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Asclepio, el dios de las «manos suaves», y Epidauro, el Lourdes pagano




En la religió n egeocretense era habitual la adoració n similar al pe-
regrinaje de «relicarios» campesinos, santuarios de montañ a y grutas sa-
gradas, en parte todaví a lugares de peregrinació n en la fe popular de la
Grecia actual. Má s o menos a finales del siglo v comenzó Asclepio su mar-
cha triunfal. Eclipsó a todas las restantes divinidades curativas, no só lo
de la é poca clá sica sino de toda la Antigü edad. Fue el dios de la medicina
má s importante y casi el ú nico reconocido de modo general, un auxiliador
bené volo, desprendido y amado, un salvador que inicialmente fue quizá
un hé roe curativo en el que se personificó a un famoso mé dico de Tesalia.
Pí ndaro, alrededor del añ o 475 a. C., veí a en Asclepio un mortal converti-
do en hé roe, y el mundo antiguo le veneró como a un dios que se hizo
hombre, le veneraba precisamente como el dios má s humano, el dios de
las «manos suaves», el dios «que con su bené vola mano lleva la curació n». "

Se le divinizó como taumaturgo que curó a paralí ticos, sordos y cie-
gos, que incluso hizo nacer cabello, apaciguó tormentas y resucitó a muer-
tos, que hizo sanar a los enfermos, pero que tambié n alivió los quebrantos
del alma. Muchos de los milagros de Asclepio, el salvador en todos los
apuros de la vida, que tambié n curaba por imposició n de sus manos, el
que fue llamado «mé dico», el «auté ntico mé dico», «señ or» sobre los pode-
res de la enfermedad, «salvador», pasaron a Jesú s en la Biblia, y no po-
cas veces con todo lujo de detalles. Asclepio, el hijo de un dios, no só lo
es condenado a muerte como pena sino que tambié n asciende al cielo. En
resumen, la vida y los motivos literarios de la biografí a de ambas divini-
dades son muy parecidas y en concreto, las curaciones milagrosas de As-
clepio coinciden en sus detalles «de manera notable con las curaciones
milagrosas de Jesú s» (Croon). 12

Los cristianos no pudieron negarlo, pues era demasiado conocido. Jus-
tino escribe al respecto: «Cuando decimos que Cristo ha curado invá lidos,
paralí ticos y enfermos de nacimiento y ha resucitado a muertos, parece que
contamos cosas parecidas a las que se relatan de Asclepio». Pero precisa-


mente las analogí as provocaron en los Padres de la Iglesia duros ataques.
Y naturalmente no podí a faltar la afirmació n de que Asclepio fue un peli-
groso demonio y que Cristo le superaba con creces. 13

Los santuarios de Asclepio se extendieron por toda la regió n medite-
rrá nea. Los investigadores han constatado la existencia dé má s de dos-
cientos dedicados a este dios, siendo todos ellos centros de peregrina-
ció n. Entre los mayores se tienen Cos, Pé rgamo, Atenas, Trikka, Lebena,
Aigai y Roma. Infinidad de personas buscaron aquí curació n y ayuda en
los siglos de la «é poca de transició n». En el de Atenas apenas faltaba un
miembro del cuerpo entre los exvotos de agradecimiento, lo mismo que
má s tarde en muchos de los centros de peregrinaje cató licos. Colgaban allí,
fabricados en los má s diversos materiales, cuellos, orejas, ojos, dientes,
manos, pies, pechos, etc. Numerosos relieves sagrados atenienses del si-
glo v antes de Cristo muestran tambié n la suave y auxiliadora mano de
Asclepio. De mú ltiples maneras creció la confianza en este dios y la fama
del santuario. 14

El centro de peregrinació n má s famoso, al que le surgieron multitud
de competidores dentro del mismo culto, fue Epidauro, una especie de
Lourdes de la Antigü edad: situado romá nticamente en el noreste del Pe-
loponeso, a nueve kiló metros al suroeste de la ciudad homó nima, en una
amplia cañ ada rica en manantiales y accesible desde Atenas en una trave-
sí a por mar de seis horas. El culto se inició en el siglo vil antes de Cristo
y transmitido probablemente desde Trikka, en Tesalia, hasta Epidauro, don-
de comenzó a florecer en el siglo v. Hizo que Epidauro fuera conocida en
todo el mundo y atrajo desde lejos a peregrinos de todos los niveles so-
ciales, principalmente con fines curativos mediante orá culos y curas de
agua: tuertos, ciegos, mudos, paralí ticos, tuberculosos, heridos. Tambié n
a las personas que habí an perdido cosas importantes y especialmente mu-
jeres que querí an tener hijos. (Tambié n se preguntaba a otros templos de
Asclepio en tales casos, como Delfos, y má s tarde los cristianos peregri-
naron a las iglesias por el mismo motivo. ) No se sabe si existí a una regla-
mentació n de tasas. Sin embargo, se sabí a «aprovechar psicoló gicamente»
la generosidad (Reallexikon fü r Antike und Christentuní ). Algunos acudí an
a Epidauro simplemente para rezar allí. Ademá s del santuario principal,
artí sticamente importante, habí a templos de otras divinidades, sobre todo
de Artemisa, Temis, Afrodita; habí a tantos altares de diversos dioses que
hubo que numerarlos, como en Olimpia. Y naturalmente surgieron gran-
des edificios para albergar a los peregrinos.

Muchos permanecí an allí semanas o meses, algunos incluso añ os, de
lo que se beneficiaban sobre todo los sacerdotes. Recogí an las ofrendas y
de los que se curaban recibí an tambié n dinero, metales preciosos y en
ocasiones hasta estatuas de oro completas. Se encargaban de que aque-
llos que rehusaban mostrar a la divinidad el debido agradecimiento apa-


federan en el recuento de los milagros como aquejados de nuevas enfer-
medades. Hací an relatos sobre los enfermos que habí an sanado gracias a
Asclepio cuando regresaban o ya en su hogar. Y es notorio que los sacer-
dotes difundí an la creencia de que con el tamañ o de la donació n aumen-
taba la probabilidad de curació n. Al final de la Antigü edad, en los san-
tuarios de Asclepio habí a quizá hasta una especie de balneario con tarifas
fijas; como sucede de modo general en muchos lugares de peregrinaje,
los mé dicos y los sacerdotes de Asclepio eran los mismos. 15

Por razones propagandí sticas, en el siglo iv a. C. se escribieron sobre
estelas cuadradas, una parte de las cuales se ha conservado, las curaciones
milagrosas realizadas en Epidauro durante el siglo iv, en el momento de
su primer perí odo de esplendor, y que no se diferencian en nada de los re-
latos correspondientes de los lugares de peregrinació n cristianos. Sobre
la base de estas y otras inscripciones halladas en Epidauro y por fuen-
tes de origen literario, entre los añ os 300 y 200 a. C. existe constancia de
80 actos milagrosos. En realidad deben haber sido muchos má s. Tambié n
se justificaba la no atenció n a los ruegos de los peregrinos. Los lugares
de peregrinació n cristianos se enfrentaron al mismo problema y a menu-
do afirmaron que la causa eran los pecados del visitante. 16

No puede establecerse cuá l era el horario de los servicios religiosos en
Epidauro. Prescindiendo del hecho de que en el paganismo era habitual
poder rezar a distintas divinidades, muchas cosas recuerdan a los poste-
riores ritos y ceremonias cristianos: el gran uso de la luz y de las lá mpa-
ras, el empleo de incienso, especialmente los himnos a las distintas horas,
las procesiones solemnes en honor de Apolo, de Asclepio, y las donacio-
nes, de no menor importancia. En los siglos m y iv despué s de Cristo no
disminuye inicialmente la frecuencia de las dedicaciones y hasta aumen-
ta el nú mero de peregrinos y tambié n se incrementan las consagraciones.
El centro de Epidauro sobrepasa incluso a cultos tan famosos como los
de Eleusis y Delfos. 17

Epidauro, muy rica ya en el siglo iv a. C., fue saqueada en el siglo i
por Sila, despué s por piratas y resultó totalmente destruida alrededor del
añ o 400 d. C. Los cristianos la evitaron durante mucho tiempo. Varios si-
glos despué s comenzó a florecer allí el culto de dos santos que de modo
nada casual recuerdan a Asclepio y sus obras y que adoptaron las anti-
guas formas. En una é poca desconocida se levantó allí una basí lica de
cinco naves, que acabó convirtié ndose en una fortaleza. 18

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