Los visigodos
La tribu germano-oriental de los visigodos se habí a separado muy pronto, todaví a durante su asentamiento junto al Dnié per, de la tribu de los ostrogodos. É stos acabaron siendo aniquilados por el emperador cató lico Justiniano I, no sin la asistencia ené rgica del papa y de la «Virgen Madre de Dios» con funciones de «asesora estraté gica». Los visigodos se habí an hecho arrí anos junto al Danubio y durante dé cadas llevaron a cabo sus incursiones hostiles contra las provincias imperiales del norte de Grecia, de Iliria y de Italia. A la muerte de su rey Alarico I, que fue enterrado en 410 en Cosenza (Busento), y a las ó rdenes de su cuñ ado y sucesor Ataú lfo en 412 avanzaron hasta Galia y en 415, hostigados por un ejé rcito romano, cruzaron los Pirineos y cayeron sobre Hispania. En el verano el rey sucumbí a en Barcelona, ví ctima del puñ al asesino de un cató lico de su sé quito. Los hijos del primer matrimonio de Ataú lfo fueron ví ctimas asimismo de su sucesor cató lico Sigerico, antes de que é ste sucumbiera tambié n al cabo de una semana. Y el sucesor de é ste, Walia (415-418) empezó por eliminar a todos los visigodos en los que sospechaba ambiciones al trono. Por encargo imperial diezmó en una serie de luchas prolongadas a vá ndalos, suevos y alanos, que habí an irrumpido en Españ a el añ o 409. Una parte de los vá ndalos, los silingos, y los alanos fueron allí exterminados casi por completo. Despué s los visigodos, retirá ndose de Hispania se asentaron con bastante independencia en la Galia suroccidental, con Toulouse como sede regia. 27 Tambié n entre los visigodos hubo cristianos celosos, como el rey Teo-dorico II (435-466), que a diario oí a misa al amanecer y que asesinó tambié n a su hermano mayor Torismundo en 453, y que en la historia violenta de los reyes godos «fue el primero y ú nico capaz de un fratricidio por pura ambició n de poder» (Giesecke). Teodorico combatió sobre todo a los suevos, los cuales desde hací a medio siglo se habí an asentado en las montañ as de Portugal actual y desde hací a poco se habí an convertido al catolicismo. Parece ser que las luchas fueron devastadoras, y en octubre del 456 Teodorico derrotó al rey suevo Requier, cató lico y cuñ ado suyo. Fue ejecutado en diciembre, se eliminó por completo el catolicismo y a lo largo de má s de cien añ os el pueblo suevo se mantuvo arriano. Pero, al igual que Teodorico II en la lucha por el trono habí a asesinado a su hermano Torismundo, tambié n é l cayó en 466, ví ctima de su hermano Eurico, el verdadero fundador del reino visigodo, que persistió mucho má s que los otros reinos visigodos, hasta que en 711-713 sucumbió a manos de los invasores á rabes. 28
Entre los visigodos surgieron de continuo las querellas con los romanos, numé ricamente muy superiores, y no tanto por grandes cesiones de territorio, ni por desprecio é tnico de los «bá rbaros» germá nicos,
cuanto por motivos religiosos. Es verdad que, en principio, los reyes godos reconocieron en lí neas generales la libertad de fe, mostrá ndose a menudo extremadamente pacientes tanto con el catolicismo como con las sectas heré ticas. Pero se las tuvieron que haber con una Iglesia radicalmente intolerante, agresiva y poseí da de un fanatismo de converso, con maquinaciones y traiciones constantes incluso del clero cató lico, que siempre estaba dispuesto a colaborar con los enemigos de los arrí anos. 29 Eurico (466-484) fue el prí ncipe má s importante de su pueblo y acabó siendo el rey germano má s poderoso de su tiempo. Extendió el reino visigó tico por el norte hasta el Loira, mientras que por el sureste llegó hasta los territorios de la desembocadura del Ró dano. Pero Eurico fue tambié n un arriano convencido y, segú n parece, enemigo tan resuelto de los cató licos, que hasta le molestaba pronunciar la palabra «cató lico». En cualquier caso, sacerdotes arrí anos formaban su cí rculo má s í ntimo y pertenecí an a su mesa redonda. Sedes parroquiales o episcopales cató licas, vacantes por muerte de sus titulares, las dejaba el rey sin cubrir largo tiempo, con lo que así desguarnecidas acababan perdiendo su fuerza y prestigio. Sidonio Apolinar, prelado de Clermont se lamentaba: «Pueden verse —¡ y es para llorar! — rebañ os de vacas que no só lo sestean en los atrios semiabiertos, sino que pacen la hierba que crece vigorosa junto a los altares cubiertos de verdí n». Personalmente Sidonio pudo regresar a su sede tras un breve destierro (sede que por lo demá s continuó en la familia, pues luego volvió a ocuparla su hijo Apolinar). Y es que de hecho Eurico combatió a los cató licos con mesura, y hasta mantuvo buenas relaciones con varios obispos. 30 El rey tení a su residencia en Toulouse. Desde allí presionaban sus generales, tanto hacia el norte como hacia Españ a, combatiendo a bretones, francos, burgundios, contra las tropas romanas del conde Paulo y contra las imperiales de Italia, al igual que contra los suevos. En Galia, y en dura lucha contra la nobleza y los prelados cató licos, desplazaron las fronteras hasta el Loira, el Saona y el Ró dano y, desde 477, hasta Pro-venza. En muchos lugares los obispos cató licos participaron activamente en la resistencia. El obispo Sidonio, por ejemplo, en el ataque contra Auvergne resistió con su cuñ ado Ecdicio y durante añ os defendió Clermont. No fueron menos duras las batallas con las que los godos conquistaron Españ a, asediando muchas ciudades a lo largo de añ os. En el tratado de paz de 475 el emperador romano Nepote reconocí a al rey Eurico como señ or soberano de los territorios de la Pení nsula Ibé rica que habí a conquistado. 31 Y, sin embargo, en el gran reino de Toulouse (418-507), cuyas relaciones diplomá ticas en tiempo de Eurico alcanzaron hasta los sasá nidas persas, los visigodos no representaban má s que el dos por ciento de la població n. Por ello no pudieron resistir la presió n constante que desde el norte ejercí an los merovingios: Clodoveo ambicionaba el acceso a las costas mediterrá neas.
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