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Otras atracciones para los peregrinos de Palestina




Un gran monumento era Belé n, el lugar de nacimiento del Señ or, y lo
má s valioso de allí el pesebre. Mucho antes que Jesú s ya habí an estado
en uno otros bebé s divinos. A Zeus o Hermes, por ejemplo, se les repre-
senta en pañ ales en un pesebre. Tambié n Dioniso, dios preferido del mun-
do antiguo y que recuerda al í dolo cristiano en multitud de rasgos sor-
prendentes, estuvo primero en una cesta sagrada (liknon). El pesebre del
Pobre Hijo de Dios fue enriquecié ndose con oro y plata procedentes de
las donaciones de los peregrinos. Al cabo de medio milenio, en el siglo vi,
tambié n se podí an contemplar en Belé n los restos de los niñ os inocentes
a los que Herodes habí a hecho matar, así como otra pieza de exposició n,
la mesa a la que se sentó la santa Madre de Dios con los Tres Reyes de
Oriente; en 1164 las reliquias llegan a la catedral de Colonia, al monaste-
rio de Ottobeuren; en 1238-1239 a Aquisgrá n... 52

Por lo visto, ni el peregrino de Burdeos ni Eteria visitaron Nazaret.
Apenas se conocí an allí monumentos. Pero alrededor del añ o 570, el pe-
regrino de Piacenza vio en Nazaret hasta los maderos de la sinagoga que
sirvieron de asiento a Jesú s, incluso su abecedario. Y de la presunta vi-
vienda de Marí a se hizo una iglesia, que albergaba toda una serie de ro-
pas milagrosas de la Esposa de Jesucristo. 53

El Jordá n, donde bautizaba Juan Bautista, fue pronto objeto de visitas
por sus aguas «curativas». El agua de este tipo desempeñ ó un papel muy ¿
importante en muchos lugares de peregrinaje, sobre todo en el de san Menas
de donde se la llevaba a todo el mundo desde incontables fuentes, siempre
que fueran cristianas. Tambié n de Seleucia y É feso se sacaba el lí quido nú -,
lagroso, lo mismo que de Tesaló nica, de Ñ ola, de Tours. Y en Palestina no;

só lo en el Jordá n habí a agua «milagrosa». Se acudí a a numerosos estanques
de Jerusalé n o a las termas de Elias, en el lago Genezaret, a una fuente en;
Emmaus, donde Jesú s se lavó los pies, a una fuente de Belé n en la que Ma-
na bebió durante la huida a Egipto..., y absolutamente todo se pagaba.    

En el Jordá n se celebraba la festividad de la Epifaní a, el aniversario

del bautizo del Señ or, dí a en que se producí an muchos milagros. El pun-
to del lecho del rí o donde esto tuvo lugar se señ alizaba perfectamente
con una cruz de madera. El emperador Anastasio hizo levantar allí una
iglesia. Por supuesto, tambié n habí a varios albergues para peregrinos. El
cuerpo del Bautista, asesinado por Herodes, se veneraba en Sebaste, en
Samarí a, y su cabeza en Emesa; aunque tambié n se afirmaba tenerla en Da-

masco y en Ascalon y una parte en Amiens. Se conocen de é l cerca de
60 dedos. No se tardó en atestiguar multitud de milagros. San Jeró nimo,
el mayor erudito de la Iglesia de la Antigü edad, relata ampliamente el tu-
multo que escenificaban los malos espí ritus en la tumba del Bautista aU
no querer salir de los poseí dos. 54


Para expulsar a los demomos, es decir, para tratar a los enfermos men-
tales a los que antes se creí a poseí dos por los malos espí ritus, habí a cen-
tros de peregrinaje especiales; sobre todo la tumba del Bautista en Sebaste,
el Golgota y los centros de Eucaita, Ñ ola y Tours, aunque los epilé pticos,
los enfermos nerviosos y los enfermos mentales buscaban tambié n ayuda
en otros lugares. Está confirmado que desde el siglo m, en el cristianismo
el agua bendita no se utilizaba só lo para socorrer a los enfermos sino tam-
bié n para ahuyentar a los malos espí ritus. 55

Por supuesto que ademá s de a Marí a y al Bautista, en Palestina se ado-
raba tambié n a otros santos y se fomentaba su culto, entre otros a Jorge,
Pelagia, Isicio, Ví ctor, Hilarió n, Santiago, Simó n, Menas, Juliá n, Tecla, Cos-
me, Damiá n, los 40 má rtires. Pero dado que de los primeros má rtires por
regla general no se tení an reliquias cuando é stas se pusieron de moda, fue
necesario «volver a encontrarlas» (Kó tting). Al ser só lo unos pocos los que
podí an conseguirlas, ya fueran verdaderas o falsas, se hicieron recuerdos
para las masas, las llamadas eulogias o hagiasmata, que las hubo en to-
dos los centros de peregrinaje de la Antigü edad. 56

No habí a lí mites para la fantasí a. Por ejemplo, se enrollaba un cordel
alrededor de la «columna de la flagelació n» y despué s se lo llevaba como
«filacteria» -una palabra má s distinguida que «amuleto»-, o sea, como col-
gante contra la brujerí a y para atraer la buena suerte. Estos medios pro-
tectores y ahuyentadores del mal los hubo en el cristianismo como gotas
en el mar. Lo mismo que los paganos se llevaban a casa reproducciones
de los templos e imá genes de los dioses, de É feso una copia de Efesia, de
la peregrinació n a Delfos una figurilla de Apolo (tambié n Sila y Plutar-
co las llevaban), de los centros de peregrinaje sirios figuras de plomo de
Atargatis o cenizas del altar de los sacrificios de Lebena, y utilizaban todo
esto y má s como medio protector, como filacterio contra el mal cuando
se estaba de viaje y en casa, lo mismo hicieron los cristianos. Se recogí a
algo de agua del Jordá n (lo mismo que má s tarde los á rabes se llevaban
agua de la fuente de Zamzam, en la Meca), se introducí an pañ os en el
rí o para emplearlos despué s como sudarios pues al parecer les sentaban
muy bien a los cadá veres. Del monte Sinaí se llevaban a casa «rocí o del
cielo» o «maná », y de Cesá rea incluso astillas de la presunta cama de
Comelio. 57

El que estos «recuerdos de peregrinos» se entendieran de modo apa-
rentemente distinto en el paganismo, que la Iglesia desligara sus nuevos
«medios de bendició n» de las prá cticas de magia, haciendo que el cristia-
no no esperara obtener ayuda de la misma imagen, como el pagano, no
de los dioses sino de la divinidad, de Dios, no es, desde luego, una dife-
rencia tan revolucionaria como se nos quiere hacer creer, aparte de que
tampoco en el paganismo estas imá genes se identificaban con los dioses,
sino que se consideraban en un sentido simbó lico.


Junto a las atracciones del Nuevo Testamento -no se han mencionado
desde luego todas las que desempeñ aron un papel importante- hubo tam-
bié n, naturalmente, multitud de piezas y lugares de recuerdo procedentes
de la é poca judí a precristiana. Las peregrinaciones cristianas siguieron al
principio con mayor ahí nco la tradició n del Antiguo Testamento. Y como
mí nimo hasta comienzos del siglo iv fue mucho mayor que la del Nuevo
Testamento. 58

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