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desde las piezas capitales de los cadáveres de los santos a los pelos de la barba y el polvo




El catolicismo ve como fundamento bí blico del culto a las reliquias
la milagrosa partició n de las aguas del Jordá n gracias al manto de Elí seo
o la resurrecció n provocada por los huesos de ese mismo Elí seo, que
tambié n aparece en el Antiguo Testamento. «Y cuando tocó los restos de
Elí seo, volvió a la vida y se puso en pie. » Hay remisiones tambié n a Mat
9, 20, y a los Hechos de los Apó stoles 5, 15, y 19, 12, pero en todos los
casos no dejan de ser razones aparentes. En ninguna parte Jesú s dice:

guardad reliquias, adorarlas, partirlas, trasladarlas y revenderlas, cons-
truid altares sobre ellas y decid misa. Esto serí an palabras claras que jus-
tificarí an el proceso, pero no hay nada, lo mismo que faltan palabras en
tantos aspectos. Si las ropas de Jesú s, los sudarios y las vendas de Pablo
muestran una acció n curativa, esto no es ni de lejos lo que llegarí a a ser
en la Iglesia. 131

El primer testimonio del naciente culto cristiano a las reliquias es el
tantas veces falsificado relato del martirio de Policarpo, comenzando ese
culto en la tumba del má rtir. Hasta ella conducen las huellas má s antiguas,
«como en el culto de los hé roes a la tumba del hé roe» (Pfister). Desde
mediados del siglo ni, el sepulcro de los má rtires no es só lo lugar del nue-
vo viejo culto sino que se vuelve por sí mismo objeto de culto y se con-
vierte, antes del entonces todaví a prohibido culto a las imá genes cristia-
no, en el punto de cristalizació n de la veneració n a los santos. A é stos se
les invoca en la tumba, se busca su intercesió n, se cree obtener su ayuda
y se les manifiesta el agradecimiento mediante exvotos. Sobre estas tum-
bas de los má s venerados se construyen iglesias, con lo que se crean así
los puntos de partida para las futuras peregrinaciones. 132

Los cristianos creí an que la fuerza que actuaba en el santo vivo se-
guí a hacié ndolo en su cuerpo muerto. Si la ropa del apó stol Pablo obra-
ba milagros, se supuso lo mismo para el cuerpo de los santos. Su fuerza
se transmití a a quien tocaba estas reliquias. Y era en virtud de esa fuerza
especial (chá rí s), pensaban, en virtud de su «dynamis» sobrenatural por
lo que las reliquias obraban milagros, que expulsaban a los demonios
de los paganos; motivo por el que las reliquias se han utilizado tambié n
en los exorcismos, se han llevado en las procesiones o se han deposita-
do en los altares. 133

Lo mismo que en el catolicismo todo está jerarquizado, que el papa es
má s que el obispo, que é ste es má s que el pá rroco, que a su vez es má s
que el laico, lo mismo las reliquias, por santas que sean, tienen un valor
diferente y las piezas capitales (Reliquiae insignes), el cadá ver completo,


la cabeza, el brazo y la pierna se consideran má s que las Reliquiae non
insignes,
entre las que se distinguen las «notabiles» (notables) como la
mano y el pie, y las «exiguae» (menores) como dedos o dientes. Ademá s
de estas llamadas reliquias primarias está n las secundarias, que se dividen
en reliquias materiales tales como ropas, herramientas de martirio, etc., y
reliquias de contacto, que son objetos que han tocado el cadá ver del san-
to o sus restos. 134

Despué s del propio santo, el objeto primario, aquellos otros de con-
tacto que ha tocado en vida son los de má ximo valor y entre é stos, a su
vez, los principales son las herramientas del martirio. (San Lorenzo fue
decapitado. Para los cristianos posteriores esto resultaba demasiado sim-
ple. Alrededor del 400 se afirmó que le habí an asado en una parrilla y na-
turalmente pronto se tuvo la herramienta de este martirio y se la veneró
como reliquia; que dicho sea de paso no fue la ú nica parrilla adorada. )
Despué s de los instrumentos de tortura vení a la indumentaria de las per-
sonas santas, como por ejemplo la de Marí a. (En Bizancio dos iglesias se
disputaban el primer puesto en cuanto a las ropas de Marí a que poseí an. )
Pero entre las reliquias de segunda categorí a se contaban tambié n objetos
santificados por un contacto a posteriori, objetos procedentes de las proxi-
midades de las tumbas de los santos: flores, polvo, que se consumí a, acei-
te de la tumbas, de las lá mparas que allí ardí an, u objetos con los que se
habí a tocado el sepulcro, pañ os, devocionarios. Se consideraba y se con-
sidera en sentido má s amplio reliquia todo lo que presuntamente estuvo
en las proximidades de Jesú s y de este modo se santificó, el pesebre, la
cruz, la corona de espinas, los clavos, sus ropas, etc. 135

Tambié n la sana conciencia popular sabí a distinguir con sutileza. Un
trozo de cadá ver contaba naturalmente má s que un diente o los pelos de
la barba. No obstante, estos ú ltimos estaban a un nivel superior a las ropas
u otras cosas con las que el venerado hubiera estado en contacto. Tambié n
se clasificaban los taumaturgos y a los mayores se les construí an iglesias
o sepulcros má s grandes, a los menores má s pequeñ os y a los primeros se
les conmemoraba naturalmente con mayores festividades. 136

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