«Demanda» creciente de santos muertos,» su descubrimiento y sus milagros
Con la creciente adoració n de los má rtires y sus reliquias se necesita-
ban naturalmente má s cadá veres de má rtires, pero los sepulcros de los de
los siglos i y n habí an desaparecido por completo y de los posteriores con
frecuencia se desconocí a el lugar de enterramiento. Por lo tanto habí a
que buscarlos y trasladarlos hasta allí donde se les querí a. Hay testimo-
nios de tales traslados en el cristianismo desde el siglo iv. Presuponen
por lo general el hallazgo (inventio) y el levantamiento (elevatio) y fina-
lizan con la deposició n (depositio). 137
El primer traslado del cadá ver (entero) de un má rtir se produjo en el
añ o 354 en Antioquí a, cuando se llevó a san Babilas a Dafne para aniqui-
lar allí el culto a Apolo. Má s tarde, el desacreditado Cirilo transportó
desde Alejandrí a hasta Menuthis a los má rtires Kyros y Juan, para des-
truir allí el culto a Isis. En el caso de san Esteban, cuya tumba -el hallaz-
go má s famoso en este campo- apareció en 415 en Kafargamala, se des-cubrieron incluso las piedras con las que fue lapidado y naturalmente se
las veneró lo mismo que reliquias, pues habí an estado en contacto con el
má rtir, algo totalmente consecuente pues por tonto que sea sigue un mé -
todo. 138
En los relatos de traslados desempeñ an un papel muy importante los
milagros que se producen con el descubrimiento y el levantamiento del
santo, durante el propio traslado y poco despué s de la llegada. Para que la
Iglesia reconociera las reliquias una exigencia era la demostració n de mi-
lagros y visiones. Allí donde está la tumba de un má rtir se producen
milagros, se curan enfermos y se expulsan demonios. Y desde la segun-
da mitad del siglo iv se descubrieron una tras otra las tumbas de má rtires
desconocidos hasta esa fecha. Los cadá veres y los huesos de las ascetas
gozaban tambié n de gran aprecio. En cuanto que fallecí a un monje muy
venerado, multitud de personas se apresuraban para hacerse con su ca-
dá ver. Hubo algunos que intentaron escapar a este destino y rogaron que
se les enterrara en un lugar desconocido. Cuando se logró llevar a la ciu-
dad finalmente al monje Jacobo desmayado -por su causa casi se pro-
dujo una lucha entre los campesinos y los habitantes de la ciudad-, al re-
cuperar la conciencia no querí an devolverle. En la muerte de san Simeó n
hubo que llamar incluso a los soldados para que protegieran su cadá ver.
Y tras el asesinato de algunos monjes en el añ o 395 a manos de bandidos
á rabes, dos ciudades entablaron una batalla formal por quedarse con sus
cadá veres; no es el ú nico caso de este tipo. 139
El robo de reliquias era para los interesados casi cuestió n de honor. De
este modo se sustrajeron los cadá veres, entre otros, de san Hilarió n, san
Martí n de Tours y san Macario. Los restos de san Juan Crisó stomo fueron
robados en Constantinopla, junto con los de otros santos, durante la cruza-
da del añ o 1204 y se les «trasladó » a la basí lica del Vaticano, en Roma. 140
Los cristianos no ahorraban esfuerzos, ví ctimas y engañ os para obtener
reliquias. Durante las persecuciones hubo algunos que al parecer, ademá s
de los cadá veres santos, quisieron hacerse con las manos de sus persegui-
dores, para tener «comunidad» con las «santas carnes». Tambié n durante
las persecuciones, muchos cristianos que habí an apostatado de su fe bus-
caban restos de má rtires para compensar su debilidad. Y cuando ya no
habí a má s má rtires se buscaban sus tumbas, se les husmeaba con infali-
ble olfato y se les desenterraba. Esto lo hicieron incluso famosos prí ncipes
de la Iglesia como san Ambrosio, al que «cierto sentimiento ardiente» se-
ñ alizaba los restos de má rtires. En el Anno Domini 386 se convirtió en el
descubridor de unos má rtires totalmente desconocidos hasta entonces, las
«santas ví ctimas» como é l gustaba de llamarles, «ví ctimas triunfantes»,
los santos «Gervasio» y «Protasio» -el primer levantamiento conocido de
má rtires «encontrados»-, que escenificó mediante la curació n de un ciego,
hecho que despertó bastante escepticismo incluso entre sus partidarios.
Encontró (inventó ) ademá s a los santos «Agrí cola» y «Vitalio», «Nazario»
y «Celso», y afirmó que «aunque sus cenizas fueron dispersadas por todo
el mundo (seminetur), permanece completa toda su fuerza». Sin embar-. :
go, la corte imperial cristiana consideró que estas actividades de Ambro-
sio eran una intriga. '41
El mismo añ o, 386, en que Ambrosio sacó por arte de magia en Milá n;
a los dos má rtires «Gervasio» y «Protasio», un edicto prohibió la fabrica-; 'l
ció n y partició n de reliquias. El Padre de la Iglesia, que en el momento ^:
culminante de su lucha contra la corte habí a celebrado sus conquistas
como «defensores» y «soldados», como «patroni», y que habí a elogiado su ^
poderosa protecció n (praesidia, patrocinio), no se inmutó ni lo má s mí ni- %
mo por el edicto. Magná nimamente envió pequeñ os trozos de «Gerva-^
sio» y de «Protasio» a todo el mundo, pero sobre todo a Galia. Pequeñ as?
porciones de los má rtires viajaron a Tours, Vienne y Rú an, donde el santo ^
obispo Ví ctricio (festividad el 7 de agosto) -un antiguo soldado que esca- '
pó del servicio militar «mediante un milagro confirmado» (Lexikon fü r y
Theologie und Kirche) y que desde entonces actuó como infatigable mi- ^.
sionero hasta Bretañ a- contrajo grandes mé ritos consiguiendo todas las^
reliquias posibles. Victricio utilizaba ya una colecció n obtenida especial- •
mente en Italia cuya eficacia propagaba sin descanso, por muy pequeñ as ^
que fueran las porciones: «No debemos quejamos de la pequenez de las í
reliquias [... 1. Los santos no sufren dañ o alguno porque se dividan sus í
restos. En cada trozo se oculta la misma fuerza que en el total». El jesui-:
ta E. de Moreau le ensalza como una «figura de granito», sobresaliente k
«entre los má s nobles de su é poca». 142
Pero no a todos les salió todo bien e incluso un patrono tan experi- •
mentado y escaldado como san Martí n tuvo que interrumpir un culto a " s
los má rtires recié n iniciado porque al que la comunidad creyente honraba
y adoraba era un antiguo salteador de caminos. 143
Al igual que Ambrosio, los restantes Padres de la Iglesia tambié n par-
ticiparon en el culto a las reliquias: Basilio, Gregorio Nacianceno, Crisó s-
tomo, Jeró nimo, Agustí n. Confirman milagros sin un titubeo. Segú n Am-
brosio «a muchos les curó la sombra (umbra quadam) de los santos cuer-
pos». «Un poco de polvo ha reunido a una enorme multitud del pueblo. Las
cenizas está n ocultas, las obras son pú blicas» (Agustí n). «No só lo los cuer-
pos de los santos está n llenos de gracia espiritual sino tambié n sus sepul-
cros» (Crisó stomo). 144
Por ejemplo con aceite. Muchas reliquias desprenden un aceite mara-
villoso. Juan de Damasco, que prestó «a la Iglesia grandes servicios [... ]
como erudito, escritor y predicador» (Altaner/Stuiber) y al que el Conci-
lio de Nicea (787) tanto enalteció, tranquilizó a aquellos que dudaban del
santo aceite: «Como fuente de curació n Jesucristo nos dio las reliquias de
los santos, que de modo muy diverso emanan buenas obras y que des-
prenden aceites perfumados. ¡ Y que nadie lo dude! Pues si de una dura
roca del desierto manó agua [... ], ¿ por qué ha de ser increí ble que de las
reliquias de los má rtires salgan aceites perfumados? ». 145
Así una idiotez apoya otra.
La hipoté tica tumba del Apó stol André s en Patras, tan venerada y
donde al parecer sufrió el martirio de la cruz, desde la que durante dos dí as
estuvo pronunciando sus má s edificantes sermones, desde la que procla-
mó la «doctrina de la cruz» para eterna perdició n de los infieles («se lee
como un evangelio»: el capuchino Maschek), desprendí a aceite y maná.
(André s ascendió pues tambié n se le invoca como patró n de Rusia, Esco-
cia y Grecia, como protector de la orden del Toisó n de Oro, como protec-
tor de los carniceros, entre otros, para el mal rojo y los calambres, y como
intermediario en cuestiones amorosas. )146
El emanador de aceites má s famoso fue san Demetrio -quizá histó ri-
co-, cuyo culto continú a el Kabir pagano. La (presunta) tumba de Demetrio
en Tesaló nica, donde se convirtió en celebradí simo patró n de la ciudad,
hizo bullir el aceite por la fuerza del muerto, aunque tambié n el contacto
con sus reliquias provocaba el hervor, y lo mismo que en otros sitios el
aceite llegó a manos de los hombres adecuados, por ejemplo en las de
san Martí n de Tours. Su amigo Sulpicio Severo escribe: «El sacerdote
Arpagio testimonia haber visto có mo el aceite aumentaba bajo la bendi-
ció n de Martí n, hasta verterse por el borde del recipiente repleto». Natu-
ralmente, este mismo efecto se conseguí a con la consagració n del «aceite
del leñ o de la santa cruz», cuyos fragmentos peregrinaron por todo el mun-
do (ortodoxo). El peregrino de Piacenza relata: «Durante la adoració n de
la cruz en el atrio de la iglesia sepulcral se pone aceite para consagrar
en las ampollas, que está n medio llenas. En el momento en que el leñ o
toca la abertura de la ampolla, el aceite comienza a borbotar y si no se la
cierra, todo el aceite se vierte fuera». 147
En el siglo iv fue adquiriendo carta de naturaleza la costumbre de co-
bijar bajo el altar (algo habitual desde hací a mucho tiempo en el paganis-
mo) los restos de los má rtires. Se colocaban por debajo de la placa o en
una depresió n de la misma, el «sepulcrum», convirtié ndose el altar en la
tumba de los santos. Por mucho mal gusto que tenga esta cuestió n, aun-
que se haya habituado uno, hay que considerar tambié n, de modo adicio-
nal, que muchos de los huesos, probablemente la mayorí a, sobre los que
se celebraba la ofrenda eucarí stica, la santa misa, no pertenecí an a aquellos
a los que se atribuí an; surgió una «fuerte demanda» (Lexikon fü r Ikono-
graphie) de cadá veres santos o de sus fragmentos, las «necesidades» eran
literalmente gigantescas. Y lo mismo el problema. Y la pasió n coleccionis-
ta tambié n. Habí a entusiastas aficionados a los restos de cadá veres cris-
tianos. Poco a poco todas las iglesias querí an tener sus propias reliquias
de má rtires y finalizando el siglo vi casi todas ellas las tení an. 148
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