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Jesús «expulsó muchos demonios.. »




Es cierto que el cristianismo eliminó má s de una superstició n pagana,
combatiendo desde un principio adivinació n y hechicerí a. Al mismo
tiempo, sin embargo, ofreció una buena dosis de nigromancia propia.

No cedamos ahora a la tentació n de hablar de cuestiones como la de
la deificació n de un hombre, del descubrimiento muy posterior del Espí -
ritu Santo (como ú ltima de las tres divinas personas, que son sin embargo
una sola deidad), de la virginidad de Marí a (ante partum, in partu, post
partum),
de su asunció n en vida a los cielos y de otras misteriosas cues-
tiones, aunque serí a harto difí cil hacer creí ble que cosas semejantes han
fomentado la indagació n cientí fica, el pensamiento autó nomo y la eman-
cipació n espiritual del hombre. Lo mismo podrí a afirmarse de alguna que
otra mutació n de birlibirloque como la transformació n de las obleas en
carne o de la sangre en vino, aunque todo ello suceda -por razones evi-


dentes- de manera invisible. El que desde tiempos inmemoriales se dé pá -
bulo a esos encantamientos mediante la afirmació n de que cosas aná logas,
cuando suceden en otras religiones, no son sino la negació n del dios ver-
dadero, oficios demoní acos y entrega a Satá n, no contribuye precisamente
a hacerlos má s convincentes. '43

Por no hablar del hecho de que incluso algunos demonios paganos
tambié n volvieron a hallar acomodo en el cristianismo. Tal fue el caso de
Acé falo, una figura acé fala de las creencias populares griegas que reapa-
rece en la literatura má gica del sincretismo religioso como dios poderoso
de la revelació n y encama tambié n al Osiris descabezado. Es ostensible
que tambié n reaparece en los acé falos cristianos, reaparecidos que retor-
nan tras morir decapitados. Acé falo jugaba sobre todo un gran papel en
relació n con los má rtires de la decapitació n. Entre los numerosos vesti-
gios paganos integrados en las creencias cristianas acerca de espí ritus
está tambié n Poncio Pilato como «demonio de los jueves», por citar al-
gunos ejemplos de entre otros muchos similares. 144

A travé s de todo el Nuevo Testamento «se presupone firmemente la
existencia y la actividad de los espí ritus. Siguen operantes las prá cticas
de la antigua magia» (E. Schweizer). Es má s, toda «la obra salví fí ca de
Cristo» va estrechamente unida a la rebelió n de los demonios, a la libera-
ció n de los hombres de las garras de aqué llos: todo ello constituye un pen-
samiento verdaderamente central en la teorí a patrí stica de la redenció n,
expuesta a menudo de forma altamente dramá tica. Hasta los niñ os de pa-
dres cristianos está n inicialmente en poder de los «espí ritus malignos», que
deben ser expulsados antes del bautizo: el daemon adsistens, daemon ad-
sidens, daemon adsiduus.
En este punto estaban, digamos, al corriente de
las cosas má s increí bles. 145

En virtud de su acusada tendencia dualista, el Nuevo Testamento dis-
tingue espí ritus buenos y malos, espí ritus paganos y aquellos enviados
por Dios. Los demonios, que entre los griegos -contrariamente a lo que
creí an los judí os- eran criaturas semidivinas, está n subordinados al dia-
blo, mientras que el Espí ritu Santo de Dios habla por boca de Jesú s. Los
sinó pticos hablan con relativa frecuencia de exorcismos, espí ritus impu-
ros y demonios, designaciones que usan como intercambiables. '46

Segú n algunos escritos del Nuevo Testamento Dios «precipitó en el
Tá rtaro» a los demonios, a los á ngeles caí dos «los entregó a las prisiones
tenebrosas reservá ndolos para el juicio» (2. Pe. 2, 4), tal como hizo con
Sodoma y Gomorra a causa de su fornicació n «contra natura [... ] sufren
la pena del fuego perdurable» (Jud. 6). En otros pasajes del Nuevo Testa-
mento, sin embargo, se afirma en contradicció n con todo ello que los de-
monios siguen activos en la Tierra hasta el dí a del juicio, como «espí ri-
tus malos de los aires» e incluso merecen la denominació n de «señ ores
del mundo» (Efe. 6, 12). 147


Los evangelios no só lo atribuyen a los demonios la posesió n diabó li-
ca, sino, de forma ocasional, tambié n la enfermedad. (El «espí ritu de la
enfermedad» es, segú n Jesú s, el mismo «Satá n»). Los malos espí ritus
pueden, incluso, participar del saber sobrenatural, saber de su futuro des-
tino; pueden morar en una persona, pero tambié n ser expulsados de ella.
Si no es Dios quien ocupa despué s esa morada, el espí ritu volverá con
otros siete espí ritus malignos. Es Jesú s mismo quien enseñ a que un «es-
pí ritu impuro» desea volver a la «morada» que abandonó. «Cuando entra
en ella, la halla vací a, barrida y en buen orden. Al momento va y lleva
consigo otros siete espí ritus peores, incluso, que é l mismo y entran y se
aposentan en ella [... ]». 148

El Jesú s de la Biblia se toma muy en serio la expulsió n de los malos
espí ritus, lo que ya no resulta muy grato a los oí dos de los apologetas. Pero
el texto es relativamente abundante en conjuraciones de espí ritus, exor-
cismos, que no son, en principio, sino ó rdenes dirigidas a los demonios
para que «salgan de personas y cosas o no les sean adversas» (Luegs). 149

En la sinagoga de Cafamaú m Jesú s expulsa a un «espí ritu impuro» de
un hombre: «¡ Cá llate y sal de é l! ». El poseso se retuerce espasmó dica-
mente y finalmente el «espí ritu impuro» sale «dando un fuerte grito». El
pueblo se asombra: «¡ Tambié n manda a los espí ritus impuros y é stos le
obedecen! ». No es de admirar que aquella misma tarde «le llevaran a to-
dos los enfermos y endemoniados». Marcos relata que «echó muchos de-
monios y a é stos no les permití a hablar». Poco despué s cuenta Marcos
que Jesú s recorrió «toda Galilea y echaba a los demonios». Tambié n curó
a la hija de una mujer cananea «horriblemente atormentada por un espí ri-
tu maligno» y a numerosas mujeres de su entorno personal, a Juana, a
Susana y a «muchas otras». De Marí a Magdalena habí a expulsado hasta
siete demonios. 150

Jesú s cura a los endemoniados, a los luná ticos y a los epilé pticos. A
veces expulsa los «malos espí ritus» tan só lo mediante «la palabra», a ve-
ces por medio del «dedo de Dios». A veces se retiran calladamente, pero
es má s frecuente que «den gritos» y no olvidan lanzar é ste: «Tú eres el
Hijo de Dios». Cuando en cierta ocasió n libera a un poseso mudo de un
«espí ritu maligno» y el pasmo de la gente es tan enorme como en simila-
res ocasiones, los fariseos opinan que «expulsa a los espí ritus en alianza
con el prí ncipe de los malos espí ritus». Jesú s, ciertamente, afirma expul-
sarlos «con el espí ritu de Dios». 151

La muestra má s brillante de este arte supremo de conjurar a los dia-
blos la constituye a buen seguro la curació n de dos endemoniados en el
paí s de los gadarenos (que, probablemente, quiere decir «gerguesenos»).
Aqué llos, literalmente, pobres diablos, «salieron de los sepulcros y eran
sobremanera furiosos» estando poseí dos por toda una «legió n» de espí ri-
tus malignos (una legió n romana tení a entonces unos 6. 000 hombres).


Pero Jesú s expulsó a los espí ritus malignos «hacia una numerosa piara de
cerdos», que pací a lejos de allí, a raí z de lo cual aqué lla se lanzó por un
precipicio al mar y se ahogó. Nada menos que «unos 2. 000 animales»,
segú n Marcos. Los animales no significaban nada ya desde los comien-
zos del cristianismo y la misma pesca milagrosa muestra diferencias cra-
sas respecto a la má s antigua de los pitagó ricos. De ahí que este milagro
evangé lico no me parezca a mí tan «gracioso» como a Percy Bysshe She-
Iley, quien no obstante, comenta sarcá stico: «Se trataba de una cofradí a
de cerdos hipocondrí acos y magná nimos, muy distintos de todos aque-
llos de quienes tenemos tradiciones fehacientes». 152

Jesú s confirió a sus discí pulos el mismo poder. Y a raí z de su «voca-
ció n» les concedió «poder sobre los espí ritus impuros, de modo que tení an
virtud [... ] para expulsarlos». Y tambié n con ocasió n del discurso de la
«misió n» de los doce les ordena así: «Expulsad a los espí ritus malignos
[... ]». É stos fracasan en algunos intentos y se preguntan mutuamente con
irritació n: «¿ Por qué nosotros no hemos podido expulsar este espí ritu? »;

pero en general aciertan: «¡ Señ or, hasta los espí ritus malignos se nos so-
metí an en virtud de tu nombre! ». Y a partir de ahí se alejan «dando gran-
des gritos»: incluso a travé s de los pañ uelos y el ceñ idor de Pablo. 153

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