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Cartas fraudulentas y personas fraudulentas




Cartas fraudulentas y personas fraudulentas

La literatura «apó crifa» de los cristianos copió el gé nero epistolar del
Nuevo Testamento, aunque ya é ste consistí a en su mayor parte en falsifi-
caciones. Y lo mismo que allí se falsificaron diversas cartas bajo el nom-
bre de Pablo, al final del siglo ii se falsificó en el cí rculo de Marció n una
epí stola a los laodiceos (que se ha perdido). Quizá como contrafalsifica-
ció n a la epí stola marcionista de Pablo, má s o menos verdadera, en cuan-
to compuesta a base de palabras sueltas y frases del apó stol, se encontró
otra carta a los laodiceos por el lado «ortodoxo», que se mantuvo en mu-
chos escritos bí blicos (en un lenguaje espantoso) desde el siglo vi al xv.
El falsificador apela a los laodiceos para que hagan todo «lo que es ade-
cuado, verdadero, correcto, justo». Los marcionitas continuaron falsifi-
cando bajo el nombre de Pablo una carta a los alejandrinos. Y alrededor
del añ o 180, un sacerdote cató lico de Asia Menor fabricó una tercera epí s-
tola a los corintios, en la que avisa que: «Pues mi Señ or Jesucristo vendrá
rá pidamente, ya que es rechazado por aquellos que falsifican sus pala-
bras», sin duda un recurso habitual de los falsificadores. Así, en la falsa
Epistula Apostolorum Jesú s amenaza: «Pero ¡ ay de quienes falsifican es-
tas mis palabras y mis mandamientos! ».

La tercera epí stola a los corintios pertenece a los Hechos de Pablo
falsos que el sacerdote de Asia Menor redactó «por amor a Pablo». Des-
cubierto, el mentiroso fue separado de la Iglesia, pero el intercambio


epistolar fingido entre los corintios y «Pablo» apareció en las ediciones
sirias del Nuevo testamento hasta finales del siglo iv (y durante varios si-
glos má s en las versiones armenias); nada menos que el Padre de la Igle-
sia Efré n la comentó alrededor del añ o 360 como canó nica, equiparable a
los restantes escritos paulinos. Los Hechos de Pablo falsificados «fueron
eliminados de los usos eclesiá sticos con suma lentitud» (Kraft). 254

Los cristianos tuvieron cada vez menos reparos en hacerse pasar por
apó stoles de Jesú s. Y si no escribí an bajo el nombre de los apó stoles
-que en muchos de los Hechos de los Apó stoles, en los escritos de Pila-
tos, predican el cristianismo delante de los má s altos dignatarios y en las
cortes imperiales-, aparecí an preferentemente como sus discí pulos o
alumnos. Así, un Leuco, y un Pró coro se convirtieron en discí pulos de
Juan, un Evodio de Antioquí a y un Marcelo en discí pulos de Pedro, un
Euripos en discí pulo del Bautista, etc. Tambié n los cató licos Graton
Lino, Clemente y Melitó n falsificaron en siglos posteriores los Hechos
de los Apó stoles bajo el nombre de sus discí pulos. A otras figuras de la
é poca cristiana má s antigua y sobre cuyos trabajos literarios nada se
sabe, se les atribuyeron falsificaciones que aú n se conservan. Hechos de
los Apó stoles y otros escritos: Nicodemo, Gamaliel, José de Arimatea,
un Lucio, Carino, Rodó n, Zenas, Policrates. Ademá s, durante la Antigü e-
dad los cristianos sustituyeron los tratados perdidos o só lo anunciados
por engañ os literarios. Falsificaron personajes completos, bajo cuyo
nombre produjeron todo tipo de obras. Así, en la literatura patrí stica se
han encontrado: Eusebio de Alejandrí a, el obispo Agató nico de Tarso,
el obispo Ambrosio de Calcedonia así como diversos obispos que debie-
ron escribir cartas a Pedro Fullo, patriarca de Antioquí a. 255

Pero tambié n se falsificaba a discreció n bajo el nombre de personas
conocidas de la historia de la Iglesia.

Falsificaciones bajo el nombre de los Padres de la Iglesia

A partir del siglo ni, los llamados ortodoxos y los llamados herejes
falsifican bajo el nombre de renombrados autores de la Iglesia. Cuanto
má s conocidos son, tanto má s se abusa de su autoridad. Precisamente el
nú mero de falsificaciones realizadas bajo su nombre es indicativo de su
prestigio.

De Clemente Romano, al parecer el tercer sucesor de Pedro, a quien
este ú ltimo ordenó supuestamente para la sede romana, hay un ú nico es-
crito auté ntico; todos los seudoclementinos se falsificaron con el propó -
sito de que se les tomara por verdaderos; «toda una biblioteca» (Bardy).
Entre ellos la llamada segunda epí stola clementina, «el sermó n cristiano


má s antiguo que conservamos», como se pone de relieve en Patrologie
de Altaner; «un discurso exhortatorio para mejorar las formas a la vista
de la proximidad del fin de las cosas», como escribe Kraft sobre la falsi-
ficació n. Ademá s: veinte homilí as falsificadas, (numerosos) presuntos
sermones de Pedro en los que Jesú s, segú n la tendencia judeocristiana,
dice: «no está permitido curar a los gentiles, que parecen perros [... ]»;

diez libros falsificados de Recognitiones sobre los viajes que al parecer
hizo Clemente con san Pedro; dos epí stolas seudoclementinas Ad virgi-
nes,
por así decirlo un libro de conducta cristiano para ví rgenes y ascetas
y segú n el cual, por razones de honestidad, Jesú s prohibió tocar a Marí a:

falsificaciones evidentes, que aparecieron casi todas en los siglos ni y iv.

El falsificador cristiano, que escribe en la é poca de la esclavitud, la
peor forma de explotació n, se encuentra al parecer muy satisfecho con el
orden social imperante. Todos los ricos que aparecen son la bondad en
persona, el emperador es alabado en tono má ximo. Por supuesto, se con-
dena el politeí smo, pero se recomienda la conservació n de muchas cos-
tumbres paganas, como la del bañ o despué s del coito. Mientras que para
unos Clemente de Roma (el auté ntico) fue un liberto o hijo de un liberto,
segú n otras falsificaciones procede «de una familia de senadores y es de
la estirpe de los cesares» (Hennecke). No se sabe nada de é l y lo que po-
drí a saberse serí a só lo cierto a medias. Pero fue muy famoso. 256

Del obispo Ignacio de Antioquí a, fallecido a comienzos del siglo ii,
nos han llegado siete cartas, cuya autenticidad se pone en tela de juicio
con motivos bien fundados. En cualquier caso, a finales del siglo iv las
cartas (auté nticas) fueron revisadas y completadas con fragmentos ten-
denciosos. Y de nuevo este falsificador cita y desvalija otra falsificació n,
las Constituciones apostó licas. El mismo embaucador, un cató lico, falsi-
ficó seis cartas. Mezcló con suma habilidad las del Pseudo-Ignacio entre
las verdaderas y las editó todas juntas, comenzando con dos falsificacio-
nes y siguiendo «en la proporció n 2: 2: 2: 3: 2: 2» (Brox). Otras cuatro falsi-
ficaciones latinas, en las que Marí a es el punto central, se incorporan en
la Edad Media -tambié n una carta a la Virgen Marí a y su respuesta-, y
estas falsificaciones «se consideraron en general como auté nticas» (Alta-
ner/Stuiber). 257

Durante siglos se falsificó tambié n bajo el nombre de san Justino, el
apologista má s importante y gran antisemita del siglo n. Poseemos de é l
tres escritos auté nticos, aunque incompletos, probablemente mutilados, y
nueve falsificados, redactados estos ú ltimos en los siglos iv y v. Las tres
apologí as falsas, cuyos tí tulos se respaldan en la obra de Justino verdade-
ra, pero que se ha perdido, surgieron quizá todaví a en el siglo m: un «ex-
horto», un «sermó n» (ambos dirigidos a los paganos, a los que sermonean
porque só lo ofrecen algo verdadero cuando lo toman de Moisé s o de los
profetas, los ú nicos maestros fiables de la verdad), así como De monar-


chí a (sobre la unidad de Dios). Esta ú ltima faÍ sificació n pretende demos-
trar la verdad del monoteí smo con citas de literatos griegos, falsificá ndo-
se tambié n en parte dichas citas. 258

Bajo el nombre de Tertuliano, nacido alrededor de 150 en Cartago y
má s tarde «hereje», se falsificó el tratado De exsecrandis gentium dí is,
que ataca las indignas ideas de los paganos sobre Dios; ademá s, en cinco;

libros escritos en un mal latí n, el Carmen adversas Marcionitas, del si-
glo iv; así como una recopilació n de 32 «herejí as» bajo el tí tulo de Ad-
versus omnes haereses,
una falsificació n que tiene por autor al papa Ce-
ferino (199-217) o a uno de sus clé rigos. 259

Se compusieron docenas de escritos bajo el nombre de san Cipriano
de Cartago, tratados, cartas, poemas, oraciones y tambié n un libro. Con-
tra los judí os.
Muchas de las falsificaciones proceden con seguridad o
mucha probabilidad de obispos cató licos de Á frica, tal como Ad Novatia-
num, De singularitate clericorum, Epistula ad Turasium, Adversus alea-
tores.
Por otro lado, 150 añ os despué s de la muerte de Cipriano, por parte
cató lica se declararon falsificaciones todas sus cartas (verdaderas) sobre
el bautismo de los gentiles, ya que no se correspondí an con la doctrina
cató lica. 260

Los seguidores de Pelagio, despué s de que se le declarara hereje, dis-;

tribuyeron sus escritos bajo el nombre de «ortodoxos» tales como Jeró ni-
mo, el papa Sixto, Atanasio, Agustí n, Sulpicio, Severo, Paulino de Ñ ola.
El llamado Praedestinatus, un pelagiano desconocido -quizá el monje
Arnobio (el menor) o el obispo Juliano de Ecí anum-, intentó proteger
su falsificació n apareciendo bajo el aspecto de ortodoxo como defensor
de Agustí n, aunque lo que en realidad querí a era atacar sistemá ticamente
su doctrina de la predestinació n y de la gracia. 261

Cuanto mayor autoridad tení a un santo, con tanta mayor predilecció n
los cristianos falsificaban bajo su nombre. Sin embargo, aun siendo tan
grande la masa de estas falsificaciones, los nombres de los falsificadores
se conocen por lo general tan poco como lo eran probablemente entre sus
contemporá neos.

Con una gigantesca cantidad de escritos se honró al santo Padre de la
Iglesia Atanasio, é l mismo un gran falsificador ante el Señ or. Lucií era-
nos, apolinaristas y nestorianos lo mismo revisaron y modificaron libros
auté nticos de Atanasio que le atribuyeron otros ajenos. Y algunos de é s-
tos se volvieron incluso má s conocidos que los verdaderos. La Historia
imaginis Berytensis,
falsa y de intenso cará cter antisemita, se leyó por
ejemplo en el segundo niceno (787) y en la Edad Media se la reprodujo
má s veces que cualquiera de los tí tulos verdaderos.

Ya que el «padre de la ortodoxia» era una roca de la ortodoxia nicena,
se le atribuí an a é l de modo preferente libros sobre los temas de la trini-
dad o de la cristologí a, toda una invasió n de escritos dogmá ticos. Bajo su


 


pretatio in symbolum,
dos Dialogi contra Macedonianos, cinco Dialogi
de sancta trinitate.
De todos sus resú menes de la fe cató lica, en el mejor
de los casos dos son auté nticos. Seis sermones seudoatanasianos tienen
como autor al metropolitano Basilio de Seleucia (fallecido hacia 468), de
los 41 sermones ofrecidos bajo el nombre de Migne, algunos son falsos.
Sin embargo, rara vez es posible nombrar a los falsificadores. Los llama-
dos maurinos, la rama francesa de los benedictinos, fundada en 1618 y
confirmada papalmente en 1621, cuyo monasterio central era Saint-Ger-
main-des-Pré s, en Parí s, declararon dudosos o falsos todos los sermones
manuscritos de Atanasio. 262

Tambié n el famoso Symbolum Athanasianum, que alcanzó gran pres-
tigio y entró a formar parte de la liturgia, resultó ser falso como se reco-
noció en el siglo xvii, sin que hasta la fecha se conozca al verdadero
 autor. Lo que es bastante seguro es que este Symbolum Athanasianum
(llamado tambié n Cuicunque por su comienzo) surgió hacia finales del
 siglo v en el sur de las Galias. 263

Un amigo de Atanasio, el obispo Apollinaris de Laodicea (fallecido
hacia 390), que fue declarado hereje, «una personalidad sobresaliente, un
hombre de espí ritu y ciencia, conocedor de primer rango de la escritura»
(Bardenhewer), falsificó con notable é xito toda una serie de libros, que
san Cirilo utilizó como documentos verdaderos. El obispo Apollinaris es-
cribió bajo los nombres de Atanasio, Gregorio Taumaturgo y del papa Ju-
lio I. Tambié n sus discí pulos falsificaron bajo el nombre de Atanasio, lo
mismo que los obispos Julio y Fé lix de Roma, que falsificaron una carta
del obispo Dionisio de Alejandrí a al obispo Pablo de Samosata, otros do-
cumentos y una carta dirigida a Atanasio, así como un intercambio epis-
tolar completo entre el Padre de la Iglesia Basilio y Apollinaris y un cre-
do, que fue editado como sí mbolo de los sí nodos de Antioquí a (268) o de
Nicea y que consta en las actas del Concilio de É feso. 264

Los monofisitas, que recogieron muchas falsificaciones apolinaristas
en sus florilegios, falsificaron ellos mismos con harta frecuencia como
por ejemplo las epí stolas con el nombre de Simeó n Estilita, una corres-
pondencia entre Pedro Mongo y Acacius acerca del henoticó n, otra entre
Teodoreto de Ciro y Nestorio. Falsificaron (en á rabe y en etí ope) extrac-
tos de las cartas de Ignacio de Antioquí a. Combatieron a los nestorianos
con escritos falsos, e incluso entre ellos mismos. Interpolaron asimismo
numerosos tratados cató licos. 265

Bajo el nombre del Padre de la Iglesia Ambrosio hay igualmente nu-
merosos escritos falsos, como por ejemplo una traducció n al latí n, Hege-
sippus sive de bello ludaico
(tambié n se les atribuyeron traducciones a
Sexto Julio Africano, Eusebio y Jeró nimo), la Lex Dei sive Mosaicarum
et Romanarum legum collatio,
que es importante para la historia del de-


recho al haber intentado encontrar una dependencia del derecho romano
con respecto al Antiguo Testamento, una serie de obras en verso falsifi-
cadas bajo su nombre, Tituli e himnos. El famoso aleluya ambrosiano Te
Deum laudamus
tampoco se debe a Ambrosio. Bajo su nombre se ha fal-
sificado tambié n un comentario a la decimotercera epí stola de Pablo,
aparecido en Roma bajo el papa Dá maso (366-384) y que desde Erasmo
recibe el nombre de Ambrosiaster (Pseudo-Ambrosio), sin que, como su-
cede tan a menudo, se haya podido resolver la cuestió n de su autorí a; en
cualquier caso, se trata de un «trabajo excelente» (Altaner/Stuiber), pero
ciertamente no de Ambrosio. Una carta tambié n falsificada de é ste con-
tiene la asimismo falsa pasió n de los má rtires Gervasio y Protasio, cuyas
piernas descubrió el propio Ambrosio de una manera tan inspirada que
muchos investigadores (coincidiendo con la corte imperial cristiana de
aquel tiempo) hablan de «mentira piadosa» y «engañ o de gran alcance»,
no el ú nico que se permite el Padre de la Iglesia. 266

Una enorme cantidad de escritos ficticios se atribuyeron a san Jeró ni-
mo. Só lo en la colecció n de sus 150 cartas hay varias docenas que no son
verdaderas. Está igualmente falsificada una correspondencia entre Jeró -
 nimo y el papa Dá maso I, que de manera significativa introduce el Lí ber
 Pontificalis, el libro oficial del papa, que a su vez está tan repleto de fal-
lí sifí caciones que hasta má s o menos las postrimerí as del siglo v y a co-
mienzos del vi carece prá cticamente de valor para nosotros. El Pseudo-
Isidoro ofrece otro intercambio epistolar falso entre el papa asesino y el
Padre de la Iglesia. Las frecuentes falsificaciones no hacen má s que señ a-
lar «lo grande que era el prestigio de que disfrutaba como autor ortodoxo
de tratados eruditos» (Krafí ).

Pero este santo (lo mismo que Ambrosio o Atanasio) era a su vez,
tambié n é l, un falsificador. Al patró n de los eruditos le debemos toda una
biografí a falsificada, la Vita sancti Pauli monachi, que describe la vida
realmente maravillosa del que al parecer fue el primer monje cristiano,
Pablo de Tebas, el precursor de san Antonio. Este «protoeremita» literal-
mente fabuloso, que segú n Jeró nimo vivió en una cueva durante noventa
añ os sin ver a ningú n ser humano, aunque todos los dí as un cuervo iba a
llevarle medio pan, hasta que finalmente dos leones cavaron su tumba,
fue puesto ya en tela de juicio en vida de su creador. Pero por parte cató -
lica esta historia inventada sigue contá ndose entre los «escritos histó ri-
cos» (Altaner/Stuiber) del santo; lo mismo que su Vita sancti Hilarionis
y su Vita Malchi, biografí as de monjes tambié n muy legendarias y en las
que abundan los milagros increí bles. 267

Los cristianos falsificaron infinidad de escritos bajo el nombre de
Agustí n y no só lo acerca del tema de la gracia, especialmente cercano.
No se daban por satisfechos con un escrito (auté ntico) de Agustí n Contra
los judí os,
sino que se redactaron otros dos, falsos, bajo su nombre: Sé r-


mo cmtra Judaeos, Paganos et Arianos de symbolo y la Alteratio Eccie-
siae et Synagogae.
Una obra ascé tica asimismo atribuida a Agustí n, Soli-
loquia,
procede probablemente del siglo xm, pero se la leyó con mucha
frecuencia y todaví a en la actualidad se la sigue editando, por lo general
junto a otros dos libros de fundació n que se atribuyen a Agustí n, Medita-
tiones
y Manuale. El Sermo de Rusticiano subdiacono a Donatistis re-
baptizato et in diaconum ordinato
es incluso una manifiesta falsificació n
moderna. Sin que se hubiera descubierto todaví a el manuscrito, fue edita-
do por primera vez por Jeró nimo Vignier (fallecido en 1661), un «orato-
riano conocido como falsificador de documentos» (Bardenhewer), es de-
cir, miembro de un oratorio fundado en Roma en 1575 por san Felipe
Neri, una comunidad aná loga a un convento pero que englobaba sacer-
dotes y laicos. Pero todaví a en 1842, A. B. Cailiau presentó en Parí s 164
sermones no editados de Agustí n, de los que apenas hay uno que sea ver-
dadero. Y de manera idé ntica o muy similar sucede con el (presunto) ser-
mó n de Agustí n S. Augustini sermones ex codicibus vaticanis, que diez
añ os despué s, en 1852, editó en Roma el cardenal A. Mai. De los má s de
seiscientos sermones que existen bajo el nombre de Agustí n, má s de cien
han sido falsificados. 268

Un falsificador cristiano:

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