Главная | Обратная связь | Поможем написать вашу работу!
МегаЛекции

Reyes y papas asesinos




 

 

Má s criminal aú n e incluso má s devoto de la Iglesia se mostró el clan familiar, que sobrevivió a Teudeberto.

Clotario I tambié n guerreó casi de continuo durante los ú ltimos añ os de su vida, sin que ese dato incomodase para nada y ni siquiera llamase la atenció n de quienes predicabn la paz y el amor al pró jimo y al enemigo. El rey —el má s dé bil sin duda de los prí ncipes francos hasta que tras la muerte de Teudeberto I (558) ^e adueñ ó de todo el reino— habí a criticado sin embargo las crecientes riquezas eclesiá sticas, pero de acuerdo con la constitució n de su hermano, del añ o 554, tambié n intentó arrancar de raí z cuanto quedaba de paganismo. Cierto que en una campañ a invernal (555) contra los sajones llevó la peor parte; mas ya al añ o siguiente se impuso a la asociació n de sajones y turingios y hasta envió tropas contra los ostrogodos de Italia. En 557 guerreó de nuevo contra los sajones, segú n parece a regañ adientes, pero «fue batido con tan enorme derramamiento de sangre, y con una multitud de bajas tan grande por ambos bandos, que nadie puede calcular ni evaluar» (Gregorio). En cambio venció a daneses y eutenios.

Finalmente se vio enzarzado en una guerra en toda forma con su propio hijo Cram, el virrey de Aquitania. Con é ste, en efecto, urdió un complot su tí o Childeberto I, un rey piadoso y sin hijos, juramentá ndose ambos contra el padre y hermano respectivamente. Y mientras los sajones, llamados por Childeberto, asolaban en 557 la Renania hasta la regió n de Deutz, Cram poní a cerco aunque sin é xito a las ciudades de Clermont y Dijon, conquistaba las de Chalon-sur-Saó ne y Tours, mientras su tí o Childeberto pasaba a sangre y fuego la Champagne hasta Reims, que tambié n asoló. Pero morí a en Parí s el 23 de diciembre de 558, siendo enterrado solemnemente en la iglesia de San Vicente, que despué s se llamó Saint-Germain-des-Pré s. 28

La muerte de Childeberto libró a su hermano Clotario de una situació n apurada. Se apoderó de su reino y tesoros, desterró a la mujer de aqué l y a sus dos hijas y se impuso sobre todo el reino como dueñ o exclusivo, aunque por poco tiempo, hasta 561. Cram, el ú nico hijo que Clotario habí a tenido con su segunda mujer Cusinna (los otros hijos del rey, casado con cinco mujeres, eran todos descendientes de Ingunda o Aragunda), pronto se reconcilió con é l. Pero en 560, luego de una nueva rebelió n, fue derrotado por el padre en Bretañ a, que lo hizo prisionero y que por orden suya fue quemado con su mujer y sus hijas en una cabana, despué s de haberlo estrangulado con un sudario (de la misma manera habí a asesinado san Sigismundo a su hijo). 29

Un añ o despué s mona tambié n Clotario y con é l el ú ltimo de los cuatro hijos de Clodoveo, todos los cuales —como su padre— habí an


 

vivido para la rapiñ a, el asesinato y la guerra. Por doquier habí an ido a la bú squeda de reliquias de má rtires, se habí an cuidado de sus traslados y habí an promovido la veneració n de los santos. Fundaron muchos monasterios y los dotaron con generosidad. Otorgaron grandes propiedades inmuebles al clero y le hicieron donaciones. Los viejos anales abundan en sus alabanzas. 30

. Naturalmente los obispos hicieron cuanto estuvo en su mano por vivir a costa de ellos. En su mayorí a fueron siempre pusilá nimes y palaciegos. Pero algunos supieron ganarse a tiempo a los señ ores. Por ejemplo, cuando Clotario reclamó de todas las iglesias un tercio de sus ingresos, y «todos los obispos» lo suscribieron, aunque bien a su disgusto, só lo uno se negó a hacerlo: san Injurioso (¡ vaya nombre para un obispo! ). «Si vas a quitar a Dios lo que es suyo, pronto te quitará é l tu reino», le dijo a Clotario. E inmediatamente el rey orgulloso se postró ante la cruz, no reclamó má s dinero, sino que temiendo má s bien la venganza de san Martí n, otorgó muchos dones al irritado Injurioso, suplicó su perdó n y asistencia y devolvió todo, si hemos de creer a san Gregorio de Tours. 31

A Clotario I, en cuyo territorio la Iglesia estaba mal organizada y era ví ctima de una especial relajació n, tal vez no le importó para nada el cristianismo. De todos modos tambié n é l se hizo cristiano y fiel cató lico, que llevó a cabo una guerra tras otra y que hizo asesinar a sus parientes má s cercanos, incluyendo niñ os pequeñ os, doncellas y hasta su propio hijo, mientras se arruinaba personalmente con incontables concubinatos y con al menos seis matrimonios, «y no siempre sucesivos» (Schul-tze). Pese a lo cual el autor eclesiá stico del siglo vil compara a dicho rey con un sacerdote colmá ndolo de alabanzas. Y es que, efectivamente, se preocupó del traslado de los restos de má rtires, promovió la veneració n de Medardo, el santo patrono de la casa real, apoyó la fundació n de iglesias y monasterios, y tan obediente fue al clero, que escuchando la protesta eclesiá stica se separó de Waldarada, su mujer longobarda (¡ pues era pariente cercana de su primera y de su segunda mujer! ), y se la dio en matrimonio al duque bá varo Garibald. (Pero el obispo Gregorio no critica la poligamia del rey con Ingunda y con su hermana Aragunda. )32

Childeberto I mostró un fervor creyente y una devoció n al clero muy especiales. El usurpador e incestuoso erigió a la Santa Cruz y al proto-má rtir españ ol Vicente de Zaragoza —cuyo martirio se adornó con grandes alardes propagandí sticos— una basí lica en Parí s, que má s tarde serí a la abadí a de Saint-Germain-des-Pré s. Peregrinó a la celda de san Eusicio, en cuyo honor levantó asimismo una iglesia. Hizo donaciones de tierras y grandes sumas de dinero, incluyendo el botí n de sus guerras, e iglesias y monasterios cató licos, en los que mandaba orar por la salva-


ció n de su alma y la prosperidad del reino franco. Así distribuyó entre las iglesias francas docenas de cá lices y numerosas patenas y evangeliarios, todos de oro y piedras preciosas, y todos material que habí a robado en su guerra hispana. Childeberto hizo de Orleans la capital eclesiá stica de su reino. Allí se reunieron cuatro sí nodos nacionales (en los añ os 533, 538, 541 y 549), Todos los reyes francos enviaron sus obispos a los mismos (excepció n hecha del celebrado en 538). En 552 convocó Childeberto otro concilio nacional en Parí s. Promulgó un decreto contra el paganismo, vivo todaví a sobre todo en la Francia septentrional y oriental. Persiguió duramente a quienquiera que erigiese í dolos en los campos e impidiese su destrucció n por parte de los sacerdotes. Prohibió incluso los banquetes, cantos y bailes paganos, aunque sin exigir ciertamente la conversió n por la fuerza.

Las relaciones de Childeberto con la corte imperial se desarrollaron desde 540 generalmente a travé s de la Iglesia. Y naturalmente este prí ncipe mereció que el obispo Venancio Fortunato lo cantase en sus versos cual «clemente», «bueno y justo con todos», cual «rey y sacerdote» compará ndolo con el Melquisé dec del Antiguo Testamento, en conexió n permanente con Roma. El constante instigador de saqueos y asesinatos se hizo llevar desde allí por el subdiá cono Homobonus reliquias de má rtires. Vigilio, el papa asesino, que habí a solicitado la intervenció n de Totila en favor de la Iglesia, calificó a Childeberto, el 22 de mayo de 546, de «nuestro hijo má s glorioso» y alabó su «voluntad cristiana y grata a Dios» (23 de agosto de 546). 33

Pero el papa Pelagio I (556-561), sucesor de Vigilio y como é l criatura de la corte bizantina (todaví a sus sucesores só lo pudieron ser elegidos con el visto bueno del emperador), al ponerse en tela de juicio su ortodoxia, hubo de humillarse hasta el ridí culo ¡ y en febrero de 557 hubo de presentar a Childeberto una extensa confesió n de fe! Y el 13 de abril se informaba al papa de si tal confesió n de fe habí a satisfecho al rey, al obispo de Arles y a sus coepiscopoi (compañ eros en el episcopado).

La ortodoxia del santo padre no tan só lo resultó sospechosa en Francia, porque como representante de Vigilio tambié n Pelagio habí a colaborado lealmente en las maniobras y titubeos del papa a propó sito de la llamada «Disputa de los tres capí tulos», primero protestando denodadamente, despué s asintiendo y hasta quizá eliminando al papa. Al menos encontró la frialdad y el rechazo por parte de la nobleza, el clero y el pueblo, pues le precedí a la fama de haber estado implicado en la muerte de su antecesor, como é ste lo habí a estado a su vez en la de su predecesor y quizá de sus dos predecesores. Só lo despué s de que Pelagio se hubiese «purificado» mediante un juramento solemne sobre los evangelios y la santa cruz, estuvieron dispuestos dos obispos y un sacerdote para consagrarle papa. M


 

Naturalmente que Pelagio, dogmá ticamente sospechoso, continuó combatiendo con furor la herejí a. Ya en 557 los maniqueos de Ravenna fueron conducidos extramuros de la ciudad y lapidados. Y como el papa impulsó al general Narsé s a la caza de herejes —no sin antes tranquilizarse sus escrú pulos con la seguridad de que el castigo del mal no era la persecució n ¡ sino caridad! —, tambié n exigió al rey Childeberto I para que procediera contra los cismá ticos reclamando una decidida y violenta intervenció n estatal. 35

El papa Pelagio murió en 561, el mismo añ o en que lo hizo Clotario I, el ú ltimo hijo de Clodoveo.

En esa misma dé cada, y a una con los francos y los visigodos, empezó a ejercer un papel de importancia cada vez mayor otro pueblo germá nico: el de los longobardos.


CAPÍ TULO 4

 

LA INVASIÓ N DE LOS LONGOBARDOS

 

«Pronto el pueblo feroz de los longobardos se arrancó de su lugar de residencia como se saca una espada de la vaina, cayendo sobre nuestra cerviz, y el pueblo que viví a en nuestra tierra como una cosecha apretada fue segado y se agostó. »

gregorio I, PAPA'


Los longobardos (los hombres de longa, «larga», barba, segú n la interpretació n tradicional del nombre) pertenecí an a los germanos del este má s que a los occidentales. Eran un pueblo demográ ficamente pequeñ o y probablemente procedí an de Escandinavia, tal vez de Gotlandia. Se hicieron sedentarios hacia la é poca que se señ ala como el paso de la Edad Antigua a la Edad Media, y emparentando así con los sajones, en el bajo Elba, donde permaneció de forma constante parte de su pueblo y donde todaví a en el siglo xx nombres como Bardengau y Bardo-wiek los recuerdan.

Durante siglos apenas si se menciona a los longobardos en la historia. Comprobada su presencia a la manera de estratos geoló gicos, los emigrantes siguieron primero el curso del Elba para extenderse desde el siglo iv, y durante doscientos añ os, por Bohemia, Moravia y una parte de la Baja Austria actual, la «Rugilandia», que ocuparon hacia 488, tras la retirada de los rugios (otro pueblo germá nico, oriundo asimismo de Escandinavia y que dejó allí el nombre de su isla, Rugen). A travé s de Hungrí a avanzaron hacia el sur, creando en la cuenca del Danubio un reino que se extendí a hasta Belgrado.

Tropas auxiliares longobardas habí an apoyado las guerras de Justi-niano contra los persas, así como en 552 a las ó rdenes de Narsé s, en la batalla decisiva contra los ostrogodos. Desengañ ado de Bizancio, su caudillo Alboí n se alió con los avaros, en unió n con los cuales aniquiló en otra batalla decisiva (567) el reino de los gé pidos, otro pueblo germá nico oriental. Fue tal la carnicerí a por ambas partes —se habló de 60. 000 muertos— «que de tan numerosa multitud apenas sobrevivió un mensajero que anunciase la destrucció n» (Paulo el Diá cono).

Alboí n tomó por mujer a Rosamunda, hija de Kunimundo, el derrotado rey gé pido. Los gé pidos ya no continuaron su asentamiento entre longobardos y avaros, que irrumpieron de inmediato. Y en la primavera de 568 —segú n cuenta un cronista burgundio contemporá neo— «todo el ejé rcito longobardo, tras haber pegado fuego a su asentamiento, abandonó Panonia, seguido de las mujeres y el resto de la població n». Bajo la presió n de la expansió n avara y atraí dos por el sur, a las ó rdenes


de su jefe Alboí n irrumpieron por Emona (Laibach) y los desfiladeros de los Alpes Julios adentrá ndose en el norte de Italia por lo general desprotegido. Era el mismo camino, que en tiempos ya habí an recorrido Alarico y Teodorico.

Fue el ú ltimo gran avance de la invasió n de los pueblos nó rdicos, una expresió n que casi suena inocua pero tras la cual se esconden robos, asesinatos en masa, hambres y hambrunas, la venta de varones, mujeres y niñ os en los mercados de esclavos, «cual ganado de bajo precio» —en expresió n de un testigo ocular—, que se prolongaron durante un siglo. Y dos siglos despué s los propios longobardos serí an a su vez borrados y pulverizados por lo que se denomina simplemente la historia, y que apenas es otra cosa que el afá n desatado de poder y asesinato que alienta en el hombre.

Con los longobardos, que en conjunto tal vez pudieron formar un pueblo de 130. 000 almas, llegaron otros grupos tribales, poblaciones de Panonia, Norikum, los Balcanes, numerosos sajones, restos de gé pidos, turingios, suevos y sá rmatas eslavos. Y así como los longobardos estuvieron abiertos a la integració n de otras gentes, tambié n lo estuvieron a la tolerancia religiosa. Convertidos al cristianismo en buena parte desde aproximadamente el añ o 500, la mayorí a de la població n la constituí an los arrí anos. Pero entre ellos habí a tambié n cató licos —Alboí n estuvo casado en primeras nupcias con Clodosinda, hija de Clotario I— y habí a sobre todo paganos, que en modo alguno fueron combatidos y que durante largo tiempo continuaron con sus sacrificos y banquetes sacrificiales, sin que al parecer el cambio de creencias de los distintos reyes jugase ningú n papel. 2

Поделиться:





Воспользуйтесь поиском по сайту:



©2015 - 2024 megalektsii.ru Все авторские права принадлежат авторам лекционных материалов. Обратная связь с нами...