Главная | Обратная связь | Поможем написать вашу работу!
МегаЛекции

Clericalismo reaccionario y orígenes de la teocracia




Durante su exilio en Babilonia, el rey Joaquí n de Judá (597) recibió
sin duda un trato digno. Y cuando el rey persa Ciro II conquistó el reino
de Babilonia, entre 538 y 537, ese hombre (que ya entonces practicaba los
principios hoy consagrados por el derecho de gentes: respeto al enemigo
vencido como a igual, tolerancia frente a las religiones ajenas) ofreció a
todos los judí os que lo quisieran el regreso a Palestina; má s aú n, dispuso
la reconstrucció n del Templo a costa del erario real y devolvió a los ju-
dí os el tesoro de oro y plata capturado por Nabucodonosor en Jerusa-
lé n. Por ello, incluso el Antiguo Testamento tiene palabras de alabanza
para el rey idó latra: «pastor de Dios» y «ungido del Señ or» en el deute-
ro-Isaí as. Y el mismo Señ or afirma: «Tú has cumplido todos mis desig-
nios», y eso que tales designios no podí an ser ni son má s diferentes. 50

Una minorí a de los exiliados regresó a su paí s e inició, en el añ o 520,
la reconstrucció n del Templo, quedado terminado en 515 el llamado se-
gundo Templo, má s grande que el anterior, principalmente gracias a
los subsidios de los persas. Volvió a florecer Jerusalé n como capital de
la provincia persa de Jehud, pero gozando de una notable autonomí a.
Tambié n otras ciudades se repoblaron, controladas por gente de con-
fianza de los persas como el daví dida Zorobabel, aunque el clero no tar-
dó en acaparar el poder, iniciá ndose así una evolució n en virtud de la
cual, hacia la é poca helení stica, el verdadero amo de Judea era el sumo
sacerdote, que mandaba en ella como los reyes en otros paí ses. Pero ya
bajo el dominio de los persas se habí a convertido en la cabeza espiritual
y temporal de la comunidad judí a, y é sta en una teocracia conducida por


el clero que, como clase má s rica y poderosa en Jerusalé n, controlaba
asimismo los asuntos polí ticos y econó micos; es decir, que mandaba en
todos los sentidos. Se renovaba la «alianza» con el Señ or bajo la preten-
sió n de que tal «nueva alianza» {berit hadashah) debí a ser algo total-
mente distinto de la primitiva alianza del Sinaí, aunque no fuese en rea-
lidad sino un refrito: «para que sepan los idó latras que Yo soy el Señ or
tu Dios». En la prá ctica, el discurso seguí a siendo el del exclusivismo, el
de la intolerancia religiosa, el de la demencia nacionalista; ú nicamente
se aplazaban para un futuro indefinido las utopí as escatoló gicas, la vic-
toria total de Yahvé y la construcció n del «reino de Dios». Toda idea
cosmopolita, por el contrario, seguí a siendo para los profetas judí os una
«abominació n idó latra». 51

En este sentido, destacó la actividad del sacerdote Esdras, represen-
tante oficial {sofer, «secretario») del culto a Yahvé en la corte persa, con
el tí tulo oficial de «doctor en leyes del Dios de los Cielos». Descendien-
te de la notable familia sacerdotal de los hijos de Sadoc, de cuyas filas
salieron, a partir de la restauració n (es decir, desde la supuesta renova-
ció n religiosa y nacional), todos los sumos sacerdotes, se presentó «en-
viado desde Babel» por el rey persa Artajerjes (serí a el primero, o el se-
gundo de ese nombre) en el añ o 458, o quizá en 398 a. de C., poco impor-
ta. Por supuesto, vení a guiado por «la mano del Señ or» y con la exclusiva
intenció n de restaurar la pureza de la ortodoxia, de la fe mosaica. Lo
primero que hizo fue declarar ilegí timos los matrimonios mixtos y orde-
nar la expulsió n de todas las mujeres extranjeras así como de sus hijos,
con el fin de poner coto a las influencias forá neas. Esdras, considerado
como uno de los legisladores y reformadores judí os má s importantes de
los siglos V y IV, se mesó los cabellos de su cabeza y de su barba al ver di-
chos matrimonios, se postró de rodillas, lloró, rezó e imploró a los judí os:

«Vosotros habé is prevaricado y tomado mujeres extranjeras [... ]; sepa-
raos de los pueblos del paí s y de las mujeres extranjeras». Tal era su ra-
dicalismo, que ni siquiera ofreció la posibilidad de que aquellas mujeres
se convirtiesen a la religió n judaica. A todas luces, su causa era má s bien
la de la pureza racial. Y naturalmente, ofreció la explicació n que todos
los hombres de religió n han tenido siempre para las catá strofes de to-
das clases: «Nosotros mismos hemos pecado gravemente hasta este dí a,
y por nuestras iniquidades hemos sido abandonados nosotros, y nuestros
reyes, y nuestros sacerdotes en manos de los reyes de la tierra, y al cu-
chillo, y a la esclavitud, y al saqueo, y a los oprobios, como se ve aú n en
este dí a». No dejamos de advertir un hondo regusto chauvinista, cuando
dice de los demá s pueblos que son «inmundos» y que, por tanto, «no pro-
curaré is jamá s su amistad ni su prosperidad, si queré is haceros podero-
sos, y comer de los bienes de esta tierra, y dejarla a vuestros hijos en
perpetua herencia». 52

Tambié n Nehemí as (que quiere decir «Dios consuela»), elevado al
importante cargo de copero de Artajerjes y gobernador (tirshata), cuando
regresó de Persia a Jerusalé n (entre 445 y 444, segú n las investigaciones


má s recientes), abundó en el mismo tema, desagradá ndole ante todo lo
de las mujeres extranjeras. Y ello a pesar de que el padre Abraham, que
siempre gozó del favor del Señ or «a pesar de su prepucio» (san Justino),
se habí a casado con la egipcia Agar, y de que su esposa Sara habí a sido
idó latra. Nehemí as tampoco tuvo en cuenta que Isaac, hijo de Abraham
y Sara, se casó con la extranjera Rebeca, y Jacob, hijo de é stos, con una
mujer de otra tribu, como lo era Bala, y una esclava idó latra como Cel-
ia. Y el propio Moisé s, pese a las protestas de Miriam y de Aaró n, se
casó con una etí ope sin que Yahvé tuviese nada que objetar. Pero cuan-
do Nehemí as regresó de «Babel» a Jerusalé n, no halló tarea má s necesa-
ria que la de combatir el liberalismo imperante, al que maldijo: «Los re-
prendí, y los excomulgué. E hice azotar algunos de ellos, y mesarles los
cabellos, y que jurasen por Dios que no darí an sus hijas a los hijos de
los tales, ni tomarí an de las hijas de ellos para sus hijos ni para sí mismos»;

todo ello en pro de la purificació n de la raza, sobre todo, pero tambié n
para edificació n del pueblo de Dios y defensa de la autoidentificació n
como pueblo elegido, lo que justificaba en realidad la norma de segrega-
ció n. En efecto, los faná ticos Esdras y Nehemí as salieron siempre triun-
fantes, por muchos disturbios y por muchas desgracias que produjese su
actuació n. No só lo los levitas tuvieron que someterse a la prueba de la
pureza de sangre, es decir, a la verificació n de sus registros genealó gi-
cos, sino que ademá s se anularon los matrimonios mixtos, como queda
dicho, expulsando a las mujeres y a su descendencia. Y, sin embargo, en
otras é pocas el Señ or habí a admitido e incluso recomendado el casa-
miento con prisioneras extranjeras: «Si [... ] vieres entre los cautivos una
mujer hermosa», aunque acabasen de matar a su padre y a su madre,
podí an tenerla por mujer, al menos hasta que les «desagradare». Pero
ahora pasaba a predominar la norma de la Tora, tanto así que incluso
hoy dí a los judí os ortodoxos desaprueban los matrimonios mixtos y só lo
se consienten excepcionalmente cuando la mitad no judí a de la pareja
está dispuesta a abrazar la religió n, 53

Nehemí as, alabado posteriormente por su patriotismo, echó leñ a al
fuego del nacionalismo judí o y evocó en té minos altisonantes las é pocas
gloriosas de los antepasados fieles a la fe: «Tú los hiciste dueñ os de rei-
nos y pueblos [... ], tú abatiste delante de ellos a los [... ] que la habita-
ban [... ] y he aquí que nosotros mismos somos hoy esclavos [... ] en esta
tierra que diste a nuestros padres». 54

No por casualidad, a los tres dí as de su llegada Nehemí as emprendió
una inspecció n nocturna y secreta (segú n Comay), «sin declarar a nadie
lo que Dios me habí a inspirado hacer en Jerusalé n», es decir, un deteni-
do escrutinio acerca del estado de las murallas (pues no otro era el obje-
tivo de su viaje), tras lo cual exclamó: «Venid y reedifiquemos los muros
de Jerusalé n, y no vivamos má s en estado de tanta ignominia». 55 En
efecto, cuando hablaba del «lastimoso estado en que nos hallamos»,
aludí a en realidad a la servidumbre polí tica, lo mismo que antes habí a
hecho Esdras. Porque la clase dominante, el clero (siempre la principal


aprovechada en toda é poca, pero má s en tiempos de catá strofe), no lo
pasaba nada mal; detalle importante, que va a repetirse con frecuencia
durante la era cristiana y sobre el cual tendremos ocasió n de volver,
como sucede con tantos otros de los aspectos tratados en el presente ca-
pí tulo.

Поделиться:





Воспользуйтесь поиском по сайту:



©2015 - 2024 megalektsii.ru Все авторские права принадлежат авторам лекционных материалов. Обратная связь с нами...