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Confesión de obediencia a los Diez Mandamientos De La Ley Divina (la Torah) 4 страница




23: 2 ¿ Quié n aplicará el lá tigo a mi pensamiento, y a mi corazó n, la disciplina de la sabidurí a, para que no se perdonen mis errores, ni se pasen por alto mis pecados?

23: 3 Así no se multiplicará n mis errores, ni sobreabundará n mis pecados, ni caeré ante mis adversarios, ni mi enemigo se burlará de mí.

23: 4 Señ or Elohim, Padre y Dios de mi vida, no me des unos ojos altaneros

23: 5 y aparta de mí los malos deseos.

23: 6 ¡ Que la sensualidad y la lujuria no me dominen, no me entregues a las pasiones vergonzosas!

 

Los pecados de la lengua: los juramentos vanos

23: 7 Escuchen, hijos, có mo se educa la lengua: el que observe esto no caerá en el lazo.

23: 8 El pecador se enreda en sus propias palabras, el maldiciente y el soberbio caen a causa de ellas.

23: 9 No acostumbres tu boca a jurar, ni te habitú es a pronunciar el nombre del Santo.

23: 10 Así como el servidor vigilado constantemente nunca se libra de algú n golpe,

así el que jura y pronuncia el Nombre en todo momento no quedará limpio de pecado.

23: 11 El que jura constantemente, está lleno de iniquidad, y el flagelo no se apartará de su casa. Si falta a su juramento, incurre en pecado; si lo menosprecia, peca doblemente; si juró en vano, no tendrá justificació n y su casa se llenará de desgracias.

 

La groserí a en el hablar

23: 12 Hay un lenguaje comparable a la muerte: ¡ que no se lo encuentre en la herencia de Jacob! Los hombres piadosos rechazan estas cosas, y no se revuelcan en los pecados.

23: 13 No acostumbres tu boca a decir groserí as, porque al decirlas se peca con la palabra.

23: 14 Acué rdate de tu padre y de tu madre, cuando te sientes en medio de los grandes, no sea que los olvides en presencia de ellos, y te comportes como un necio. Porque entonces preferirí as no haber nacido, y maldecirí as el dí a de tu nacimiento.

23: 15 Un hombre habituado a las palabras injuriosas, no podrá ser corregido en toda su vida.

 

La lujuria y el adulterio

23: 16 Dos clases de hombres multiplican los pecados, y una tercera provoca la ira de Adonai:

23: 17 El sensual, cuya pasió n arde como un fuego; que no se extingue hasta que todo lo ha consumido.

El lujurioso con su propio cuerpo; cuyo desvarí o no cesa sino hasta que el fuego ya ha devorado; para el lujurioso, toda comida es dulce, y no descansara de su empeñ o hasta que haya muerto.

23: 18 El que es infiel a su esposa, y dice para si: " ¿ Quié n me ve? La oscuridad me rodea y las paredes me cubren; nadie me ve: ¿ qué he de temer? El Altí simo no se acordará de mis pecados" .

23: 19 Lo que é l teme son los ojos de los hombres, y no sabe que los ojos del Señ or son diez mil veces má s luminosos que el sol, que observan todos los caminos de los hombres y penetran en los rincones má s ocultos.

23: 20 Antes de ser creadas, todas las cosas le eran conocidas, y lo son asimismo una vez acabadas.

23: 21 Ese hombre será castigo en las plazas de la ciudad, será apresado donde menos lo esperaba.

23: 22 Así tambié n la mujer que abandona a su marido, y le da un heredero nacido de un extrañ o.

23: 23 Porque, primero, ha desobedecido la Ley del Señ or; segundo, ha faltado contra su marido; tercero, se ha prostituido con su adulterio, teniendo hijos con un hombre extrañ o.

23: 24 Ella será llevada a la asamblea y el castigo recaerá sobre sus hijos.

23: 25 Sus hijos no echará n raí ces y sus ramas no producirá n fruto.

23: 26 Ella dejará su recuerdo para una maldició n y su infamia no se borrará.

23: 27 Así sabrá n los que vengan despué s que, no hay nada mejor que el temor del Señ or ni nada má s dulce que obedecer sus mandamientos.

 

CAPÍ TULO 24

 

El elogio de la sabidurí a

24: 1 La sabidurí a hace el elogio de sí misma, y se glorí a en medio de su pueblo,

24: 2 abre la boca en la asamblea del Altí simo, y se glorí a delante de su Poder:

24: 3 " Yo salí de la boca del Altí simo, y cubrí la tierra como una neblina.

24: 4 Levanté mi carpa en las alturas, y mi trono estaba en una columna de nube.

24: 5 Yo sola recorrí el circuito del cielo, y anduve por la profundidad de los abismos.

24: 6 Sobre las olas del mar, y sobre toda la tierra; sobre todo pueblo y nació n, ejercí mi dominio.

24: 7 Entre todos ellos, busqué un lugar de reposo, me pregunté en qué herencia podrí a residir.

24: 8 Entonces, el Creador de todas las cosas me dio una orden, el que me creó me hizo instalar mi carpa, é l me dijo: 'Levanta tu carpa en Jacob y fija tu herencia en Israel'.

24: 9 É l me creó antes de los siglos, desde el principio, y por todos los siglos no dejaré de existir.

24: 10 Ante é l, ejercí el ministerio en la Morada santa, y así me he establecido en Sió n;

24: 11 É l me hizo reposar asimismo en la Ciudad predilecta, y en Jerusalé n se ejerce mi autoridad.

24: 12 Yo eché raí ces en un Pueblo glorioso, en la porció n del Señ or, en su herencia.

24: 13 Crecí como un cedro en el Lí bano y como un cipré s en los montes del Hermó n;

24: 14 crecí como una palmera en Engadí y como los rosales en Jericó; como gallardo olivo en la llanura, como plá tano me he elevado.

24: 15 Yo exhalé perfume como el cinamomo, como el aspá lato fragante y la mirra selecta, como el gá lbano, la uñ a aromá tica y el estacte, y como el humo del incienso, en la Tienda de reunió n.

24: 16 Extendí mis ramas como un terebinto, y ellas son ramas de gloria y de gracia.

24: 17 Yo, como una vid, hice germinar la gracia, y mis flores son un fruto de gloria y de riqueza.

 

Invitació n a buscar la Sabidurí a

24: 19 ¡ Vengan a mí, los que me desean, y sá ciense de mis productos!

24: 20 Porque mi recuerdo es má s dulce que la miel; y, mi herencia, má s dulce que un panal.

24: 21 Los que me coman, quedaran con mas hambre de mi; los que me beban, tendrá n má s sed de mi .

24: 22 El que me obedezca, no se avergonzará, y los que me sirvan, no pecará n ".

 

La Sabidurí a y la Ley

24: 23 Todo esto es el libro de la Alianza del Dios Altí simo, la Ley que nos prescribió Moisé s como herencia para las asambleas de Jacob.

24: 25 Ella hace desbordar la Sabidurí a como el Pisó n, y como el Tigris en los dí as de los primero frutos;

24: 26 inunda de inteligencia como el É ufrates y como el Jordá n en los tiempos de la cosecha;

24: 27 prodiga la instrucció n como el Nilo, como el Guijó n en los dí as de la vendimia.

24: 28 El primero no terminó de conocerla, y el ú ltimo ni siquiera la vislumbra.

24: 29 Porque su pensamiento es má s vasto que el océ ano; y su designio, má s profundo que el gran Abismo.

 

La intenció n del autor del Libro

24: 30 En cuanto a mí, como canal derivado de un rí o, como una acequia que atraviesa un jardí n,

24: 31 dije: " Regaré mi huerta y empaparé mi tablar". ¡ De pronto, mi canal se convirtió en un rí o, y mi rí o se transformó en un mar!

24: 32 Aú n haré brillar la instrucció n como la aurora, e irradiaré su luz lo má s lejos posible;

24: 33 Aú nderramaré la enseñ anza como una profecí a, y la dejaré para las generaciones futuras.

24: 34 Porque yo no he trabajado só lo para mí, sino para todos los que buscan la Sabidurí a.

 

CAPÍ TULO 25

 

Tres cosas deseables y tres aborrecibles

25: 1 Con tres cosas me adorno , y me presento embellecida delante del Señ or, y de los hombres: la concordia entre hermanos, la amistad entre vecinos, y una mujer y un marido que se llevan bien.

25: 2 Pero hay tres clases de gente que aborrezco, y que me irritan por su manera de vivir: un pobre soberbio, un rico mentiroso, y un viejo adú ltero que ha perdido el juicio.

 

La corona de los ancianos

25: 3 Si no has ahorrado en la juventud, ¿ có mo vas a encontrar algo en tu vejez?

25: 4 ¡ Qué bello adorno para las canas es saber juzgar, y para los ancianos, ser hombres de consejo!

25: 5 ¡ Qué hermosa es la sabidurí a de los ancianos, la reflexió n y el consejo en la gente respetable!

25: 6 Corona de los ancianos es una rica experiencia, y su orgullo, el temor del Señ or.

 

Nueve cosas encomiables

25: 7 Hay nueve cosas imaginables, que considero felices, y la dé cima, tambié n la voy a mencionar: un hombre que está contento de sus hijos, y uno que ve en vida la caí da de sus enemigos.

25: 8 ¡ Feliz el que vive con una esposa inteligente, el que no ha incurrido en falta con su lengua, y el que no sirve a un amo indigno de é l!

25: 9 ¡ Feliz el que ha encontrado la prudencia, y el que la expone ante un auditorio atento!

25: 10 ¡ Qué grande es aquel que encontró la sabidurí a! Pero nadie aventaja al que teme al Señ or:

25: 11 el temor del Señ or supera a todos lo demá s, y el que lo posee ¿ a quié n se puede comparar?

25: 12 El temor del Señ or es el comienzo de su amo r, y es por la fe que uno empieza a unirse a É l.

 

Invectiva contra la mala mujer

25: 13 ¡ Cualquier herida, menos la del corazó n! ¡ Cualquier maldad, menos la de una mujer!

25: 14 ¡ Cualquier desgracia, menos la causada por el odio! ¡ Cualquier venganza, menos la de un enemigo!

25: 15 No hay peor veneno que el de la serpiente, ni peor furia que la de la mala mujer.

25: 16 Preferirí a habitar con un leó n, o un dragó n, antes que vivir con una mala mujer.

25: 17 La maldad de una mala mujer, desfigura su semblante, y vuelve su rostro hurañ o como un oso.

25: 18 Su marido se va a sentar en medio de sus vecinos, y no puede reprimir sus amargos gemidos.

25: 19 Toda maldad es pequeñ a, comparada con la de la mala mujer: ¡ que caiga sobre ella la suerte del pecador!

25: 20 Cuesta arenosa para los pies de un anciano, es la mujer charlatana para un esposo apacible.

25: 21 No te dejes cautivar por los encantos de una mujer, ni te apasiones por ella.

25: 22 Estallido de enojo, infamia y una gran vergü enza, esperan al hombre que es mantenido por su mujer.

25: 23 Corazó n abatido, rostro sombrí o, y pena del alma, es una mala mujer. Manos inertes y rodillas paralizadas es la mujer que no hace feliz al marido.

25: 24 Por una mujer tuvo comienzo el pecado, y a causa de ella, todos morimos.

25: 25 No dejes correr el agua, ni des libertad a una mala mujer.

25: 26 Si no camina como tú le indicas, arrá ncala de tu propia carne, y apá rtala de tu lado.

 

CAPÍ TULO 26

 

La felicidad de tener una buena esposa

26: 1 ¡ Feliz el marido de una buena esposa: se duplicará el nú mero de sus dí as!

26: 2 La mujer hacendosa es la alegrí a de su marido y é l vivirá en paz hasta el ú ltimo de sus dí as.

26: 3 Una buena esposa es una gran fortuna, reservada en suerte a los que temen al Señ or:

26: 4 sea rico o pobre, su corazó n será dichoso y su rostro estará radiante en todo momento.

 

Los peligros de la mala mujer

26: 5 Hay tres cosas que me inspiran temor, y por la cuarta imploro misericordia:

ciudad dividida, multitud amotinada, y falsa acusació n son má s penosas que la muerte.

26: 6 Pero pesadumbre y duelo es la mujer celosa de su rival, y en todo está presente el flagelo de la lengua.

26: 7 Como un yugo mal ajustado, es una mala mujer: tratar de sujetarla es agarrar un escorpió n.

26: 8 Una mujer bebedora provoca indignació n: ella no podrá ocultar su ignominia.

26: 9 La mujer adultera provoca con la mirada, sus pá rpados la delatan.

26: 10 Redobla la guardia ante una joven atrevida, no sea que descubra una ocasió n y se aproveche.

26: 11 Cuí date de las miradas provocativas y no te sorprendas si te incitan al mal.

26: 12 Ella abre la boca como un viajero sediento, y bebe toda el agua que se le ofrece; se sienta impú dicamente ante toda clavija de tienda, y abre su aljaba a todas las flechas.

 

Elogio de la buena esposa

26: 13 La gracia de una mujer deleita a su marido y su buen juicio lo llena de vigor.

26: 14 Una mujer discreta es un don del Señ or y no tiene precio la esposa bien educada.

26: 15 Una mujer pudorosa es la mayor de las gracias y no hay escala para medir a la que es dueñ a de sí misma.

26: 16 Como el sol que se eleva por las alturas del Señ or, así es el encanto de la buena esposa; es como una casa bien ordenada .

26: 17 Como una lá mpara que brilla sobre el candelabro sagrado, así es la belleza del rostro sobre un cuerpo esbelto.

26: 18 Columnas de oro sobre un zó calo de plata son las piernas hermosas sobres talones firmes.

 

Tres cosas lamentables

26: 28 Hay dos cosas que me entristecen y por una tercera se enciende mi enojo: un guerrero sumido en la indigencia, los hombres inteligentes tratados con desprecio y el que vuelve de la justicia al pecado: a este, el Señ or lo destina a la espada.

 

Los peligros del comercio

26: 29 Es casi imposible que quienes se dedican al comercio sean librados de incurrir en alguna falta; los que se dedican a grandes negocios, no estará n exentos de la usura y la mentira.

 

CAPÍ TULO 27

27: 1 Muchos han pecado por amor al dinero; y, el que busca enriquecerse, se niega a darle ayuda a los pobres.

27: 2 Entre la juntura de las piedras, se clava la estaca; y, entre la compra y la venta, se desliza fá cilmente el pecado.

27: 3 El comerciante que no se aferra firmemente a los mandamientos de Yah, de pronto vera su casa arruinada.

 

La palabra, prueba del hombre

27: 4 Cuando se sacude el cedazo, quedan los residuos: así los desechos de un hombre aparecen en sus palabras.

27: 5 El horno pone a prueba los vasos del alfarero, y la prueba del hombre está en su conversació n.

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