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EL ENGAÑO DE LAS RELIQUIAS




EL ENGAÑ O DE LAS RELIQUIAS

«Espero haber aclarado con lo anterior que la esencia general del culto
a las reliquias cristiano y del de la Antigü edad es la misma. »

friedrich PFISTER115

«Debido sobre todo a las cruzadas, Tierra Santa y el Oriente cristiano
fueron descubiertos para Occidente como una cá mara de los tesoros

de reliquias. »


lexikon fü r theologie und KiRCHEn6

«Es evidente que en la adquisició n de estos tesoros sucedieron cosas
que caen dentro del campo de lo criminal. No fueron raros la venta
y el robo de las reliquias. »

bernhard KÓ TTING117


 

Lo mismo qué no hay nada nuevo en el cristianismo, tampoco lo es el
culto a las reliquias, que se considera como una parte del culto de los má r-
tires y santos a sus «restos» (latí n: reliquiae), y que desempeñ a un impor-
tante papel en la vida de la fe cristiana durante dos milenios.

Ya habí a reliquias de dioses y de hé roes. Los «primitivos» guardaban
restos de personas especialmente fuertes, de parientes, jefes, guerreros,
enemigos, como por ejemplo los crá neos en la caza de cabezas. O bien se
llevaban esos restos como amuletos. La adoració n de las reliquias se basa
en la creencia de que en los hé roes, profetas, redentores y santos actú a
una fuerza especial que se mantiene activa despué s de la muerte. 118

El culto a las reliquias está extendido en algunas de las grandes reli-
giones precristianas.

En el hinduismo só lo algunas sectas tienen reliquias, como sucede con
los radhasvamis, que guardan la osamenta de antiguos gurú s, o los kabis-
panthis, que conservan las zapatillas de su maestro. En el jainismo y en el
budismo, por el contrario, este culto experimenta un gran desarrollo. De
los santos budistas se veneran los restos corporales {sharirikd) y los obje-
tos de uso {paribhogika). Las cenizas de Buda se distribuyeron entre sus
seguidores, lo mismo que se harí a despué s con muchos de los santos cris-
tianos, y en numerosas localidades de la India se mostraron sus dientes,
cabellos, la vara y el colador, así como reliquias de sus discí pulos. Todaví a
hoy se conserva en Kandy, Ceilá n, un diente de Buda (de 5 cm de largo),
y en la pagoda Shve-Dagon de Rangú n (Birmania) poseen ocho pelos de
Gutama y el legado de su antecesor mí tico. (Varias mezquitas conservan
en botellas de vidrio pelos de la barba de Mahoma. ) En el budismo chino
se guardan huesos santos juntos a una gran cantidad de otras cosas, hasta
diminutas partí culas de cadá veres. 119

El judaismo no conoce el culto a las reliquias. ¿ Có mo, si no, podrí a ha-
berse desarrollado en un pueblo que en sus Sagradas Escrituras, 4 Mos.
19, 11, afirma: «Quien toque a persona muerta, será impuro durante siete
dí as»? En efecto, el que no se purifique al tercero y al sé ptimo dí as, quien
haga «impura la casa del SEÑ OR», «deberá ser arrancado de Israel». Eso
no es obstá culo para que la teologí a cató lica, lo mismo que muchos otros


cristianos, encuentre tambié n en el Antiguo Testamento ese culto a las re-
liquias, como en el pasaje: «Enterraron los restos de José, que los hijos
de Israel habí an traí do de Egipto [... ]». O: «Sus restos [los de los justos]
reverdecerá n en su localidad». 120

La magia cristiana de las reliquias tiene tan poco que ver con el ju-
daismo como con Jesú s y sus apó stoles. Por el contrario, existen llamativas
coincidencias con el culto pagano.

El culto cristiano a las reliquias se limita a proseguir el culto a los hé roes de los griegos

Los hé roes eran para los griegos campeones de la é poca primigenia,
los vencedores en las batallas, en las competiciones, eran prí ncipes, re-
yes, en su mayorí a figuras mí ticas, pero a los que de modo casi general se
consideraba hombres reales. Se les atribuí a la fundació n de los templos y
de las ciudades, de todas las construcciones importantes; las familias no-
bles entroncaban en ellos sus á rboles genealó gicos; Hornero los ensal-
zó y por doquier se creí a poseer sus reliquias. Puesto que se conocí an las
tumbas de los dioses, de Zeus, Urano, Dioniso, Apolo, etc., se conocí an y
veneraban naturalmente tambié n toda una serie de monumentos de hé roes,
tumbas rodeadas de leyenda, fuentes, á rboles, rocas, cuevas, que los guí as
mostraban a los visitantes. 121

Pero habí a tambié n hé roes entre las personas histó ricas. Al fin y al
cabo hací a tiempo que se habí a divinizado a muchos seres humanos: por
ejemplo Filipo, el padre de Alejandro Magno, o Hefaistion, el amigo de
la juventud de este ú ltimo; desde hací a mucho se practicaba la venera-
ció n divina, al mismo Alejandro, a Demetrios, a Polió rcetes y má s tarde
tambié n a los emperadores romanos. De este modo, el antiguo culto a los
hé roes veneró en Gela, en Sicilia, al poeta Esquilo, en Egesta al olí mpico
Filipos, a los tiranos sicilianos Gelon en Siracusa, Hieron en Catana y
Theron en Akragas. A Dion, de Siracusa, se le divinizó en vida cuando
entró triunfante tras libertar su ciudad natal. 122

Las reliquias de los hé roes solí an guardarse en la tumba, que a menu-
do era el ú nico lugar sagrado, contá ndose é stos por centenares. Lo mis-
mo que harí an má s tarde los cristianos con sus santos, los griegos ente-
rraron los restos de sus hé roes en lugares destacados, como por ejemplo
el centro de una ciudad, aunque normalmente no se enterraban allí los
muertos por motivos de salubridad. Y aunque esto tampoco estaba per-
mitido en los santuarios, los hé roes fueron una excepció n y muchos tem-
plos contaban con tumbas de hé roes, la mayorí a de figuras mí ticas pero
asimismo algunas histó ricas. 123

Sin embargo, el culto a las reliquias corporales en la Antigü edad pa-


gana fue casi siempre un culto a los sepulcros y só lo de modo excepcio-
nal se conservaron restos mortales de hé roes en un relicario, fuera de la
tumba, como por ejemplo en Creta en el caso de Europa. Las osamentas
de Pé lope en Olimpia y de Tá ntalo en Argos reposaban en un cofre de
bronce. Los fragmentos de reliquia se guardaban por lo general en la tum-
ba. Lo mismo que el culto a los hé roes, el culto cristiano a las reliquias
estuvo destinado al principio a los sepulcros. Los cristianos enterraban en
un sepulcro a los má rtires del siglo i y allí se les adoraba. Sin tumbas de
má rtires no habí a ningú n culto. Como en el caso de los paganos, entre los
cristianos el depó sito de las reliquias fue primero el fé retro. Se encontraba
en la tumba o bien situado de modo visible en la cueva, donde lo mismo
que con los hé roes paganos se les podí a ver y tocar. Incluso la siguiente
fase en este culto a las reliquias, la elevació n del fé retro y su exposició n a
la misma altura que el altar, existió tambié n en Thera. Igualmente suce-
dí a con el traslado de las reliquias en procesió n, siendo un caso singular
é l culto a Europa, que en Creta se veneraba como Helotis. El adorno ex-
temo de las tumbas de los má rtires se parecí a tambié n a los hé roes de la
é poca tardí a. 124

El traslado de reliquias, sobre todo de las mí ticas, estaba muy exten-
dido entre los griegos, aunque hubo tambié n casos histó ricos, como el de
Alejandro Magno, cuyo cadá ver embalsamado, colocado en el interior
de un sarcó fago de oro y recubierto de una alfombra pú rpura con oro en-
tretejido, estuvo casi dos añ os en Babilonia antes de que fuera llevado a
Siria, en el añ o 321, en un carruaje tirado por 64 muí as y con un gran sé -
quito y fuera enterrado primero en Menfis y despué s en Alejandrí a. 125

Lo mismo que por diversos motivos se llevaban las reliquias de los san-
tos de un lugar a otro, como medio protector y remedio tanto en la vida
como en la muerte, y muchas veces tambié n como ayuda en la guerra, los
traslados de reliquias entre los paganos solí an hacerse con un fin deter-
minado, por lo general despué s de consultar al orá culo de Delfos: tras
llevar el esqueleto de Orestes a Esparta, é sta volvió a dominar en la gue-
rra. De manera similar, en su lucha contra los «bá rbaros» los atenienses
se ayudaron del omó plato de Pé lope. Y lo mismo que sucedí a muchas
veces entre los cristianos, los traslados de los griegos solí an hacerse en
secreto, con artimañ as o con violencia. Igual que en las leyendas los san-
tos se oponen a veces a su traslado, tambié n los hé roes se resisten a veces
al cambio de lugar. 126

A los hé roes, lo mismo que a los santos, no se les homenajeaba de
forma altruista, pero la ayuda que se esperaba de ellos no dependí a de la
veneració n a que se sometí a la tumba. Habí a, desde luego, infinidad de
hé roes sin reliquias pues eran libres y podí an actuar por doquier, podí an
hacerlo allí donde se solicitaba su ayuda y se hací a el sacrificio. Se im-
ploraba su apoyo sobre todo en la lucha y en la guerra. Pero su eficacia

 


 

iba má s alia de estos campos y ayudaban tambié n contra la peste y el
hambre, como Hé ctor, Hesiodo o el omó plato de Pé lope. Habí a asimismo
tumbas de hé roes que eran un lugar permanente de curaciones o vatici-
nios, como la de Macaó n en Gerenia, así como hé roes a los que se acudí a
en ciertas ocasiones y con determinados fines, a los que iban por ejemplo
los enamorados o los esclavos liberados; el Teseion de Atenas era consi-
derado asilo para los fugitivos. Como se sabe, tales especificaciones exis-
ten tambié n hoy en el catolicismo. Por ú ltimo, en las tumbas de los hé -
roes se producí an asimismo milagros y apariciones; en efecto, la actividad
de aqué llos era «tan diversa» como la de los santos cristianos (Pfister). Y
otro tanto allí como aquí: cuanto mejor los resultados tanto mayor el cí rcu-
lo de los adoradores. '27

Como demuestran multitud de tumbas, las festividades de los hé roes
se celebraban todos los añ os con himnos y discursos en prosa, igual que a
los santos se les celebra en sus festividades con cantos y sermones; las
procesiones eran allí tan frecuentes como con é stos. En el culto a los hé -
roes y a los santos se han acuñ ado muchas veces sus imá genes en las mo-
nedas, si bien con los segundos no se inició la costumbre hasta la Edad
Media. Y lo mismo que los cristianos recibí an a menudo el mismo nom-
bre que los santos, en especial desde finales del siglo ffl, para los paganos
los hé roes eran determinantes a la hora de elegir un nombre. 128

En ocasiones, los objetos que utilizaron los hé roes emanan una fuer-
za especial y se la puede transmitir. Pero en general es el mismo hé roe
el que actú a mediante milagros, mientras que segú n la fe cristiana tam-
bié n lo hacen las reliquias, que transmiten su propia fuerza. Esto es vá -
lido tambié n para los fragmentos de reliquias. San Basilio enseñ a que
aquel que toca los restos de un má rtir participa con su fuerza en la san-
tificació n. 129

De todos modos, las reliquias antiguas nose dividieron ni se disgre-
garon en fracciones. Tampoco se hicieron reliquias artificiales, una idea
impensable para los griegos. Ni se hizo un comercio con ellas, actividad
que los cristianos iniciaron en el siglo rv. Salvo unas pocas excepciones, los
paganos adoraban los restos mortales en el sepulcro. Hubieran considera-
do una falta de piedad perturbar la tranquilidad de los muertos. Aunque
en el antiguo Egipto se dividieron los restos del dios Osiris y se distribu-
yeron por todo el paí s, só lo fue en el mito. La ú nica excepció n histó rica
en la é poca precristiana fue la dispersió n de los despojos mortales de Me-
nandro, uno de los soberanos helení sticos de la India, un budista, pero
no afectó al esqueleto sino a las cenizas. 130


 

Gradació n jerá rquica en el reino de las reliquias:

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