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Falsificaciones cristianas. En la antigüedad




FALSIFICACIONES CRISTIANAS

EN LA ANTIGÜ EDAD

     «Muchos textos sagrados aparecen hoy bajo nombre falso, no porque

fueran redactados bajo é ste sino porque má s tarde se les atribuyó
a sus titulares. » (¡ Aunque tambié n se producí a lo primero, y no pocas
veces! ) «Tal " falsificació n" de los hechos se da durante toda
la Antigü edad, en especial en la fase israelita y judí a previa
al cristianismo, y se prolonga dentro de la Iglesia cristiana
en la Antigü edad y en la Edad Media. »

arnold meyer'


EN EL PAGANISMO PRECRISTIANO

A muchas personas, quizá la mayorí a, les asusta admitir la mentira
má s burda en el campo para ellos «má s sagrado». Les parece inconcebi-
ble que quienes dan testimonio ocular y auricular del Señ or puedan no
ser má s que vulgares falsarios. Pero nunca se ha mentido y engañ ado con
tanta frecuencia y tanta falta de escrú pulos como en el campo de la reli-
gió n. Y es cabalmente en el cristianismo, el ú nico verdadera y realmente
salví fico, donde dar gato por liebre está a la orden del dí a, donde se crea
una jungla casi infinita del engañ o desde la Antigü edad y en la Edad Me-
dia en particular. Pero se sigue falsificando en el siglo xx, de manera ma-
siva y oficial. Así, J. A. Farrer se pregunta casi desesperado: «Si se refle-
xiona sobre todo los que ha surgido de este engañ o sistemá tico, todas las
luchas entre papas y soberanos terrenos, la destitució n de reyes y empe-
radores, las excomuniones, las inquisiciones, las indulgencias, absolucio-
nes, persecuciones y cremaciones, etc., y se considera que toda esta triste
historia era el resultado inmediato de una serie de falsificaciones, de las
que la Donatio Constantini y los Falsos decretos no fueron las primeras,
aunque eso sí, las má s importantes, se siente uno obligado a preguntar si
ha sido má s la mentira que la verdad lo que ha influido de manera perma-
nente sobre la historia de la humanidad». 2

Desde luego que el embuste de má s é xito, el que mayores estragos cau-
sa entre la mayorí a de las almas, no es ciertamente un invento cristiano.
Lo mismo que tampoco lo es, aunque guarde una estrecha relació n con
ello, la seudoepigrafí a religiosa (un seudoepí grafe es un texto bajo nom-
bre falso, un texto que no procede de quien, a tenor del tí tulo, el conteni-
do o la transmisió n, lo ha redactado). Ambos mé todos, la falsificació n y
la seudoepigrafí a, no fueron innovaciones cristianas, ni tampoco todo lo
demá s, salvo la guerra de religió n. Falsificació n literaria la hubo ya du-
rante mucho tiempo antes entre los griegos y los romanos, la hubo desde
la remota Antigü edad hasta el helenismo, continuó durante la é poca de los
emperadores, apareció en la India, entre los sacerdotes egipcios, con los re-
yes persas y, tambié n, en el judaismo. 3

Durante toda la Antigü edad fue habitual una prá ctica amplia y muy
variable de la falsificació n. Esto fue posible gracias a la gran credulidad


de la é poca. Pero serí a erró neo deducir de esa credulidad frente a la mul-
titud de falsificaciones su «licitud». Como he podido constatar en no po-
cas ocasiones, ese gran nú mero de falsificaciones es el resultado de la
credulidad de su tiempo. Así, ya desde Herodoto, en el siglo v antes de
Cristo, cuando comenzó en Atenas la divulgació n de los escritos median-
te las librerí as (un activo comercio con copias a un precio relativamente
bajo), se criticaron las falsificaciones, se elaboraron criterios para deter-
minar la autenticidad y se llegó en los má s diversos gé neros literarios a
ciertos mé todos, a veces de extremada precisió n, para desenmascararlas,
redactá ndose falsos textos relativamente inofensivos. Tambié n el plagio,
siempre que existiera la intenció n de impostura, fue juzgado con severi-
dad por la esté tica antigua. 4

Naturalmente, no podemos transferir sin má s a la Antigü edad nuestra
conciencia crí tica (y tan é tica). Aunque en esa é poca no se juzgaba la falsi-
ficació n como un delito moral de la misma gravedad que tiene hoy, tam-
poco se la consideró como algo natural ni fue aceptada. Bien es cierto
tambié n que el lector antiguo solí a ser poco severo y carente de sentido
crí tico, que era demasiado cré dulo, sin escrú pulos psicoló gicos y socia-
les, muy proclive a la literatura «esoté rica» y por ese motivo fá cil de lle-
var a engañ o, de enredar; pero de estos consumidores los hay de sobra a
finales de nuestro siglo xx. Con todo, los respectivos criterios filoló gicos
no eran, en el fondo, radicalmente distintos. La Antigü edad conocí a un
aná lisis de autenticidad (en modo alguno só lo ocasional) y una sensibili-
dad alerta que a menudo deja constancia, así como tambié n una honrada
indignació n ante las falsificaciones descubiertas. La seudoepigrafí a ya se
consideraba en aquel tiempo «an ancient, though not honorable literary
devise»
(Rist). 5

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