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Jesús se sirve de todo tipo de prácticas




Jesú s se sirve de todo tipo de prá cticas

Los evangelistas relatan que Jesú s realiza 38 milagros, de los que cu-
riosamente 19, la mitad, los describe un ú nico autor: dos Marcos, dos
Mateo, ocho Lucas y srete Juan. Pero estos milagros, «como hechos his-
tó ricos
garantizados por los cuatro Evangelios» (Zwettier), demuestran a
los cató licos la dignidad divina de Jesú s. Y puesto que se deben a Dios
no son magia ni engañ o, como todos los demá s, sino que son auté nticos,
mientras que los otros son falsos. 16

Para poner de relieve la originalidad de Jesú s, la teologí a cató lica le
ha resaltado desde siempre por encima de los restantes sabios, adivinos,
mistagogos, taumaturgos, que pululaban por todo el Imperio romano, que
predicaban y hací an milagros como é l, se le destacaba de todos los auto-
res de milagros, de los arcaicos como Orfeo, Abaris, Aristeo de Prokone-
so, Hermotimo, Epimé nides o Eukio, o de los posteriores tales como
Pitá goras, Empé docles, Apolonio de Tiana, Plotino, Yá mblico de Calé is,
Sosipatra, Proclo, Asclepiodoto de Alejandrí a, Herisco, etc. Así, en el
famoso «catecismo holandé s» se lee: «Só lo es necesario comparar la
actitud de Jesú s con los muchos magos, milagreros y seguidores de las
ciencias ocultas para quedar impresionados por la sencillez, pureza y re-
verente dignidad de su actitud». 17

Pero ¿ no se comporta Jesú s a veces tambié n como otros curanderos
antiguos? ¿ No se sirve de prá cticas comunes? ¿ No utiliza la palabra má -
gica Hephata (¡ á brete! )? ¿ No toca la lengua y los oí dos de un sordomudo
con sus dedos y los humedece con saliva? ¿ No forma una masa de saliva
y tierra y se la coloca a un ciego? ¿ No escupe en los ojos? Pero esto, nos
enseñ a el teó logo Gnilka, no provoca la curació n. Só lo indica «que el mi-
lagro se debe al poder de Jesú s». ¿ No se sabí a entonces esto, realizaba
Jesú s milagros sin tales mé todos? ¿ Por qué los realizaba entonces? ¿ Y no


señ alarí a lo aná logo de otros autores de milagros que tambié n el milagro

se debí a a su poder? 18

En abierta contradicció n con numerosos pasajes bí blicos, muchos Pa-
dres de la Iglesia, Justino, Ireneo, Amobio, Eusebio, recalcan que Jesú s,
só lo mediante una simple orden, só lo mediante su palabra hizo milagros.
Tambié n en las falsificaciones se insiste a ese respecto, como en la carta
que presuntamente escribió el prí ncipe Abgar Ukkama de Edesa «al buen
Salvador que ha aparecido en Jerusalé n». De igual manera cura el apó stol
Tadeo, segú n otra falsificació n, aparecida en Edesa, «sin medicinas ni
hierbas». En efecto, el historiador de la Iglesia Eusebio hace gala de que
curaba «todas las enfermedades». 19

Los milagros crecen con la transmisió n, se les acrecienta y multiplica.

El arsenal de milagros evangé licos: Nada es original

Es posible seguir perfectamente la fabricació n de milagros en el Nue-
vo Testamento. Pues es obvio que los evangelistas má s recientes mejoran
en muchos aspectos y de modo casi sistemá tico al má s antiguo, Marcos,
realzando la imagen de Jesú s a la par que van tambié n encumbrando a
los apó stoles y liberá ndolos gradualmente de sus debilidades -«Todos los
defectos que aú n presentan en Marcos, se eliminan»: Wagenmann, teó lo-
go-, las ediciones aumentadas y corregidas de Marcos, Mateo y Lucas
amplifican la transmisió n de los milagros, relatando en lugar de una cu-
ració n dos. O en lugar de la curació n de «muchos», hablan de «todos».
O de la «multiplicació n de los panes» hacen una cantidad doble. O dra-
matizan la resurrecció n de los muertos, introduciendo hechos totalmente
nuevos con respecto a Marcos. Lo mismo que Juan, el cuarto evangelista,
añ ade otros cuatro grandes milagros que no citan ninguno de sus antece-
sores: primero la conversió n del vino en Cana, donde su Cristo produce
seiscientos o setecientos litros, y al final, coroná ndolo todo, la resurrec-
ció n de Lá zaro, que ya está descomponié ndose, «ya huele». 20

En tiempos de Jesú s los milagros eran corrientes, casi cotidianos. Se-
gú n el teó logo Trede, se viví a «pensando y creyendo en un mundo mila-
groso, como el pez en el agua». Sin ninguna duda todos los milagros se
hacen y se consideran posibles. Tampoco se dudaba de los milagros del
adversario, pero se atribuí an al diablo. Proliferaron asimismo infinidad
de augurios. Incluso buena parte de las clases superiores carecí an de todo
sentido crí tico, lo mismo que las masas. Esto parece ser igual en todas las
é pocas. Lo que Thomas Mü nzer escribió durante la Reforma: «El pueblo
cree ahora con la misma facilidad con que el cerdo se orina en el agua»»
fue vá lido cuando surgieron los milagros evangé licos, y sigue siendo hoy
casi tan vá lido en lo que respecta a la masa creyente. 21


El «catecismo holandé s» vuelve a afirmar que los milagros de Jesú s
tienen «un cará cter tan propio y original que hay que decir que só lo es
posible una explicació n: realmente ha hecho milagros». Pero esto no
es original, aunque no todo han de ser embustes. Algunos milagros del
Nuevo Testamento -que por lo general, aunque no estereotipado, sigue
el esquema clá sico del relato: exposició n, preparació n, plazo, té cnica,
comprobació n, etc. - se pueden explicar como curaciones de enfermeda-
des psicogé nicas, como curaciones de naturalezas neurasté nicas, histé ri-
cas o esquizofré nicas, esto es evidente. 22

Pero por lo demá s estos milagros son, sin excepció n, plagios. La in-
vestigació n de la historia de la religió n ha demostrado hace mucho tiempo
que todos los milagros que se atribuyen a Jesú s en los Evangelios proce-
den de la é poca precristiana. Curaciones maravillosas de sordos, ciegos,;

invá lidos, expulsió n de los demonios, caminar sobre el agua, apacigua-
miento de tormentas, multiplicació n milagrosa de los alimentos, trans-
formació n del agua en vino, resurrecció n de muertos, descenso a los
infiernos y ascensió n a los cielos, todo esto y má s era bien conocido. To-
dos han sido milagros está ndar de las religiones no cristianas y en los
Evangelios se transfirieron a Jesú s, adorná ndolos con motivos de la é po-
ca. Los paralelismos má s llamativos -todos fabricados evidentemente si-
guiendo la receta de Ovidio: «Relato el milagro, el milagro sucedió »- se
dan con Buda, Pitá goras, Heracles, Asclepios, Dionisos por citar só lo
unos pocos. Auque hay tambié n material del Antiguo Testamento que in-
fluyó sobre la producció n evangé lica de milagros. 23

Un paralelismo particularmente notable al caminar de Jesú s sobre el
lago lo tenemos en Buda. Tambié n el apaciguamiento de las tormentas se
cuenta entre los milagros tí picos. Se les conocí a de la religió n de Ascle-
pio. Igualmente corrientes eran las historias de las multiplicaciones mila-
grosas de los alimentos, tanto en el paganismo como en el judaismo; la le-
yenda evangé lica es curiosamente similar a un antiguo relato de una multi-
plicació n milagrosa de los panes en la India. Incluso la resurrecció n de los
muertos no era infrecuente, hasta existí an formas especiales para ello, y en
Babilonia habí a muchos dioses que se llamaban «revividor de muertos».
Asclepios, del que Jesú s adoptó tambié n los tí tulos de «mé dico», «señ or» y
«salvador», revivió a seis muertos, siendo los detalles los mismos que con
los muertos que resucitaron con Jesú s. Los viajes al infierno y al cielo eran
tambié n muy conocidos, lo mismo que las divinidades que morí an, para re-
sucitar tres dí as despué s. Las variaciones de los Evangelios entre el tercero
y el cuarto dí as (¡ despué s de tres dí as! ) tienen su origen en que la resurrec-
ció n de Osiris tiene lugar el tercer dí a y la de Attis el cuarto despué s de
su muerte. «Este milagro -dice Orí genes de la resurrecció n de Jesú s- no
aporta nada nuevo a los paganos y no les puede resultar chocante. »24

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por el Padre, anunciados por á ngeles, nacidos en un pesebre de una vir-
gen y perseguidos cuando estaban en la cuna. Se llaman Resucitador, Se-
ñ ores de los Señ ores, Rey de Reyes, Salvador, Redentor, Bienhechor,
Hijo de Dios, el buen Pastor. Descuellan a los doce añ os, comienzan a
enseñ ar a los treinta, el demonio les tienta, tienen un discí pulo preferido,
un traidor, sanan a los enfermos, hacen ver a los ciegos, oí r a los sordos,
ponerse rectos a los tullidos, no só lo curan el cuerpo sino tambié n el
alma. Varios siglos antes hacen un milagro del vino, como el de Cana.
Anuncian: «Quien tiene oí dos para escuchar, cree». Pero su apostolado
no es una exhibició n. Se les martiriza, se les flagela, mueren, algunos en
la cruz, tambié n con un criminal, mientras que el otro criminal se libra,
una mujer enjuga la sangre del corazó n del dios, que mana de la herida
causada por una lanza. Al morir dicen: «Está consumado», «Toma mi es-
pí ritu, te ruego, hacia las estrellas [... 1. Mira, mi padre me llama y abre el
cielo»; su muerte tiene muchas veces incluso el cará cter de expiació n.
Vencen, salvan a las pobres almas del infierno, viajan al cielo, por señ a-
lar só lo algunas de las cosas que la Biblia repite, estando lleno de contra-
dicciones el mayor de los milagros, aunque no só lo é l, la resurrecció n. 25

Desde el punto de vista de la historia de las religiones, ¿ qué hay de
original en la «vida de Jesú s»? Nada. Es mucho si queda la historicidad.
Y si no, no por eso se hunde el mundo. Los milagros pertenecen, en cual-
quier caso, a la imagen de Cristo. Sin ellos, el Señ or serí a «una sombra
sin sangre». Negar y rechazar sus milagros, recalca el cató lico I. Klug,
«significa negar y rechazar al mismo Jesucristo». «¡ Cristo un embuste-
ro! ¡ Un embustero! », exclama retó ricamente. «É l, el Puro, el Santo, al
que incluso sus enemigos mortales no se atreven a culpar de ningú n pe-
cado..., ¡ un embustero! ¡ Un impostor, que pudo caminar con la majestad
de un rey! » Bien, en realidad esto no quiere decir mucho si tenemos en
cuenta cuá ntas falsas majestades tuvieron porte de reyes: ¡ Y cuá ntas au-
té nticas no! ¿ Y quié n imputa entonces a Jesú s el engañ o? Incluso para
Alfred Rosenberg, tan injuriado por la Iglesia, Jesú s fue «la gran perso-
nalidad». Pero los autores de los Evangelios, de los restantes tratados
protocristianos y del Nuevo Testamento, ¡ eso es harina de otro costal! 26

La Iglesia considera que la demostració n de la divinidad de Jesú s no
só lo la proporcionan los milagros, sino tambié n el hipoté tico cumpli-
miento de las profecí as del Antiguo Testamento. Pero ¿ có mo andan las
cosas al respecto?

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