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El rey Clodoveo y dos «santos de Dios»




 

El bautismo de Clodoveo constituyó una fiesta grandiosa. Calles e iglesias resplandecí an con su ornamentació n. La iglesia bautismal se llenó de una «fragancia celestial», hasta el punto de que los asistentes se creyeron trasladados «a los gratos perfumes del paraí so». Refiere Gregorio de Tours que el rey «avanzó hasta el bañ o bautismal como un nuevo Constantino —¡ y la comparació n es terriblemente certera! — para purificarse en el agua limpia de la vieja lepra y de las sucias manchas, que tení a desde antiguo». Y Remigio, «el santo de Dios», le habló «con palabra elocuente: " Sicambrio, dobla mansamente tu cerviz, y adora lo que quemaste, y quema lo que adoraste (adora quod incendisü, incende quod adorasli)" ».

¿ Quié n era ese santo, que con tanta arrogancia incitaba a la persecució n, como lo hizo tambié n en su tiempo su colega Avito?

Remigio, como la mayor parte de los prelados de entonces (y no só lo de entonces), era de «ilustre» alcurnia, y ya a los 22 añ os promovido a obispo de Reims. Su hermano mayor, Principio, fue asimismo obispo (de Soissons) y tambié n fue santo. (Sus reliquias serí an quemadas por los calvinistas en 1567. ) Remigio, el apó stol de los francos, predicó el catolicismo a paganos y arrí anos con celo fervoroso, desarrolló clara-


mente una «guerra radical» (Schuitze), en la que —segú n un concilio de Lyon— «destrozó por doquier los altares de los í dolos y difundió vigorosamente la fe verdadera con muchos signos y milagros». 15

Segú n Gregorio de Tours, el obispo Remigio bautizó a Clodoveo en Reims la noche de Navidad del 496. Una paloma habrí a llevado una ampolla con el ó leo de la unció n, falsedad que aparece só lo tres siglos y medio despué s en tiempos del tristemente famoso Hinkmar, obispo de Reims, quien en 852 pretendió haber encontrado el cuerpo todaví a incorrupto de Remigio. Pero la ampolla milagrosa del ó leo de la unció n estuvo guardada en la abadí a de San Remigio de Reims «bajo muchos cerrojos», y hasta el siglo xvm se empleó en la coronació n de los reyes de Francia. Fue ocasió n de otro milagro: jamá s se agotó el ó leo, como tampoco el fraude en esa religió n.

Las falsedades se dieron en serie. Falsa es tambié n la carta del papa Hormisdas nombrando a Remigio vicario apostó lico para Galia. Y falsa es igualmente la supuesta carta de felicitació n del papa Anastasio II (496-498) a Clodoveo por su bautismo. El pontí fice romano no mostró interé s especial por Occidente, y menos aú n por un prí ncipe campesino de los francos. Se empeñ ó má s bien en poner fin al cisma acaciano de Oriente; su esfuerzo por la reconciliació n fue tal —Dante vio la sepultura de este papa en el Infierno, en el «cí rculo de los herejes»—, que a su muerte se alzó un antipapa y estallaron las luchas callejeras y los asesinatos en las iglesias. Pero el papa Anastasio habí a ignorado el acontecimiento má s importante de su pontificado, la decisió n que se dio en el norte y que iba a marcar la historia universal: el comienzo de la victoria cató lica sobre el arrianismo y la victoria cristiana por el paganismo germá nico. Esto molestó mas tarde al Abbé Jé ró me Vignier, un oratoriano ilustre del siglo xvn, ademá s de falsificador, de manera que en nombre del papa Anastasio (con un poco de retraso) felicita a Clodoveo. '6

Es auté ntica por el contrario una carta de felicitació n y buenos deseos —por desgracia sin fechar— de san Avito, el poderoso metropolitano de Vienne (hacia 490-518), que envió a Clodoveo con motivo de su bautismo y en la cual le decí a: «¡ Vuestra fe es nuestra victoria! ».

Avito, miembro «de la nobleza» como Remigio e incluso emparentado con el emperador, era hijo de su predecesor el arzobispo Isiquio de Vienne y hermano del obispo Apolinar de Valence. En el seno de la familia se conservaron perfectamente cargos tan notables e influyentes. Como se conservó la santidad. El obispo Remigio y su hermano Principio fueron santos; como lo fueron el obispo Avito y su hermano Apolinar. Y, como Remigio, tambié n Avito fue un faná tico (su fiesta se celebra el 5 de febrero). Con sus «cartas maravillosas —canta entusiasmado san Gregorio de Tours— destrozó por completo la herejí a», tanto la eutiquiana como la pelagiana, pero sobre todo el arrianismo.


 

La sede metropolitana de Vienne se convirtió, junto con Lyon, en la «avanzadilla má s importante de la Iglesia cató lica en el reino amano de los burgundios» (Zotz). Y con su santo hermano, el obispo Apolinar (su fiesta es el 5 de octubre), trabajó Avito incansablemente por la conversió n de aquel reino al catolicismo. El prelado exaltaba el bautismo del rey Clodoveo para afianzar el é xito de la guerra. De manera parecida pensaban y escribí an má s tarde otros pastores eclesiá sticos, como el obispo Nicecio de Tré veris, igualmente santo (su fiesta se celebra el 1 de octubre). San Avito recomendaba la guerra: lanzar «la semilla de la fe entre las tribus que habitan lejos», lanzarla «con franqueza y sin miedo»; ¡ «la delicada vestidura bautismal potenciará la fuerza de las armas duras»! Hoy se nos querrí a convencer sin duda de que la de Avito habrí a sido una misió n pací fica. Una «misió n armada» habrí a sido «inoportuna» a sus ojos, como lo habrí a sido una guerra «antiarriana contra los herejes». Pero lo cierto es que el arzobispo Avito con tales extremos ensalzó al rey de los francos —«fama inmortal dejá is para las generaciones futuras»—, que los burgundios, cuya catolizació n fue «su mé rito principal», sospecharí an de su lealtad. 17

Por descontado que el Clodoveo cató lico hizo que tambié n se convirtieran los suyos, paganos o arrrianos, de manera que toda la casa de los francos acabó siendo cató lica. En adelante se dio por lo mismo una estrecha «alianza entre monarquí a y episcopado» (Fleckenstein). Los prí ncipes de la Iglesia ocupan el puesto de honor en el entorno de Clodoveo y ejercen sobre é l la má xima influencia, especialmente Avito y Remigio.

Y naturalmente el clero es recompensado generosamente con el botí n de guerra del merovingio. Premia con largueza y esplendidez a los prelados mediante fundaciones y donaciones de tierra. Hasta en la guerra procura respetar al má ximo posible las posesiones y los edificios eclesiá sticos. Con lo cual la agitacié n cató lica sobrepasa toda medida. Hasta se identificó el destino del rey con el destino del catolicismo, y la miseria y pobreza de la Iglesia cató lica sugirió a Clodoveo una lucha a muerte contra el arrianismo. «Se sintió entonces instrumento elegido de Dios y se abandonó de lleno a su pasió n de conquista» (Cartellieri).

Desde entonces «monarquí a e iglesia actuaron de consuno para la ulterior difusió n del cristianismo» (Schultze). Por una parte, el reino franco fue el principal apoyo del catolicismo; por otra, Clodoveo se aseguró la asistencia del clero galorromano en su conquista de Galia. Con ello el clero protegí a a su vez sus inmensas riquezas de los ataques de los arrí anos y de los estratos má s humildes de la població n. Y, si tenemos en cuenta que por entonces romanos y no romanos eran menos extrañ os unos para otros que los arrí anos y los cató licos, comprenderemos el em-


peñ o con que la Galia cató lica, y en especial sus sacerdotes, se volvieron al ú nico rey cató lico de los germanos. Los cató licos, dice Gregorio de Tours, deseaban con el má ximo anhelo la soberaní a franca. 18

Es evidente que en la conversió n de Clodoveo los motivos polí ticos dieron el impulso decisivo, en el caso bastante improbable de que el rey tuviera otros. Pero los apologistas afirmaron lo contrario durante siglos. Ya Nicecio, obispo de Tré veris y «ornato del episcopado franco», presentaba a Clodosvinta, nieta de Clodoveo, hacia 565, la conversió n del rey como respuesta al conocimiento de la «verdad», de la «rectitud de la doctrina cató lica». Y todaví a en 1934 el teó logo cató lico Algermissen afirmaba que «no habí an sido la violencia ni los " asesinatos a golpe de espada", sino el convencimiento religioso el que habí a movido a un hé roe germá nico tan audaz y prudente como Clodoveo a rechazar su error pagano y abrazar libremente la doctrina del Crucificado». 19

Desde la investigació n que hoy poseemos bien cabe defender que en realidad la conversió n de Clodoveo fue un hecho polí tico, como lo habí a sido antes la de Constantino. A diferencia de los otros pueblos germanos, el rey y los suyos aceptaron el catolicismo, porque é ste proporcionaba de antemano una vinculació n entre el conquistador y los galorro-manos sometidos o que habí an de someterse; vinculació n que no se daba en el resto de los reinos germanos. Clodoveo, simpatizante desde muy pronto de la Iglesia, se hizo cató lico para someter a las tribus germá nicas arrianas y ganarse má s fá cilmente con su fuerte mayorí a de romanos cató licos la Galia contigua»

Con ayuda, pues, de la Iglesia cató lica del paí s creó el reino de los francos, que desde el comienzo constó de dos mitades: una germá nica y galorromana la otra. En el norte, en su lugar de asentamiento originario, en Brabante, Flandes, en el curso inferior del Rin y del Mosela, moraba la masa de los conquistadores, de los francos (sá licos); por lo demá s, tras sus conquistas, su reino que habí a asumido la herencia de Roma y de su administració n se extendió al sur del Loira sobre la Galia preponderantemente romana. (Se estima hoy que el porcentaje de la població n franca entre el Rin y el Loira debió de ser del diez por ciento, població n total de Galia. ) Pero la influencia de la Iglesia sobre la població n galo-romana era grande, y el catolicismo era el cristianismo mejor organizado y el má s brutal. Eso lo aprovechó Clodoveo, como en tiempos lo habí a aprovechado Constantino. Y, naturalmente, nunca pudo olvidar que al sur existí an todaví a fuertes estados arrí anos: en Hispania los visigodos, dueñ os aú n de Narbonne; en Italia los ostrogodos, que invadieron Provenza. 20 Y, finalmente, allí continuaban los burgundios arrí anos.


 

La guerra de Clodoveo contra los burgundios (500):

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