¿Que es יהוה (Adonai Yah, bendito sea), el Dios al cual adoran los Hebreos? Y, ¿donde se encuentra?
Los seres humanos, tenemos una fé rrea creencia en un comú n [pero imaginario] concepto: creemos en algo llamado “la nada”. La mayorí a de nosotros, tenemos la firme (pero errada) convicció n de que, debe haber una infinidad de lugares en el universo, donde no hay absolutamente nada. De hecho, creemos tanto en este concepto, que hasta tenemos un refrá n que dice: “¡ Las cosas no salen de la nada! ”.
El problema con esto, es que nunca hemos observado esa “nada”. Es decir, no importa a donde enfoquemos nuestros telescopios, siempre detectamos “algo”; aun si solamente es tiempo/espacio, y “radiació n de fondo”. Es decir, si quisié ramos observar alguna “desgarradura” (o “discontinuidad”) en la “tela” que comprende el tiempo/espacio del universo, tendrí amos que alquilar alguna pelí cula de ciencia ficció n pues, en la vida real, esa “nada absoluta” nunca ha sido observada.
Y este es precisamente el punto de encuentro entre la ciencia moderna, y la antigua religió n Hebrea. Verá usted, quienes seguimos la fe del Samaritanismo reformado creemos que י ה ו ה (Adonai Yah, el Dios al cual sirvieron Avraham y Moisé s, así como todos los profetas), es la fuente y el Creador de TODAS las cosas.
Tambié n creemos que NO HAY NADA QUE NO HALLA SIDO CREADO POR י ה ו ה. Así, nuestra fe postula que י ה ו ה “era” antes de que existiera nada en el Universo; antes de que existiesen las leyes fí sicas, antes que existiese el tiempo, el espacio, la materia, la energí a, las dimensiones, las emociones, las ideas, o aú n lo que conocemos como existencia misma. Pero, esa “nada” (o “falta de existencia”) que estaba presente antes de que existiese “algo”, no es la “nada absoluta” en la cual siempre nos han querido hacer creer; no es un total vací o, sin capacidad para crear cosa alguna. Esa “nada” que precedió todo, es en realidad “algo”; un “algo” que excede al tiempo, al espacio, a la materia, a la energí a, a las ideas, a las emociones, y aú n a la existencia misma; un “algo” con capacidad para crearlo “todo”.
Ese “algo” es י ה ו ה (bendito sea) el Creador, quien “contiene dentro de si mismo” todas las cosas. Esto es similar a lo que sucedió (en sentido opuesto) con el concepto de “el tiempo”. Durante miles de añ os, la gente se convenció a si misma de que “el tiempo” en realidad no existí a; que era un artificio imaginario, inventado por los hombres, a fin de proveer un marco ló gico a la secuencia de eventos que se observaban; al fenó meno de “causa y efecto”.
La mayorí a de las personas aceptaron esa idea, hasta que llego un hombre llamado Albert Einstein, quien demostró que “el tiempo” no era un concepto ficticio, ni imaginario; y que, aunque no contaba con una “masa” que pudiese ser pesada; con un “color” que pudiese ser distinguido; o con alguna dimensió n fí sica que pudiese ser medida, el tiempo contaba en efecto con una existencia propia, cambiante, e independiente; y que podí a “contraerse”, y “expandirse”(acelerarse, y des-acelerarse).
De ese mismo modo, se nos ha hecho creer durante siglos que, si pudié ramos “deshacernos de todo” (tiempo, espacio, energí a, materia, ideas, emociones, etc. ) quedarí amos con “nada”; es decir, un estado de “vací o absoluto”, sin potencial de creació n, de cambio, ni de crecimiento. En cambio, los Hebreos creemos que esa “nada” que quedarí a (si pudié ramos “deshacernos de todo”), no es una “nada absoluta”, sino que es י ה ו ה, el Creador del Universo (bendito sea).
Para nosotros, el Creador es algo remotamente similar a “El Cero Pitagó rico”. Es decir, aunque el “cero pitagó rico” es “la nada”, es a la misma vez “el todo”; pues, si sumá ramos (unié ramos) todos los nú meros existentes (positivos, negativos, reales, imaginarios, complejos, y en todas las posibles direcciones) encontrarí amos que, la suma de ese “todo” que conforman esos nú meros, resulta ser la “nada” que es el “cero”.
Lo anterior nos lleva a concluir que, la “existencia” del Creador, no puede (por definició n) ser medida ni detectada por aparato cientí fico alguno, y cualquier “dios” que pueda ser corroborado por la ciencia (es decir, a travé s de mediciones fí sicas), seguramente no es י ה ו ה, el Creador del Universo. Es que, el hecho de que י ה ו ה estuviera ya “allí ” (si es que realmente podemos aplicarle esa descripció n), antes de que existiesen el tiempo y el espacio, implica que, en su naturaleza mas intima, י ה ו ה se encuentra “fuera” del á mbito de tiempo y espacio que circunscribe lo que comú nmente entendemos ser nuestra existencia.
En otras palabras, la ciencia no puede detectar la “existencia” de algo que esta mas allá de tiempo y espacio, por no decir mas allá de la existencia misma. Intentarlo, seria algo así como que, el personaje de un ví deo juego, tratase de encontrar al creador del programa de ví deo; pero buscá ndole en algú n lugar “dentro” del mismo ví deo juego. Esto es simplemente imposible; pues, la existencia del creador del programa, excede al programa mismo.
Aunque controla y conocimiento todo lo que sucede dentro del programa, el programador “no existe” dentro del programa; de hecho, la realidad es que, es el programa el que existió primero dentro de la mente del programador. Así, aunque desde la perspectiva de los caracteres del ví deo juego, el programador no existe, su “inexistencia” no significa que el programador sea una “nada absoluta”, sin capacidad para crear, para crecer, y para cambiar.
La anterior linea de pensamiento, dio lugar a que, uno de los nombres que los Hebreos utilizaron para referirnos a י ה ו ה, es “Ha Makom”; un nombre que literalmente significa “el Lugar”. ¿ Cual lugar? El lugar que, si bien no esta en ninguna parte del universo (es “cero”, o “nada”), es a su vez el lugar donde se encuentran todas las partes del universo (es el “infinito”, o el “todo” del universo).
Es por esto mismo que, cuando la Escritura dice que alguien “vió ” a Dios, que alguien “habló ” con Dios, o que alguien “oyó ” a Dios, obviamente no se esta refiriendo a la manifestació n mas í ntima de la esencia Divina, que excede a la existencia misma; sino a alguien (o algo) que habla en nombre del Creador; alguien que le representa; ya sea este un á ngel, un mensajero Divino, una voz celestial, un sueñ o, o algú n profeta. Como esta escrito: «י ה ו ה dijo a Moisé s: “Mira, yo te he constituido Dios para Faraó n…”»- É xodo 7: 1.
Así, el ser humano nunca ha visto realmente a Dios. Y, en esto, la tradició n Cristiana concuerda con la tradició n Hebrea, pues los Escritos Cristianos cierran su teologí a con las palabras del apó stol Juan, quien es citado diciendo: “Nadie ha visto jamá s a Dios”- 1ra Juan 4: 12.
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