«Una especie de procedimiento inquisitorial» para los paganos
Justiniano prosiguió tenazmente la lucha contra el paganismo. Estig-
matizado, desde hací a ya dos siglos, como crimen publicum, todaví a n(f
habí a muerto. Seguí a vivo en comarcas apartadas o en zonas fronterizas,
en el desierto sirio, en las montañ as de Anatolia, en el oasis libio de Au-
gila, en la isla niló tica de Philae. Su vitalidad era aú n mayor entre los
cí rculos cultos de la mejor sociedad constantinopolitana.
En un primer decreto antipagano -que aunque carente de fecha y sin
indicació n de procedencia es atribuido a Justiniano por la investigació n
má s reciente- ordena que, aparte de aplicar las duras leyes antedichas, se
realicen pesquisas para detectar la celebració n de sus oficios divinos.
Prohibe tambié n las donaciones y ejecuciones testamentarias en favor de
pacanos. Otro decreto posterior, de inequí voca procedencia justinianea,
ataca especialmente el servicio de ofrendas y sus «non sá nelas» fiestas.
Pero yendo má s lejos que la legislació n anterior, que ya intentaba resuel-
tamente aniquilar el culto y la capacidad legal de las asociaciones paga-
nas, Justiniano intenta, por así decir, resolver el problema de raí z: ordena
el bautismo forzoso de todo pagano juntamente con su familia so pena de
confiscació n. Quienes se opongan pierden sus derechos civiles, todos sus
bienes, muebles e inmuebles. A los profesores apegados a las antiguas
creencias se les prohibe enseñ ar, se les niega el sueldo estatal a la par que
se les confisca su patrimonio. Ellos mismos han de ir al exilio. Por vez
primera en la historia «se impuso a los paganos una especie de procedi-
miento inquisitorial» (Geffcken). 70
Despué s de que otra ley imperial, en 529, prohibiese de nuevo a los
paganos y a todos los no cató licos el acceso a cualquier cargo o dignidad
y asimismo el ejercicio de la enseñ anza, el emperador abrió en el otoñ o
de aquel mismo añ o numerosos procesos contra funcionarios renitentes
en lo religioso. Y así, a travé s de persecuciones de dureza hasta entonces
inusitada (ocasionalmente, má s allá, incluso, de las fronteras del imperio)
apremiaba ahora a la aniquilació n total, material y espiritual, del paganis-
mo. Es cierto que la mayor parte de las leyes antipaganas existí an ya pre-
viamente, pero fue entonces cuando se inició una ejecució n de las mis-
mas de un rigor inmisericorde. «No soportamos contemplar este desorden
sin hacer nada», dijo en 529, añ o en que tambié n fue clausurada la Aca-
demia de Atenas, ú ltima de las grandes universidades paganas, a la que
privaron de todos sus bienes. La enseñ anza de la filosofí a quedó prohibida
para siempre. Los pensadores atenienses má s notables y entre ellos Da-
mascio, el escolarca de la academia, emigraron al Imperio persa. Segú n
parece y contra lo que habitualmente se cree, regresaron de nuevo.
Los ú ltimos santuarios antiguos de Egipto fueron clausurados o bien,
como el famoso templo de Jú piter Ammó n en el desierto libio, converti-
dos en iglesias cristianas. A todos los paganos se les privó allí del derecho
a ejecutar cualquier acto con fuerza legal. Se les ordenó a todos, inclui-
dos los lactantes, una conversió n forzosa e inmediata. Es de notar que el
hombre de confianza del emperador en cuestiones de polí tica eclesiá stica
y tambié n comisionado del mismo, el sirio Juan de Amida, futuro obispo
de É feso y monofisita, amplió é l só lo -de lo cual se vanagloriaba- el
Reino de Dios en las provincias de Asia, Caria, Lidia y Frigia, del Asia
Menor con 70. 000 u 80. 000 cristianos má s, amé n de 96 iglesias y 12 mo-
nasterios: no sin coacciones ni sin sobornos, pues el emperador, se dice,
pagó a tanto por cabeza. Se impuso la pena de muerte por ofrendar ví cti-
mas, por venerar imá genes paganas, tambié n por recaer en el paganismo
tras la conversió n o porque, siendo ya uno cristiano, no cristianizaba su
á mbito domé stico. 71
Como quiera que el paganismo perduraba por má s tiempo en Oriente,
má s culto, y má xime entre los cí rculos má s educados, su persecució n afec-
tó en Constantinopla a muchos miembros de las clases sociales má s altas,
a filó sofos, a altos funcionarios, a senadores, a mé dicos, etc. Se procedió
contra ellos mediante la privació n de cargos, confiscació n de bienes, tor-
turas y sentencias de muerte. Gramá ticos, sofistas, abogados y doctores,
todos fueron encarcelados, convertidos a la fuerza, flagelados y, en algu-
nos casos, ejecutados. Las estatuas de los dioses y los libros paganos fue-
ron quemados en pú blico como en junio de 559 en el kynegí on, despué s
que los «idó latras» fueran arrastrados por la ciudad. Todos los no bauti-
zados y -como veremos pronto- tambié n todos los cristianos disidentes
respecto a la Iglesia cató lica perdieron sin má s todos sus derechos y fue-
ron cruelmente castigados por la má s mí nima actividad religiosa. 72
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