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Milagros en los «apócrifos», o un atún ahumado que vuelve a la vida




Lo mismo que en los tiempos antiguos los «apó crifos» acompañ an
como un desarrollo paralelo a los gé neros narrativos del Nuevo Testa-


mentó, completá ndolos, otro tanto sucede con los milagros que allí se re-
latan. 36

Continuando con las historias canó nicas aparecen listas completas
de milagros, sin que falte la aseveració n de que Jesú s ha hecho muchos
má s milagros. La tendencia va en aumento, hacia lo superlativo. Tam-
bié n continú a la tendencia desde el «curó a muchos» del evangelista má s
antiguo, Marcos, hasta el «curó a todos» de Mateo, má s reciente. Y si en
la historia de los apó stoles Jesú s «ha hecho el bien y ha curado a todos a
los que habí a vencido el diablo», el Pseudo-Clemente dice que Jesú s cura
«todas las enfermedades». Pero el má ximo insuperable lo ofrecen las ac-
tas de Juan: «Sus grandiosos y maravillosos hechos deben quedar de mo-
mento silenciados, ya que son inexpresables y quizá no se puedan contar
ni escuchar nunca». 37

Muchos de los primeros milagros eran demasiado simples para los
hombres de tiempos posteriores. Por tanto los adornaron, ampliaron y en-
riquecieron.

Así, en el bautismo de Jesú s, donde originalmente, de todos modos,
los cielos se abrieron, apareció una paloma del Espí ritu Santo y resonó la
voz de Dios, ahora tiene lugar tambié n un fenó meno luminoso, el Jordá n
se retira, lanza hacia lo alto sus aguas y hasta las estrellas claman al Se-
ñ or y asisten los á ngeles. Un escrito protocristiano relata: «Y sobre el
Jordá n se depositaron (extendieron) nubes blancas y aparecieron muchos
ejé rcitos de espí ritus, que cantaban glorias en el aire, y el Jordá n detuvo
su curso, pará ndose sus aguas y desde allí se extendió un aroma de olores
agradables». 38

Y lo mismo que el bautismo de Jesú s es maravilloso, naturalmente
tambié n lo es el final.

En el Evangelio de Bartolomé, é ste ve durante la crucifixió n a los á n-
geles alzarse del cielo y adorar al Señ or. No es suficiente, y el discí pulo
puede oí r hasta en los infiernos. «Cuando sobrevinieron las tinieblas
miré y vi que habí as desaparecido de la cruz; só lo escuche tu voz en el
infierno, y có mo allí de pronto se elevó un violento lamento y rechinar de
dientes [... ]. » Siempre la mú sica má s hermosa para los oí dos cristianos. 39

La fantasí a creyente se despliega sobre todo en los extraordinaria-
mente numerosos Evangelios de la infancia. La é poca del nacimiento, de
la adolescencia y de la juventud de Jesú s no la estudian Marcos y Juan y
apenas un poco Mateo y Lucas, aunque de manera muy milagrosa y con
paralelismos sobre todo en las literaturas india, egipcia y persa. Pero esta
incorporació n de leyendas ajenas aumenta enormemente en las historias
de la juventud má s tardí as. Todo lo que antes se sabí a acerca de niñ os
dioses y niñ os prodigio, se transferí a ahora a Jesú s. Esta exuberante crea-
ció n de leyendas continuó incluso durante toda la Edad Media. En efecto,
todos estos escritos condenados oficialmente por la Iglesia ejercieron, a


travé s de Prudencio, la monja Rosvita y muchos otros hasta elRenaci-
miento, una influencia sobre la literatura y el arte superior a la de la Bi-
blia. Incluso los papas sacaron de ellos diversos motivos, como Leó n III,
que en el siglo ix hizo representar en la iglesia de San Pablo de Roma
toda la historia de Joaquí n y Ana. Aunque en el siglo xvi, bajo Pí o V, se
eliminó del breviario romano el oficio de san Joaquí n, el padre de santa
Marí a, conocido só lo mediante un «apó crifo», y se anuló el texto de su
representació n en el templo, ambas cosas se restauraron despué s. Cuando
la Iglesia ha criticado y rechazado los «apó crifos legendarios» no lo ha
hecho debido a sus historias de milagros, por muy increí bles que nos pa-
rezcan, sino debido a consideraciones morales o dogmá ticas, debido a
ciertas tendencias ascé ticas o docé ticas. La fe concreta en los milagros
«la preservaron y cultivaron incluso los hombres de la Iglesia má s pre-
claros» (Lucio). 40

El Evangelio de Tomá s relata una serie de curiosos hechos de Jesú s,
desde los cinco a los doce añ os. El divino niñ o hace milagros mediante
sus pañ ales, el agua con la que se lava, su sudor. Con una ú nica palabra
hace que un arroyo sucio se limpie, crea aves de barro y luego hace que
vuelen, un compañ ero de juegos malo se marchita como un á rbol y otro
muere porque topó con su espalda. Sin embargo, el joven maestro tam-
bié n se muestra bondadoso con los hombres y hace resucitar a varios
muertos. 41

Lo mismo que el Señ or, tambié n sus apó stoles, discí pulos y muchos
otros cristianos brillan en los «apó crifos».

Tambié n esto lo suscitó el Nuevo Testamento. Pablo hací a «prodigios
y milagros». Y en el Evangelio de Marcos se dice: «Marcharon y predi-
caron que habí a que hacer penitencia. Expulsaron tambié n muchos espí -
ritus, ungieron con aceite a muchos enfermos y les curaron». Los Hechos
de los Apó stoles relatan asimismo: «muchos prodigios y milagros en el
pueblo a travé s de la manos de los apó stoles». Narra incluso milagros de
los discí pulos por medio de sus delantales, sus sudarios o sus sombras. 42

Los apologistas recalcan siempre la ausencia de exageraciones en los
milagros del Nuevo Testamento. Pero todos los milagros, exceptuando
las curaciones milagrosas que no son milagros, se basan en la exage-
ració n, ya sea «apó crifa» o con bendició n «canó nica». ¿ Y si los mila-
gros hechos con la sombra no son exageraciones sino creí bles, por qué
otros han de ser exageraciones e increí bles? ¿ Como cuando el apó stol
Pedro hace hablar a un perro? ¿ O cuando un camello pasa varias veces
por el ojo de una aguja, cuando un atú n ahumado que cuelga de una ven-
tana vuelve a la vida y nada otra vez en el agua? Al fin y al cabo a Dios
nada le es imposible. Y si puede detener el curso de un rí o o parar el Sol,
tambié n podrá revivir a un simple pez ahumado. ¿ O es que eso atenta
contra su «gusto»? Pero ¿ có mo saben esto los teó logos? Sea como fuere:


con estas historias se evangelizó, el cristianismo se propagó. Los Padres
de la Iglesia má s conocidos aparecí an como testigos en esos textos y la
mayorí a de los antiguos teó logos los consideraban totalmente verdade-
ros. Recordemos de nuevo que incluso con este gé nero de pacotilla -¡ y
no só lo con é ste! - se propagó el cristianismo, que incluso con é l se am-
plió y afianzó su barbarie moral y fí sica; se le toleró, se le fomentó y con
é l se llenaron bibliotecas enteras, no, ¡ las sigue llenando! 43

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