Pablo, el Nuevo Testamento, la Patrística y la Iglesia abogan por el mantenimiento de la esclavitud
Jesú s no se manifiesta en la Biblia acerca de la esclavitud. En Palesti-
na, donde (segú n la Ley Mosaica) regí a la prohibició n de tratar con cruel-
dad a los esclavos, é stos se beneficiaban asimismo del descanso sabá tico,
eran a veces manumitidos en las grandes festividades y tratados en gene-
ral de modo má s soportable por los judí os, de modo que el problema no
era seguramente tan acuciante entre ellos. 214
San Pablo, en cambio, en cuyas comunidades no faltaban de seguro
esclavos, defiende ya la esclavitud. Má s aú n, de é l se ha dicho con razó n
que es el má s consecuente de los adversarios de la emancipació n. En
efecto, Pablo exhorta expresamente a las personas no libres a ser obe-
dientes a sus amos. «¿ Fuiste llamado a la servidumbre? No te dé cuidado
y, aun pudiendo hacerte libre, aprové chate má s bien de tu servidumbre. »
Pues «lo que en verdad importaba», como acentú a el teó logo G. V. Lech-
ler a finales del siglo xix, «es que el mensaje de Cristo» (al que en la fra-
se anterior se alude «como suave lluvia sobre una vega reseca»), «no fuese
mal entendido, que la redenció n de la esclavitud impuesta por el pecado
y la culpa no fuese entendida como una especie de carta de libertad univer-
sal y que un esclavo [... ] no se alzara por encima de sus señ ores» (! ). 215
¡ Eso no, por favor! Pues la Iglesia y justamente ella formaba parte de
esos señ ores. De ahí que sus servidores teoló gicos siempre cuidaran celo-
samente de que no se malentendiera la «doctrina de la libertad cristiana»:
ni por parte de los esclavos; ni por parte de los campesinos de la Antigü e-
dad o la Edad Media; ni por parte de todos los pobres diablos oprimidos
en cualquier é poca... De ahí que enseñ asen que la «doctrina de la libertad
cristiana» no se podí a traspasar a la ligera y se refiere tambié n «al aspec-
to social de la relació n entre amo y esclavo». ¡ Eso no, por favor! Enseñ a-
ron, verbigracia, el teó logo Lappas en su Tesis Doctoral ante la «Eximia
Facultad de Teologí a Cató lica de Viena», có mo habí a que entender recta-
mente la cuestió n de la «libertad cristiana»: a saber, como libertad inte-
rior, ¡ interior! «Pablo ancló en la interioridad la clave para la solució n de
la cuestió n de la esclavitud y sus esfuerzos no fueron en verdad vanos.
Có mo brillarí a má s de un ojo esclavo cuando supo de ese mundo maravi-
lloso en el que se invitaba a entrar hasta al má s humilde». 216
Esfuerzos que no fueron vanos en verdad. Eso es cierto, por desgra-
cia. Lo del brillo de los ojos del esclavo, en cambio, pura literatura, ab-
yecció n teoló gica o estupidez. ¿ Có mo podí an haber brillado los ojos de
quienes sufrí an un suplicio cotidiano y vitalicio, cuyo mayor anhelo, na-
turalmente, era el de la libertad externa, toda vez que en lugar de é sta se
le ofrecí an un mero truco de clerizonte?
En plena concordancia con Pablo, todo el Nuevo Testamento aboga
por el mantenimiento de la esclavitud. Vosotros, esclavos, anunciad la
palabra de Dios, sed obedientes a vuestros señ ores corporales, con temor y
temblor, con la sinceridad de vuestro corazó n, como si se tratara de Cris-
to. » «Desempeñ ad vuestras obligaciones servicialmente, como si se tra-
tara del Señ or. » «Exhorta a los esclavos a obedecer en todo a su señ or y a
vivir segú n la complacencia de é ste, a no contradecir, a no malversar,
sino a mostrar má s bien plena y auté ntica fidelidad. » Tambié n en el caso
de que los amos no sean cristianos deben los esclavos respetarlos ¡ para
no dejar en entredicho al cristianismo! Tambié n para atraer hacia é l a
los no creyentes. Y eso no es todo: el Libro de los Libros, la «Buena
Nueva», exige la obediencia incluso frente a los amos de cará cter duro y
el paciente sufrimiento de sus golpes. Todo ello presentando a aquellos
mí seros el ejemplo del Jesú s sufriente. ¡ Es má s, la Sagrada Escritura or-
dena a los esclavos cristianos servir con tanto mayor celo a sus señ ores
cuando é stos sean cristianos! Y consuela a los esclavos y a buen seguro
tambié n a sus mujeres y niñ os, juntamente con toda la parentela restante,
a la que el señ or deshereda en provecho propio cuando muere su propio
esclavo, con esta promesa: «Ya sabé is vosotros que recibiré is del Señ or
(el celeste) la recompensa de su herencia». ¡ Eso sí que gustaba a los es-
clavistas! 217
Se ha calculado que la Epí stola a los Colosenses, una falsificació n
bajo el nombre de Pablo, pero parte integrante del Nuevo Testamento, gas-
ta 18 palabras en exhortar a los amos para que traten bien a sus esclavos
y 56, en cambio, en exhortar a é stos a la obediencia frente a aqué llos. En
la dirigida a los Efesios, otra falsificació n bajo su nombre, esta relació n
es de 28 a 39. En otros tres pasajes só lo hallamos exhortaciones dirigidas
a esclavos y criados. 21™5
Tambié n los escritos cristianos extracanó nicos del siglo n se opusie-
ron ené rgicamente a los movimientos de emancipació n de los esclavos.
Los portavoces cristianos les niegan el rescate con fondos de la caja co-
mú n y exigen ¡ «que no se pavoneen, sino que, en honor de Dios, pongan
tanto má s celo en las tareas propias de su servidumbre»! A sus señ ores
deben ¡ «estarle sujetos en el temor y el respeto, como si fuesen la imagen
de Dios»! A los insumisos les intimidan con la amenaza de que en su dí a
«se morderá n convulsamente la lengua y será n atormentados con el fue-
go eterno». Esta advertencia a los esclavos, nos asegura el teó logo Lech-
ler, «es muy atinada. Responde plenamente a la fe y es, a la par, comple-
tamente adecuada al interé s prá ctico del cristianismo y de la Iglesia, de
acuerdo con su posició n en el mundo antiguo». ¡ Y tanto!, pues los escla-
vistas cristianos representaban ante sus esclavos al «Señ or de los cielos». 218
Las comunidades cristianas cuidaban no só lo de que sus esclavos fue-
ran obedientes y dó ciles incluso para con los amos paganos, sino que las
ordenanzas eclesiá sticas de Hipó lito establecí an como condició n para
que un esclavo «fuese admitido en el cristianismo» la presentació n de un
certificado de buena conducta sobre su comportamiento en un hogar pa-
gano. Y hacia 340, el Sí nodo de Gangra (en lucha contra la herejí a de
Eustaquio) decreta excomulgar y anatematizar a todo el que, «bajo pre-
texto de la piedad», enseñ e a un esclavo a despreciar a su señ or, a no ser-
virle dó cilmente y «con todo respeto» o a sustraerse a sus obligaciones:
¡ decreto é ste que pasó tambié n a formar parte del Corpus Juris Canonici
(vigente en la Iglesia cató lica hasta 1918)! 219
Naturalmente, tambié n los Padres de la Iglesia se convirtieron en por-
tavoces de la clase dominante.
Para Tertuliano, la esclavitud es algo connatural al orden del mundo.
Los esclavos en cuanto tales son hostiles «por naturaleza», acechan y es-
pí an a travé s de la hendiduras de paredes y puertas las reuniones de sus
propietarios. Es má s. Tertuliano compara a los esclavos con los malos es-
pí ritus. El anatematizado Orí genes saluda ciertamente el precepto del
Antiguo Testamento que manda conceder la libertad a los esclavos des-
pué s de seis añ os, pero no recomienda a los cristianos que lo imiten. San
Gregorio de Nisa predica, sí, sobre la manumisió n de esclavos durante la
Pascua, pero entiende bajo esa palabra la liberació n del pecado y no de
la esclavitud. Segú n el obispo Teodoro de Mopsuestia, la esclavitud no
es un obstá culo para llevar una vida virtuosa y é l mismo atribuye a desig-
nios divinos las diferencias sociales. San Jeró nimo considera a los escla-
vos gente charlatana, derrochona, calumniadora de cristianos. En sus tex-
tos aparecen casi como sus explotadores. A lo largo de dos siglos escribe
frases como é stas: «Se creen que lo que no se les da, se les quita; piensan
ú nicamente en su salario y no en tus ingresos». «Para nada tienen en
cuenta cuá nto tienes tú y sí, ú nicamente, cuá nto obtienen ellos. » E Isido-
|| ro, el santo arzobispo de Sevilla, el «ú ltimo de los Padres de la Iglesia»,
sigue abogando como todos los de su laya por el mantenimiento de la es-
clavitud, tanto má s cuanto que é sta es necesaria para refrenar mediante el
«terror» las malas inclinaciones de algunos hombres. 220
Tambié n en opinió n de Ambrosio, el Doctor de la Iglesia, es la escla-
vitud una institució n perfectamente compatible con la sociedad cristiana,
en la que todo está jerá rquicamente organizado y la mujer, por ejemplo,
ocupa una posició n claramente inferior al hombre. (Este gran santo no se
cansa de exponer la «inferioridad» del sexo femenino, ni de insistir en la
necesidad del dominio del hombre y de la subordinació n de la mujer; é l
como perfectior, ella como inferior. Pero este prí ncipe de la Iglesia no
quiere ser injusto y sabe tambié n elogiar la fortaleza de la mujer, cuyas
«seducciones» hacen caer incluso a los hombres má s eximios. Y por má s
que la mujer carezca de valores, ella es «fuerte en el vicio» y dañ a des-
pué s la «valiosa alma del varó n». )221
Apenas podemos abrigar dudas sobre lo que semejante persona puede
pensar acerca de los esclavos. Ante Dios, por supuesto, amo y esclavo son
iguales y uno y otro poseen un alma; es má s, en el plano puramente espi-
ritual, Ambrosio valora de tal modo el estado de privació n de derechos que
«muchos esclavos aparecen como los amos de sus amos» (K. P. Schnei-
der). Pese a ello, nos habla de la «bajeza» de la «existencia como escla-
vo», de la «oprobiosa esclavitud» y no anda remiso en conceptuarla de
vergonzosa y vituperarla a cada paso, ni tampoco en tachar globalmente
a los esclavos de infieles, cobardes, arteros, de moralmente inferiores, se-
mejantes a la escoria. Con todo, si se soporta dó cilmente, la esclavitud no
es una carga y sí muy ú til para la sociedad, en una palabra: es un bien, un
don de Dios. Y es que donde lo que está en juego es el poder, no cabe
exigir ló gica alguna. «Hay que creer y no es lí cito discutir» (Credere tibí
iussum est, non discutere permissum: Ambrosio). 222
Ni que decir tiene que tambié n para Juan Crisó stomo la fe está por en-
cima de todo. La fe y el reino de los cielos. De ahí que nuestro «Doctor
de la Iglesia socialista» remita a los esclavos al má s allá. Sobre la Tierra,
nada les cabe esperar. Es cierto que Dios creó a los hombres como naci-
dos para la libertad y no para la esclavitud. La esclavitud, no obstante,
surgió como consecuencia del pecado y existirá, consiguientemente,
mientras pequemos. (Y no es Crisó stomo el ú nico: tambié n otros Padres
de la Iglesia enseñ an que la esclavitud perdurará hasta el final de los tiem-
pos, «hasta que la iniquidad cese y se declare vano todo dominio, todo
poder del hombre y Dios esté todo É l en todo». ) Ahora bien, só lo la es-
clavitud bajo el pecado causa dañ o, no, en cambio, la fí sica. Tampoco el
vapuleo de los esclavos. El santo «comunista» está contra toda «clemen-
cia inoportuna». Tambié n se opone, como antañ o Pablo, a toda subver-
sió n. Con gran elocuencia propaga sin ambages el mantenimiento de la
miseria: «Si erradicas la pobreza -alecciona a los hombres-, aniquilas
con ello todo el orden de la vida. Destruyes la vida misma. No habrí a ya
ni marineros, ni pilotos, ni campesinos, ni albañ iles, ni tejedores, ni remen-
dones, ni carpinteros, ni artesanos del cobre, ni enjaezadores, ni moline-
ros. Ni é stos ni otros oficios podrí an subsistir [... ]. Si todos fuesen ricos,
todos vivirí an en la ociosidad -¡ como los ricos, se echa de ver! -. Y así todo
se destruirí a y se arruinarí a. »
Por otra parte, claro está, tambié n Crisó stomo afirma lo habitual: que
«esclavo» y «libre» son meros nombres. La cosa misma ha dejado ya de
existir. ¡ El bautizo ha hecho ya de todos los que antes viví an como escla-
vos y prisioneros hombres libres y ciudadanos de la Iglesia! Es muy sig-
nificativo que ese Doctor de la Iglesia incluya en la esclavitud, entendida
en sentido lato, la servidumbre de la mujer bajo el hombre, culpa de Eva:
por haber tratado con la serpiente a espaldas de Adá n. De ahí que el hom-
bre deba dominar sobre la mujer y que «é sta deba someterse a su domi-
nio» y reconocer «con alegrí a su derecho a dominarla». «Pues tambié n al
caballo le resulta ú til contar con un freno [... ]». 223
Agustí n defiende la esclavitud del modo má s resuelto. En su é poca,
cada casa señ orial tení a todaví a esclavos y las má s ricas solí an tener cen-
tenares. El precio comercial del esclavo era a veces inferior al de un ca-
ballo. (En la Edad Media cristiana, el precio de los esclavos rurales se re-
dujo en ocasiones a menos de un tercio y a comienzos de la Edad Moder-
na, en el Nuevo Mundo cató lico, se llegaron a pagar 800 indios por un
ú nico caballo: una prueba adicional, por cierto, de la alta estima que el
catolicismo guarda para con los animales. )224
La esclavitud, segú n Agustí n, concuerda con la justicia. Es conse-
cuencia del pecado, un componente consustancial con el sistema de pro-
piedad y fundamentado en la desigualdad natural de los hombres. (En
opinió n del obispo de Hipona, tan dado a los gestos de humildad, ni si-
quiera en el cielo existe la igualdad, pues tambié n allí -¿ có mo se habrí a
enterado? - «hay, sin duda alguna, grados» y «un bienaventurado tendrá
preferencia respecto a otro»: ¡ su sed de gloria se extiende hasta la eterni-
dad! ) Por todas partes jerarquí a. Por todas partes grados. Por todas partes
difamació n. La subordinació n del esclavo, al igual que la subordinació n al
hombre por parte de la mujer, es para Agustí n puro designio divino. «Sir-
ve a imagen mí a; ya antes de ti yo tambié n serví al injusto. » Con toda
energí a se opone Agustí n a que el orden vigente sea alterado con violen-
cia y a que el cristianismo fomente la emancipació n de los esclavos.
«Cristo no hizo hombres libres de los esclavos, sino esclavos buenos de
los esclavos malos. » La fuga, la resistencia y, con mayor razó n, cualquier
acto de venganza de los esclavos merecen la má s ené rgica condena por
parte de Agustí n, quien desea ver a tales pessimi serví en manos de la po-
licí a o de la justicia. Exige celosamente de los esclavos una obediencia y
una fidelidad humildes. No deben rebelarse arbitrariamente contra su es-
clavizació n; deben servir de corazó n y con buena voluntad a sus señ ores.
No bajo la presió n de constricciones jurí dicas, sino por pura alegrí a en el
cumplimiento de sus obligaciones, «no por temor insidioso, sino en amo-
rosa fidelidad» y ello hasta que Dios «esté todo É l en todo», es decir ad
calendas graecas (hasta la semana que no tenga viernes). A los amos les
permite, en cambio, el Doctor de la Iglesia castigar con palabras o golpes
a los esclavos, pero, eso sí, ¡ en el espí ritu del amor cristiano! Y es que
Agustí n es muy capaz, incluso, de consolar por una parte a los esclavos
hacié ndoles ver có mo su suerte responde al designio divino, y hacer ver a
los amos, por la otra, cuan grandes son los beneficios materiales que para
ellos se deducen de la domesticació n eclesiá stica de los esclavos. Hay má s:
a los esclavos cristianos que, remitié ndose al Antiguo Testamento -a este
respecto má s progresista que el Nuevo Testamento-, solicitan su manumi-
sió n tras seis añ os de servicios, les responde con una brusca negativa. 225
Como quiera que la Iglesia no hizo nada para suprimir la esclavitud y
sí cuanto pudo para mantenerla, los teó logos no se cansan de escudarse
en subterfugios. Eso cuando no osan, acordá ndose de que la mejor defen-
sa es un ataque, negar la realidad misma de los hechos.
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