Las falsificaciones de Símaco
Como quiera que la afirmació n -hecha en el transcurso del proceso
contra Sí maco y suscrita por 76 obispos- de que el papa no podí a ser juz-
gado por ningú n hombre no tení a base histó rica alguna, segú n admitió el
mismo sí nodo, el añ o 501 un partidario del papa falsificó todo este asun-
to profusa y descaradamente. Su intenció n bá sica era evidenciar la inde-
pendencia del obispo de Roma respecto a cualquier tribunal, espiritual, o
temporal, echando mano de casos del pasado totalmente fingidos. 90
El bando papal compuso cartas, decretos, actas conciliares e informes
histó ricos. En un estilo increí blemente primitivo -lo ú nico, por así decir,
auté ntico en todo ello-, con un latí n má s propio de «bá rbaros» que de ro-
manos, lo cual ilustraba drá sticamente la decadencia lingü í stica y educa-
tiva, se fabricaban, se inventaban casos precedentes para apoyar al papa
Sí maco contra su rival Lorenzo: las supuestas actas procesales de papas
anteriores, las Gesta Liberií papae, las Gesta de Xysti purgatione et Po-
lichronii Jerosolymitani episcopi accusatione, las actas de un Sí nodo de
Sinuessa, Sinuessanae Synodi gesta de Marcellino, datadas, supuestamen-
te, en el añ o 303. Todos estos procesos no eran sino un infundio creado
con vistas al escá ndalo en tomo a Sí maco, inventá ndolos sin traba alguna
y fingiendo verosimilitud hasta en detalles mí nimos como el de la indica-
ció n de los nombres de ciertas localidades. A todos los procesos se les
inventó un desenlace igual que el deseado en el proceso contra Sí maco,
incluyendo la declaració n de que «nadie ha juzgado nunca al papa por-
que la primera sede no es juzgada por nadie». O bien: «No es justo emi-
tir un veredicto contra el papa». O bien: «Nadie puede acusar a un obis-
po, pues el juez no puede ser juzgado». Y el final de una decretal pontificia
falsificada desde el principio hasta el fin reza así: «Nadie puede juzgar a
la primera sede, de la que todos desean tener un juicio bien aquilatado.
Ni el emperador, ni la totalidad del clero, ni los reyes, ni el pueblo pue-
den juzgar a quien es juez supremo». 91
Las Gesta purgationis Xysti son un remedo, puro infundio, del proce-
der de Sí maco, del proceso de Sí maco, simulado hasta en pelos y señ ales
pero, por cierto, sin nexo alguno con el pasado. El papa es en ellas acusa-
do por los nobles romanos, como Sí maco lo fue por Festo y otros aristó -
cratas de Roma. Al igual que pasó con Sí maco, tambié n aquí se le impu-
tan relaciones deshonestas, en este caso con una monja. Y así como en
el caso de Sí maco debí an intervenir los esclavos, en el remedo hay un
esclavo que sirve de testigo. Pero un ex có nsul -jugando el papel del ex
có nsul Festo, partidario de Sí maco- pone fin al proceso: «pues no está
permitido emitir sentencia contra un papa». 92
Estas crasas falsificaciones, «imputables al bando de Sí maco o, tal vez,
al mismo Sí maco» (Von Schubert) -para el jesuí ta Grisar tienen «un ca-
rá cter totalmente privado»- poseen una relevancia que no se limita tan
só lo a la historia del momento. De cará cter supuestamente privado en su
totalidad, jugaron má s tarde un gran papel en el derecho canó nico. Una
vez reelaboradas, hallaron parcialmente cabida en el Lí ber pontificalis y,
gracias a é ste, gran difusió n. Es má s, la formulació n del falsificador «Pri-
ma sedes a nemine iudicatur» se convirtió -ironí a cí nica de la historia-
¡ en la fó rmula que denotaba el primado de jurisdicció n papal! A raí z del
proceso contra Leó n III, en el añ o 800, se remitieron a ella. Y tambié n
Gregorio VII recurrió en 1076 a citas literales de aquellas falsificaciones93
Hay un factor notable en todas estas contiendas: la polé mica publicí s-
tica.
Pues fue precisamente el hecho de que se podí an presentar graves
acusaciones contra Sí maco, sin que é ste, evidentemente, pudiera justifi-
carse satisfactoriamente; el hecho de que, como ya constaba, hubiese di-
lapidado bienes eclesiá sticos y de que sus adversarios se mofaban en un
libelo de los «obispos ancianos y decré pitos» con sus «pandillas de mu-
jerzuelas» lo que llevó a declarar enfá ticamente por vez primera: ¡ el obis-
po de Roma no puede ser juzgado por nadie! Como hombre tendrá que ex-
piar en el má s allá, pero en la tierra es intangible y exento de cualquier
expiació n judicial. Y cuando apareció otro libelo «Contra el sí nodo de la
absolució n desatinada», el diá cono Enodio, un partidario de Sí maco, rei-
vindicaba en su escrito apologé tico en favor de los obispos de Roma
nada menos que la inocencia y la santidad de estos ú ltimos en cuanto bie-
nes de herencia legados por san Pedro. Segú n la teorí a de Enodio, preñ a-
da de consecuencias, Pedro habí a legado a sus sucesores «un tesoro de
mé ritos, inagotable hasta la eternidad y equivalente a una inocencia here-
ditaria. Todo cuanto le fue entregado a aqué l en premio a sus excelsas
obras, les pertenece a ellos, iluminados por el mismo resplandor en su
peregrinaje. Pues, ¿ quié n dudarí a de que quien tiene tan alta dignidad es
santo? Aunque le falten aquellas buenas obras que son fruto del propio
mé rito, le son suficientes aquellas realizadas por sus predecesores en la
sede (de Pedro) [... ]». Así pues, si un papa no puede presentar obras bue-
nas propias (y creemos poder completar congruentemente: incluso en el
caso de que só lo pueda presentar malas) ¡ le bastan para salvarlo las reali-
zadas por Pedro! ¡ ¿ No raya eso en una ideologí a de desfachatez religio-
sa?! ¡ ¿ Quié n habló de rayar?!: en 1075 el papa Gregorio VII elevó la cosa
hasta el culmen en su siniestro Dictatus papae, afirmando que un papa
legí timamente consagrado ¡ se salvará forzosamente en virtud de los mé -
ritos de san Pedro! Lo que tambié n traslucí a tras las especulaciones de
Enodio, futuro obispo de Paví a, lo señ ala el obispo de Vienne, Avito, otro
partidario de Sí maco, con esta frase: «Todos sentimos temblar nuestro
propio asiento si el asiento del supremo (papa urbis) vacila bajo el peso
de una acusació n». 94
El Lí ber pontificalis, libro oficial de cada papa, ornado en la Edad
Media por un intenso nimbo, debe su nacimiento a las luchas entre loren-
zanos y simaquianos. Y tambié n sus falsificaciones. Pues ambos bandos,
aunque bajo perspectivas contrapuestas, iniciaron una colecció n de bio-
grafí as de papas y prosiguieron con ello hasta el añ o 530 o, en su caso,
hasta 555. Lo mismo que en las falsificaciones de Sí maco, la forma li-
teraria de la «celebé rrima historia de los papas» (Seppeit) es notablemen-
te primitiva y, comparada con el nivel cultural má s elevado asequible en
esta é poca, se caracteriza por el «desconocimiento de los mí nimos ele-
mentos de la gramá tica y de la retó rica enseñ ados en las escuelas» (Cas-
par). Cierto que a estos clé rigos romanos «los animaba la fe en su Igle-
sia», pero eran «simples de espí ritu» (Hartmann). Con todo, trabajaron
pro domo sin el menor escrú pulo y mencionaron todos los papas, en serie
ininterrumpida a partir de Pedro: por lo que respecta a las é pocas má s re-
motas era todo puro invento (vé ase vol. 2). Y haciendo recurso a la fó r-
mula estereotipada «hic martirio coronatur» convirtieron desenfadada-
mente en má rtires a los papas de los tres primeros siglos, lo cual constituye
asimismo, en su casi totalidad, una falsificació n (vé ase el ú ltimo capí tulo
del vol. 2). Pero no solamente los primeros pontificados y casi todos los
má rtires son producto del embuste: como autor del libro de los papas se
menciona, falsamente, al papa Dá maso (para todo el tiempo anterior a su
pontificado) cosa que fue despué s creí da por la Edad Media. Y como
quiera que el preludio de toda la obra, la correspondencia introductoria
entre Dá maso y san Jeró nimo (una carta de cada uno de ellos) está í nte-
gramente falsificada, el celebé rrimo libro de los papas comienza con pu-
ras falsedades. Y el supuesto primado de los papas consiste, por su parte,
en una pura argucia. 95
Alineamiento de las fuerzas en combate:
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