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Bar Kochba y la «última guerra de Dios» (131-136)




A esta nueva sublevació n se adelantaron en el añ o 115 diversos alza-
mientos entre los judí os de la diá spora, muy numerosos en el á rea medi-
terrá nea; segú n Filó n, só lo en Alejandrí a se contaba má s de un milló n.
Todaví a no estaban desengañ ados del sueñ o mesiá nico. Durante la
guerra de Trajano contra los partos (114-117), corrió el rumor de una
derrota desastrosa del imperio y hubo, ademá s, un gran terremoto que
destruyó Antioquí a y otras ciudades del Asia Menor; ante estos desas-
tres, los zelotes creyeron llegado su momento. En la Cirenaica, donde
segú n se afirma murieron 200. 000 no judí os, el «rey» y «Mesí as» Lukuas-
André s destruyó la capital, Cirene. En Chipre, los insurgentes arrasa-
ron Salamina y, segú n las cró nicas, asesinaron a 240. 000 no judí os, cifra
evidentemente exagerada. A partir de entonces, sin embargo, los judí os
tuvieron prohibido el acceso a la isla y se ejecutaba incluso a los ná ufra-
gos, si eran israelitas. En Egipto, donde los romanos liquidaron en re-
presalias a todos los judí os de Alejandrí a, los combates se prolongaron
durante añ os. En todos los lugares, la diá spora judí a resultó duramente
castigada. 79

En la misma Palestina, el sucesor de Trajano, el emperador Adria-
no (117-138), gran devoto de los dioses, hizo construir sobre las ruinas
de Jerusalé n una ciudad nueva, Aelia Capitolina, y en el solar del Tem-


plo levantó un altar a Jú piter y un templo de Venus. Y hete aquí que en
el añ o 131, Simó n ben Kosiba (Bar Kochba) inicia una guerra de guerri-
llas tan generalizada y tan mortí fera, que obliga al propio emperador a
tomar el mando de las tropas romanas. Bar Kochba (en arameo significa
«hijo de la estrella», así llamado despué s del é xito de su alzamiento; en
el Talmud, el vencido recibió el nombre de Ben Kozeba, «hijo de la men-
tira») se hace con el poder en Jerusalé n. Su consejero principal es el ra-
bino Aqiba, que le saluda con una clá sica cita mesiá nica llamá ndole «es-
trella de Jacob», o salvador de Israel. Tambié n le apoya el sumo sacer-
dote Eleazar, muerto má s tarde por el propio Bar Kochba porque le
aconsejaba la rendició n. Sin embargo, hubo dos añ os de moral alta en
Jerusalé n, reanudá ndose el culto en el Templo y proclamá ndose una
nueva era de libertad; hasta que el emperador Adriano envió cuatro le-
giones al mando de su mejor general. Julio Severo, con gran nú mero de
tropas auxiliares y una gran flota. Los romanos fueron recobrando te-
rreno poco a poco. Segú n Dió n Casio, cuyas exageraciones sin embargo
son notorias, murieron 580. 000 combatientes judí os y fueron arrasadas
50 fortalezas, destruidos 985 pueblos, y enviadas al cautiverio decenas
de miles de prisioneros. Mommsen considera que dichas cifras «no son
inverosí miles», dado que los combates fueron encarnizados y seguramen-
te acarrearon el exterminio de toda la població n masculina. Las mujeres
y los niñ os inundaron los mercados de esclavos, lo que originó una baja
de los precios. La ú ltima població n que cayó fue Beth-Ter (la actual Bit-
tir), al oeste de Jerusalé n, donde murió el mismo Bar Kochba en circuns-
tancias no bien explicadas. El solar del Templo y sus alrededores fueron
arados con bueyes; en cuanto a los zelotes, los romanos los extermina-
ron totalmente, pues al fin comprendieron que el fanatismo religioso de
los judí os era la verdadera causa de su insumisió n. «Durante los cincuenta
añ os siguientes no se vio en Palestina ni el vuelo de un pá jaro», dice el
Talmud. Los israelitas tení an prohibida bajo pena de muerte la entrada
en Jerusalé n, y se duplicó la guarnició n. Hasta el siglo IV no pudieron
regresar los judí os allí para llorar una vez al añ o, el dí a 9 del mes Aw, la
pé rdida de la «ciudad santa». Y hasta el siglo XX, o má s exactamente
hasta el 14 de mayo de 1948, no lograron fundar de nuevo un Estado ju-
dí o, el Eretz Israel. 80

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CAPÍ TULO 2

EMPIEZAN DOS MILENIOS
DE PERSECUCIONES
CONTRA LOS JUDÍ OS

«¿ Qué podrá s decirme tú, mi querido judí o? »
SAN JUAN CRISÓ STOMO, DOCTOR DE LA IGLESIA'

«Abajo con el judí o. »
SAN BASILIO, DOCTOR DE LA IGLESIA2

«Peor que el mismo demonio. »

SAN ATANASIO, DOCTOR DE LA IGLESIA3

«Dos clases de humanos, los cristianos y los judí os. » «La luz
y las tinieblas. » «Pecadores», «homicidas»,
«basura revuelta». 4
SAN AGUSTÍ N, DOCTOR DE LA iglesia

«Perseguir al que no piensa igual que nosotros, é se ha sido en todo
lugar el privilegio de los religiosos. »

HEINRICHHEINE5


Exceptuando en Palestina, en la é poca del paganismo los judí os no
lo pasaron del todo mal. Es cierto que el antisemitismo tiene raí ces anti-
guas. El primer testimonio documental lo encontramos en los papiros
á rameos de Elefantina. En 410 a. de C., fue destruido en Elefantina un
santuario ofrecido a Yahvé, posiblemente porque los judí os se mostra-
ron contrarios a la independencia egipcia y partidarios de la potencia
ocupante, que era entonces Persia. Hacia el añ o 300 a. de C., el antiju-
daí smo estaba ya bastante difundido; por ejemplo, corrí a ya el rumor de
que los judí os eran descendientes de leprosos. Tales enemistades obede-
cí an a mó viles principalmente religiosos, y tambié n polí ticos, rara vez
econó micos y casi nunca de tipo racial. 6

Con sus insurrecciones bajo Neró n, Trajano y Adriano los judí os
(té ngase en cuenta que representaban un 7 % u 8 % de la població n to-
tal del imperio) se ganaron la consideració n de peligrosos para el Esta-
do; en general, se desconfiaba de ellos. Entre otras cosas, molestaba su
actitud despreciativa frente a las demá s culturas, religiones y nacionali-
dades, así como su aislamiento social (amixid}. Tá cito, siempre modera-
do, censura sin embargo su postura desdeñ osa frente a los dioses y a la
patria y menciona su cará cter extrañ o, el exclusivismo de sus costumbres
(diversitas morum). En é l, lo mismo que en otros autores paganos (cu-
yas manifestaciones antijudí as sin duda no dejaron de ejercer alguna in-
fluencia), como Plinio el Viejo, Juvenal (autor «de lectura obligada» en
las escuelas de la Edad Media), Quintiliano (tambié n autor clá sico en los
comienzos de la Era moderna), se reflejan indudablemente las impre-
siones de la guerra judí a. Pero ya Sé neca, que se suicidó en el añ o 65, es
decir, un añ o antes del comienzo de dicha guerra, habí a escrito que «las
costumbres de ese pueblo sumamente aborrecible han cobrado tanta
fuerza, que está n introducidas en todas partes: ellos, los vencidos, han
dado leyes a sus vencedores». 7

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