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Los restos de María o «toda la miseria de la humanidad [..]»




No es necesario decir que de Marí a no se poseí a nada, ni lo má s mí ni-
mo. Los habitantes de Nazaret no habí an observado en ella nada de par-
ticular. En todo el Nuevo Testamento se la cita só lo muy raras veces y sin


una veneració n especial. Incluso los Padres de la Iglesia del siglo m le re-
prochan vanidad, orgullo, falta de fe en Cristo y muchas otras cosas. Tam-
bié n los guí as oficiales de la Iglesia manifestaron al principio una cierta
cautela frente al culto mariano o al menos intentaron mantenerlo dentro
de los lí mites del culto a los santos. Mientras que desde el siglo iv a é stos
se les veneraba nombrá ndoles en las oraciones litú rgicas durante el servi-
cio religioso, Marí a quedó fuera de esa prá ctica hasta el siglo v. Apenas
un siglo antes se la valoraba menos que al menor de los má rtires. Hasta
finales del siglo iv no se construye en Roma la primera iglesia dedicada a
Marí a, mientras que hoy la ciudad cuenta con má s de ochenta. En aquella
é poca tampoco se conocí a en ningú n sitio una peregrinació n mariana.
Por espacio de al menos cuatro siglos el cristianismo prescindió de ella.
Só lo a partir del siglo v se conmemoraron festividades de Marí a. Pero in-
cluso así, en tiempos de Agustí n no hay todaví a ninguna fiesta mariana.
Só lo a partir del Concilio de Efeso, cuando el Padre de la Iglesia Cirilo
logra imponer con enormes sobornos el dogma de la maternidad divina
de Marí a, rivalizan entre sí los obispos, los emperadores y quien se lo po-
dí a permitir para construir iglesias dedicadas a ella. 162

/" No se sabí a nada acerca del aspecto de Marí a, segú n testifica Agustí n,
^(4 pero en su peregrinaje a Jerusalé n, la emperatriz Eudoxia logra un feliz
' IsJiallazgo. Alrededor del añ o 435 descubrió una imagen de Marí a ¡ pintada
\ademá s por el apó stol Lucas! En los siglos vi y vn, sus retratos se fabri-
caban casi «en serie» y en el siglo vm llegaron las imá genes de la madre
de Dios no realizadas por mano humana, los aquiropoitos. Las imá genes
má s habituales de Marí a adornaban en el siglo vi las casas de la mayorí a
de los cristianos orientales así como las celdas monacales, donde casi se
la adoraba. Se las veneraba má s que a las imá genes de todos los otros
santos, como a las reliquias, motivo por el que probablemente no existí a
todaví a un pró spero comercio con sus reliquias: su imagen era un sustitu-
tivo suficiente. Acabó siendo el objeto má s frecuente del arte cristiano. A
comienzos ya del siglo vn (610) aparecí a en los navios de guerra del em-
perador Heraclio, y en el curso de los siglos Marí a, «reina de mayo», ha
seguido siendo la gran diosa de la guerra y de la sangre, que vive sus ma-
yores triunfos en Occidente, hasta la segunda guerra mundial. 163

; Desde finales de los siglos v y vi se generaliza, sobre todo en Palesti-
na, movilizar con sus reliquias la fe y el negocio. De pronto se halló la
piedra con la que la virgen tropezó cuando viajaba a Belé n. Alrededor del
 añ o 530 y segú n testifica un peregrino, esta piedra sirvió de altar en la
iglesia sepulcral de Jerusalé n. Sin embargo, algunas dé cadas má s tarde
otro peregrino volvió a encontrarla en su emplazamiento original; en esta
ocasió n manaba de ella un delicioso agua de manantial.

Sin embargo, en el siglo vi hay relativamente pocos restos del guarda-
rropa mariano. Alrededor del añ o 570 los peregrinos procedentes de Oc-


cidente veneran en Diocesá rea un jarro y una cestilla de Marí a, en Naza-
ret piezas de ropa que producen milagros y en Jerusalé n se mostraba su
cinturó n y su diadema. Parece que sobre todo el primero gozó de gran
aprecio y má s tarde se le cantó en himnos y sermones. (Hay reliquias del
cinturó n en Limburg, Aquisgrá n, Chartres y en Prato, cerca de Florencia.
En Toscana una reliquia de este cinturó n es muy apreciada y en Oriente
se celebra una festividad en su honor el 31 de agosto. ) Las iglesias y los par-
ticulares se disputan ahora la posesió n de tales reliquias de Marí a. Cons-
tantinopla es la que mayor cantidad consigue: los sudarios con los que se
envolvió su cadá ver y el vestido que llevó durante el embarazo. En honor
del vestido y del cinturó n se organizan fiestas en Constantinopla y se lle-
va el vestido en procesiones rogativas y ademá s con gran é xito, pues en
los siglos vn y ix protege a la ciudad contra sus enemigos en la guerra y
contra los terremotos. Hay ahora reliquias de estos vestidos en Aquisgrá n
(del «tesoro de las reliquias» carolingio), en Chartres (como regalo de Car-
los el Calvo), en Sens, en Roma, en Limburg, etc. 164

Finalmente, todo lo imaginable de la santa madre de Dios se distribu-
ye por el mundo.

Durante la Edad Media se venera en Gaming algo de «la roca sobre la
que cayó la leche de santa Marí a», algo de «sus cabellos, de su camisa, de
sus zapatos», etc. La iglesia palatina de Wittenberg posee en 1509 «5 par-
tí culas de la leche de la Virgen, 4 partí culas de los cabellos de Marí a, tres
partí culas de la camisa de Marí a», etc. Té ngase en cuenta que en ese añ o
Wittenberg poseí a 5. 005 reliquias, la mayorí a de ellas del prí ncipe elec-
tor Federico el Sabio (! ), importadas de «Tierra Santa»; hasta 1522 los
prí ncipes tuvieron empleado un comprador propio en Venecia. No obs-
tante, en medio del siglo del Racionalismo histó rico, los jesuí tas que has-
ta la fecha siguen activos en Munich celebraban «una novena por el pei-
ne de santa Marí a», afirmando que la adoració n de los cabellos de Marí a
protegí a contra las balas: «Como si pendiera un saco de lana sobre ti, es-
tará en medio de la lluvia de balas [... ]». Y tambié n enaltecí an la historia
de Marí a en una poesí a de la que tendremos suficiente con la primera es-
trofa:

Dios, que todos los cabellos cuenta,

é stos ha escogido en ella,

para mí son estos pocos

má s valiosos que todas las perlas. 165

Este breve repaso de só lo un minú sculo aspecto pone de relieve el em-
brutecimiento de la Cristiandad por espacio de dos milenios. Desde el
punto de vista histó rico -¡ y aquí no consideramos ningú n otro! -, el culto
mariano brinda una visió n sobre la que uno como Arthur Drews se lamen-


ta: «Enfoca toda la miseria de la humanidad. Es una historia de la supersti-
ció n má s infantil, de las má s descaradas falsificaciones, tergiversaciones,
interpretaciones, fantasí as e intrigas, de lamentos humanos y necesidad,
entretejida de astucia jesuí tica y deseos de poder religioso, un espectá cu-
lo que hace a un tiempo llorar y reí r: la auté ntica divina comedia I... ]». 166

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