Ríos de sangre bajo el católico Valentiniano I
El cató lico Valentiniano I (364-375), que residió con frecuencia en
Milá n y Tré veris, nacido en 321 en Cibalae, importante puesto militar de
Panonia, era rubio y de ojos azules, diligente, osado y astuto. Oficial
de la guardia personal de Juliano, y de cuarenta y tres añ os de edad en el
momento de acceder al trono, le importaron poco los dogmas o las dispu-
tas del clero, e incluso combatió con leyes las tendencias adquisitivas de
é ste; en el decreto anteriormente citado decí a: «Obispos, dejaos de utili-
zar como pretexto la autoridad del emperador y no persigá is a los verda-
deros servidores de Dios... ». Sin embargo, Valentiniano era muy supers-
ticioso (antes habrí a renunciado a ser emperador que coronarse en un dí a
bisiesto, por lo que retrasó un dí a su proclamació n), y tení a muy en cuen-
ta que se cumpliesen todos los ritos, incluidos los cristianos. En materia
de religió n, legisló unas treinta constituciones. Restableció los privile-
gios del clero creados por Constantino y prohibió que los cristianos fue-
sen condenados a pelear como gladiadores. Como cató lico puritano que
era, sancionó el adulterio con la pena de muerte y é l mismo fue un mari-
do fiel (al menos con su segunda esposa, Justina, má s joven que la pri-
mera, y que a su vez habí a estado casada en primeras nupcias con el
usurpador Magnencio). En el añ o 357, siendo todaví a tribuno, Valenti-
niano contrajo matrimonio con una tal Marina Severa, cató lica y madre
del futuro emperador Graciano. Pero, en 369, la envió a las Galias para
casarse con la bellí sima Justina, que ademá s era de familia aristocrá tica.
Só lo despué s de la muerte de este emperador, en 375, se atrevieron los
obispos a criticar ese divorcio. No obstante, en una ley del 17 de noviem-
bre de 364, el emperador disponí a que los jueces y funcionarios que hu-
biesen perjudicado intencionadamente a cristianos serí an reos de muer-
de o confiscació n de bienes. En 368, dispuso que los religiosos só lo fue-
sen juzgados por otros religiosos, cuando el litigio tocase a cuestiones de
fe o de disciplina. En cambio, tanto Valentiniano como Valente fueron
tolerantes con los judí os y otorgaron privilegios a sus teó logos. 71
En lí neas generales, este soberano ascendido de entre las filas del
ejé rcito y muy condicionado siempre por las prioridades de su polí tica
militar, prefirió evitar los conflictos religiosos, como lo demuestra la
ocupació n paritaria de los cargos pú blicos bajo su mandato. De esta ma-
nera, toleró a casi todas las sectas, y sobre todo se mostró de una indul-
gencia sorprendente para con Aujencio, el obispo arriano de Milá n,
aunque por otra parte fue el primer emperador cristiano que persiguió a
los maniqueos, disponiendo contra ellos, en 372, el destierro y la confis-
cació n de sus lugares de culto; en 373 hizo un bañ o de sangre entre los
donatistas, que se habí an rebelado. 72
Provocados sobre todo por las brutales maneras de Romano, el co-
mes Afrí cae entre los añ os 364 y 373, en 372 un prí ncipe cliente llamado
Firmio, cató lico romanizado a quien Valentiniano habí a nombrado dux
Mauretaniae, se hizo proclamar emperador, siendo secundado por algu-
nos destacamentos romanos. Los mauritanos, y sobre todo los donatis-
tas —a quienes en tiempos de Agustí n se motejaba todaví a defirmiani—,
cuyas prá cticas anabaptistas acababan de ser prohibidas por Valentinia-
no, se sumaron entusiasmados al partido de Firmio. En Rusicade, el
ordinario les abrió las puertas de la ciudad y aplaudió mientras las hor-
das mauritanas saqueaban las casas de los cató licos. La zona de influen-
cia de Firmio no quedó limitada a la Mauritania y la Numidia, ya que fue
reconocido por algunas ciudades del Á frica proconsularis. Entonces se
puso en marcha contra Firmio el magister militum Teodosio, cató lico his-
pano y padre del futuro emperador; dos veces le ofreció la paz por me-
diació n de varios obispos, y otras tantas rompió su promesa. Las tropas
rebeldes eran pasadas a cuchillo despué s de rendirse, y pudieron consi-
derarse afortunados los que se salvaban con só lo ambas manos cortadas.
A los así engañ ados no les quedó má s remedio que combatir con el vigor
de la desesperació n, de donde resultó una guerra terrible, de una cruel-
dad poco usual, que asoló todo el norte de Á frica. El general Teodosio
no só lo hizo quemar vivos, o por lo menos mutilar a los soldados que
desertaban hartos de combatir, sino que ademá s practicó la tá ctica de
tierra quemada sobre extensos territorios y exterminó las tribus mauri-
tanas hasta hacer cientos de miles de ví ctimas. «El ré gimen severo del
emperador Valentiniano I [... ] creó las condiciones necesarias para la
paz» (Neuss/Oedinger). Firmio, al verse acorralado, se ahorcó (entre
374 y 375); en cuanto a Teodosio, fue ví ctima de una intriga cortesana y
decapitado en Cartago a comienzos de 376, arrastrando en su caí da a su
hijo del mismo nombre. En cambio, Romano, el comes Africae cuyos la-
trocinios habí an provocado toda aquella rebelió n, y que habí a sido en-
carcelado por Teodosio en 373, despué s del juicio celebrado en 376 que-
dó en libertad. Una vez aplastada la rebelió n, el papa prohibió la cele-
bració n de los cultos donatistas, y el santo Opiato de Mileve, que por
aquel entonces atacó a los donatistas en una obra de siete volú menes
(cuyo tí tulo no se ha conservado), seguramente no sin alguna que otra
falsificació n documental, exigió para ellos la pena de muerte, con apoyo
de ejemplos del Antiguo Testamento: «Opiato escribe en tó nica irenis-
ta», comenta el cató lico Martí n; quiere decirse conciliadora. 73
Valentiniano, en su condició n de «cristiano convencido» (así lo cali-
fica Bigelmair, e incluso Joannou) no retrocedió ante el crimen judicial
contra los magos, los adivinos y los «delincuentes sexuales». Su divisa:
la severidad y no la clemencia es la madre de la justicia. Sus jueces reci-
bieron instrucciones de proceder con dureza, y la benignidad de algunas
disposiciones quedó má s que compensada por la falta de escrú pulos de
muchos de aqué llos. «Los principios má s elementales de la justicia fue-
ron burlados mediante penas de muerte sin pruebas, o fundadas en con-
fesiones arrebatadas mediante la tortura» (Nagí ). El emperador, hijo de
campesinos, odiaba a la antigua nobleza romana e hizo registrar sus ca-
sas en busca de recetarios de magia y filtros amorosos; hombres y muje-
res de las mejores familias fueron desterrados o ejecutados, y confisca-
das sus propiedades. En sus accesos de rabia, ordenaba ejecuciones sin
pestañ ear; las faltas menores eran castigadas con la hoguera o la decapi-
tació n, las mayores con la muerte por tortura. Un paje que durante una
partida de caza habí a soltado demasiado pronto a los perros fue muerto
a latigazos, y no era un caso excepcional. Jamá s ejerció su derecho de
indulto. 74
Los delincuentes a veces eran arrojados a dos osas, «Doradita»
(mica á urea) e «Inocencia» que el soberano tení a en jaulas al lado de su
dormitorio. En é poca reciente, Reinhold Weijenborg ha intentado re-
batir esta ané cdota referida por Amiano diciendo que «no puede ser
cierta en su sentido literal». Así que se ha inventado una «segunda lectu-
ra», segú n la cual esas dos jaulas serí an las habitaciones de las empera-
trices, Marina Severa y Justina. Dice nuestro erudito que el historiador
antiguo «tení a el humor vengativo», y habí a sido humillado por Valenti-
niano y ademá s profesaba cierta antipatí a contra Justina. Nos parece
que Weijenborg intenta tomarnos el pelo, aunque eso sí, de manera
cientí fica. Valentiniano I prohibió celebrar ejecuciones los domingos.
«Muchos, agradecidos, daban su nombre a los hijos» (Neuss/Oedinger). 75
En el fondo, al emperador apenas le importó otra cosa que no fuera
el ejé rcito. Mientras apremiaba el cobro de los tributos con brutalidad,
confiscaba fortunas enormes a travé s de las sentencias judiciales y tole-
raba una inmensa corrupció n administrativa, que enriqueció a muchos
de sus funcionarios (só lo eran denunciados y castigados los de escasa ca-
tegorí a), en lo militar, en cambio, Valentiniano demostró ser «un genio
natural». Pasó los once añ os de su mandato casi siempre a orillas del Rin
y del Mosela. Bajo su direcció n, se construyó una gran red de castillos,
cabezas de puente y torres de vigí a, alabada incluso por Amiano; entre
Andernach y Basilea creó fortificaciones y consolidó las defensas de las
actuales Boppard, Alzey, Kreuznacir, Worms, Horburg, Kaiseraugst;
hizo construir cabezas de puente en Wiesbaden, Altrip (Alta Ripa),
Alt-Breisach. Extendió el limes (fue el ú ltimo emperador que se ocupó
de reforzarlo) hasta el Rin y el Danubio, a cuyas fuentes llegó, así como
hasta el Neckar y el valle del Kinzig. «Gran terror de los sajones», du-
rante los añ os 368 y 369, el comes Teodosio (el futuro vencedor de Fir"
mió ) pacificó la Britania hasta la antigua muralla de Adriano siguiendo
las instrucciones imperiales. Hizo frecuentes incursiones en la otra orilla
del Rin. Guerreó dos veces contra los alamanos, aunque durante la se-
gunda campañ a é stos le infligieron graves pé rdidas, hasta que su rey
Vithicabio (cuyo padre, Vadomar, habí a prestado servicios a los roma-
nos en tiempos de Juliano) cayó asesinado por unos sicarios enviados
por Valentiniano. Asoló tambié n con el fuego y la espada los territorios
de francos y cuados; en 370, obtuvo de los sajones una retirada median-
te tratado, para atacarlos luego a traició n y exterminarlos. 76
El emperador Valentiniano, que se tení a a sí mismo por una persona
pací fica (error de perspectiva frecuente entre los de su clase y condició n),
murió de un ataque de furor. Estaba parlamentando con unos pobres
cuados, a cuyo rey Gabinio habí a invitado en 374 su dux Valeriae, Mar-
celiano, para asesinarlo de una puñ alada por la espalda durante un ban-
quete (vé ase el asesinato del rey de los alamanos, que acabamos de recor-
dar), cuando habiendo montado en có lera se le puso el rostro congestio-
nado, de color pú rpura, y cayó como herido por el rayo. Tuvo un vó mito
de sangre y murió en seguida, el 17 de noviembre del añ o 375, en la ciu-
dad fronteriza de Brigetio (frente a Komorn), siendo inhumado en
Constantinopla. 77
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