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Uso y abuso de esclavos como ganado, o «la diversidad de los estados»




 

Por el propio Gregorio sabemos que numerosos obispos ni se cuidaban de los oprimidos ni de los pobres. Lo afirma é l en general de los obispos de Campania. Mas ¿ fue personalmente é l un señ or benigno? Con ocasió n del nombramiento del defensor romanus como rector escribí a a los coloni de Siracusa: «Os recomiendo, pues, que obedezcá is de buen á nimo sus ó rdenes, que é l considera adecuadas para el fomento de los intereses de la Iglesia. Nos le hemos autorizado para que castigue severamente a quienquiera que se atreva a ser desobediente o rebelde. Tambié n le hemos dado instrucciones para que reanude las pesquisas sobre todos los esclavos que pertenecen a la Iglesia pero que han escapado y para que recupere con toda prudencia, energí a y prontitud los terrenos que alguien ocupe de forma ilegí tima». 53

Para el cultivo de sus tierras es natural que Gregorio necesitase ejé rcitos enteros de esclavos, de colonos atados al suelo. «Fueron escasos los campesinos eclesiales libres» (Gontard). Cae por su peso que el papa no se enfrentó a la esclavitud. ¿ De dó nde sino el administrador de la propiedad de los pobres habrí a podido obtener el dinero para subvenir a sus necesidades? Para no hablar del mantenimiento de «puestos de trabajo», que ya en su tiempo era la preocupació n de cualquier empresario. Gregorio recuerda ciertamente a los señ ores —pues su Iglesia tendrá que hacer justicia simultá neamente a ricos y pobres, lo que tal vez sea el mayor de todos sus milagros— que los esclavos son personas y que han sido criados iguales por naturaleza a sus amos. Pero aunque los hombres hayan sido creados iguales, absolutamente iguales, sin duda que las circunstancias han variado por completo. Luego serí a necesario, segú n el propio Gregorio, amonestar a los esclavos «para que en todo tiempo consideren la bajeza de su estado» y que «ofenden a Dios, cuando con su comportamiento presuntuoso contravienen el orden establecido por é l». Los esclavos, enseñ a el santo padre, tienen que «considerarse como siervos de los señ ores», y los señ ores como «consiervos entre los siervos». Hermosa expresió n.

¿ No es esto una religió n provechosa? Por naturaleza, enseñ a Gregorio, «todos los hombres son iguales»; pero una «misteriosa disposició n» sitú a «a unos por debajo de otros», crea la «diversidad de los estados», y desde luego como «una secuela del pecado». Conclusió n: «Puesto que cada hombre no camina de la misma manera por la vida, uno tiene que dominar sobre otros». Conclusió n: Dios y la Iglesia —¡ que en la prá ctica siempre se identifica con el alto clero! — estaban por el mantenimiento de la esclavitud. Y desde Gran Bretañ a hasta Italia, pasando por la Ga-lia, hubo en su tiempo un comercio constante de esclavos cristianos.


 

La Iglesia romana necesitaba esclavos, y los necesitaban los monasterios —el propio Gregorio alentaba en 595, a travé s del rector galo Cá ndido, la compra de muchachos esclavos á nglicos para los monasterios romanos—. Todos compraban usando y abusando de los esclavos cual si de ganado se tratase. E incluso a un enemigo, como lo era Agilulfo, rey de los longobardos, podí a asegurarle el papa que el trabajo de tales forzados serí a beneficioso para ambas partes (una vez má s qué mentalidad tan moderna, que sobrepasa todas las fronteras). Si los má s desgraciados escapaban a su miseria, cosa que ocurrí a con bastante frecuencia, el santo padre presionaba naturalmente para que fueran devueltos a sus dueñ os. Persiguió al esclavo huido de un monasterio romano lo mismo que al panadero escapado de su propio hermano. Pero tambié n entonces el papa se mostró magná nimo y en vez de castigar el crimen de los coloni con la privació n de sus posesiones quiso verlos castigados con el apaleamiento devolviendo «debidamente los esclavos a sus amigos» (Richards). 54

Gregorio, que insistentemente proclamaba el inminente fin del mundo, y que con la lucha por la fe, convirtió esa predicació n en la «idea rectora» de su pontificado, aú n tuvo tiempo de hacer grandes negocios. Y convirtió a san Pedro en un personaje cada vez má s rico. Incrementó considerablemente los beneficios de su hacienda y echó los cimientos para el decisivo y victorioso dominio territorial del papado. Con sus latifundios sicilianos abasteció de grano a Roma, pagó a las tropas imperiales de las partes romanas, se preocupó del avituallamiento y la defensa y en tiempos de crisis hasta mandó la guarnició n romana. De ese modo el «cajero del emperador», el «tesorero de los pobres» —como é l se llama a sí mismo—, el «có nsul de Dios» —como le exalta su inscripció n sepulcral—, puso en marcha la evolució n hacia el Estado de la Iglesia, con una secuencia difí cilmente imaginable de fallos, guerras y engañ os. 55

Pero ya entonces el papado era una potencia (muy) mundana, y merece ya atenció n el comportamiento de Gregorio frente a Bizancio.

 

 

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