El encumbramiento de los mcrovingios
El solar originario de los francos, cuyo nombre se asoció a comienzos de la Edad Media con los conceptos de «valiente», «audaz» y «atrevido», estuvo en el Bajo Rin. Su pueblo, que careció de una direcció n unitaria, surgió probablemente de la coalició n de numerosas tribus pequeñ as a lo largo de los siglos i y ii cristianos, entre los rí os Weser y Rin. Se les menciona por vez primera apenas superada la primera mitad del siglo ni, cuando sostuvieron luchas encarnizadas contra los romanos que se prolongarí an a lo largo de los siglos iv y v. Los francos asentados en la orilla derecha del rí o abrieron brecha entonces en la lí nea romana de defensa del Rin, que probablemente algunos ya habí an superado antes infiltrá ndose en la regió n limí trofe. Avanzaron sobre Xanten, que la població n romana habí a evacuado hacia 450, habié ndola ocupado despué s la pequeñ a tribu franca de los chatuarios. Penetraron despué s en el territorio entre el Rin y el Mosela; tomaron Maguncia y Colonia, ciudad é sta que al ocuparla definitivamente hacia 460 convirtieron en el centro de un Estado franco independiente, la Francia Rinensis, inmediato a la orilla izquierda del gran rí o. Poco a poco se anexionaron el territorio del Mosela hasta el Maas. Durante la primera mitad del siglo v conquistaron cuatro veces la ciudad de Tré veris y otras tantas la recuperaron los romanos, hasta que en 480 pasó a ser definitivamente de los francos. El nú mero de sus habitantes, de unos 60. 000 en el siglo iv, descendió a unos pocos millares en el siglo vi. Los invasores fundaron en Bé lgica y Francia septentrional pequeñ os principados francos, sometido cada uno de ellos a un regulus o reyezuelo. Ya hacia 480 toda la regió n renana entre Nimega y Maguncia, el territorio del Maas en torno a Maastricht, así como el valle del Mosela desde Toul a Coblenza, pertenecí an a la Francia Rinensis. Los romanos permitieron el asentamiento a los francos con la condició n de que les prestasen como «foederati» (aliados) ciertos servicios militares y llegaron a ser sus compañ eros de armas má s leales de todos los germanos, aunque por lo general se desgarraron entre feroces contiendas tribales. Pero al final fueron los merovingios los que pujaron por toda la Galia romana. " A finales del siglo v los rí os Somme y Loira enmarcaban aproximadamente la parte del territorio que todaví a controlaban los romanos, rodeados casi por completo de pueblos germá nicos. Los territorios má s extensos los ocupaban visigodos y burgundios en el sur y el sureste, los alemanes estaban asentados en el este y los francos en el norte, aproximadamente entre el Rin y el Somme. Pero así como los germanos estrangulaban a los romanos, así tambié n los francos se asfixiaban mutuamente en pequeñ as tribus gobernadas por reyezuelos y con un poder muy limitado tanto territorial como polí ticamente. Eran, sin embargo, unas tribus organizadas democrá ticamente, de una forma «militar-democrá tica», y sus caudillos dependieron siempre considerablemente de la voluntad de todo el pueblo libre. La «totalidad de \osfranci», de los hombres de armas libres, elegí a al rey y lo deponí a cuando ya no se ajustaba a sus deseos. 5
Uno de aquellos primeros reyezuelos, de los que algo sabemos, fue Clodio (hacia 425-hacia 455), el caudillo de los salfrancos que avanzaron a sus ó rdenes desde Toxandria. Hacia 425 se apoderó de la ciudad romana de Cambrai en el curso superior del Shelde; aproximadamente en 435 sufrió una grave derrota a manos de Aecio, general en jefe del ejé rcito romano y en la prá ctica supremo gobernador de la Galia, cerca de Arras. Pero el añ o 455 ocupó el territorio hasta el Somme. Clodio es el primer merovingio del que se conservan testimonios fiables. A su linaje pudo pertenecer Merovech, sin duda un pariente coetá neo y antepasado y tronco de la dinastí a que lleva su nombre, que desde el siglo iv fue una de las «familias principescas» má s destacadas de los francos. Y pronto los salios, de gran agresividad (a diferencia, por ejemplo, de los reyes francos renanos que gobernaban en Colonia, los jefes de la Francia Rinensis, de las provincias de Maguncia y del Mosela, merovingios en sentido agná tico o de descendencia por lí nea masculina), dominará n durante dos siglos en la Galia. 6 Merovech, el hé roe epó nimo, que segú n la tradició n legendaria fue criado en la playa por un monstruo marino, mitad hombre mitad toro (la cabeza de toro desempeñ a un papel importante en el simbolismo de los merovingios), fue padre de Childerico I, un prí ncipe franco que gobernó en Tournai. Todaví a bajo el mando supremo de los comandantes galorromanos —Egidio, el conde Paulo, Siagrio, hijo de Egidio— con residencia en Soissons combatió contra visigodos, sajones y alanos (¿ o alamanes? ); pero en su larga lucha contra los germanos como aliado de Roma, Childerico acabó forjando su propio poder. Cierto que sirvió con lealtad; pero al haberse hecho má s poderoso a la sombra de los militares galorromanos, parece que empeoraron sus relaciones con Siagrio (469-486),
el «rex romanorum» (Gregorio de Tours). Por el contrario, Childerico, que probablemente acabó al mando de la llamada «Bé lgica secunda» —una provincia todaví a formalmente romana, aunque gobernada de hecho por pequeñ os prí ncipes salfrancos—, mantuvo buenas relaciones con la iglesia gala, con la cual contactaron tempranamente los francos del Rin y del Somme. Pues, aunque no era cristiano y, segú n el obispo Gregorio, era tan rijoso con las hijas de sus francos que por algú n tiempo hubo de huir a Turingia, concedió ya algunas inmunidades a iglesias y clé rigos y mantuvo buenas relaciones con el episcopado belga, especialmente con el metropolitano de Reims. Childerico murió en 482. Casi mil doscientos añ os despué s, en 1653, un mé dico de Amberes descubrió su tumba en Tournai, dotada de tales riquezas y suntuosidad que superaba con mucho las má s de 40. 000 tumbas del perí odo merovingio, sacadas a la luz por los arqueó logos. El rey de Tournai, que apareció envuelto en un vestido de brocado ricamente recamado, con su caballo, insignias, armas y muchas monedas de oro y plata, habí a sido inhumado en su residencia. En 1831 desaparecieron (tambié n) en buena parte esos tesoros funerarios, debido a un robo con fractura en la galerí a de arte imperial de Parí s. Sic transit gloria mundi.
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