Los vándalos, o «contra aquellos que son objeto de la ira de Dios»
Los vá ndalos, tribu germano-oriental ya mencionada por Tá cito y Pli-
nio el Viejo, parecen haber habitado originariamente Jutlandia del norte
(hoy Vendsyssel) y la Bahí a de Oslo (hoy Hallingdal). En los dos prime-
ros siglos de nuestra era se escindieron en asdingos, que no se extinguie-
ron hasta despué s de su asentamiento en Á frica, y en silingos, cuya extin-
ció n fue mucho má s temprana. Habitaban por entonces en la vecindad de
godos y burgundios, entre el Bug y el Elba, en la Polonia central, en la
Alemania del nordeste y en Silesia (té rmino latino cuyo correspondiente
eslavo es Sieza), nombre derivado de la tribu silinga. Esta ú ltima era ya
un pueblo de jinetes y má s tarde llevaban consigo sus caballos incluso en
sus correrí as de pillaje por mar. A mediados del siglo ni estaban asenta-
dos en el curso medio del Rin, mientras que los asdingos poblaban el alto
Tisza. Durante varias generaciones é stos poblaron la actual depresió n hú n-
gara, pero el añ o 406 abandonaron Panonia huyendo probablemente ante
la presió n de los hunos y, conducidos por su rey Godigiselo, subieron a lo
largo del Danubio hasta llegar a la actual Ratisbona. Despué s descendieron
a lo largo del Meno, donde en duras batallas con los francos, aliados de los
romanos, perdieron a unos veinte mil de los suyos, incluido el rey Godi-
giselo. Só lo la intervenció n de los alanos y de su rey Respendialo los sal-
vó de su ruina. En la noche de san Silvestre del añ o 406, «convertidos ya
en cristianos amañ os» (Tü chie) y juntamente con los alanos, con los sue-
vos, sus antiguos aliados, y con otros vá ndalos silingos, que se les unie-
ron allí, cruzaron el Rin cerca de Maguncia. El rí o estaba helado (y des-
guarnecido de tropas a causa del peligro visigodo procedente de Italia
septentrional). Saquearon Maguncia -algo que los cronistas describen con
vivos colores- donde masacraron tambié n a muchos habitantes que se
habí an refugiado en una iglesia. Asolaron Worms, Tré veris, Reims, Arras,
Toumay, Narbona y otras ciudades y aldeas amuralladas. «Algunos sir-
vieron de pasto a los perros», se queja por su parte el obispo Orencio de
Augusta en Aquitania: «El cortejo fú nebre de un mundo que se hunde».
«En las aldeas y las casas, en el campo, en las calles y en todos los distri-
tos, acá y acullá, imperaban la muerte, el dolor, la desolació n, la derrota,
el incendio y el luto. Toda la Galia humeaba como una hoguera». Y el
obispo españ ol Idacio veí a la llegada de las cuatro plagas: guerra, ham-
bre, peste y alimañ as. 89
Todas estas atrocidades que se le achacan a los vá ndalos en estas tre-
mendas correrí as a sangre y fuego, fueron cometidas má s tarde y espe-
cialmente por los sarracenos. Cuando los vá ndalos arrasaron Maguncia y
las Galias; cuando, segú n pretende una tradició n má s tardí a, asesinaron a
los obispos Desiderio de Langres y Antidio de Besancó n, eran ya, convie-
ne recalcarlo, cristianos. Lo eran, como mí nimo los asdingos, ya «con-
vertidos» en Hungrí a. Usaban la Biblia y la liturgia del apó stol de los vi-
sigodos Wulfila. Todo indica que ya en la batalla de Tolosa, en 422, usaron
una sentencia bí blica como grito de guerra. En Españ a, segú n testimonia
Salviano, eran ya con seguridad cristianos haeretici. Y naturalmente, tam-
bié n ellos hací an remontar a Dios el origen de la potestad real. Al igual
que todo el mundo cristiano, tambié n ellos conocí an la realeza divina:
expresió n de la estrecha unió n entre el Estado y la Iglesia. 90
Tres añ os permanecieron los vá ndalos en las Galias. Despué s, unidos
a suevos y alanos y dirigidos por el rey Gunderico (407-428), hijo de Go-
digiselo, cruzaron los mal defendidos Pirineos en el otoñ o de 409 e irrum-
pieron en Españ a (de ellos viene el nombre de Andalucí a), donde pasa-
ron dos decenios asolando, saqueando y matando. Allí se hicieron fuertes
y libraron en parte batallas victoriosas contra godos, suevos y romanos,
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provocando tambié n hambrunas y epidemias. Los silingos fueron entre-
tanto exterminados de raí z en los añ os 416, 417y418 por los godos de
Walia. 91
En Sevilla, el rey Gunderico atrajo contra sí el odio especial del cle-
ro cató lico. Confiscó los tesoros de la iglesia de san Vicente, muriendo
bruscamente poco despué s: obra, sin duda, de la ira de Dios. Asumió en-
tonces el poder su hermanastro Genserico (428-477), hijo bastardo del
rey Godigiselo (a quien vio morir con sus propios ojos en la batalla con-
tra los francos: crucificado, si damos cré dito a Procopio).
Genserico, hijo de una esclava, tan capacitado y audaz como carente
de escrú pulos, taimado hasta estar a la altura de la diplomacia romana, fue
uno de los «grandes» polí ticos germanos de su tiempo. En mayo de 429
-hazañ a sin parangó n- transportó a 80. 000 vá ndalos, incluidos mujeres,
niñ os, ancianos y esclavos, de Españ a a Marruecos a travé s del estrecho
de Gibraltar. Puede que ya hubiese establecido en Marruecos una cabe-
za de puente, pero primero batió de forma aplastante a los suevos, que
vení an empujando a su retaguardia, y tambié n a un ejé rcito imperial. De este
modo se aseguró, por si acaso, la retirada. Pero con tan só lo 16. 000 gue-
rreros, aunque valié ndose tambié n de atrocidades no perpetradas hasta ahora
por los germanos, conquistó como un huracá n el norte de Á frica, un paí s
que nunca se perteneció a sí mismo y sí a los cartagineses, a los romanos,
a los vá ndalos, a los bizantinos, a los á rabes, a los turcos y a los franceses.
Paí s debilitado, ciertamente, por levantamientos de la població n mora y
tambié n por conflictos religiosos, sociorrevolucionarios y polí ticos, pero
poblado nada menos que por siete u ocho millones de habitantes. Con
todo, en algo menos de un añ o y pese a la resistencia de las tropas impe-
riales, de la nobleza y del clero cató lico, Genserico ocupó má s de mil kiló -
metros de costa. Para ello usó ocasionalmente -al menos así lo narra Ví c-
tor de Vita, obispo de la é poca vá ndala tardí a- el recurso de apelotonar a
la població n vecina obligá ndola a ir en marcha de ataque contra las ciu-
dades, protegiendo sus tropas con este escudo viviente o bien dejando
que los cadá veres de aquellos infelices apestasen el contomo de las forta-
lezas: una tá ctica que tambié n Gengis Khan parece haber usado má s tar-
de. En la primavera de 430 batió al general imperial Bonifacio junto a
Hippo Regius y puso cerco a la ciudad mientras Agustí n morí a en ella. 92
El 11 de febrero de 435, los vá ndalos concluyeron una paz en Hippo
Regius y pasaron a servir a Roma comofoederati. Dos añ os despué s, sin
embargo, hubo ya conflictos con aqué lla, de origen manifiestamente reli-
gioso. Presumiblemente, el clero cató lico agitaba contra el culto amano
y se negaba a desocupar iglesias en favor de los «herejes». El rey Gense-
rico envió al exilio a algunos obispos, entre ellos a Posidio de Calama, el
bió grafo de Agustí n (vé ase vol. 2). 93
Por ese tiempo, los invasores iniciaron sus correrí as por mar. Y cuan-
do el 19 de octubre de 439 Cartago cayó en sus manos gracias a un asalto
repentino en el que no tuvieron que dar ni un golpe de espada, Genserico,
que desterró a todo el clero adversario tras apoderarse de su patrimonio,
equipó valié ndose de los barcos atrapados en el puerto una gigantesca
flota que dominó durante varias dé cadas el mar Mediterrá no. A partir de
entonces y añ o tras añ o iniciaba sus incursiones de pillaje con cada pri-
mavera, rumbo a Sicilia, a Italia o a Españ a. Má s tarde incluso rumbo a
Grecia. Como rey cristiano que era, tambié n é l sabí a, evidentemente, en-
galanar con orlas religiosas sus piraterí as. Estando una vez en Cartago,
convertida ahora en su residencia, le preguntaron, izadas ya las velas de
los barcos, qué rumbo habí a que tomar, a lo que respondió, segú n se dice:
«Contra quienes sean objeto de la ira de Dios». Procopio: «De ese modo
se abatió sin motivo alguno contra todos cuantos se topaba casualmente».
Ya el añ o 440 y por instigació n de su obispo Má ximo, los vá ndalos
asolaron Sicilia con saqueos y pogroms anticató licos (segú n los cronistas
cató licos má s tardí os, tambié n los arrí anos de Sicilia mataron a muchos ca-
tó licos). Pese a ello, la flota imperial que salió rumbo a la isla recibió or-
den de volver atrá s ante el peligro inminente de ataques por parte de los
hunos, y el emperador Valentiniano III y la corte bizantina se acomoda-
ron a concluir una paz. Con ello, Genserico creó el primer Estado germá -
nico independiente sobre suelo romano. Poseí a sus provincias má s ricas
y fé rtiles: Mauritania, Tingitania, Zeugitania, Byzacena y Numidia procon-
sularis. Finalmente se hizo tambié n dueñ o de Có rcega y Cerdeñ a cuyos
bosques hizo talar por trabajadores forzados para construir sus barcos.
Hacia 455 añ adió las Baleares, que ya habí a saqueado en 425. Dominó
los mares desde Gibraltar a Constantinopla y ni siquiera prestaba recono-
cimiento nominal al emperador bizantino. Cierto que en prenda de la paz
hubo de enviar a Italia a su hijo Hunerico. 94
Pero tampoco las costas itá licas se vieron libres de los saqueos y aso-
laciones de los piratas cristianos, la ú nica potencia marí tima entre las tri-
bus germá nicas. Y hasta en la misma Roma aparecieron las naves vá ndalas
despué s de arribar con pavorosa presteza, en junio de 455, a la desembo-
cadura del Tí ber. La ciudad fue sometida, a lo largo de 14 dí as, a un ex-
polio preparado de forma extraordinariamente minuciosa y metó dica,
expolio mucho má s riguroso que el efectuado por Alarico en 410 -desde
los antiguos palacios imperiales hasta los templos, desde las preciosas es-
tatuas griegas hasta las tejas de bronce- pero sin bañ os de sangre, incen-
dios ni devastaciones. Eso sí, tambié n se llevaron consigo a miles de ciu-
dadanos romanos, especialmente a jó venes y miembros de las clases al-
tas. Y con el corte de suministro de cereales por mar, pronto asoló a Italia
una hambruna que condujo despué s al derrocamiento del nuevo empera-
dor Avito. 95
En los añ os cincuenta, los vá ndalos conquistaron los ú ltimos territo-
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rí os romanos norteafricanos. A raí z de la campañ a del emperador Mayo-
riano, Genserico apresó la flota imperial romana mediante un audaz gol-
pe de mano. Eran unos 300 barcos que debí an transportar al gigantesco
ejé rcito, que ya se aproximaba, desde Cartagena a Á frica a travé s del es-
trecho de Gibraltar. Y así, poco antes de que el emperador, llegado en
mayo, acudiese a su flota, é sta habí a desaparecido ya. Incluso una guerra
altamente peligrosa para Genserico como la que iniciaron conjuntamente
contra é l, en 468, la Roma de Oriente y la de Occidente partiendo simul-
tá neamente desde Italia, Egipto y Constantinopla -desde cuyo puerto sa-
lió el grueso del ejé rcito bajo el mando de Basilisco, cuñ ado del empera-
dor Leó n-, incluso esa guerra fracasó despué s que una gran parte de la
flota bizantina cayese, nuevamente, ví ctima de un artero ataque del rey
vá ndalo frente al actual cabo de Bon, en las proximidades de Cartago. El
emperador Zenó n reconoció, en 476, la integridad de las posesiones del
reino vá ndalo (incluidas las islas) a cambio de concesiones insignificantes.
Aquel mismo añ o se extinguió oficialmente el Imperio occidental, mien-
tras que el oriental le sobrevivió aú n unos mil añ os, hasta 1453. 96
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