¿Hemos de liberarnos de una valoración moralista de la historia?
Despué s que Clodoveo hubiese ganado la guerra contra los visigodos con ayuda de los francorrenanos, entre 509 y 511, los ú limos añ os de su vida, consiguió con artilugios la dignidad real sobre los mismos, si es que ya no lo habí a logrado hacia 490. En cualquier caso, forzó la fusió n de las tribus francorrenanas con los francos salios. Primero instigó a Cloderico, hijo del rey Sigiberto de Colonia, para que se deshiciera de su padre. «Mira, tu padre ha envejecido y renquea con una pierna lisiada... ». Sigiberto «el Tullido», antiguo conmilitó n de Clodoveo, cojeaba desde la batalla de Toibiacum contra los alamanes, en la que habí a sido herido. A manos de un asesino a sueldo el prí ncipe eliminó a su padre en el hayedo del bosque de Boconia; a travé s de una delegació n, Clodoveo felicitó al parricida y a travé s de la misma, le machacó el crá neo. El historiador alemá n Ewig califica todo ello con expresió n elegante, demasiado elegante dirí amos, de «diplomacia de intrigas». Tras el doble acto, Clodoveo marchó a Colonia, ciudad residencial de Sigiberto, proclamó solemnemente su inocencia en ambos crí menes y, jubilosamente acogido por el pueblo, se adueñ ó de la Francia Rinen-sis, del «reino y de los tesoros de Sigiberto» (Gregorio). 43 Despué s el triunfador cayó sobre los reyezuelos salios, con los que estaba emparentado. Tal sucedió, por ejemplo, con el rey de los ton-grios, Cherarico, que en tiempos no habí a combatido contra Siagrio. «Con ardides», Clodoveo se apoderó de é l y de su hijo; los encerró despué s en un monasterio, hizo que les cortaran el pelo (la tonsura era signo de la pé rdida de la dignidad real), obligó a Cherarico a ordenarse sacerdote y a su hijo de diá cono, y tras hacerlos decapitar se adueñ ó de sus tesoros y reino (ver lo dicho antes). A otro pariente, el rey Regnacar de Cambrai, primo carnal suyo, lo venció Clodoveo despué s de haberse ganado a su sé quito («laudes» puede significar tanto a todos los subditos en general como a los «servidores» má s allegados del rey) con gran cantidad de oro, que luego resultó ser falso. Despué s de la batalla se mofó de Regnacar, a quien condujeron a su presencia encadenado y que en 486 le habí a ayudado en la guerra contra Siagrio: «¿ Por qué has humillado nuestra sangre hasta ese punto y te has dejado poner en cadenas? ¡ Estarí as mejor muerto! », y le partió la cabeza de un hachazo. Tambié n habí an apresado a Richar, hermano del rey: «Si hubieras ayudado a tu hermano, nosotros no le habrí amos hecho prisionero», le increpó Clodoveo y lo mató de otro golpe. Ahora bien, «los reyes nombrados eran consanguí neos cercanos de Clodoveo» (Gregorio de Tours). Tambié n al hermano de ellos, Rignomer, lo hizo liquidar en las proximidades de Le Mans. «Clodoveo afianzó así su posi-
ció n en todo el territorio franco», para decirlo de nuevo con palabras del historiador Ewig, que compendia así la situació n existente. 44 Ví ctimas del afianzamiento de esa posició n de Clodoveo «en todo el territorio franco» fueron, segú n parece, varias docenas de prí ncipes cantonales francos. El tirano los hizo asesinar, se apoderó de sus tierras y riquezas, sin que dejase de lamentar que estaba totalmente solo. «" ¡ Ay de mí, que me encuentro ahora como un forastero entre extrañ os y ninguno de mis parientes podrí a prestarme ayuda, si la calamidad se abatiese sobre mí! " Pero esto no lo decí a porque estuviera pesaroso por la muerte de los mismos, sino por astucia, por si tal vez viví a todaví a alguno al que pudiera matar. » Tal es el comentario de san Gregorio, para quien Clodoveo era un «nuevo Constantino», para quien Clodoveo encarnaba sin má s «su ideal de gobernante» (Bodmer) y a quien con frecuencia se le aparecí a «casi como un santo» (Fischer). Sin pudor alguno escribe a su vez el famoso obispo: «Pero dí a tras dí a Dios fue abatiendo ante é l a sus enemigos y aumentó su reino, porque caminaba con recto corazó n en su presencia y obró lo que era grato a sus ojos divinos». Lo cual, segú n muestra el contexto, se aplica tambié n a los asesinatos de parientes por parte de Clodoveo. Todo santo en extremo ¡ y en extremo criminal! 45 Tal fue, pues, el primus rex francorum (Lex Sá lica), el rey que gobernó siguiendo al pie de la letra las palabras de san Remigio en su bautismo: Adora lo que quemaste y quema lo que adoraste. Tal fue el rey cató lico, que ya no toleró vestigio alguno pagano, aunque mandó casi como un tirano absoluto y a pique estuvo de reventar de brutalidad y rapacidad hipertró ficas, mostrá ndose cauto y cobarde frente a los má s fuertes y aplastando inmisericorde a los má s dé biles; el rey que no retrocedió ante ninguna alevosí a y crueldad, que hizo todas sus guerras en nombre del Dios cristiano y cató lico; el rey que, con un poder soberano como pocos y a la vez como buen cató lico, combinó guerra, asesinatos y piedad religiosa, que «inició con toda premeditació n su reinado cristiano el 25 de diciembre», que con su botí n construyó iglesias por doquier, las dotó esplé ndidamente y en ellas oró, que fue un gran devoto de san Martí n, que llevó a cabo sus «guerras de los herejes» contra los arrí anos de Galia «bajo el signo de una intensa veneració n a san Pedro» (K. Hauck), y a quien los obispos en el Concilio Nacional de Orleans (511) exaltaron como «un alma realmente sacerdotal» (Daniel-Rops). É se fue Clodoveo. Un hombre que, al escuchar la pasió n de Jesú s, parece que dijo que de haber estado allí é l con sus francos, no se habrí a cometido tal injusticia contra el Señ or; con lo cual ya entonces se mostró, en palabras del viejo cronista, como «un auté ntico cristiano» (chris-tianum se verum esse adfirmat: Fredegar). Y como dice tambié n el teó -
logo actual Aland: «Y es seguro, y una y otra vez lo manifiesta en las distintas actuaciones de su reinado, que se sentí a cristiano, y ciertamente que cristiano cató lico». En una palabra, ese hombre que se abrió camino «con el hacha» hasta encaramarse al gobierno absoluto de los francos —como dice grá ficamente Angenendt— no fue ya simplemente un rey militar, sino que gracias precisamente a su alianza con la Iglesia cató lica llegó a ser el «representante de Dios sobre la tierra» (Wolf). Un hombre que, finalmente, encontró en compañ í a de su esposa santa Clotilde su ú ltimo lugar de reposo en la iglesia parisiense de los Apó stoles, que despué s se llamó Sainte-Genevié ve, al morir el añ o 511, recié n cumplidos los cuarenta añ os: un gran criminal, taimado y sin miramientos, que se afianzó en el trono y, segú n el historiador Bosi, «un bá rbaro, que se civilizó y cultivó... ». Pero ¿ cuá ndo, dó nde, có mo? 4* El teó logo Aland califica a Clodoveo de afí n a Constantino y eufe-mí sticamente dice que ambos fueron hombres de poder, soberanos violentos y cree que justificadamente: «Tiempos tan rudos só lo podí an controlarlos varones de esa í ndole». Pero ¿ son los tiempos rudos los que forjan hombres rudos? ¿ O no es má s bien a la inversa? Unos y otros está n í ntimamente unidos. Y ya san Agustí n habí a corregido la estú pida acusació n de los tiempos: «Nosotros somos los tiempos; cuales somos nosotros, así son los tiempos». Aland quiere dejar pendiente la cuestió n de si Constantino y Clodoveo fueron cristianos. «Porque tanto los hijos de Constantino como de Teodosio fueron gobernantes, de cuya confesió n cristiana no puede haber la menor duda, y sin embargo cometieron hechos de sangre perfectamente equiparables. Si queremos entenderlos hemos de liberarnos de semejante valoració n moral de la historia. Pues, en definitiva, ¿ quié n de nosotros, cuyo pueblo tiene tras de sí una historia de 1. 500 añ os bajo el signo del cristianismo, puede decir de sí mismo que es cristiano? Lutero habla del cristianismo, que siempre está hacié ndose y que nunca está terminado. »47 Los cronistas merovingios glorifican a Clodoveo principalmente por dos motivos: por su bautismo y por sus muchas guerras. Se hizo cató lico derribando y depredando todo cuanto a su alrededor pudo destrozar o depredar. Y así, de un insignificante principado territorial creó un poderoso imperium germano-cató lico, selló en Francia la alianza entre el trono y el altar y a todas luces se convirtió en el instrumento elegido del Dios que dí a tras dí a abatí a a sus enemigos delante de é l, «porque ante Dios caminaba con recto corazó n obrando cuanto era agradable a sus ojos», segú n el elogio entusiasta del santo obispo Gregorio. 48 Mientras se contempla de ese modo la historia, mientras se siga al margen de su valoració n «moral» y mientras la gran mayorí a de los historiadores continú a arrastrá ndose ante tales bestias hipertró ficas de la historia universal con respeto, reverencia y admiració n, o al menos con gran comprensió n y siempre con una consideració n profunda, mientras no se quiera, pueda o deba «moralizar» sino simplemente «entender» —mover el agua a los poderosos, para decirlo con toda franqueza—, la historia continuará discurriendo como discurre.
CAPÍ TULO 3
LOS HIJOS DE CLODOVEO
«Tambié n los sucesores del primer gran rey tranco protegieron a la Iglesia y el culto: se desarrolló el monacato..., se combatió con creciente energí a los restos del paganismo... Las obligaciones de la monarquí a, que segú n la antigua doctrina cristiana eran asegurar la paz interna, el premio de los buenos y el castigo de los malos, se convirtieron en elementos constitutivos de una é tica de los gobernantes en constante progreso... » H. H. ANTÓ N1
«Fue una generació n ambiciosa y diná mica la que construyó ese mundo nuevo, una generació n capaz de entusiasmarse a la vez que consciente del deber y que no quedó presa en el indigno materialismo, en el que se habí a hundido el mundo romano. » franz zach, CATÓ LICO2
Воспользуйтесь поиском по сайту: ©2015 - 2024 megalektsii.ru Все авторские права принадлежат авторам лекционных материалов. Обратная связь с нами...
|