La guerra de los burgundios de 523-524, reclamada por una santa contra un santo y asesino
Poco despué s de la rebelió n de Auvernia los reyes francos cató licos arremetieron contra el reino cató lico de Burgundia. Gobernaba allí todaví a Sigismundo (516-523), hijo del rey burgun-dio Gundobad. Desde 501 era Sigismundo virrey en Ginebra. Y lo que el celoso Avito no habí a conseguido con el padre lo obtuvo con el hijo. Hacia el añ o 500 se convirtió Sigismundo del arrianismo al catolicismo. Y su mentor anunció en tono triunfal la noticia desde Vienne a Roma. Y ahora el obispo Avito apenas pudo aguardar la muerte del antiguo rey «hereje», con el que sin embargo habí a mantenido contactos intensos, apenas pudo aguardar la eliminació n de la «peste arriana» y la soberaní a absoluta del convertido Sigismundo, que a sus ojos apareció como el abanderado de los cristianos y su rostro como el paraí so. 7 Sigismundo introdujo despué s el catolicismo en toda Borgoñ a. Y asimismo se convirtió con gran alegrí a de Avito el hijo mayor de Sigismundo, habido en un primer matrimonio, el prí ncipe amano Sigerico, nieto del rey ostrogodo Teodorico (516-517). Pero el paso de Sigerico pudo deberse má s bien a motivos polí ticos. Provocó la sospecha de su santo padre, quien en 522 lo hizo ahogar por intermedio de dos servidores mientras dormí a, cuando contaba alrededor de veintiocho añ os. Pues Sigismundo, «aquel modelo de piedad, se dejó arrastrar entretanto a terribles actos de violencia y a diversos crí menes», segú n el historiador cató lico Daniel-Rops. Pero, en definitiva, Sigismundo no es só lo «el asesino má s monstruoso de niñ os» —en expresió n del obispo Gregorio—, sino tambié n un santo (su fiesta el 1 de mayo). Así tras el asesinato de su primogé nito corrió al monasterio de San Maurice (St. Moritz de Wallis), ayunó, rezó y fundó un coro permanente en recuerdo de su ví ctima. 8 Y es que durante largo tiempo Avito controló có modamente al regente. Y con toda su pasió n se adhirió é ste al catolicismo. Su primer acto de gobierno fue ya la convocatoria de un sí nodo de Epaon el añ o 517, el cual tomó duras decisiones contra los arrí anos. Y ya antes de hacerse con el gobierno tuvo Sigismundo correspondencia epistolar con el papa. Fue el primer rey germano que peregrinó a Roma. Allí apenas pudo obtener suficientes reliquias de Sí maco (un santo padre de matanzas en las calles y en las iglesias y de grandes falsificaciones). El papa era para Sigismundo el señ or de la Iglesia. Y al emperador Anastasios I de Bizancio le escribe: «Mi pueblo es vuestro; me alegra má s serviros que gobernar sobre mi pueblo». 9 Las ovejas coronadas son una verdadera bendició n para los pastores, aunque Roma no registrase entonces el bautismo del burgun-
dio, como no habí a registrado antes el de Clodoveo. Pero el arzobispo Avito exalta las fundaciones de iglesias de Sigismundo y sus ené rgicos ataques contra el arrianismo en Ginebra. Colma al rey de tí tulos adula-torios y llama al mozo «padre de los pueblos cató licos», inspira sus cartas y hasta se las redacta, como las enviadas a la corte imperial de Bizancio. Despué s que Avito hubo conseguido, con ayuda ciertamente de Sigismundo, la conversió n de los burgundios al catolicismo, el gran objetivo de su vida que por sí solo nunca habrí a alcanzado, enseguida se enfrentó significativamente al infeliz que habí a hecho su trabajo... Como el «tí pico representante de la jerarquí a cató lica, atenta ú nicamente a la consecució n de sus intereses egoí stas; una naturaleza ambiciosa de poder, intrigante y sin corazó n, llena de perfidia, falsedad e ingratitud hacia la casa gobernante, a la que tanto debí a» (Hauck). Ya en el Concilio Nacional de Burgundia (517) —el cual se celebró bajo la presidencia de Avito, con el propó sito primordial de combatir el arrianismo y asegurar las posesiones de la Iglesia, prohibiendo por ejemplo la manumisió n de los esclavos del clero, etc., y que en cierto modo marcó de cara a los de fuera el comienzo de la catolizació n de los burgundios— ignoró el prí ncipe de la Iglesia por completo al rey. Las muestras sinodales de agradecimiento y adhesió n al gobernante del paí s eran algo absolutamente habitual, y en el caso de Sigismundo su ayuda decisiva en la erradicació n del arrianismo exigí a abiertamente la gratitud y el reconocimiento. Pero Avito y los obispos, que en el concilio anatematizaron las Iglesias arrianas y amenazaron con la excomunió n de un añ o a los clé rigos que se sentasen a la mesa con arrí anos o con castigos corporales (si los clé rigos eran jó venes), pasaron por alto al rey. Má s aú n, emitieron un decreto incompatible contra un episcopado que se estaba haciendo prepotente. 10 Y estalló otra lucha asimismo entre hermanos de fe. En 523 Childeberto, Clotario y Clodomer irrumpieron contra los burgundios, cató licos contra cató licos, aguijoneados por santa Clotilde, para vengar a sus progenitores, liquidados en las luchas por el poder en Burgundia: «Pensad por lo mismo, os lo ruego, llenos de có lera en la injusticia que he padecido y vengad con toda resolució n la muerte de mi padre y de mi madre». Así hablaba una santa, que tambié n segú n Frede-gar incitaba «constantemente» a la venganza. «Por eso marcharon aqué llos contra Burgundia... » Ú nicamente el rey Teuderico, que Clodoveo habí a tenido con una concubina y que estaba casado con Suavegotho, hija de Sigismundo, no se sumó a la expedició n. Pero los hijos de los santos golpearon sin piedad contra el burgundio, que fue traicionado por sus subditos y junto con su familia, su mujer y dos hijos fue ahogado en un pozo, cerca de Orleans, por orden de Clodomer «para no tener
ningú n enemigo a las espaldas». Era una variante de los mé todos de su cató lico padre y «una cumbre ú nica en el perí odo de gobierno de Clodomer» (Ebling). " Pero Sigismundo, el asesino de su propio hijo, se abre paso como santo de la Iglesia cató lica, cuya liturgia osciló durante largo tiempo ¡ entre la plegaria a Sigismundo o por Sigismundo! En cualquier caso se acabó agradecié ndole la conversió n de los burgundios al catolicismo. Pronto empezó su culto en el monasterio de St. Moritz por é l fundado. Los enfermos de fiebres mandaban celebrar misas en honor de Sigismundo (que auxiliaba contra el paludismo y las tercianas). En el siglo vil figura tambié n como santo en el denominado Martyrologium Hiero-nymianum. A finales de la Edad Media será uno de los santos patronos de Bohemia y hasta llegará a ser un santo de moda. El arzobispo de Praga declaró la festividad de Sigismundo fiesta de la archidió cesis. Su estatua aparece sobre altares franceses y alemanes así como en la catedral de Friburgo; hay iglesias dedicadas a Sigismundo y una hermandad que lleva su nombre. Se solicitaban sus reliquias, que al principio descansaron en St. Moritz. La cabeza fue llevada a la iglesia de St. Sigis-mund de Aisacia, aunque un fragmento de la misma se encuentra en Plozk del Ví stula; en el siglo xiv se depositó una parte del cuerpo en la catedral de San Vito de Praga, y otra fue llevada por las mismas fechas a Freising, que acabó por convertirse en el centro de su veneració n en Alemania. 12 Ya en 524 cambió «la suerte de la guerra». Godomar, hermano y sucesor de Sigismundo, rechazó la violencia que se ejercí a sobre su paí s. Ganó la batalla de Vé seronce (cerca de Vienne), en la que cayó Clodomer de Orleans, ví ctima de una estratagema de los burgundios. Como vecino de los mismos estaba empeñ ado al má ximo en su sometimiento. Herido de un lanzazo, se le reconoció por la cabellera; le cortaron la cabeza y la fijaron en un palo. Los miembros de la casa real merovingia se distinguí an, en efecto, de todos los otros miembros de la tribu por el cabello largo, que tení a un cierto cará cter fetichista: su tonsura o su simple recorte simbolizaba la pé rdida de la dignidad. Algo parecido ocurrí a con la tonsura clerical. La incorporació n al estado sacerdotal o moná stico descalificaba irrevocablemente, segú n la legislació n canó nica para cualquier cargo civil. De ahí que la tonsura —que las fuentes indican mediante expresiones como «in (ad) clericum tonsurare (tondere)», «clericum faceré (efficere)», «clericum fieri iube-re», etc. — fuese a comienzos de la Edad Media un recurso frecuente para la eliminació n incruenta de los adversarios polí ticos, al tiempo que fomentaba la carrera y el estado clerical. 13
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