34:8 El que guarda los diez mandamientos de la Ley, tiene una verdad segura; que se sostiene por si misma, sin necesidad del apoyo de sueños, augurios, o adivinaciones.
La utilidad de los viajes 34: 9 El que ha viajado mucho, sabe muchas cosas; y, el hombre de experiencia, habla inteligentemente. 34: 10 Quien poco ha sufrido, poca sabe; pero, quien ha sido sazonado con multitud de dolores, adquiere la destreza de la experiencia. 34: 11 Muchas cosas he visto en el curso de mi jornada; mis experiencias son mas amplias que lo que se me permite expresar. 34: 12 Muchas veces estuve en peligro de muerte, y gracias a la Sabidurí a que aprendí de la Ley, pude escapar sano y salvo.
El temor del Señ or, fuente de seguridad 34: 13 El espí ritu de los que temen al Señ or vivirá, porque han puesto su esperanza en aquel que los salva. 34: 14 Quien teme al Señ or Yah, no tiene miedo de nada; y no se acobarda, porque Yah es su esperanza. 34: 15 ¡ Feliz el alma del que teme al Señ or! ¿ En quié n se sostiene y cuá l es su apoyo? 34: 16 Los ojos del Señ or miran a aquellos que lo aman: É l es escudo poderoso y apoyo seguro, refugio contra el viento abrasador y el ardor del mediodí a, salvaguardia contra el tropiezo y auxilio contra la caí da. 34: 17 É l levanta el á nimo e ilumina los ojos, da salud, vida y bendició n. El culto agradable a Adonai Yah 34: 18 Ofrecer en sacrificio el fruto de la injusticia es presentar una ofrenda defectuosa, y los dones de los impí os no son aceptados. 34: 19 El Altí simo no acepta las ofrendas de los impí os; y no es por el nú mero de ví ctimas, que perdona los pecados. 34: 20 Como inmolar a un hijo ante los ojos de su padre, es presentar una ví ctima con bienes quitados a los pobres. 34: 21 Un mendrugo de pan es la vida de los indigentes: el que los priva de é l es un sanguinario. 34: 22 Mata a su pró jimo el que lo priva del sustento, derrama sangre el que retiene el salario del jornalero. 34: 23 Si uno edifica y otro destruye, ¿ qué ganan con eso sino fatigas? 34: 24 Si uno suplica y otro maldice, ¿ qué voz escuchará el Dueñ o de todo? 34: 25 El que vuelve a tocar a un muerto despué s de haberse lavado, ¿ qué ha ganado con purificarse? 34: 26 Así es el hombre que ayuna por sus pecados, y luego vuelve a cometerlos: ¿ quié n escuchará su plegaria, y qué ha ganado con humillarse?
CAPÍ TULO 35
Los Mandamientos y los sacrificios 35: 1 Obedecer lo ordenado en las dos tablas de piedra, es como presentar muchas ofrendas; y ser fiel a los diez mandamientos, es como ofrecer un sacrificio de comunió n; 35: 2 devolver un favor, es hacer una oblació n de harina; y hacer limosna, es ofrecer un sacrificio de alabanza. 35: 3 La manera de agradar a Yah, es apartarse del mal; y, apartarse de la injusticia, es un sacrificio de expiació n.
35: 4 No te presentes ante el Señ or con las manos vací as, porque todo esto lo prescriben los mandamientos. 35: 5 Cuando la ofrenda del justo engrasa el altar, su fragancia llega a la presencia del Altí simo. 35: 6 El sacrificio del justo es aceptado, y su memorial no caerá en el olvido. 35: 7 Glorifica a Yah mostrando generosidad, y no mezquines las primicias de tus manos. 35: 8 Da siempre con el rostro radiante, y consagra el diezmo con alegrí a. 35: 9 Da al Altí simo segú n lo que É l te dio, y con generosidad, conforme a tus recursos, 35: 10 porque Yah sabe retribuir, y te dará siete veces má s. 35: 11 No pretendas sobornar a Yah con un don, porque no lo aceptarí a, y no te apoyes en un sacrificio injusto. 35: 12 Porque el Señ or Yah es un juez justo, y no hace distinció n de personas: 35: 13 no se muestra parcial contra el pobre, y escucha la sú plica del oprimido; 35: 14 no desoye la plegaria del hué rfano, ni a la viuda, cuando expone su queja. 35: 15 ¿ No corren las lá grimas por las mejillas de la viuda, y su clamor no acusa al que las hace derramar?
El poder de la Oració n 35: 16 El que rinde el culto que agrada al Señ or, es aceptado; y su plegaria llega a la presencia del Altí simo. 35: 17 La sú plica del hombre que tiene un corazó n humilde, llega hasta la morada de Dios, y mientras no llega a su destino, no recibe consuelo alguno: 35: 18 no desiste, hasta que el Altí simo interviene; para juzgar a los justos, y hacerles justicia.
El castigo de las naciones 35: 19 El Señ or no tardará, y no tendrá paciencia con los abominables, 35: 20 hasta quebrar el poderí o de los despiadados, y dar su merecido a las naciones; 35: 21 hasta extirpar la multitud de los prepotentes, y quebrar el cetro de los injustos; 35: 22 hasta retribuir a cada hombre segú n sus acciones, remunerando las obras de los hombres segú n sus intenciones; 35: 23 hasta juzgar la causa de su pueblo, y alegrarlo con su misericordia. 35: 24 ¡ Qué hermosa es la misericordia en el momento de la aflicció n, como las nubes de lluvia en tiempo de sequí a!
CAPÍ TULO 36
Sú plica por la liberació n de Israel 36: 1 Ten piedad de nosotros, Dueñ o soberano, Dios de todas las cosas; y mira, infunde tu temor sobre todas las naciones. 36: 2 Levanta tu mano contra las naciones extranjeras, para que reconozcan tu Señ orí o. 36: 3 Así como les manifestaste tu santidad castigando nuestras iniquidades, manifié stanos tambié n tu grandeza, castigando sus iniquidades; 36: 4 para que ellas te reconozcan, como hemos reconocido nosotros que no hay otro Dios fuera de ti, oh Señ or. 36: 5 Renueva tus prodigios, y repite tus maravillas; glorifica tu santa mano, y el poder de tu brazo derecho. 36: 6 Despierta tu furor, y derrama tu ira; suprime al adversario, y extermina al enemigo. 36: 7 Apresura el fin, recuerda el plazo; pues, ¿ quien te dirá: Qué haces?
36: 8 Que el fuego de la ira devore a quienes piensan que podrá n escapar al castigo; quienes hacen dañ o a tu pueblo, hallen la perdició n. 36: 9 Aplasta la cabeza de los prí ncipes enemigos; de los que, con sus obras, dicen " ¡ No hay dios que nos gobierne! " 36: 10 Congrega a todas las tribus de Jacob, y entré gales su herencia, como al comienzo. 36: 11 Ten piedad, Elohim, del pueblo que es llamado con tu Nombre, de Israel, a quien trataste como a un primogé nito. 36: 12 Ten compasió n de tu Ciudad santa, de Jerusalé n, el lugar de tu reposo. 36: 13 Llena a Sió n de tu majestad, y de tu gloria tu santo templo. 36: 14 Da testimonio a favor de los que tú creaste en el principio, y cumple las profecí as que se hicieron en tu Nombre. 36: 15 Dales su recompensa a los que en ti esperan, y que se compruebe la veracidad de tus profetas. 36: 16 Escucha, Adonai Yah, la sú plica de tus siervos, conforme a la bendició n de Aaró n sobre tu pueblo, 36: 17 para que todos los que viven en la Tierra reconozcan que tú, o Señ or Yah, eres el Supremo Señ or, el Dios Eterno.
El discernimiento 36: 18 El estó mago asimila toda clase de alimentos, pero hay unos mejores que otros. 36: 19 El paladar distingue los manjares; y el corazó n inteligente, las palabras mentirosas. 36: 20 Un corazó n tortuoso provoca contrariedades, pero el hombre de experiencia le da su merecido.
Necesidad y elecció n de una buena esposa 36: 21 Una mujer acepta cualquier marido, pero unas jó venes son mejores que otras. 36: 22 La hermosura de la mujer, recrea la mirada, y el hombre la desea mas que a cualquier otra cosa. 36: 23 Si en sus labios hay bondad y dulzura, su marido ya no es como los demá s hombres. 36: 24 El que adquiere una mujer, comienza a hacer fortuna, una ayuda adecuada para é l, y una columna donde apoyarse. 36: 25 Donde no hay valla, la propiedad es saqueada; y, donde no hay mujer, el hombre gime y va a la deriva. 36: 26 ¿ Quié n puede fiarse de un á gil ladró n, que va saltando de ciudad en ciudad? 36: 27 Así sucede con el hombre sin nido, que se alberga donde lo sorprende la noche.
CAPÍ TULO 37
Los verdaderos y los falsos amigos 37: 1 Todo amigo dice: " Tambié n yo soy tu amigo", pero hay amigos que lo son só lo de nombre. 37: 2 ¿ No entristece acaso hasta la muerte ver a un amigo querido transformarse en enemigo? 37: 3 ¡ Oh perverso impulso a hacer el mal! ¿ De dó nde te han hecho rodar para cubrir la tierra de falsedad? 37: 4 El mal amigo se fija en tu mesa; pero, cuando estas en aprietos, se mantiene lejos. 37: 5 El buen amigo lucha contra tu enemigo, y te defiende de los que te atacan. 37: 6 Nunca te olvides de un buen amigo, y acué rdate de é l cuando tengas riquezas.
Los buenos y los malos consejeros 37: 7 Todo el que aconseja recomienda su consejo, pero hay quien aconseja pensando só lo en sí mismo. 37: 8 Se precavido con el que da consejos, y averigua primero qué le hace falta —porque entonces aconsejará lo que le convenga a é l— no sea que le dé lo mismo una cosa que otra, 37: 9 y te diga: " Vas por el buen camino", mientras se pone enfrente a ver qué te pasa. 37: 10 No consultes al que te subestima, y al que tiene celos de ti, ocú ltale tus designios. 37: 11 No pidas consejo a una mujer sobre su rival, ni a un cobarde sobre la guerra, ni a un comerciante sobre un negocio, ni a un comprador sobre una venta, ni a un envidioso sobre la gratitud, ni a un despiadado sobre un beneficio, ni a un perezoso sobre cualquier trabajo, ni al que trabaja por horas sobre la conclusió n de una obra, ni a un servidor holgazá n sobre un trabajo difí cil: no cuentes con estos para ningú n consejo.
37: 12 Pero recurre al hombre que anda en el temor de Dios, de quien te consta que cumple los mandamientos, cuya alma es segú n tu alma; y que, si das un traspié, sufrirá contigo. 37: 13 Mantente firme, guardando siempre una limpia conciencia, porque nadie te será má s fiel que ella: 37: 14 el alma de un hombre, suele advertir a menudo mejor que siete vigí as apostados sobre una altura. 37: 15 Y por encima de todo ruego al Altí simo, para que dirija tus pasos en la verdad.
La verdadera y la falsa sabidurí a 37: 16 El principio de cualquier obra es la razó n, y antes de cualquier acció n, está el consejo. 37: 17 Raí z de los pensamientos es el corazó n, y é l hace brotar cuatro ramas: 37: 18 el bien y el mal, la vida y la muerte, y la que decide siempre en todo esto es la lengua. 37: 19 Hay quien es sabio, y obra sabiamente para los demá s; y, para si mismo, es un necio. 37: 20 La peor de todas las ignorancias, es ser sabio de labios para afuera; quien así actú a, se hace odioso, y acabará siendo eliminado de todo grato convite: 37: 21 no se le ha concedido el favor del Señ or, porque está vací o de toda sabidurí a. 37: 22 Si un hombre es sabio para sí mismo, los frutos de su inteligencia son para su propio cuerpo. 37: 23 Hay quien, para la gente de su pueblo, es sabio; y, los frutos de su inteligencia, son para ellos. 37: 24 Un hombre sabio es colmado de bendiciones; y, al verlo, todos lo felicitan. 37: 25 El hombre tiene sus dí as contados, pero los dí as de Israel son incontables. 37: 26 Un hombre sabio se gana la confianza de su pueblo, y su nombre sobrevive para siempre.
La templanza 37: 27 Hijo mí o, para tu ré gimen de comida, prué bate a ti mismo: mira qué te hace mal, y prí vate de ello. 37: 28 Porque no todo es conveniente para todos, ni a todos les gusta lo mismo. 37: 29 No seas insaciable de placeres, ni te excedas en las comidas. 37: 30 Porque el exceso en las comidas acarrea enfermedades, y la glotonerí a provoca có licos. 37: 31 La glotonerí a causó la muerte de muchos; pero, el que se cuida de ella, prolongará su vida.
CAPÍ TULO 38
Los buenos servicios del mé dico 38: 1 Honra al mé dico por sus servicios, como corresponde, porque tambié n a é l lo ha creado el Señ or. 38: 2 La curació n procede del Altí simo, y el mé dico recibe presentes del r ey. 38: 3 La ciencia del mé dico afianza su prestigio, y é l se gana la admiració n de los grandes. 38: 4 El Señ or hizo brotar las plantas medicinales, y el hombre prudente no las desprecia. 38: 5 ¿ Acaso una rama no endulzó el agua, a fin de que se conocieran sus propiedades? 38: 6 El Señ or dio a los hombres la ciencia, para ser glorificado por sus maravillas. 38: 7 Con esos remedios, el mé dico cura y quita el dolor, y el farmacé utico prepara sus ungü entos. 38: 8 Así, las obras del Señ or no tienen fin, y de É l viene la salud a la superficie de la tierra. 38: 9 Si está s enfermo, hijo mí o, no seas negligente, ruega al Señ or, y É l te sanará .
38: 10 No incurras en falta, enmienda tu conducta y purifica tu corazó n de todo pecado. 38: 11 Ofrece el suave aroma y el memorial de harina, presenta una rica ofrenda, como si fuera la ú ltima. 38: 12 Despué s, deja actuar al mé dico, porque el Señ or lo creó; que no se aparte de ti, porque lo necesitas. 38: 13 En algunos casos, tu mejorí a está en sus manos, 38: 14 y ellos mismos rogará n al Señ or que les permita dar una alivio, y curar al enfermo, para que se restablezca. 38: 15 El hombre que peca delante de su Creador, ¡ que caiga en manos del mé dico!
El duelo por un muerto 38: 16 Hijo mí o, por un muerto, derrama lá grimas, y entona un lamento, como quien sufre terriblemente. Entierra su cadá ver en la forma establecida, y no descuides su sepultura. 38: 17 Llora amargamente, golpé ate el pecho, y observa el duelo que é l se merece, uno o dos dí as, para evitar comentarios, y luego consué late de tu tristeza. 38: 18 Porque la tristeza lleva a la muerte y un corazó n abatido quita las fuerzas. 38: 19 En la desgracia, la tristeza es permanente; y una vida de miseria va contra el corazó n. 38: 20 No te dejes llevar por la tristeza, alé jala, acordá ndote de tu fin. 38: 21 Nunca lo olvides: ¡ no hay camino de retorno! Al muerto, no podrá s serle ú til y te hará s mal a ti mismo. 38: 22 El difunto recuerda la sentencia que pesa sobre los seres humanos: “todos morimos, ayer me toco a mí, y hoy te tocara a ti”. 38: 23 Ya que el muerto descansa, deja en paz su memoria, y trata de consolarte, porque ha partido su espí ritu.
Los trabajos manuales, y la Sabidurí a 38: 24 La sabidurí a del escriba exige tiempo y dedicació n, y el que no está absorbido por otras tareas, se hará sabio. 38: 25 ¿ Có mo se hará sabio el que maneja el arado, y se enorgullece de empuñ ar la picana, el que guí a los bueyes, trabaja con ellos, y no sabe hablar má s que de novillos? 38: 26 É l pone todo su empeñ o en abrir los surcos y se desvela por dar forraje a las terneras. 38: 27 Lo mismo pasa con el artesano y el constructor, que trabajan dí a y noche; con los que graban las efigies de los sellos, que modifican pacientemente los diseñ os: ellos se dedican a reproducir el modelo, y trabajan hasta tarde para acabar la obra. 38: 28 Lo mismo pasa con el herrero, sentado junto al yunque, con la atenció n fija en el hierro que forja: el vaho del fuego derrite su carne y é l se debate con el calor de la fragua; el ruido del martillo ensordece sus oí dos, y sus ojos está n fijos en el modelo del objeto; pone todo su empeñ o en acabar sus obras, y se desvela por dejarlas bien terminadas. 38: 29 Lo mismo pasa con el alfarero, sentado junto a su obra, mientras hace girar el torno con sus pies: está concentrado exclusivamente en su tarea, y apremiado por completar la cantidad; 38: 30 con su brazo modela la arcilla, y con los pies vence su resistencia; pone todo su empeñ o en acabar el barnizado, y se desvela por limpiar el horno. 38: 31 Todos ellos confí an en sus manos, y cada uno se muestra sabio en su oficio. 38: 32 Sin ellos no se levantarí a ninguna ciudad, nadie la habitarí a ni circularí a por ella. 38: 33 Pero no se los buscará para el consejo del pueblo, ni tendrá n preeminencia en la asamblea; no se sentará n en el tribunal del juez, ni estará n versados en los decretos de la Ley. 38: 34 No hará n brillar la instrucció n ni el derecho, ni se los encontrará entre los autores de proverbios. Sin embargo, ellos afianzan la creació n eterna y el objeto de su plegaria son los trabajos de su oficio.
CAPÍ TULO 39
El escriba y la Sabidurí a 39: 1 No pasa lo mismo con el que consagra su vida a meditar en la Ley del Altí simo. É l busca la sabidurí a de todos los antiguos, y dedica su tiempo a estudiar las profecí as; 39: 2 conserva los dichos de los hombres famosos, y penetra en las sutilezas de las pará bolas; 39: 3 indaga el sentido oculto de los proverbios, y estudia sin cesar las sentencias enigmá ticas.
39: 4 Presta servicio entre los grandes, y se lo ve en la presencia de los jefes; viaja por paí ses extranjero, porque conoce por experiencia lo bueno y lo malo de los hombres. 39: 5 De todo corazó n, muy de madrugada, se dirige al Señ or, su Creador,
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