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Motivos para la falsificación




Motivos para la falsificació n

Los motivos para falsificar un escrito -sobre todo, pero en modo al-
guno exclusivamente, mediante la ficció n de la autorí a- eran numerosos
y en consecuencia muy diversos; diversos como los mé todos y los proce-
dimientos té cnicos. Con frecuencia el punto de partida fue la simple co-
dicia, como en el caso de los precios pagados por los aficionados por pre-
tendidos trabajos de autores antiguos renombrados. Así por ejemplo, la
creació n de las grandes bibliotecas en Alejandrí a y Pé rgamo en los ú lti-
mos siglos anteriores a la era cristiana dio lugar a una necesidad conside-
rable de obras de los maestros. Y puesto que se valoraba mucho má s a los
clá sicos que a los autores contemporá neos, no pocos se dejaron seducir por
hacer pasar como auté nticas sus imitaciones de escritos anteriores, consi-
guiendo con ello beneficios nada desdeñ ables. 30

Junto a las motivaciones econó micas habí a tambié n motivos jurí dicos,
polí ticos y patrió ticos localistas.

Se falsificaba para defender cualquier reclamació n de derechos pre-
tendidos o reales. Se falsificaba en beneficio de una causa, un partido, un
pueblo o, naturalmente, en beneficio propio: para comprometer a una ciu-
dad, a un gobierno o a una personalidad destacada. Un ejemplo del siglo v
antes de Cristo es un supuesto intercambio epistolar (en el fondo incluso
histó rico) entre Pausanias y Jerjes con la oferta del gobernante espartano
de desposar a la hija del rey de los persas. A menudo hací a falta falsificar
libros enteros sin la ayuda de un nombre de autor ficticio. Por interé s
personal o partidista, cientí fico o seudocientí fico, se podí an introducir en
determinadas obras intervenciones, recortes o «correcciones». Tambié n las
traducciones podí an manipularse a favor de una tendencia concreta. Por
supuesto, para todo ello se preferí an las obras de autoridades reconoci-
das. Así, Soló n habrí a introducido un verso en la Ilí ada para reforzar sus
reivindicaciones de la isla de Salamis. 31


Ademá s de razones pecuniarias, polí ticas o legales, habí a naturalmen-
te tambié n motivos privados para las falsificaciones, intrigas personales,
rivalidades. Y por ú ltimo, aunque no en menor grado, se falsificaba con
intenciones apologé ticas, para defender o propagar unas creencias o una
religió n.

Error y falsificació n en los cultos primitivos

En los inicios de una religió n, al menos en las antiguas, no hay falsi-
ficaciones pero sí errores, como al comienzo del cristianismo: é ste es el
resultado má s seguro de la moderna crí tica histó rica de la teologí a cris-
tiana.

El hombre llegó quizá de un modo totalmente «natural», a travé s de la
naturaleza y de su espí ritu, a la creencia en Dios. En largos procesos de
tanteos con la fantasí a, en fases interminables de imaginació n, de elucu-
bració n hipostá tica, sobre las idiosincracias del miedo sobre todo, quizá
tambié n de la felicidad, llegó hasta la idea de los demonios, de los espí ri-
tus y de los dioses, desde honrar a los antepasados, pasando por el animis-
mo y el totemismo, al politeí smo, henoteí smo, monoteí smo. Originalmen-
te
todo esto no tiene nada que ver con el engañ o, sino en mayor grado
con el miedo, la esperanza, la incertidumbre, los deseos. Las religiones
se fundan esencialmente só lo en lo que mucho antes las precede, la cues-
tió n de nuestro de dó nde, hacia dó nde, por qué. Y es justamente esto lo
que las mantiene con vida. Pero en cuanto comienzan las respuestas, in-
conscientes o semiconscientes, las suposiciones, las afirmaciones, comien-
za tambié n el mentir, el falsear, sobre todo por parte de aquellos que vi-
ven de ello y en virtud de ello dominan. 32

En la Antigü edad, la crí tica, la desconfianza y la resistencia contra las
falsificaciones la ejercen individuos aislados. La masa se entrega a lo mi-
lagroso y lo legendario, a las llamadas ciencias ocultas. La transmisió n
secreta. Pero a menudo, incluso las capas cultas son muy cré dulas, de-
seosas de apariciones divinas, revelaciones, documentos antiquí simos, y
Pausanias, el que tanto ha viajado, dice: «no es fá cil convencer a la mul-
titud de lo contrario de aquello en lo que ha estado creyendo»; lo que si-
gue siendo vá lido sin limitaciones, aunque las falsificaciones sean má s
raras y deban serlo por la fuerza, pero por otro lado lo suficientemente
anacró nicas como para perdurar en las viejas religiones o revestirse de
nuevas formas: espiritismo, teosofí a, psicomorfismo, etc. 33

En ciertas regiones de Oriente y del á rea mediterrá nea estaba muy ex-
tendida la idea de que Dios era el revelador y autor de las leyes transmiti-
das por ví a oral o escrita, que eran muy antiguas e incluso habí an surgido
independientemente de todo cá lculo racional, engañ o o mentira. En cual-


quier caso no puede decirse ya que fuera una falsificació n todo lo que en
la Antigü edad se consideraba como documento divino, como la palabra
de Dios, ni tampoco un engañ o de los sacerdotes aun cuando, visto desde
la perspectiva actual, así lo parezca o sea. 34

En el antiguo Oriente los dioses se les aparecí an a sus protegidos, ha-
blaban y comí an con ellos y su alocució n en primera persona parecí an
realmente haberla vivido.

Conocemos multitud de ejemplos de Egipto, donde -segú n las creen-
cias má s antiguas- la fuerza Ka que actú a en todos los seres vivos, origi-
nalmente considerada como la potencia sexual del varó n, alumbraba di-
vinidades en el curso de la protohistoria (o concedí a Ka a los dioses).
A partir de estos dioses, surge de nuevo «dios» (ntr), ya en la é poca de
los heracleopolitas; proceso al que tambié n tiende la reforma de Ameno-
fis IV (Akenató n 1364-1347 a. C; casado con Nefertiti), intentando hacer
prevalecer el disco solar visible sobre los viejos «dioses» y eliminar a
é stos. 35

En Egipto se creí a en los «dioses escribientes», en dios como autor en
sentido literal; idea que presupone tanto una cultura de la escritura como
un resto de pensamiento mí tico. Los sacerdores dotados de sabidurí a apa-
! recí an como encamació n del dios Thot, lo que decí an y escribí an se con-
sideraba como obra suya, algo que pone claramente de manifiesto el
nombre egipcio de «tintero de Thot» (aunque con una imagen equí voca).
Y ciertamente tampoco tiene nada que ver con la mentira cuando en la li-
teratura mortuoria de los egipcios -que má s que ningú n otro pueblo to-
^ maró n precauciones para una vida má s allá de la vida (aunque tambié n
; conocieron el escepticismo frente a la creencia en el má s allá )- se equi-
? para al muerto con la divinidad, por así decirlo se le aproxima a su fuerza
oradora; cuando con la democratizació n iniciada a finales del Imperio
^Antiguo espera, lo mismo que el rey, convertirse en Osiris, el protec-
tor de los muertos, y de este modo garantizar su vida en el otro mundo.
í } O cuando se dice: «soy Aton», «soy Ra». Esto no era má s que, en virtud
de la llamada fó rmula de identificació n, en virtud de una usurpació n
má gica del dios, el intento de los egipcios de conseguir «a la vista de la
muerte y partiendo de su afá n de eternidad, el mejor camino para la pro-
pia duració n» (Morenz). Era al mismo tiempo un «arma para defen-
derse del golpe de los acontecimientos» (precepto para Meri-Ka-Ra).
O má s banal, pero no por ello menos cierto, era el esfuerzo conocido en
tantas religiones de comprar el propio provecho mediante veneració n a
los dioses. 36

Sin embargo, tambié n en Egipto pronto se dio la falsificació n religio-
sa, alcanzando un gran impulso tras la muerte de Alejandro, con la pe-
netració n de las ideas orientales.

Se sobreentiende que es falsificació n el engañ o consciente y deseado,


dolus malus. Sin una intenció n de engañ ar y sin objetivos extraliterarios
no se produce una falsificació n. Puesto que allí donde no hay intenció n
de engañ ar existe quizá el autoengañ o, el delirio de inspiració n o una au-
té ntica conmoció n religiosa, pero no un engañ o, incluso aunque se enga-
ñ e involuntariamente a otros. La falsificació n exige una desorientació n
consciente y sigue tendencias situadas má s allá de la esté tica y la literatu-
ra. Como Wolfgang Speyer supone y a menudo muestra, hay ademá s de
la falsificació n «algo así como una " auté ntica seudoepigrafí a religiosa" »,
que de vez en cuando é l llama «seudoepigrafí a mí tica», que tiene tan
poco que ver con la falsificació n (quizá ) como la correlativa invenció n
poé tica, que (quizá ) es má s autoengañ o que mentira. 37

Cierto es tambié n que la auté ntica seudoepigrafí a religiosa, mí tica,
como todo lo auté ntico, puede imitarse y ser objeto de abusos. Lo mismo
que desde hací a tiempo se escribí a en nombre de los viejos maestros,
tambié n se hací a en nombre de la divinidad; «escribir en nombre propio
era arrogancia y estaba en contra de los usos sagrados», y «especialmen-
te los textos religiosos» encontraron «desde el principio y en medida cre-
ciente buena acogida y reconocimiento, aunque los filó sofos hablaran de
fá bulas» (A. Meyer). 38

Como seudoepí grafes religiosos que bajo el nombre de dioses y figuras
mí ticas se redactaron y circularon durante mucho tiempo, los investiga-
dores citan los escritos de Quiró n, Linos, Filomeno, Orfeo, Museo, Ba-
quí lides, Epimé nides, Abaris, Aristeas, Timoites, las profetisas Femonoe,
Vegoia y otras. Aparecí an de forma indecorosa, por no decir cí nica, nom-
bres, autoridades y dioses, pero tal como dice en tono de burla el famoso
retó rico romano Quintiliano, no es fá cil refutar aquello que no ha existi-
do. Se crearon colecciones de orá culos, al reivindicar los orá culos una
validez general, y se las atribuyó a famosos taumaturgos, lo mismo que
má s tarde, en el cristianismo, los tratados y colecciones de tratados de los
apó stoles y de los santos. 39

Hací a ya mucho tiempo que en la era precristiana se falsificaban los
orá culos por razones polí ticas, lo mismo que se hizo en la era cristiana,
como el falso orá culo de Alejandro de Abonuteco (Inopolis), fundado al-
rededor de 150 d. C. y que duró hasta mediados del siglo ni, del «profeta
de las mentiras», como realmente podrí a llamarse a muchos, si no la ma-
yorí a, de los profetas; al parecer se utilizaron orá culos y signos milagrosos
(se repite miles de veces mutatis mutandis en el cristianismo) para enar-
decer a los soldados, como hizo el famoso general tebano Epaminondas
en la batalla de Leuctres (371), en la que aplicando el «orden de batalla
oblicuo» inició una nueva era de la estrategia.

Y eso dejando a un lado que ya en el siglo v a. C. se acusara a Delfos,
el má s famoso de los orá culos griegos, de tomar partido polí tico, que se
pudieran sacar aquí a la luz casos de corrupció n, sin que por ello se resin-


tiera especialmente la reputació n de Delfos, que es así como suceden las
cosas en los asuntos sagrados. 40

Algunos crí ticos antiguos, como el cí nico Oinomeo de Gadara, por
ejemplo, consideraron a los orá culos en su conjunto como un engañ o.
Tambié n los paganos Sexto Empí rico y Celso los criticaron, y Luciano
los ridiculizó. Segú n los cristianos (la mayorí a de ellos), que elimina-
ron los orá culos desde el siglo iv, en ellos hablaban los malos espí ritus,
de cuya existencia está n (estaban), los cristianos, tan convencidos. 41

Pero por mucha inventiva que tuvieran los Graecia mendax, les su-
peraron los osados engañ os de los judí os, lo mismo que a é stos despué s
las falsificaciones de los cristianos, que hacen palidecer a todas las ante-
riores.

 

 


FALSIFICACIONES
EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Y EN SU ENTORNO

«¡ Sobre este barro, sobre este barro, gran Dios! ¡ Si llevara mezcladas
un par de pepitas de oro [... ] Dios! ¡ Dios! ¿ En qué pueden basar
los hombres una fe con la que puedan esperar ser felices eternamente? »

gotthold ephraim LESSING42

«La osadí a má s atrevida y de mayores consecuencia de este tipo fue
atribuir al espí ritu y al dictado de Dios todos los escritos del Antiguo y
del Nuevo Testamento, y con ello hacer recaer así un pesado veredicto

tanto sobre los textos sagrados como sobre la relació n de Dios hacia
ellos y sobre el modo de su voluntad y de sus actos. »

arnold MEYER43

«En las luchas de religió n todos acusaron a todos de falsificació n. »
«En comparació n con las falsificaciones paganas, las judeocristianas
destacan por su gran cantidad. »

wolfgang SPEYER44


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