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«Durante siglos ei maestro del mundo occidental [..]»




La cristiandad debe falsificaciones especialmente famosas a un sirio,
que alrededor del añ o 500 redactó cuatro grandes tratados y diez cartas,
por lo general breves, con un é xito radical y duradero como «nunca vol-
vió » (Bardy) a conseguir ningú n otro falsificador literario.

Este cristiano se da a conocer como el consejero del Areó pago, Dio-
nisio, llamado despué s Dionisio Areopagita, convertido por Pablo en
Atenas, motivo por el que dirige sus escritos a los apó stoles y sus discí -
pulos, ofrece detalles reiteradamente que acaban por confundir al lector
hacié ndole creer que tiene ante sí la obra de un contemporá neo de los
apó stoles. Pretende haber sido testigo del eclipse de Sol que se produjo al
morir Jesú s y de haber estado, junto con Pedro y Santiago, en el entierro
de la Virgen Santa Marí a. Pero en realidad, sus mentiras no aparecieron
como muy pronto hasta finales del siglo v, si no son ya ios comienzos
del vi. 269

El martirologio romano -«recopilado de fuentes fidedignas, verifica-
do [... ]»- señ ala al falsificador embebido en la gracia de Dios, cuya ono-
má stica se celebra el 9 de octubre, como santo y má rtir. É l, que vivió casi
medio milenio despué s de Pablo, fue «bautizado por el santo apó stol Pa-
blo» segú n se dice allí, fue consagrado como primer obispo de Atenas,


despué s, en Roma, «el santo papa romano Clemente le envió a que predi-
cara el Evangelio a Francia, y de este modo llegó a Parí s, donde adminis-
tró fielmente durante algunos añ os el cargo que se le habí a encomendado
y finalmente, bajo el protector Fescennin, tras crueles tormentos comple-
tó el martirio junto con sus compañ eros, siendo decapitado». 270

El falsificador Dionisio, que tambié n se habí a inventado la figura de
su maestro Hierotheus, fue registrado oficialmente como obispo de Ate-
nas y de Parí s. En no poca medida debido a eso, el glorioso Corpus Areo-
pagiticus -una mezcla de filosofí a antigua y cristianismo, aunque llegan-
do hasta la polí tica- tras un rechazo inicial por parte de los cató licos in-
fluyó durante má s de un milenio sobre Occidente de un modo nada
desdeñ able. El engañ ador se convirtió «durante siglos en el maestro del
mundo occidental» explicando a sus (presuntos) pensadores que «el cris-
tianismo no tení a por qué ser ya " bá rbaro" y que en su singularidad brin-
daba al espí ritu cultivado revelaciones inimaginables» (Roques). A co-
mienzos del siglo vi, el arzobispo André s de Cesá rea cita los libros «del
bienaventurado gran Dionisio». Un siglo má s tarde, san Má ximo los hace
objeto de sus elogios y defiende su autenticidad. En el siglo ix conquis-
tan el Occidente creyente, sobre todo a consecuencia de su traducció n al
latí n por Juan Escoto (Erí ugena) y por el abad Hilduino de St. Denis
(814-840), indudablemente predestinado para ello pues é l mismo habí a
redactado toda una serie de documentos falsos, tales como la Conscriptio
de Vispio, una carta de Aristarco a Onesiforo e himnos de Venancio For-
tunato y de Eugenius Toletanus y que tambié n enriqueció las cartas falsi-
ficadas del Areopagita mediante su propia falsificació n, la Epistula ad
Apollophanium.

Pero el montaje del Pseudo-Dionisio fue estudiado como la Biblia por
los má s famosos teó logos tales como Maximus Confesor, Hugo de San
Ví ctor, Alberto Magno y Tomá s de Aquino, que lo comentaron y lo con-
sideraron una obra del Espí ritu Santo. Adquirió una «autoridad casi ca-
nó nica» (Bihimeyer). Tomá s escribió un comentario propio al «Nombre
de Dios» (De divinis nominibus) y en sus restantes obras recogió cerca de
1. 700 citas de esta falsificació n. La universidad de Parí s conmemoró en
el siglo xm al falsificador -que curiosamente es el ú nico autor de Oriente
que seguí a vivo en Occidente- como el apó stol de Francia y el gran maes-
tro de la Cristiandad. La autenticidad de sus escritos, cuestionada por pri-
mera vez por el humanista Lorenzo Valla (fallecido en 1457) y má s tarde
por Erasmo (1504), todaví a se defendió en el siglo xix e incluso en el xx,
aunque ya mucho antes, poco despué s de la aparició n de este gigantesco
engañ o, el obispo Hiparlo de É feso, temporalmente hombre de confianza
del emperador Justiniano, discutiera esa autenticidad: «Si ninguno de los
escritores antiguos los menciona (los escritos), no sé có mo podé is demos-
trar ahora que pertenecen a Dionisio».


Quié n fue este san Pseudo-Dionisio es una cuestió n que sigue hoy
pendiente: posiblemente un «hereje», un monofisita. Cualquiera de los
dos patriarcas de Antioquí a, Pedro Fullo (fallecido en 488) o Severo de
Antioquí a (512-518), al que al menos tambié n los defensores del Calce-
donense demostraron varias falsificaciones. No podrí a sorprender que al
amplio engañ o del Pseudo-Dionisio se incorporaran falsificaciones deu-
terodionisias, sobre todo al comienzo de la Edad Media, ni sorprenderí a
tampoco que, a la postre, la «leyenda» del martirio de san Dionisio, o
má s bien de su descripció n, un producto parisino, se convirtiera en el
motivo ampliamente difundido de la leyenda de los portadores de la ca-
beza. Segú n ella, los má rtires y los santos llevarí an su noble cabeza en la
mano: Luciano lleva la cabeza que le han cortado, Jonio de Chartres, Lu-
cano de Chartres, Nicasio de Rú an, Má ximo y Venerando de Evreux, Cla-
ro, el eremita de Normandí a, la virgen Saturnina de Artois, san Crisolio,
al que partieron en dos la cabeza durante el martirio, esparcié ndose el ce-
rebro por la zona, y que recogié ndolo todo, lleva el crá neo y su contenido
desde ü relenghem hasta Comines. Fusciano y Victó rico transportan sus
cabezas durante varias millas. El muchacho decapitado Justo de Auxerre
lleva su crá neo mientras que el tronco, para espanto de sus perseguido-
res, se pone a rezar. Los santos Frontasio, Severino, Severiano, Silano de
Pé rigueux, Pá pulo de Tolosa, Marcelo de Le Puy (Anitium), obispos y
arzobispos, ví rgenes y prí ncipes desde el sur al norte llevan su cabeza, el
prí ncipe danubiano Severo, el merovingio Adalbaldo, el arzobispo Leó n
de Rú an, el apó stol de Prusia Adalberto, el hijo de rey Pingar Comwail, la
hija del rey Ositha en el norte... No, no acaban los má rtires cristianos por-
tadores de cabezas, y todo tan auté ntico como «Dionisio Areopagita». 271

En el siglo vn hubo en Alejandrí a un completo taller de falsificadores
cristianos. Bajo la direcció n del prefecto de Egipto, Severiano, catorce
escribas falsificaron aquí en sentido monofisita escritos de los Padres de
la Iglesia, especialmente de Cirilo de Alejandrí a. 272

Dado que en la historia má s antigua del cristianismo apenas habí a
nada que se sostuviese en pie o que tuviese base y su historicidad era, y
sigue siendo, má s que incierta y carente de un mí nimo fundamento, algu-
nas falsificaciones tení an tambié n como propó sito la de crear esa funda-
mentació n histó rica.

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