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Ascensión relampagueante de un bandido estatal




 

A la muerte de Childerico en 482 le sucedió Clodoveo I (466-511), de diecisé is añ os y que segú n parece era hijo ú nico; un potentado franco renano, al lado de otros personajillos similares, como Ragnacar de Cambrai o Chararico, cuya zona de poder no se conoce mejor. El padre de Clodoveo habí a puesto en marcha muchas cosas, que el hijo continuó y completó de algú n modo. Pues la «ascensió n relampagueante» (Ewig) de este prí ncipe campesino, taimado y sin escrú pulos, con quien arranca tambié n la «prehistoria del germanismo» (Ló we), no ha dejado de ser glorificada desde aproximadamente milenio y medio. Pero desde una perspectiva é tica (y en cierta modo tambié n cristiana), desde el punto de vista de los «derechos humanos» (y de los deberes cristianos, ya entonces vigentes, como el no robar y el no matar), la carrera de Clodoveo no fue otra cosa que la ascensió n fulgurante de un gá ngster, de un bandido estatal y eminente (para no comprometer con su proximidad a los rufianes de menor monta).

Aliado con diferentes tribus hermanas, Clodoveo amplió el territorio sá lico alrededor de Tournai, que era insignificante y se reducí a a una pequeñ a parte de la Galia septentrional en la Bé lgica secunda, mediante el expolio continuado, asesinatos y guerras, cada vez má s extendidos sobre las regiones de la provincia romana a la orilla izquierda del Rin.


Tales ataques llegaron primero hasta el Sena, luego hasta el Loira y finalmente hasta el Garona, con lo que los galorromanos cayeron bajo el dominio de los francos. Ya entonces eso se llamó «tener al franco por amigo, y no por vecino». 7

Un pueblo tan belicoso, sobre el que flotaba ademá s la fama de desleal, resultó atractivo para el clero cristiano desde el comienzo. Los arrí anos, y má s aú n los cató licos, buscaron de ganarse a su caudillo. De hecho todos los prí ncipes notables de aquella é poca en occidente eran arrí anos o paganos. Así pues, apenas Clodoveo fue nombrado rey de Tournai, a é l se dirigió el metropolitano de Reims, san Remigio; varó n de «ciencia eminente» y resucitador de un muerto, segú n el elogio del obispo Gregorio que destaca simultá neamente ambos rasgos. Pero la dió cesis de Remigio ocupaba el centro del territorio de Siagrio, al que despué s apresó Clodoveo, con ayuda segú n parece de los obispos cató licos de la regió n. Y ya entonces Remigio se sintió llamado a imponer eminencias grises «al señ or rey Clodoveo, famoso y eminente por sus mé ritos», «consejeros que fomentasen su prestigio». «Mué strate lleno de devoció n a los obispos (sacerdotes) y sigue siempre su consejo», le escribe al prí ncipe aú n antes de que se hiciera cristiano. «Si te entiendes con ellos, tu territorio prosperará. »8

Por los añ os 486-487 desencadenó Clodoveo las hostilidades contra Siagrio, formalmente el ú ltimo representante allí del imperio romano, aunque de hecho ya independiente. Todaví a en tiempos del padre de é ste, que lo fue Egidio, el general en jefe del ejé rcito, el propio padre de Clodoveo habí a combatido a sajones y visigodos; pero evidentemente tambié n se habí a alzado ya en armas contra el mismo Egidio, exactamente igual que ahora lo hací a Clodoveo contra el hijo de aqué l. El momento era propicio al haber muerto poco antes de la invasió n franca el poderoso rey visigodo Eurico, el má s temido por los salfrancos de toda Galia. Su muerte debió de alentar no poco a Clodoveo. Y, aliado con su primo, el reyezuelo Ragnacar de Cambrai, aniquiló en la batalla de Soissons los ú ltimos restos del poder romano en tierras galas. Mientras el franco, «ví ctima todaví a de la superstició n pagana» (Gregorio), lo devastaba todo, permitiendo el saqueo de numerosas iglesias, Siagrio se refugió en Toulouse, la capital visigó tica. Pero Clodoveo amenazó con la guerra al sucesor de Eurico un tanto debilitado; por lo que el tal Alarico II entregó al fugitivo, a quien el vencedor mató «secretamente», mientras que reforzaba su propia soldadesca con los restos del enemigo derrotado y convertí a Soissons, hasta entonces sede principal de Siagrio, en su nueva residencia.

Terminaba con ello una historia de quinientos añ os. Todo el territorio hasta el Sena habí a sido depredado y el deprededador, el rex franco-ruin, una vez afianzado su poder, iba a continuar su acció n de rapiñ a.


 

«Posteriormente superó a muchos reyes y obtuvo numerosas victorias», proclama entusiamado el obispo Gregorio, justo despué s de haber narrado ampliamente un asesinato absolutamente personal del rey. 9

 

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