«Antes muertos que tonsurados..» Una santa da orden de asesinar a sus nietos
A la muerte de Clodomer sus tres hermanos, «guerreros ante todo y simples cabecillas de bandas» (Fontal), se repartieron su herencia, ignorando todos los derechos de los tres hijos menores del rey difunto y sin permitir tampoco ningú n ré gimen de gobierno tutelar de la madre. El piadoso Childeberto obtuvo, a lo que parece, la parte del leó n. Era un verdadero padre de la nació n, que promoví a las instituciones eclesiá sticas, gustaba del trato con los obispos, otorgá ndoles bienes inmuebles, botí n de guerra y grandes sumas de dinero, a la vez que estaba en constante comunicació n con la «Santa Sede». Y como Childeberto y Clotario, que habí a desposado a Guntheuca, la viuda de Clodomer, temí an ciertamente que se hiciesen valer los derechos hereditarios de Teuderico y de Gunthar, hijos menores de edad de Clodomer, no dudó Childeberto —presentado a su vez como sabio, manso y bondadoso— en alentar su asesinato, del que Clotario «se alegró mucho». A fin de cuentas ambos soberanos tení an por madre a una santa, a santa Clotilde, y a fin de cuentas siendo ya princesa cató lica habí a impuesto el bautismo a los hijos habidos con Clodoveo, los «habí a educado con amor» y ciertamente que les habí a dado una buena educació n cató lica. Y como Clotilde se ocupaba tambié n de la educació n de los hijos menores del difunto Clodomer, los reyezuelos Childeberto y Clotario, que se habí an apoderado de sus sobrinos, preguntaron a Clotilde si deseaba que sus nietos «continuasen viviendo con el pelo cortado [cual monjes] o si tení an que matarlos a los dos». Y «la figura ideal del anhelo de santidad femenino», la apostó la francorum, que sentí a por los dos niñ os «un singular afecto» {ú nico amore: Fredegar), respondió: «Antes muertos que tonsurados, si no van a llegar a reinar». Es evidente que, aun para una santa, un monje no era nada, mientras que el poder lo era todo. '4 La poderosa banda de aquella familia cató lica trabajó ejemplarmente unida. Con el consentimiento explí cito de la santa, que por pura venganza ya habí a atizado la guerra contra los burgundios, puso Clotario el cuchillo al cuello primero a uno y despué s al otro de los hijos de su hermano, que gritaban de angustia. «Despué s que hubieron acabado tambié n con los criados y educadores de los muchachos», Clotario montó su caballo «y se marchó de allí ». Gregorio continú a su cró nica: «Pero la reina puso a los niñ os en unas angarillas, les siguió entre cantos ininterrumpidos del coro y con tristeza indescriptible hasta la iglesia de San Pedro y allí los enterró uno al lado del otro. Tení a uno diez añ os y siete el menor... La reina Clotilde llevó una tal vida, que fue venerada por todo el mundo..., su conducta fue siempre de suma pureza y honestidad:
otorgó bienes a iglesias, monasterios a todos los lugares santos, proporcioná ndoles de buen grado y con complacencia cuanto necesitaban... » Un tercer hijo de Clodomer, el má s pequeñ o, de nombre Clodoval-do, se salvó de la carnicerí a y entró en el clero, despué s de haberse trasquilado é l mismo segú n se dice. «Renunció al reino terreno y se dedicó al Señ or», escribe hermosamente Gregorio. Y Fredegar agrega: «Y llevó una vida digna; el Señ or se digna hacer milagros en su tumba». Clo-dovaldo (o Clodevaldo) fue el fundador del monasterio de Saint-Cloud de Parí s, que lleva su nombre, y murió hacia el añ o 560. 15 Un historiador cató lico (Von Sales Doye) asegura, sin embargo, que «lo que má s atormentó » a santa Clotilde «fueron los asesinatos de sus hijos, porque se reprochaba el haber contribuido a los mismos por una especie de precipitació n». ¡ Qué maravilla de sensibilidad! Y el viejo Kirchen-Lexikon de Wetzer/WeIte sabe que la santa se encontraba «en un estado tal, que ni siquiera sabí a lo que decí a». Ni siquiera se habrí a intentado «hacerla entrar en reflexió n y esperar un poco»; má s aú n, el mensajero habrí a informado «falsamente» que ella estaba de acuerdo con el hecho sangriento de sus hijos. Má s tarde tambié n se mostró bondadosa la santa, que habí a instigado a la guerra y al asesinato. No só lo ayudó y ayuda contra «la fiebre maligna, porque ella murió de la fiebre en Tours» —como se dice con ló gica que hace vacilar—, sino que en un lenguaje todaví a má s cí nico se asegura que auxilia tambié n «contra las enfermedades infantiles, porque acogió y cuidó amorosamente a los tres hué rfanos, los niñ os de su hijo Clodomiro [Clodomer]» (Von Sales Doye). Los dos tí os se repartieron, probablemente en la primavera de 532, la herencia obtenida de forma bastante sangrienta: Childeberto, el inspirador de todo, recibió la parte del leó n, y Clotario, el verdadero tí o-asesino, el ejecutor, obtuvo Tours y Poitiers, con los santuarios de los santos patronos de Francia, Martí n e Hilario, junto con el tesoro. '6 Teuderico I, yerno del rey de Burgundia, no habí a combatido contra é ste. Gobernando en Reims sobre la parte oriental del reino franco sentí a sobre todo el tiró n de Germania, y muy en especial el de la vecina Turingia. Y repetidas veces intentó su conquista.
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