia de Roma
sino tambié n la de Corinto, aspecto este ú ltimo que contradice el propio
testimonio de Pablo. ¿ Merece má s confianza acerca de la tradició n roma-
na un garante de este tipo? 17

 


Pero quien duda esto, o incluso lo desmiente, «ú nicamente levanta un
monumento infame a su ignorancia y su fanatismo» (Gró ner, cató lico).
¿ Y no sucede precisamente al revé s? ¿ No es má s frecuente el fanatismo
entre los fieles que entre los escé pticos? ¿ Y por lo general tambié n la ig-
norancia? ¿ No viven de ello precisamente las religiones, el catolicismo y
el papado? ¿ No se desbordan sus dogmas en lo irracional y supranatural,
en los absurdos ló gicos? ¿ No temen má s que a nada a la explicació n real, a
la crí tica auté ntica? ¿ No han instaurado una censura estricta, el í ndice, la
autorizació n eclesiá stica para poder imprimir, el juramento antimoder-

nista y la hoguera? 18

Los cató licos necesitan la visita de Pedro, necesitan la correspondiente
actividad de este hombre en Roma, que encabece como «apó stol funda-
dor» la lista de los obispos romanos, la cadena de sus «sucesores». En esta
teorí a se basa en buena medida la tradició n «apostó lica» y la primací a del
papa. Afirman por tanto, especialmente en los escritos populares, que la
presencia de Pedro en Roma «ha sido demostrada por la investigació n his-
tó rica por encima de toda duda» (F. J. Koch); «es un resultado de la inves-
tigació n confirmado de modo general» (Kó sters, jesuí ta); es «totalmente
incontestable» (Franzen); lo atestigua «todo el mundo cristiano antiguo»
(Schuck); no hay «ninguna» noticia de la Antigü edad «tan segura como
é sta» (Kuhn), lo que no hace empero má s cierta la imagen de que Pedro
ha «montado su silla episcopal, su sede, en Roma» (Specht/Bauer). 19

En 1982, para el cató lico Pesch «ya no hay duda» de que Pedro murió
martirizado en Roma bajo Neró n. (Sin embargo, el obispo má rtir Ignacio
no dice en el siglo u nada al respecto. ) Incluso para toda la «investiga-
ció n» actual, Pesch (a quien tanto gustan las muletillas: «como bien veo»)
lo considera incuestionable. Pero ni é l ni ningú n otro aportan demostra-
ció n
alguna. Para é l só lo es «una idea atractiva suponer que Pedro partió

hacia Roma [... ]». 20

Es tambié n una idea atractiva para muchos cató licos el poseer la tum-
ba de san Pedro. ¿ Qué tal vamos de pruebas al respecto?

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