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Las cruzadas tempranas y toda índole de historias sacras arábigo-etíopes




Una especie de cruzada llevó ya a Jusü no a Arabia del Sur, si bien era
má s bien el comercio y no la misió n lo que allí estaba en juego. Ergo, ya
entonces -para decirlo con Nietzsche- piraterí a de alto estilo. Eso es
todo...

Una ofensiva de la Abisinia cristiana en Arabia del Sur acarreó una
persecució n de cristianos y destrucció n de iglesias por parte del rey Yusuf
(Dhu Nuwas), un faná tico prosé lito judí o. Su antagonista 'Ella 'Asbeha,
dominador de Abisinia y cristiano monofisita, llamado «el Rey Cristia-
no» habí a atacado a Yusuf en 522, pero llevó la peor parte en dos batallas.
Yusuf «limpió » entonces brutalmente su paí s de misioneros, comercian-
tes y espí as cristianos, y a 300 soldados del ejé rcito invasor cristiano, que
se habí an entregado voluntariamente, los hizo sacrificar faltando a su
santo juramento por Adonai y la Tora. A otros tantos los hizo quemar vi-
vos en la iglesia principal de Zhafar. El Negus 'Ella 'Asbeha limpió Abi-
sinia de los agentes de Yusuf. É ste pidió ayuda al Gran Rey Persa. 'Ella
'Asbeha, que se dedicaba ante todo a ampliar afanosamente su flota, la
solicitó del emperador Justino, quien le urgió atacar al «abominable y de-
salmado judí o» por tierra y por mar. Detrá s de este conflicto se oculta-
ban, ostensiblemente, intereses de polí tica comercial. El propio cristia-
nismo abisinio habí a surgido de las colonias comerciales. El emperador,
cató lico estricto y duro perseguidor de los monofisitas, llegó a rogar, pese
a ello, al patriarca alejandrino, el monofisita Timoteo, de quien dependí a
jurisdiccionalmente la iglesia etí ope, que favoreciese amistosamente su
misió n diplomá tica ante el Negus, quien obtuvo las bendiciones del prí n-
cipe eclesiá stico y un considerable nú mero de barcos para el transporte
de tropas del emperador. 27

El Negus envió de momento, en el invierno de 524-525, un ejé rcito de
jinetes de la fe de hasta quince mil hombres, segú n se supone, hacia Ara-
bia del Sur, ejé rcito que desapareció como por encanto tras 22 dí as de
marcha por un desierto sin agua. El grueso de las tropas avanzó hacia la
costa poco despué s de Pentecosté s y tras un misa solemne, dá ndose el
caso de que en la travesí a, el santo estilita Pantaleó n, que vivió 45 añ os
de pie, en vigilia y en oració n, sobre una torre en el pico de una montañ a
(manifiestamente, para estar má s cerca de Dios) profetizó la victoria y
dispersó al Negus una bendició n má s. Al llegar a Arabia la flota invasora
-la inmensa mayorí a de los barcos, 60 la habí an fletado comerciantes bi-
zantinos, persas y abisinios- las tropas de asalto recibieron la comunió n.
Los monjes ayudaron remando durante el desembarco y como quiera que
a los abisinios se les apareció ahora no só lo el arcá ngel San Gabriel, sino
tambié n Pantaleó n el estilita, Yusuf resultó vencido, tanto má s fá cilmen-


te, cuanto que, ademá s, le traicionaron los suyos. É l y los comandantes
que le permanecieron fieles murieron al filo de la espada cristiana. Des-
pué s de ello, el Negus 'Ella se apoderó en Zhafard, la capital de la fami-
lia y los tesoros de Yusuf e hizo expoliar despiadadamente el paí s duran-
te siete meses, mientras las iglesias surgí an como las setas. La població n
fue sometida a tales vejaciones que se tatuaba cruces en el cuerpo con
tal de escapar al terror del Negus. Arabia del Sur perdió su autonomí a,
establecié ndose en ella un gobierno cristiano. 'Ella 'Asbeha, por su parte,
es hasta hoy santo de la Iglesia. Es má s, va casi «a la cabeza en el interé s
del mundo Occidental por las experiencias salví ficas ará bigo-etí opes»
(Rubin). 28

El judaismo, que, al igual que en otros muchos lugares, tambié n esta-
ba en Abisinia, má s que probablemente, entre los precursores del cristia-
nismo, no pudo ya mantenerse allí despué s del triunfo de é ste. A mediados
del siglo vn cristianos faná ticos forzaron a los judí os a emigrar. 29

En otro intento de expansió n por Oriente, el emperador Justino puso
en prá ctica un mé todo que se harí a clá sico con el tiempo hasta convertir-
se en una norma bá sica del arte cristiano de gobernar, norma que ha perdu-
rado hasta la moderna é poca colonial: primero procedió como evangeliza-
dor, valié ndose del clero y del agua bautismal; despué s como diplomá tico
y finalmente, má s o menos en el ú ltimo añ o de su reinado, enviando tro-
pas. De este modo Bizancio creó en el Caucase, con sus importantes pa-
sos de montañ a, una zona tapó n permanente y de gran valor estraté gico,
avanzando hasta la actual Georgia. Una vez má s los intereses estraté gicos
confluí an aquí con otros de í ndole comercial no menos importantes. 30

Los georgianos estaban bajo soberaní a persa, pero eran cristianos des-
de el siglo iv y tuvieron no pocos conflictos con los representantes de la
religió n del fuego mazdeí sta. Finalmente, los cristianos rebeldes, dirigi-
dos por su clero, llamaron en su ayuda al emperador Justino, cosa que ha-
bí an concertado sin duda alguna con é l. Justino envió primero un ejé rcito
de hunos con el Magister militum Pedro a su cabeza, quien debí a luchar
«con la má xima energí a», pero é ste no consiguió nada y fue revocado de
su cargo en 526. Bien pronto, sin embargo, los jó venes estrategas Belisa-
rio y Sitias se hicieron cargo de las operaciones en la frontera oriental,
siendo apoyados por los sarracenos del prí ncipe á rabe Tafar. Los comba-
tientes cristianos se apoderaron por lo pronto de gran cantidad de botí n y
de esclavos. Despué s, no obstante, sufrieron dos serias derrotas en Than-
nuris y Melabas, provocadas, sobre todo, por el intrincado sistema de
obstá culos, fosos-trampa y caballos de Frisa montado por los persas. 31

Entretanto, Justino murió el 1 de agosto de 527 a la edad de 75 o 77
añ os, al reabrí rsele una herida de flecha en el pie, siguié ndole en la re-
gencia su sobrino Justiniano, a quien primero apartó ené rgicamente de sí el
soberano enfermo, que no querí a soltar aú n el timó n del Estado. Es pro-


bable, con todo, que Justiniano fuese desde el mismo comienzo el spiri-
tus rector
á e la polí tica de Justino. 32

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