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Capitulo 4. Primeros ataques contra el paganismo




CAPITULO 4

PRIMEROS ATAQUES CONTRA EL PAGANISMO

 

«Gozará nse los santos en la gloria, [... ] resonará n en sus bocas elogios
de Dios, y vibrará n en sus manos espadas de dos filos, para ejecutar
la venganza en las naciones, y castigar a los pueblos impí os; para
aprisionar con grillos a sus reyes, y con esposas de hierro
a sus magnates; para ejecutar en ellos el juicio decretado,
[... 1 ¡ aleluya! »

SALMOS. 149. 5yss.

«Y al que hubiese vencido, y observado hasta el fin mis obras,
yo le daré autoridad sobre las naciones, y regirlas ha con vara de hierro,
y será n desmenuzadas como vasos de alfarero. »

APOCALIPSIS, 2, 26 y ss.

«Pues vos tambié n, Emperador santí simo, tené is el deber de sujetar

y el de castigar, y es vuestra obligació n, en virtud del primero
de los mandamientos del Altí simo, el perseguir con vuestra severidad
y por todas las maneras posibles la abominació n de la idolatrí a. »
FIRMICO MATERNO, PADRE DE LA IGLESIA1

«Dos medidas importaron sobre todo a Firmico: la destrucció n
de los templos, y la persecució n a muerte
de quienes no pensaran como é l. »

KARL HOHEISEL2

 

Si desde el primer momento los cristianos combatieron con «santa
ira» a judí os y «herejes», en cambio mostraron cierta moderació n frente
a los paganos, llamados hé llenes y é thne por los tratadistas del siglo iv.
El concepto de «paganismo», muy complejo y referido tanto al á mbito
religioso como al de la vida intelectual, excluí a só lo a los cristianos y a
los judí os, y posteriormente a los musulmanes. No se trata, naturalmen-
te, de una noció n cientí fica, sino teoló gica y procedente de la é poca tar-
dojudí a-neotestamentaria, con las obvias connotaciones negativas. Tra-
ducido al latí n dio primero gentes {arma diaboli, segú n san Ambrosio), y
luego, a medida que los partidarios de la antigua religió n iban quedando
reducidos a las zonas rurales, pagani, paganas. En la acepció n que de-
signó a los no cristianos, esta palabra aparece por primera vez en dos
epigrafí as latinas de comienzos del siglo iv; en el sentido corriente signi-
ficaba «campesinos» o «paisanos» o tambié n puede entenderse como
antó nimo de «militares». Por ejemplo, los «paganos», es decir, aquellas
personas que no eran soldados de Cristo, se llamaban en gó tico antiguo
thiudos, haithns, que en antiguo altoalemá n da heidan, haidano (alemá n
moderno: Heiden), con el probable significado de «salvajes» (! ). 3

Decí amos, pues, que el trato inicial dado por el cristianismo a estos
«salvajes» fue bastante suave. Notable detalle, que preludia la tá ctica
utilizada por la Iglesia durante el pró ximo y largo milenio y medio: fren-
te a las mayorí as, prudencia, hacerse tolerar, sobrevivir, para luego des-
truirlas tan pronto como sea posible. Si nosotros tenemos la mayorí a,
¡ fuera la tolerancia!; en caso contrario: a favor de ella. ¡ Eso es el catoli-
cismo clá sico, hasta el dí a de hoy! En nuestros dí as hemos visto como un
teó logo reformado y socialista religioso, Kari Barth, escribe que las reli-
giones só lo contienen superstició n y «deben ser totalmente abolidas
para dejar sitio a la Revelació n». 4

Al principio, los paganos vieron en el cristianismo solamente una
secta disidente del judaismo, que participaba de la opinió n negativa que
merecí an los judí os en general, tanto má s por cuanto, ademá s de haber
heredado la intolerancia y el exclusivismo religioso de aqué llos, ni si-
quiera representaban como ellos una nació n coherente. Los antiguos
creyentes só lo hallaban «impiedad» en aquellos grupú sculos innumera-
bles, que ademá s no tomaban parte en la vida pú blica, lo que les hací a
sospechosos de inmoralidad. En una palabra, eran despreciados y se les

hací a responsables de epidemias y hambrunas, por lo que no era de ex-
trañ ar que resonase de vez en cuando el grito de: «¡ Los cristianos a los
leones! » (a un autor judí o, anota Leó n Poliakov, esas resonancias le re-
sultan extrañ amente familiares). De ahí que los padres de la é poca pre-
constantiniana escribiesen la «Tolerancia» con mayú sculas, haciendo
de la necesidad virtud, incansables en la exigencia de libertad de culto, de
respeto a sus creencias, al tiempo que hací an protestas de desprendimien-
to, de virtud, como quienes viví an en la tierra pero como si anduviesen
ya por el cielo, amando a todos y no odiando a nadie, no devolviendo
mal por mal, prefiriendo sufrir injusticias que infligirlas, ni demandar a
nadie, ni robar, ni matar. 5

Si casi todas las cosas de los paganos les parecí an «infames», en cam-
bio los cristianos se consideraban «justos y santos». «Y como saben que
aqué llos está n en el error, se dejan maltratar por ellos... » Hacia 177, Ate-
ná goras explicaba a los emperadores paganos que «se debe permitir que
cada cual tenga los dioses que prefiera». Hacia el añ o 200, tambié n Ter-
tuliano se muestra partidario de la libertad de religió n; que los unos re-
cen al cielo y los otros a los altares de fides; que é stos adoren a Dios v los
otros a Jú piter, «es un derecho humano y una libertad natural para to-
dos el adorar lo que le parezca mejor, ya que con tales cultos nadie per-
judica ni beneficia a los demá s... ». Todaví a Orí genes citaba una larga
serie de puntos comunes entre la religió n de los paganos y la cristiana,
para destacar mejor el prestigio de é sta, y no quiere consentir blasfe-
mias contra dioses de ningú n gé nero, ni siquiera en situaciones de fla-
grante injusticia. 6

Es posible que algunos padres de la Iglesia se expresasen así por con-
vicció n; en otros no serí a sino cá lculo y oportunismo.

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