Temblor y crujir de dientes bajo el amano Valente
Su hermano Valente (364-378), el ú ltimo emperador que apoyó ofi-
cialmente el arrianismo, habí a sido antes ortodoxo, pero se convirtió se-
guramente por influencia de su mujer Albia Domenica, «quien pronto
fue presa del error arriano y le convenció, de tal modo que ambos se
precipitaron en los abismos de la blasfemia»; esto favoreció en principio
al patriarca Eudoxio, «que aú n tení a en sus manos el timó n de Constan-
tinopla, pero no para llevar el barco a buen puerto, sino para hundirlo»
(la cita es de Teodoreto), y luego a un sucesor má s moderado, Demó -
filo. Instigado por Eudoxio, Valente actuó contra las sectas y demá s
desviacionismos, incluso contra los semiarrianos que luego, con tal de
medrar, hicieron una vergonzosa abjuració n en Roma.
Los cató licos fueron muy duramente perseguidos durante los ú lti-
mos añ os del ré gimen de este emperador, lo que enconó la resistencia e
hizo que incluso los desterrados fuesen considerados má rtires. Entre é s-
tos figuraron los obispos Atanasio de Alejandrí a, Melecio de Antioquí a,
Pelagio de Laodicea, Eusebio de Samosata, Barsé s de Edesa y otros
muchos. Algunos cató licos fueron ahogados en Antioquí a, y tambié n
hubo martirios en Constantinopla. Incluso se cuenta que en el añ o del
Señ or 370, Valente envió cartas secretas a su prefecto Modesto, dispo-
niendo que ochenta obispos y sacerdotes cató licos fuesen conducidos
con engañ os a bordo de un barco, el cual fue quemado con todos sus pa-
sajeros en alta mar; tambié n se dice que huestes enteras de «partidarios
de la verdadera fe» fueron arrojadas al Orontes. Y aunque san Afrahat,
militante sirio, sanó a un caballo del emperador con agua bendita, dis-
persó una nube de langosta y reformó con el santo ó leo a un casado de-
masiado aficionado a echar canas al aire, nada de esto sirvió para que
Valente abandonase su «herejí a». 78
«Sobre nosotros ha caí do una persecució n, mis venerados herma-
nos, la má s enconada de todas», se lamentaba, en 376, Basilio, doctor
de la Iglesia, en carta a los obispos de Italia y de la Galia (aunque é l per-
sonalmente no habí a sido molestado). Se cerraban casas de oració n, se
abandonaba el servicio de los altares, eran encarcelados los obispos bajo
cualquier falso pretexto, y enviados de noche al destierro y a la muerte.
«Es bien sabida —continú a Basilio—, aunque hayamos preferido silen-
ciarla», la deserció n de los sacerdotes y diá conos, la dispersió n del cle-
ro; en una palabra, «se ha cerrado la boca de los creyentes, mientras que
las lenguas blasfemas andan sueltas y se atreven a todo». 79
Segú n Fausto de Bizancio, siempre tan exagerado, Valente mandó a
todas las ciudades «pastores ateos» y «falsos obispos arrí anos». «Todos
los doctores de la verdadera fe fueron separados de sus partidarios, y su-
plantaron sus puestos los sirvientes de Satá n. »80
A Valente le inspiraba tanto temor la brujerí a, que la castigó con
pena de muerte desde el primer añ o de su mandato. Por este motivo,
reanudó la persecució n iniciada por Constantino contra los adeptos
de la magia negra, los clarividentes, los inté rpretes de sueñ os, desde
el invierno de 371 y durante dos añ os «como una fiera en el anfitea-
tro. [... ] Era tan grande su furor, que parecí a lamentar el no poder pro-
longar el martirio de sus ví ctimas despué s de la muerte» (Amiano). En
el añ o 368, el senador Abieno perdió ya la cabeza porque una dama con
quien andaba en relaciones se sintió ví ctima de un encantamiento. El pro-
curador Marino padeció pena de muerte porque se habí a procurado con
artes má gicas la mano de una tal Hispanila. El cochero Atanasio murió
quemado por ejercer las artes de la magia negra. El miedo se extendió
por todo Oriente; eran miles los detenidos, torturados, liquidados, in-
cluso altos funcionarios pú blicos, sabios filó sofos; participantes o sim-
ples testigos eran quemados vivos, estrangulados, decapitados, como en
Efeso, pese a hallarse enfermo, el filó sofo Má ximo, que habí a sido ami-
go y preceptor de Juliano. Se confiscaban sus bienes, se les extorsionaba
con cuantiosas multas; bastaba una palabra imprudente, o haberse atre-
vido a fabricar un crecepelo. La demagogia hizo quemar bibliotecas en-
teras, afirmando que eran «libros de magia». Y como la maquinaria de
la justicia era todaví a demasiado lenta para Valente, las decapitaciones
y las hogueras prescindieron de formalidades judiciales; al mismo tiem-
po, é l se consideraba un soberano clemente, como su hermano Valenti-
niano, ademá s de fiel cristiano, buen esposo y hombre casto. Nadie nie-
ga que imperase en su corte la «pureza de costumbres». Un verdugo que
conducí a a la ejecució n una adú ltera desnuda, fue tambié n quemado
vivo en castigo por tal desvergü enza. 81
Procopio, de cuarenta añ os y pariente de Juliano, se alzó en Cons-
tantinopla, principalmente con el apoyo de los paganos; apenas logró
hacerse con el usurpador, Valente lo hizo decapitar sin demora el 27 de
mayo del añ o 366. El caso fue que durante esta insurrecció n Valente
pasó mucho miedo y estuvo a punto de abdicar, desistiendo só lo a rue-
gos de su sé quito. El castigo de los rebeldes fue despiadado; las fortunas
de los condenados enriquecieron los bolsillos de Valente y sus principa-
les funcionarios. Otro pariente de Procopio, Marcelo, que tambié n cre-
yó que podí a llegar a ser emperador, fue eliminado con todos sus segui-
dores despué s de crueles suplicios; el mismo fin tuvo la conspiració n de
Teodoro, entre 371 y 372. Valente «perdió todo sentido de la medida»
(Nagí ), persiguió incluso a las mujeres de los sublevados, hizo quemar
infinidad de libros y siguió enriquecié ndose junto con sus verdugos. Todo
esto sucedí a en medio de casi un decenio de conflictos con los persas. El
rey de Armenia, como no era de fiar, fue asesinado por oficiales romanos
durante un banquete; sin embargo la aristocracia romana permaneció fiel
a Roma, «movida sobre todo por la comú n fe cristiana» (Stallknecht).
En el añ o 367, el emperador inició ademá s una campañ a contra los os-
trogodos, que habí an ayudado a Procopio. Las operaciones discurrieron
entre turberas y pantanos, y aunque se puso precio a las cabezas de los
godos, la guerra terminó sin é xito en 369. El 9 de agosto de 378, en Adria-
ná polis, Valente perdió la batalla y la vida. 82
Hemos visto, pues, có mo gobernaron aquel formidable imperio las
primeras majestades cristianas: Constantino, sus hijos, y los emperado-
res Joviano, Valentiniano I, Valente. ¿ Se comportaron, en tanto que
«instituciones cristianas», de manera má s benigna, má s humanitaria,
má s pací fica que sus predecesores, o que el mismo Juliano el Apó stata?
Junto a las constantes matanzas en el interior del imperio, en las
fronteras, en territorio enemigo, bajo condiciones de colosal explota-
ció n, intervení an las eternas querellas clericales. La polí tica interior del
siglo iv estuvo determinada por la lucha entre las dos confesiones princi-
pales, los arrí anos y los ortodoxos. En el punto crucial se encontraba
Atanasio de Alejandrí a, el obispo má s destacado a caballo entre Cons-
tantino y Valente y uno de los má s nefastos de todos los tiempos, cuya
impronta se harí a notar en tiempos venideros.
NOTAS
Los tí tulos completos de las fuentes primarias de la antigü edad, re-
vistas cientí ficas y obras de consulta má s importantes aparecen en las
pp. 315 y ss. Los tí tulos completos de las fuentes secundarias se reseñ an
en las pp. 322 y ss. Los autores de los que só lo se ha consultado una obra
figuran citados só lo por su nombre en la nota; en los demá s casos se con-
creta la obra por medio de su sigla.
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