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La esclavitud antes del cristianismo




La implantació n de la esclavitud pudiera, en principio, considerarse un
progreso, ya que, al contrario que en tiempos anteriores, los prisioneros
de guerra no eran ya aniquilados -ni, caso frecuente, devorados-, sino
que eran, cabalmente, empleados al servicio del vencedor. Pero dejando
eso aparte, la esclavitud se convirtió, fuera de toda duda, en la peor forma
de explotació n entre las hasta ahora conocidas, en la maldició n del mundo
antiguo y en una tragedia sin igual para muchos, si no para la mayorí a, de
los que cayeron en ella. Mientras que en muchas zonas era totalmente
desconocida, pongamos por ejemplo Australia, algunas islas de los mares
del Sur, muchas tribus indias, los esquimales, los bosquimanos y los ho-
tentotes, la esclavitud adquirió especial auge entre los pueblos cultos.
«La cultura antigua es una cultura esclavista» (M. Weber). 201

Se desconoce el nú mero de esclavos que habí a en Grecia o en Italia.
Las estimaciones muestran amplias diferencias. En la é poca má s flore-
ciente de Atenas, la població n á tica se habrí a compuesto de 67. 000 ciu-
dadanos libres, 40. 000 metecos y 200. 000 esclavos. Pero las conjeturas
de los modernos estudiosos acerca de la població n no libre de la Atenas
clá sica varí an entre 20. 000 y 400. 000. Los esclavos de toda la Hé lade (de
la pení nsula griega, las islas griegas y Macedonia) se cifran en aproxima-
damente un milló n -frente a unos tres millones de habitantes- durante la
é poca del Peloponeso. En Roma y durante la é poca de Cé sar, los esclavos
constituí an al parecer tres cuartas partes, como mí nimo, de los ciudadanos
residentes en la ciudad. Y en el conjunto de Italia, supuesta una pobla-
ció n de unos siete millones y medio, los esclavos señ an, quizá, unos tres
millones. 202

En Grecia la esclavitud no solí a ser particularmente dura. En el caso
de que un esclavo fuese objeto de malos tratos, podí a denunciar a su se-
ñ or igual que un ciudadano libre. Si é ste lo mataba, debí a someterse a una
penitencia religiosa o ir temporalmente al destierro. Si lo mataba un ex-
trañ o, el castigo para el autor era el mismo que si lo hubiera hecho con
una persona libre. Era frecuente que los esclavos domé sticos, las ayas,


los pedagogos y los mé dicos de cabecera tuvieran buena relació n con sus
amos. El esclavo ateniense podí a reunir un patrimonio propio, casarse le-
galmente y ser enterrado junto a la tumba de su señ or. Podí a ser manumi-
tido por é ste o comprarse su libertad. La manumisió n por un acto de gra-
cia del señ or era ya una prá ctica muy extendida en la Grecia precristiana.
La conseguida autorrescatá ndose por dinero está ya documentada en el
siglo IV a. de C., si bien es probable que esta prá ctica fuese en Grecia tan
antigua como la misma esclavitud. Se nos ha trasmitido un buen nú mero
de documentos de manumisió n. Ahora bien, la manumisió n no hací a del
manumitido un ciudadano griego. Ademá s, el esclavo, al menos en la Ate-
nas clá sica, podí a ser vendido, donado y dejado en herencia. No tení a de-
recho legal a la propiedad y los hijos tenidos por un matrimonio de escla-
vos eran tambié n esclavos. Cuan grande y pé rfida podí a ser la brutalidad
frente a los esclavos lo muestra la suerte de los 2. 000 hiló las a quienes
los espartanos habí an prometido su manumisió n a causa de sus mé ritos
militares. É stos los llevaron realmente al templo como para dejarlos en
libertad, pero, segú n nos cuenta Diodoro, despué s mataron a cada uno de
ellos en su casa. 203

En la é poca grecorromana no solamente se esclavizaba a los prisione-
ros de guerra, sino tambié n a campesinos a quienes se expulsaba de su
tierra y de su casa. En los grandes mercados del comercio de esclavos, en
Tañ á is del Ponto, por ejemplo, en Dé los o en Puteoli no era infrecuente la
venta de hasta 10. 000 esclavos al dí a, negocio que se asemejaba al del
mercado de ganado. Las rebeliones de esclavos se sucedí an ininterrumpi-
damente. Algunas duraron añ os y se extendieron sucesivamente entre 140
y 70 y puede que abarcasen incluso el perí odo entre 199 y 62 a. de C. En
ellas intervinieron asimismo muchí simas personas libres, pero desposeí -
das de bienes. Todas las rebeliones fueron, sin embargo, ahogadas en san-
gre. Despué s de la rebelió n del añ o 104, Lucio Calpumio hizo crucificar
a todo esclavo que caí a en sus manos. 204

En la é poca helení stica uno só lo se convertí a irrecusablemente en es-
clavo legal cuando era alumbrado por una esclava o era prisionero de
guerra. La conversió n voluntaria en esclavo, en cambio, o la esclaviza-
ció n por impago de deudas, tan difundida en los comienzos de la Repú -
blica Romana, no podí an fundamentar legí timamente la esclavitud. El es-
clavo podí a ademá s, con el permiso de su señ or, adquirir patrimonio y
contraer matrimonio legal con persona esclava o libre. Era, desde luego,
parte de la propiedad y tratado como tal. Se le podí a alquilar, empeñ ar,
vender. A finales de la Repú blica y a comienzos de la é poca imperial, la
situació n de las personas no libres era especialmente mala. En su condi-
ció n de trabajadores de las plantaciones estaban acuartelados y viví an
como instrumentum vocale (herramientas hablantes) o instrumenü genus
vocale
(Varró n) en el establo de esclavos, junto al de los animales. «Pu-


ros instrumentos de trabajo [... ] que só lo se distinguí an del ganado por su
voz» (Brockmeyer). El esclavo acuartelado no tení a familia ni propiedad
y su trabajo estaba militarmente regulado. Como porteros podí an ser en-
cadenados cual perros o se les hací a trabajar penosamente sujetos a liga-
duras. Se les podí a vender como gladiadores para el acoso de animales,
convertirlos incluso en pasto de aquellos o matarlos para entretenimiento
de los hué spedes. Augusto, a quien el cristianismo tanto glorificó, hizo
crucificar a un esclavo porque habí a matado y comido su perdiz favorita.
Un esclavo carecí a de todos los derechos. «Servile capul nullum ius ha-
bet»
(Julius Paulus, jurista romano). 205

Sea como sea, durante los primeros siglos del Imperio Romano el
mundo de los esclavos experimentó cierta transmutació n. Los peores abu-
sos fueron eliminados, los cuarteles de esclavos fueron suprimidos y la
situació n jurí dica de é stos mejoró gradualmente, si bien no (só lo) por ra-
zones humanitarias. En lugar de la pura «motivació n lucrativa» de un
Cató n, que consideraba econó mico hacer trabajar a los esclavos en con-
diciones de má xima dureza hasta que murieran exhaustos y sustituirlos
despué s (aunque los costos de adquisició n no eran bajos) por otros nue-
vos, se dio la preferencia a un «sistema remunerativo». El relativo bienes-
tar del esclavo y cierta satisfacció n aní mica creaban al parecer la pers-
pectiva de beneficios aú n mayores. En todo caso, las personas no libres
obtuvieron paulatinamente la protecció n jurí dica para su vida y su propie-
dad y pudieron fundar familias, entre otras y nada livianas razones, insis-
timos, para hacerse con nuevas reservas de esclavos. Pues, por una parte,
é stas faltaban una vez acabadas las guerras de conquista que «de hecho ha-
bí an tomado ya el cará cter de cacerí as de esclavos» (M. Weber): se estima
que entre la segunda y tercera guerra pú nica, es decir entre 200 y 150 a.
de C. habí an sido transportados violentamente a Roma unos 250. 000 es-
clavos. Por otra parte, el comercio de esclavos mostró ser enormemente
lucrativo. Por lo demá s, la Iglesia fomentó el matrimonio entre esclavos,
el cual lo sustrajo, ya en el siglo u, al poder de los amos. 206

La literatura de esta é poca rezuma escrú pulos respecto a la esclavitud,
sin pensar desde luego en su supresió n. Un nú mero relativamente grande
de mé dicos, escultores, profesores e incluso unos cuantos escritores es-
clavos elevaron la reputació n de é stos y aminoraron las tremendas dife-
rencias estamentales. No pocos esclavos tení an una formació n especializa-
da y era incluso impensable prescindir de ellos en el servicio de bibliotecas
o en el sistema financiero. En la economí a municipal habí a esclavos que
ocupaban puestos directivos. Antiguos esclavos podí an incluso llegar a
ser miembros de la má s alta sociedad. Incluso algunos caballeros y senado-
res tení an esclavos entre sus antepasados. La tortura de esclavos era algo
muy inusual y la ley poní a lí mites bien definidos. El emperador Claudio
decretó que aquellos que matasen a sus esclavos, en vez de abandonarlos,


fuesen castigados como asesinos. Bajo el poder de Neró n, que, se presu-
pone, prohibió emplear esclavos en las luchas de toros, habí a un juez es-
pecial encargado de instruir todas sus quejas y de castigar a los amos
crueles. (Sin embargo, cuando por aquel entonces un esclavo asesinó al
prefecto de la ciudad, Pedanio Secundo, todos los esclavos domé sticos
de é ste, unos 400, fueron ejecutados con el permiso expreso del gobier-
no. ) El humanitario emperador Antonino Pí o concedió a los esclavos in-
justamente tratados el derecho a presentar quejas, pero fue especialmente
el estoico Marco Aurelio quien mejoró la suerte de los esclavos. Muchos
de ellos podí an comprarse la libertad con sus ahorros, a veces al cabo de
pocos añ os, y adquirir despué s un patrimonio por medio del comercio, las
manufacturas o incluso concediendo pré stamos. Otros muchos obtuvie-
ron la libertad a iniciativa de sus señ ores, en especial a la muerte de é s-
tos, costumbre tan difundida en la misma é poca de Augusto que é ste de-
cretó que nadie podí a manumitir testamentariamente má s de cien es-
clavos. 207

Tambié n los germanos tení an derecho a disponer irrestrictamente de
sus esclavos, ocupados en las labores domé sticas. Aqué llos carecí an ab-
solutamente de derechos, eran cosas que podí an ser vendidas o elimina-
das. «Es poco frecuente que se golpee o castigue a un esclavo con el ca-
labozo o el trabajo forzoso. Má s frecuente es, sin embargo, que se le abata
a golpes», escribe Tá cito. Entre los germanos, los siervos de la gleba eran
má s numerosos aú n que los esclavos. 208

En Israel, del que se cuestionó a veces que hubiese conocido la escla-
vitud, el esclavo era durante la é poca bí blica y segú n la ley un compo-
nente del patrimonio. Se le podí a tratar como objeto de compraventa o de
trueque. «El esclavo no tiene nombre, familia ni descendencia. Era una
pieza desamparada del orden econó mico-social (Comfeld/Botterweck). 209

Fue especialmente bajo el poder de David, tan ensalzado por la Pa-
trí stica, y de Salomó n cuando el nú mero de esclavos del Estado experi-
mentó un aumento extraordinario en Israel. Con el ú ltimo se convirtieron
en una parte considerable del patrimonio y sirvieron al rey en sus cons-
trucciones, en sus minas, en su industria del metal y como bienes de ex-
portació n. Se les denominaba simplemente «esclavos de Salomó n» y per-
duraron como una clase especial de esclavos durante toda la é poca de los
reyes «hasta el dí a de hoy» (I Re. 9, 21). 210

El Antiguo Testamento señ ala muchos casos en que está permitida la
esclavizació n de personas. Permite suprimir la libertad personal de los
prisioneros de guerra y la historia de Israel presenta varios ejemplos de
ello. Permite tambié n esclavizar a los ladrones que no está n en situació n
de restituir lo robado ni de pagar la multa. Los padres que no puedan sa-
tisfacer sus deudas o alimentar a sus hijos podí an asimismo vender a é s-
tos, habiendo al respecto una forma de venta absoluta y otra condicional.


Si un esclavo israelita era manumitido, su mujer y sus hijos seguí an, no
obstante, siendo esclavos de por vida. Finalmente, el Antiguo Testamen-
to conoce tambié n la esclavizació n por voluntad propia. A ella se some-
tí an muchas veces los deudores morosos que, tras haber vendido ya a sus
hijos, se vendí an despué s a sí mismos. El tiempo de su esclavitud estaba
en todo caso limitado a seis añ os, pues era norma habitual que todo es-
clavo israelita fuese manumitido despué s de ese tiempo sin que hubiese
de mediar pago alguno. El esclavo extranjero, en cambio, debí a serlo de
por vida. Es por ello presumible que la mayorí a de los esclavos de los ho-
gares judí os fuesen de origen no israelita. 2"

La Biblia permite el maltrato de esclavos por parte de sus amos. Ahora
bien, si un golpe arranca a un esclavo un diente o un ojo, el esclavo debí a
ser manumitido. Si el esclavo morí a en el acto, el señ or debí a ser castiga-
do, pero si viví a uno o dos dí as má s, aqué l escapaba al castigo, «pues es
dinero suyo». 212

Los esenios prohibí an se verí si má mente todo tipo de esclavitud. La
Stoa enseñ aba al menos la ilicitud de la esclavitud hereditaria. El Islam,
anticipé moslo brevemente, supuso una notable humanizació n de aqué lla.
El musulmá n no podí a aprovecharse en demasí a del vigor del esclavo y
debí a concederle suficiente reposo y recuperació n de fuerzas. El esclavo
obtuvo entonces el derecho a exigir atenció n sanitaria. Podí a en todo mo-
mento dar los pasos para obtener su rescate tras del cual ya no podí a ser
vendido de nuevo. La remisió n de una parte de la suma del rescate, al ob-
jeto de acelerar la obtenció n de la libertad del esclavizado, era reputada
como obra de caridad especialmente buena. «Si uno de tus esclavos de-
sea la carta de libertad -dice El Corá n-, extié ndesela si conoces su bon-
dad y dale una parte de la riqueza que Dios te ha prestado. »213

La Iglesia cristiana, por su parte, propugnó ené rgicamente el manteni-
miento de la esclavitud e incluso su consolidació n. Es má s, fue ella la
que convirtió en virtud la servil sumisió n de las personas no libres.

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