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Otras guerras contra godos y burgundios




 

De primeras no se vieron molestados los visigodos, que recuperaron una parte del territorio, que les habí a sido arrebatado por Clodoveo. El temor al rey de los ostrogodos, Teodorico, frenó el afá n de rapiñ a de los francos. Mas parece que muchos prelados cató licos de nuevo conspiraron con los francos en los territorios visigó ticos reconquistados. El obispo Quintiano hubo de huir de Rodez. «Pues nos dijo que, por su amor a

 


nosotros, habí a sido expulsado de su ciudad», declara Teuderico, que en 516 hizo a Quintiano obispo de Clermont y mandó entregarle «todos los bienes de la iglesia». 19

A la muerte de Teuderico (526) llegaron las primeras acciones contra los visigodos. Y aunque no hubo en general graves conflictos confesionales entre arrí anos y cató licos, el motivo segú n parece fue de í ndole religiosa. Clotilde, hija de Clodoveo y hermana de los reyes francos, se habí a casado con el rey visigodo Amalarico (507-531), hijo de Alarico II, que supuestamente maltrataba a los cató licos en razó n de sus creencias. El obispo Gregorio afirma: «A menudo, cuando ella acudí a al santo templo, hací a que le lanzasen basuras y excrementos y acabó golpeá ndose con tal crueldad, que con el velo manchado de sangre corrió a refugiarse junto a su hermano». En 531 Childeberto invadió Sep-timania, acompañ ado entre otros por quien luego iba a ser obispo de Burdeos, Leoncio; derrotó al rey Amalarico en Narbonne y amplió las fronteras de su enclave aquitano hasta los Pirineos. Amalarico huyó a Barcelona; pero en el otoñ o allí lo mató el franco Besso, cuando pretendí a marchar a Italia.

Tambié n Teuderico y Clotario entraron en la guerra contra los visigodos (532), que naturalmente no fue má s que pura guerra de pillaje, como lo fueron las incursiones francas contra Italia. En 541 Childeberto y Clotario cruzaron por vez primera los Pirineos, arrasaron Pamplona y el valle del Ebro; pero fracasaron frente a Zaragoza, pues los sitiados «vestidos con sacos de penitencia y entonando cantos marcharon en procesió n a lo largo de los muros de la ciudad con la tú nica del santo má rtir Vicente» (Gregorio). «Caesaraugusta (Zaragoza) fue liberada por las oraciones y los ayunos» (Fredegar). 20

Entretanto, y al poco de convertirse los burgundios al catolicismo, tambié n se habí a decidido el destino de su reino. En efecto, en 532, un añ o despué s de la sangrienta derrota de Turingia, de nuevo Childeberto y Clotario habí an irrumpido en Burgundia, mientras que Teuderico, el rey de Reims, operaba en Turingia y morí a a finales de 533. Con ello desaparecí a de la escena, despué s de Clodomer, el segundo retoñ o de Clodoveo. Los dos hermanos del difunto maquinaron de inmediato la eliminació n de su hijo y sucesor, de su sobrino Teudeberto I (533-548) que gobernaba en Reims, y la anexió n de su parte del reino. Teudeberto, sin embargo, que ya tení a treinta añ os y contaba con amplia experiencia guerrera, se afianzó en su puesto y pronto irrumpió con toda energí a apuntando sobre todo al este. Mas tambié n sus incursiones, verdaderas algaradas de los añ os 532 y 533, contra la Galia suroccidental, hasta Narbonne y la Provenza ostrogoda, constituyeron «un é xito completo» (Ewig).

En las ú ltimas batallas es probable que Teudeberto acuchillase in-


 

cluso a los burgundios. El rey de é stos, Godomar, que desaparece sin dejar rastro en la noche de la historia, fue vencido definitivamente al catolicismo franco. 21

Clotario y Childeberto, los dos hijos de Clodoveo todaví a vivos, no habí an podido eliminar a su sobrino ni depredar su reino; má s aú n, ni siquiera habí an podido excluirlo del reparto de la Burgundia derrotada. Por todo ello Childeberto, que no tení a hijos, se fue granjeando la amistad de Teudeberto, cada vez má s poderoso. «Yo querrí a tratarte como a un hijo», le manifestó mientras lo colmaba de favores y acababa por adoptarle como heredero. Y apenas se hubieron asociado los dos reyes cató licos, emprendieron una campañ a contra Clotario, hermano y tí o respectivamente de ambos. Lo derrotaron por completo y ya al dí a siguiente quisieron matarlo. Escapó de la banda familiar que se le acercaba, refugiá ndose en la Foré t de la Brotonne, cerca de Rouen; «opuso allí grandes obstá culos con la maleza», aunque confió «ú nicamente en la gracia de Dios». Y tambié n Clotilde, la reina santa, se postró ante la tumba de san Martí n y «veló toda la noche».

Y así, segú n cuenta Gregorio, una vez má s se hizo patente la intervenció n milagrosa de aquel santo: una terrible tormenta de «rayos, truenos y pedrisco» debilitó la fuerza combativa del enemigo, mientras que en el lado de Clotario no cayó «ni una sola gota», ni hubo «rastro alguno» de la tormenta. En realidad fue una grave crisis de polí tica exterior, la inicial matanza de godos por parte de Justiniano, la que puso fin a la guerra fratricida que acababa de estallar. Y los espadones francos ventearon entonces nuevas posibilidades de botí n en Italia, nuevas posibilidades de correrí as depredadoras. 22

Ambos bandos, bizantinos y godos, deseaban como aliados a los francos, guerreros acreditados. El emperador Justiniano les recordó su comú n fe cató lica y la «herejí a» arriana de sus enemigos «y envió sumas de dinero, prometiendo darles mucho má s, cuando entrasen en acció n». Los francos, por su parte, prometieron «con gran disposició n de á nimo su alianza» (Procopio), pero establecieron un pacto con los godos «heré ticos», pues Witigis les entregó Provenza, que pasó a manos de Childeberto, así como Coira (Curia Rhaetorum), que se cobró Teudeberto, quien ya por 536 gobernaba desde el Gran San Bernardo la regió n prealpina hasta bien al este. En consecuencia los francos tení an ahora acceso tanto al mar Mediterrá neo como a Italia. Consiguieron ademá s el protectorado sobre territorios alamanes. Y, finalmente, los godos pagaron otras 2. 000 libras de oro a los prí ncipes francos, que garantizaron contingentes auxiliadores no francos. 23

Es evidente que los francos no pensaban de forma alguna prestar ayuda al pueblo hermano germá nico. Childeberto, interesado exclusivamente en objetivos galos de rapiñ a, y Clotario de Saissons, que habí a


partido hacia el sur simplemente para obtener nuevas tierras, no intervinieron en la lucha. De ello se preocupó tambié n la Iglesia, que por lo demá s no perseguí a especialmente la paz. Sin embargo, el papa Vigilio, asesino de su predecesor comprado por Bizancio por 700 monedas de oro, habí a encargado —mediante un escrito de 23 de agosto de 546— al obispo provenzal Aureliano de Arles que salvaguardase la paz entre Childeberto y Justiniano. 24

 

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