Главная | Обратная связь | Поможем написать вашу работу!
МегаЛекции

El canon 28




Veintisiete cá nones habí an superado ya los trá mites de manera casi
enteramente satisfactoria para Roma (prescindiendo de los cá nones 9 y
17 que ya habí an ampliado los derechos del patriarca de Constantinopla),
cuando en la sesió n del 29 de octubre, el ú ltimo de ellos, el 28, deparó un
revé s de la peor especie en el á mbito de la polí tica y la jurisdicció n ecle-
siá sticas a Leó n «Magno» y al papado, es decir, al vencedor en el campo


dogmá tico. En verdad que ese canon se convirtió en «la razó n primordial
de las desavenencias venideras..., hasta el dí a de hoy» (Dó lger). 159

La asamblea obispal (vengá ndose así evidentemente por la imposició n
del dogma que Roma consiguió gracias a la interposició n del empera-
dor) codificó la supremací a del patriarca de Constantinopla en Oriente.
Remitié ndose al canon 3 del Concilio de Constantinopla (381) -que atri-
buí a al obispo local el «primado de honor», si bien «tras el obispo de
Roma»- el Concilio de Calcedonia reconoció ahora al patriarca de la
«Nueva Roma» (Constantinopla) «las mismas prerrogativas» que al pa-
triarca de la Roma antigua y, por descontado, el derecho de ordenació n
en las dió cesis de Asia, Ponto y Tracia. Ello se hací a «siguiendo una cos-
tumbre ya establecida desde hace mucho tiempo» (consuetudinem, quae
ex longo iam tempore permansit).
Es decir, que el obispo de Constantino-
pla podí a consagrar a los metropolitanos de estas dió cesis. Con ello obtu-
vo no só lo un primado honorí fico, sino tambié n la jurisdicció n sobre un
amplio territorio de Oriente. Cierto que se certificó el derecho de anterio-
ridad a la Roma antigua, pero a la nueva se le concedieron iguales prerro-
gativas. Los legados papales -que al parecer no habí an sido preparados
por el papa para la discusió n de cuestiones jurisdiccionales- evitaron in-
tencionada, pero imprudentemente estar en esa sesió n decisiva. En la si-
guiente, sin embargo, protestaron del modo má s ené rgico. A la invitació n
de los comisionados de que presentasen los cá nones, cosa que ambos ban-
dos hicieron precipitadamente, Pascasino citó el canon 6 de Nicea, pero,
claro está, en la versió n falsificada por Roma. Pues ese canon tiene por
tí tulo -en un texto latino que se remonta documentadamente hasta el
añ o 435-: De primatu ecciesiae Romanae y afirma en su primera frase:

«La Iglesia de Roma tuvo desde siempre la primací a (Primatum)». Eso
era, sin embargo, una interpolació n que falta en la versió n constantinopoli-
tana del mismo canon. El legado Lucencio, obispo de Herculaneum, cues-
tionó el cará cter voluntario de las signaturas afirmando que los padres fue-
ron ví ctimas del ardid, de la violencia y del embaucamiento, firmando bajo
presió n. La respuesta fue, no obstante, un amplio coro de voces, quizá la
voz de la unanimidad: «¡ Nadie ha sido forzado! ». Los supremos pastores
testificaron uno a uno haber firmado voluntariamente y no tener objeció n
alguna contra la resolució n. Los gerentes imperiales levantaron correcta-
mente acta de todo y ratificaron el canon 28 con los votos de los legados
romanos en contra: «Lo expuesto fue aceptado por la totalidad del sí nodo».

Por supuesto que Leó n I se manifestó expresamente de acuerdo con
las decisiones conciliares en la medida, y só lo en la medida, en que afec-
taban a la fe, «in solafidei causa». Por lo demá s no querí a que para la
«Nueva Roma», la nueva ciudad imperial, valiese lo que ya valí a para
la Roma antigua. Pues en los asuntos divinos -escribió al emperador, al
tiempo que le expresaba su «dolido asombro» de que el espí ritu codicio-


so de prestigio volviese a perturbar, apenas restablecida, la paz de la Igle-
sia- imperaban otros principios que en los humanos, «alia ratio est re-
rum saecularium, alia divinarum».
Pero en realidad, el que el status civil
de una població n determinase tambié n su status eclesiá stico se ajustaba
plenamente al principio ya claramente formado en el sí nodo de Antioquí a
(328 o 329). Leó n se mostró todaví a bastante moderado frente al empera-
dor. Frente a otros como Anatolio, santa Pulquerí a y Juliá n de Quí os ba-
beaba de rabia. Rezumando por su parte afá n de poder, el «arzobispo de
Roma», apelativo que usaron los sinodales para é l tras la clausura del
concilio, desaprobaba con radical iracundia las aspiraciones de Constan-
tinopla a la supremací a, tildá ndolas de «codicia desenfrenada», «extrali-
mitació n desmesurada en sus competencias», «desvergonzada pretensió n»,
«desvergü enza inaudita», como intentó -segú n dio a entender a Anatolio,
patriarca de Constantinopla, a quien dirigió la carta má s violenta- de
«echar por tierra los cá nones má s sagrados. Te pareció sin duda que se te
presentaba un momento favorable, toda vez que la sede alejandrina habí a
perdido el privilegio de segunda en el rango y la antioquena se vio privada
de su cualidad de tercera en esa jerarquí a honorí fica, para, sometiendo es-
tas ciudades a tu fé rula, privar de su honor a todos los metropolitanos». 160

Aliada con el emperador. Roma habí a aniquilado el «papado» alejan-
drino. Evidentemente, Leó n temí a ahora un «papado» en Constantinopla,
en la capital del imperio, y ello tanto má s cuanto que Roma ni siquiera
era ya capital de Occidente, pues lo era Ravena. De ahí que mientras
Leó n encomiaba el Concilio de Nicea como «privilegio divino», rebajaba
la autoridad del concilio «ecumé nico» de Constantinopla (381), acusan-
do de «ambició n de poder» al patriarca Anatolio e indicando enfurecido
que no «serví a absolutamente de nada» aducir en favor suyo aquella
«pieza escrita» «supuestamente redactada por no sé qué obispos hace
sesenta añ os», un papel que ninguno de sus antecesores presentó para co-
nocimiento de la Santa Sede» «y ahora tú pretendes, vana y tardí amente,
sonsacando de forma artera la apariencia de una aprobació n a los herma-
nos (del Sí nodo de Calcedonia) venir en apoyo de esa pieza escrita, cadu-
cada de antemano y tiempo ha arrumbada (! ) [... I». Y mientras que la
Iglesia griega mantuvo en general la permanente vigencia del canon 28,
Leó n declaró «nula» la aprobació n de los obispos -en carta a la empera-
triz Pulquerí a- «cancelá ndola í ntegramente en virtud de la autoridad del
santo apó stol Pedro y mediante determinació n general» (in irritum mitti-
mus et per auctoritatem beati Petri apó stol!, generali prorsus definitione
cassamus). ^

Hasta el jesuí ta A. Grillmeier reconoce con franqueza que el canon 28
atrajo má s la mirada del papa «que la decisió n dogmá tica del sí nodo». Es
má s, concede que Leó n «apenas se ocupó, quiza nada, de la situació n ob-
jetiva de las Iglesias orientales». 162


Y sin embargo, este papa se presentaba de puertas afuera como suma-
mente solí cito y desinteresado: «Me declaro tan henchido de tal amor para
con la totalidad de los hermanos -escribí a a su rival de Constantinopla—
que no puedo atender ningú n ruego suyo que pueda serles nocivo [... ]».
Y no fue la ú nica vez que Leó n I enmascaró su colosal ambició n tras la
apariencia de su fraternal amor al pró jimo. Cuando, por ejemplo, comba-
tió a san Hilario en las Galias -ya tenemos de nuevo a dos santos enfren-
tados- concluí a así un escrito dirigido al episcopado galo: «No es que
Nos propugnemos en favor nuestro las consagraciones en vuestra provin-
cia, como tal vez [! ] presenta Hilario la cuestió n, siguiendo su mendaci-
dad y tratando de seducir vuestro á nimo, sino que es concesió n que os
hacemos como expresió n de nuestra solicitud para atajar innovaciones y
no dar ocasió n a quien ose aniquilar vuestros privilegios». 163

¿ Quié n era este papa que, mientras reprochaba a otros obispos, inclui-
dos los santos, su arrogancia -con razó n en muchos casos- usaba é l mis-
mo, y seguro que sin razó n para ello, de un lenguaje apenas concebible
por su arrogancia en ningú n jerarca romano de los que le antecedieron en
el cargo; que fingí a salvaguardar los privilegios de otros obispos, mien-
tras los privaba de ellos, ocultá ndolo ademá s tras una apariencia de al-
truismo?


CAPÍ TULO 2

EL PAPA LEÓ N I (440-461)

< [... ] una personalidad de caudillo. »

DANIEL-ROPS1

«[... ] hasta Leó n I la sede de san Pedro noconoció ni un solo obispo
de importancia y grandeza histó ricas. »

F. GREGOROVIUS2

«Rugí a y los cobardes corazones de los animales empezaban
a temblar. »

epitafio ESCRITO EL AÑ O 688
EN LA LÁ PIDA DE LA TUMBA DE leó n 1
A SUGERENCIA DEL PAPA sergio I3

«Aludiendo a su nombre se le ha exaltado hasta nuestros dí as
como el Leó n de la tribu de Judá, calificativo halagador, que no merece.
Má s bien se le podrí a comparar con el zorro. »

J. HALLER4

«Leó n es el primero de los papas de la Iglesia de la Antigü edad
de quien nos consta poseí a una idea del papado clara y determinada [... ].
Esa idea arrancaba del hecho de que el obispo romano era el sucesor
del apó stol Pedro. De ahí extraí a Leó n la conclusió n de que é l poseí a
las mismas atribuciones que Cristo concedió al apó stol. »

A. ehrhard, TEÓ LOGO CATÓ LICO5

«Leó n Magno nos legó [... ] esa doctrina del primado de forma tan
excelente que ha constituido hasta nuestros dí as la columna vertebral
del papado. »

W. ULLMANN6


Nada se sabe acerca de la patria, los padres y los estudios de Leó n I.
«The best that can be suggested cannot be more than a guess» (R. Ja-
lland). Los má s antiguos autores cató licos gustan de situar su ascenden-
cia en cí rculos nobles: a los «herejes» se les atribuye má s bien, en caso
de duda, un origen «menor». Leó n nació, presumiblemente, a finales del
siglo iv y la mayor parte de los manuscritos del Lí ber pontificalis lo con-
sideran oriundo de la Toscana. Volterra es la que reivindica con má s ener-
gí a que ninguna otra ciudad su calidad de lugar natal de Leó n I. ¡ Todaví a
en 1543 este municipio imponí a una multa de 48 solidi a todo el que no
conmemorase festivamente el aniversario de Leó n, el 11 de abril! 7

Tiro Pró spero de Aquitania, curial bajo Leó n, menciona a Roma como
su ciudad natal, aunque tambié n la llama «mi patria», lo que puede tener,
sin duda, un sentido má s amplio. Lo que es seguro es que Leó n era ya
diá cono de la «sede apostó lica» bajo sus predecesores, Celestino I y Six-
to III, ejerciendo ya entonces una gran influencia. Hasta Cirilo de Alejan-
drí a procuraba ganarse su favor. Y la regente de Occidente, Gala Placi-
dia, lo envió el añ o 440 a las Galias para que allanase la enemistad entre
el general Aecio y el gobernador Albino. Mientras desempeñ aba esta mi-
sió n, el archidiá cono Leó n I fue elegido papa y consagrado como tal, tras
su regreso, el 29 de septiembre de 440. 8

Поделиться:





Воспользуйтесь поиском по сайту:



©2015 - 2024 megalektsii.ru Все авторские права принадлежат авторам лекционных материалов. Обратная связь с нами...