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Peregrinar, una idea fija ya en la época precristiana




En la mayorí a de las religiones y en la é poca precristiana eran ya habi-
tuales las peregrinaciones, es decir, los viajes a los llamados centros san-
tos por motivos religiosos, de fe, de fundació n, de penitencia, de oració n
o de agradecimiento. La peregrinació n con muchas curaciones milagro-
sas, exvotos y un largo etcé tera existí a ya entre los paganos y los judí os,
y entre los á rabes en la era preislá mica. En todo el á mbito cultural greco-
rromano y fuera de é l las peregrinaciones estaban en todo su esplendor
en la é poca de «Cristo», cuando los cristianos todaví a ni pensaban en ello.
Y lo mismo que entre los paganos, el deseo de curació n desempeñ ó entre
los cristianos un papel principal, como demuestran los numerosos relatos
de milagros de los primeros siglos.

La peregrinació n guardaba una estrecha relació n con la idea de que la
divinidad se manifiesta en determinados lugares con preferencia a otros,
en los puntos de reunió n de fuerzas «sobrenaturales», de las «numinosis», en
una imagen de culto milagrosa, una reliquia u otro lugar importante des-
de el punto de vista de la historia religiosa, conocido por las obras de un
fundador de la religió n, de un hé roe, de un santo. Desempeñ aba tambié n
un papel importante la creencia de que a la divinidad se la adora mejor
aquí y allá, de que aquí o allá el solicitante conseguí a mejor audiencia para
la concesió n de bienes urgentes o espirituales, que allí se liberaba mejor
de las penas materiales o morales..., ideas fijas, que contradicen la creen-
cia en la omnipresencia de un Dios (todopoderoso). 3

Los devotos acudí an tambié n en procesió n; por ejemplo entre los judí os,
pero lo mismo en la é poca á rabe antigua, como má s tarde en el Islam. En
los lugares de peregrinació n las procesiones eran tambié n frecuentes
entre los judí os con ocasió n de la fiesta de los Taberná culos, aunque eran
mucho má s habituales en el paganismo, con estatuas de dioses y otros
sí mbolos del culto, motivo por el que los cristianos las rechazaron duran-
te varios siglos como «pompa diaboli», procesiones del diablo, y expre-
sió n de idolatrí a. Despué s tambié n ellos tuvieron procesiones, pero con
sí mbolos «verdaderos» y ahora, en lugar de dioses, santos. 4


El paganismo, el judaismo y los celtas conocieron las romerí as. En ellas
acudí an las gentes de todos sitios, como má s tarde entre los cristianos,
cuyos lugares de peregrinaje tienen como mí nimo una vez al añ o un dí a
de fiesta mayor. Los paganos y los judí os conocieron tambié n las pere-
grinaciones de devoció n, las que se realizaban con objeto de cumplir un
voto. La religió n de Jesú s apenas dejaba espacio para ello, lo mismo que
para el juramento; y la palabra para é ste incluí a el voto. Sin embargo, los
cristianos, lo mismo que los judí os del Antiguo Testamento, hací an a me-
nudo votos y en esta prá ctica apenas se diferenciaban de los judí os o los
paganos. «Los motivos para los votos eran los mismos [... ]. Tampoco se
produjo un cambio en cuanto al contenido del voto [... ]. Só lo se modificó
el destinatario del voto: Cristo [... ], la Trinidad [... ] y sobre todo los má r-
tires y otros santos» (Reallexikon fü r Antike und Christentuni). Infinidad
de cristianos hicieron votos pero, como se sabe por una antigua fuente,
«para muchos la voluntad del voto duraba só lo mientras que les dolí a la
cabeza». Paulino, obispo de Ñ ola, advierte que a los santos no les agrada
el incumplimiento de las promesas, una constante en casi todos los san-
tuarios tanto paganos como cristianos. Y lo mismo que aqué llos cumplen
el voto mediante el ofrecimiento de una ví ctima, tambié n fue así entre los
cristianos. 5

Los exvotos existieron en las culturas má s antiguas, tanto entre los pue-
blos primitivos como entre los civilizados. Hubo lugares de peregrinaje
de los celtas y de los germanos lo mismo que en Italia, Grecia, Mesopota-
mia o Egipto. En Coloma los paganos ofrecí an miembros de madera como
dones de consagració n. En el sur de Italia se encontraron en un santuario
de Hera situado en la desembocadura del Silaro muchos exvotos del Ku-
rotrofos con el niñ o. El templo de Asclepio de Epidauro, Atenas y otros
lugares estaba lleno de tablas votivas. 6

Los dona votiva, donarí a, hicieron ricos a los templos. Al templo de
los judí os en Jerusalé n le hicieron donaciones incluso los monarcas paga-
nos como Augusto, Agripa o Claudio. Mediante exvotos se multiplicaron
los tesoros de los templos desde Mesopotamia hasta Roma. Aristó fanes
llamaba al santuario de Artemisa en Efeso la «casa toda de oro». Se hací an
donaciones de todo tipo: costosos ropajes, telas, oro, plata, figuras de dio-
ses, botines de guerra, rebañ os de ganado, pero sobre todo reproducciones
de miembros curados e incluso se cedieron templos enteros. Estos dona-
rí a
podí an ser simplemente regalos o bien reposiciones, rogativas o agra-
decimientos, donaciones por la ayuda esperada o recibida. Todo esto lo
siguieron practicando los cristianos, só lo que en lugar de por los auxilia-
dores paganos y los dioses lo hací an por los santos y Dios. «Lo que cam-
bia son casi solamente los nombres» (Weinreich). Dicho cató licamente:

«El cristianismo se mantuvo desde el principio fiel a estas formas de ve-
neració n y confianza en Dios [... ]» (prelado Sauer). 7


La incubació n, el dormir en lugares sagrados para tener sueñ os divi-
nos, anunciaciones y visiones, procede tambié n del paganismo. Ligada
inicialmente a las revelaciones de las divinidades ctó nicas, se expandió en
especial por el á mbito de la cultura griega. Precedidos a menudo de de-
terminados preparativos y renunciando a ciertos alimentos, incluso abste-
nié ndose de las relaciones sexuales, hombres y mujeres yací an separados
en una sala de culto y esperaban la aparició n del dios en su propia o en
otra forma. Esperaban revelaciones en sueñ os, orá culos que despué s solí an
tener que interpretar los sacerdotes. Esperaban tambié n curaciones, mo-
tivo por el que la incubació n la practicaban sobre todo los enfermos, en
especial en los templos de los hé roes y dioses curativos, quizas en los
santuarios de Asclepio, o Esculapio, desde Egipto a Grecia y Roma; má s
tarde en los de las divinidades egipcias de la é poca helenista Isis y Sara-
pis, con las que encontraban remedio muchos de los que los mé dicos de-
sahuciaban. Sin embargo, estos recintos de incubació n, como despué s los
cristianos, eran tambié n hospitales. 8

En el cristianismo, en lugar de a los dioses se invocaba (en Grecia se
practica al parecer todaví a en el siglo xx) a los santos: Tecla, Miguel, Tera-
pó n, Quiros y Juan, Cosme y Damiá n; pero no só lo pidiendo ayuda para
el cuerpo sino tambié n para el alma, lo que hace diferente a la incubació n
cristiana de los recintos de incubació n y hospitales paganos. En realidad,
claro que tambié n en el paganismo se buscaba ayuda para el alma. Si al-
gunos Padres de la Iglesia (Eusebio, Crisó stomo, Jeró nimo, Cirilo de Ale-
jandrí a, entre otros) combatieron la incubació n cristiana como supersti-
ció n es un hecho poco claro y conflictivo; naturalmente que la pagana sí
que la condenaban. En las termas de Elias, en el Jordá n, se permití a por
la noche la entrada a los enfermos a travé s de una puerta trasera. El em-
perador Justiniano, encontrá ndose gravemente enfermo, solicitó la ayuda
de los santos Cosme y Damiá n sin ningú n secreto, sino que amplió y de-
coró su iglesia. El obispo Basilio de Seleucia informa sin ceremonias y
de modo aprobatorio sobre la incubació n de los cristianos, y de forma
mucho má s extensa Sofronio, patriarca de Jerusalé n en el siglo vn. 9

El budismo tení a en un principio cuatro lugares sagrados de los que
Buda profetizó que se peregrinarí a hasta ellos y que quien muriera al ha-
cerlo volverí a a nacer en el cielo: Lumbini (Nepal), donde Buda nació,
Bodhgaya, donde fue iluminado, Sarnath, donde comenzó a predicar, y
Kushinagara, donde pasó al nirvana. Posteriormente se añ adieron muchos
otros santuarios como Koyasan, en Japó n, y Kandy en Ceilá n, donde se
veneraba un diente de Buda. Tambié n en el hinduismo (principal santuario
en Benaré s) hubo y hay numerosas ciudades sagradas y los Sadhu pere-
grinan de un santuario a otro. Y en el lamaí smo (posterior al cristianis-
mo), el budismo tibetano, con Lhasa como centro de culto y peregrinaje, el
pueblo acude en tropel -¡ uno de cada cuatro habitantes es religioso de


profesió n! - a los monasterios, los centros de la vida religiosa y econó mi-
ca, tributa homenaje a las reliquias, compra amuletos e imá genes de dio-
ses, y hace girar los molinetes de la oració n. Se peregrina en el sintoí smo,
en la religió n nacional japonesa (kami no michi), que conocí a un clero
hereditario y tambié n muy deseoso de hacer negocio, en el que determi-
nadas familias consideraban los ingresos del templo como ganancias fa-
miliares. Hubo peregrinaciones entre los confucianos, entre los antiguos
egipcios y asimismo en la antigua Grecia. 10

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