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La aniquilación del reino de Turingia y la eliminación de su casa real




 

El nombre de los turingios aparece por vez primera hacia el añ o 400 en una obra veterinaria, escrita por un veterinario del ejé rcito romano. Habié ndose formado de la fusió n de distintos grupos de Alemania central y de otras tribus germá nicas del Elba, pronto constituyeron el pue-


blo incomparablemente má s fuerte entre los rí os Elba y Rin. Fue allí la ú nica monarquí a hereditaria, fundada a finales del siglo v por el rey Bisin, a la vez que fue uno de los pocos reinos germá nicos fuera de la esfera de influencia romana. Turingia, cuyo perí odo de esplendor empezó entonces, se extendí a desde el curso medio del Elba, el Ohre, el Hartz y el Main superior hasta la cuenca del Danubio en Ratisbona (hacia 480 fue saqueada Passau) y desde el Tauber hasta el bosque de Bohemia. Weimar fue probablemente la residencia real. Cuando el rey Bisin murió antes de 510, su reino se lo repartieron sus hijos Hermenefredo (casado con Amelaberga, sobrina del rey ostrogodo Teodorico), Baderico y Bertacar. Y desde 510 Turingia formó parte del pacto militar visigodo, del sistema de alianzas antifranco de Teodorico, que sin embargo se deshizo rá pidamente despué s de su muerte en 526.

TeudericoI, obsesionado desde hací a largo tiempo por afanes ex-pansionistas, ya despué s de 515 y estimulado probablemente por las luchas internas por el poder, habí a realizado un asalto contra el poderoso paí s, pero fracasó en el empeñ o. Un segundo asalto só lo lo intentó algunos añ os despué s de la muerte de Teodorico (529), sucumbiendo en la batalla el reyezuelo Bertacar. Sus hijos, entre los que se contaba Rade-gunda, fueron deportados en 531 a Francia, cuando Teuderico cayó de nuevo sobre Turingia, junto con su hijo Teudeberto, su hermano Clotario (contra el que todaví a en Turingia Teuderico llevó a cabo un intento de asesinato fallido) y muy probablemente con los sajones, que desde las costas del mar del Norte presionaban hacia el sur. (Las fuentes de inspiració n cristiana sobre el reino merovingio silencian por lo demá s una participació n sajona, probablemente para no tener que admitir que só lo se habí a vencido con ayuda de una tribu no franca e incluso pagana. )

En la matanza de 531 cayeron tantos turingios «que el lecho del rí o quedó cubierto por tal masa de cadá veres que los francos pudieron pasar hasta la otra orilla por encima de los mismos como por un puente» (Gregorio de Tours). Los invasores saquearon y asolaron Turingia por completo, tomando por asalto y pegando fuego a la fortaleza real, sobre cuya ubicació n precisa só lo caben suposiciones. Hermenefredo, que a su vez y en parte con ayuda de los francos ya habí a eliminado de forma sangrienta a los parientes má s cercanos en la lucha por el poder, fue hecho tributario; en 534 fue sacado de unos lugares inaccesibles, bajo palabra de honor de que se le respetarí a la vida y hacienda, y llevado a Zü lpich en la regió n de Eifel. Allí lo colmó de regalos Teuderico y en el curso de una conversació n con é ste fue precipitado desde la muralla de la ciudad. Desde entonces la mayor parte de Turingia perteneció al asesino. Clotario obtuvo la parte del botí n y los sajones la Turingia septentrional contra el pago de un tributo. Muchos turingios huyeron,

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escapando unos hacia la esfera de intereses ostrogodos y otros hacia los longobardos en Moravia. Ostrogodos y longobardos, unos y otros aliados de Turingia, la habí an abandonado a su suerte. "

Ú nicamente la bella princesa Radegunda sobrevivió a la exterminada casa real de Turingia. Como hija de Bertacar, tempranamente eliminado, habí a vivido en la corte de su tí o Hermenefredo, hasta que Clotario la arrastró a su palacio de Athias en Saint-Quentin. Cerca habrí a estado de estallar una guerra entre ambos prí ncipes francos por la joven hija del rey, sobre todo porque la posesió n de la misma legalizaba las pretensiones al reino de Turingia. Teuderico dio un golpe contra Clotario, casado seis veces (sin contar las concubinas que tuvo), quien dejó huir despué s, si es que no la empujó é l mismo, a Radegunda a un monasterio, despué s de haber asesinado a un hermano de la muchacha, tal vez temiendo la venganza de sangre.

Extramuros de Poitiers fundó Radegunda el monasterio de la Santa Cruz. Y allí debió de vivir como una asceta, recordando siempre su patria y sus difuntos, para decirlo en palabras de Venancio Fortunato, su secretario y «amigo del alma», unos veinte añ os má s joven que ella, que despué s serí a obispo de Poitiers y mimado (incluso por ella) cual ilustre poeta improvisado de la grandeza franca y que una y otra vez exalta la «dulcedo», la afabilidad de Radegunda: «Yo los vi reducir a las mujeres a la esclavitud, las manos atadas, los cabellos sueltos y los pies pasando sobre la sangre del marido o sobre el cadá ver del hermano. Todas lloraban, y yo lloraba por todas... Cuando el viento susurra, escucho con atenció n por si aparece la sombra de alguno de los mí os. Un mundo me separa de aquellos a los que quise. ¿ Dó nde está n? Pregunto al viento, pregunto a las nubes que pasan, desearí a que un pá jaro me trajese noticias».

Radegunda fue venerada como santa e invocada como auxiliadora contra la sarna, la fiebre infantil y las ú lceras; y, segú n la fe de muchos habitantes de Poitiers, donde tambié n se venera como santo a su amigo episcopal, só lo a la santa Radegunda se debió el que en 1870-1871 no padecieran la ocupació n alemana. 18

 

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