«Destrucción demostrativa..»
Durante el perí odo merovingio a menudo pasaron a un primer plano en la evangelizació n ciertos «problemas de poder del Dios de los cristianos»: de una parte, los «milagros»; de la otra, la destrucció n de los lugares de culto paganos. Las imá genes de los dioses —mediante una aniquilació n impune— fá cilmente se demostraron como obra impotente del hombre, mientras que el «espiritual» Dios cristiano reinaba intocable sobre las nubes del cielo. Ademá s, los francos paganos eran por lo general tolerantes y no contaban con una casta sacerdotal en tanto que se enfrentaban a una organizació n eclesiá stica faná tica, que no retrocedí a ante los bautismos forzosos, si bien es verdad que al menos en los comienzos se daba por contenta con una condenació n formal de las creencias viejas y con una confesió n de labios de la nueva fe. Certeramente califica R. W. Southern la Europa medieval como una sociedad coactiva, en la que cada persona triunfaba por el bautismo. 29 Mas eso no fue todo; pronto se empezó tambié n con la demolició n de los templos y los altares paganos. Así, ya hacia 336 los cristianos de Tré veris arrasaron el recinto sagrado de Altbachtal, probablemente por iniciativa del obispo del lugar, san Má ximo, y de san Atanasio (que por entonces viví a en Tré veris). No menos de 50 capillas con dioses nó rdicos, un teatro para representaciones cú lticas y un santuario de Mitra fueron arrasados hasta los cimientos. En Bonn fueron destruidos algunos altares consagrados de las matronas aufinianas. En Karden las amplias instalaciones, que comprendí an el templo principal de Marte, fueron reducidas a escombros hacia el 400. Se destruyó un gran templo en el nacimiento del Sena y otro en Orleans (al que se pegó fuego por orden de la reina Radegunda, una santa cató lica), y ya a finales del siglo ni el Mithraeum o templo consagrado a Mitra en Mackwiller. Y cuanto má s poderoso se hací a el cristianismo, mayor fue la violencia: «la destrucció n demostrativa de lugares de culto paganos se ha convertido en un rasgo frecuente de la historia de las conversiones» (Schieffer). 30 San Galo, tí o de san Gregorio de Tours y má s tarde obispo de Cler-mont-Ferrand, siendo sacerdote y «compañ ero» de Teuderico I, el hijo mayor de Clodoveo, redujo a cenizas en Colonia un templo pagano con todos los «í dolos», y só lo con gran dificultad pudo el rey salvarlo de la furia de los campesinos. «Miembros de madre y exvotos por curaciones y para los banquetes en el santuario, que tanto irritaron a Galo, existí an tambié n en las iglesias martiriales» (Oediger). Tal vez se irritó tambié n en buena medida por eso. Pero en el canto coral «hechizaba a cuantos le escuchaban» y, ya de obispo, «resplandeció con todas las virtudes de un verdadero pontí fice», incluido el «don de los milagros» (su fiesta es el 1 de julio). 31
Hacia 550 el diá cono Wulfilaich indujo a los «rustid in territorio Tre-vericae urbis» (los campesinos de la ciudad de Tré veris) a la demolició n de una estatua imponente de Diana (originariamente sin duda de Ar-duinna, la diosa celta), «a la que el pueblo supersticioso adoraba idolá tricamente». Como é l era demasiado dé bil, lo hicieron por é l los campesinos, despué s de que «sin cesar» hubiese debilitado la voluntad de la gente sencilla. «Pues las otras imá genes, que eran má s pequeñ as, ya é l personalmente las habí a hecho añ icos. » Sin duda, tambié n allí ocurrieron milagros. 32 Algunos de los santos cristianos conocidos en la lucha contra el paganismo se convirtieron en incendiarios y salteadores. En el Tirol trabajó san Vigilio, obispo de Trento, «con celo fervoroso en la difusió n del cristianismo» (Sparber), hasta que un dí a destruyó en Rendenatal un í dolo muy venerado, que se alzaba sobre una roca escarpada, una estatua de Saturno. Unos 400 campesinos irritados, «paganos, obstinados y feroces», lo apedrearon. En Italia le está n dedicadas muchas docenas de iglesias. En Monte Cassino tambié n san Benito (fallecido en 543), el «padre del monaquisino occidental», y cuya severidad provocó varios intentos de asesinato contra é l por parte de sus primeros monjes y del sacerdote Florentino, se cebó contra el antiguo templo de Apolo, el ú ltimo templo de ese dios que recuerda la historia. Benito todaví a encontró allí paganos, taló sus bosques sagrados y destruyó el í dolo y el altar; pero todaví a en 1964 el papa Pablo VI lo nombró patró n de Europa. 33 En la regió n de Bregenz un irlandé s, llamado san Columbano el Joven (fallecido en 615), con la ayuda de sus monjes extirpó por completo la idolatrí a, mientras que de forma directa o indirecta enriquecí a el mundo con cerca de un centenar de monasterios en el siglo vil. Poco despué s Columbano marchó a la Galia, donde «la vida cristiana casi habí a desaparecido y só lo se mantení a la confesió n» (Joñ as von Bobbio), y allí fundó la propaganda cató lica («mission») en el interior del continente. El asceta severo, que exigí a la «mortificació n» (mortifi-catio) y cuya Regula monachorum imponí a castigos draconianos por las «faltas» má s ligeras, fue al mismo tiempo un importante personaje polí tico. Mimado por los merovingios y perseguido por Brunichilde («una segunda Jezabel») así como por «Teuderico el perro», y en disputa tambié n con obispos borgoflones, pasó huyendo de un lugar a otro en su «peregrinatio pro Dei amare» o «pro Christo», obrando milagros de curació n y de castigo, siempre en lucha contra la «superstició n de los paganos» («Destruid a sus hijos») y sus templos, a los que habí a que «pegar fuego». Pese a lo cual, todaví a en el siglo xx el Lexikon fü r Theologie und Kirche magnifica su «celo fervoroso». Tras la eliminació n de Teudeberto II por Teuderico en 712, Columbano escapó de los merovingios cató licos a Italia, buscando la protecció n del rey longobardo Agilulfo, que era arriano. Pero continú a prestando su ayuda contra las inundaciones y las enfermedades mentales y se le tiene por patró n de Irlanda. La institució n misionera Society of St. Columban, fundada en Dublí n en 1916, ha desarrollado su actividad sobre todo en China. Y en la propia Irlanda es evidente que todaví a hoy continú a dejá ndose sentir el «celo fervoroso» de Columbano.
Uno de sus discí pulos, san Galo, le asistió en su labor misionera y, expulsado de Borgoñ a, en las regiones ribereñ as de los lagos de Zurich y de Constanza derribó templos, quemó bosques sagrados y, en una palabra, emprendió la caza de í dolos, para abrir por Jesucristo «el camino del reino de los cielos» a la generació n pagana «hundida en la inmundicia». Por su parte se mantuvo firme en sus criterios en constantes en-frentamientos con Columbano —entre santos andaba el juego—, de quien se separó. Y mucho tiempo despué s de que su tumba fuese repetidamente violada y de haberse operado en ella numerosos milagros, el violador de templos ascendió a la categorí a de «santo nacional», a la vez que patró n de St. Gallen y de los enfermos de fiebre, así como santo protector de gansos y gallinas. 34 Particularí sima fortuna espiritual tuvo Amando, oriundo de Aquita-nia, formado en el monasterio de Oye (en La Rochelle) y má s tarde obispo misionero, apó stol de los belgas y hombre de confianza del papa Martí n I. En una peregrinació n a Roma se le apareció san Pedro en persona. Pero, aun con la ayuda celeste, no siempre le fueron bien las cosas. Como en los alrededores de Gante, su epicentro propagandí stico, despreciasen su buena nueva, obtuvo un decreto real imponiendo el bautismo por la fuerza; caso ú nico segú n parece en la historia misionera del perí odo merovingio. Tambié n parece que se convirtieron «voluntariamente» los viejos creyentes por la acció n de sus milagros (entre los cuales la resurrecció n de un ejecutado) aunque para Amando —como para muchos otros monjes de la mentalidad de Lueuil— no era tan importante el bautismo de los paganos como el afianzamiento del cristianismo segú n las orientaciones de Roma. En la Galia septentrional misionaron tambié n el monje infatigable Joñ as de Bobbio, ayudante de Amando, y los santos Vadasto, Audo-mar, Ursmar, Lupus o Eligió, obispo de Noyon. Entre los numerosos milagros de este ú ltimo la cristiandad celebró especialmente su «Operació n caballo». Eligió cortó la pata a un jamelgo recalcitrante, al que te- ní a que herrar, le fijó có modamente la herradura sobre el yunque y despué s volvió a colocarle la zanca al animal. Y naturalmente se ganó, entre otras cosas, el patronazgo de los herradores. Y en su honor se celebra todaví a hoy junto al lago de Constanza la «Eulogiusritt» con la bendició n de los caballos. 35 Uno de los combatientes má s feroces contra el paganismo en el Occidente europeo fue Martí n de Tours (fallecido en 397). Pese a la obstinada resistencia que en ocasiones le opusieron los campesinos, con ayuda de sus secuaces que formaban la horda monacal, arrasó los templos, derribó las piedras de los druidas y taló encinas sagradas, defendidas a menudo con sañ a. «Pisoteó los altares y los í dolos», segú n Sulpicio Severo. Y, ello no obstante, el santo era «un hombre de admirable mansedumbre y paciencia; de sus ojos irradiaban una serenidad apacible y una paz imperturbable... » (Walterscheid, con imprimá tur).
El paladí n de la fe contaba sin duda con los mejores requisitos para la aniquilació n del paganismo. Habí a coronado una carrera de valentó n en el ejé rcito romano (siendo Juliano emperador) y habí a iniciado su trayectoria cristiana como expulsador de demonios. Es significativo que creyese ver al diablo en figura de Jú piter, de Mercurio e incluso de Venus y Minerva, teniendo por lo demá s la firme convicció n de que Satá n se escondí a en los «í dolos». Debido a sus «resurrecciones de muertos» Martí n llegó a obispo, convirtié ndose despué s en el santo de los reyes merovingios y de los emperadores carolingios, para acabar siendo el santo patró n de los franceses. Todaví a hoy son 425 los pueblos de Francia que llevan su nombre. El nombre de un incendiario, de un ladró n, que con los pedestales de los paganos arruinó lo má s santo y arrasó todos los templos, pasó a ser el «sí mbolo de la iglesia imperial franca» y, má s aú n, «parte integrante de la cultura imperial de los francos» (Bosi). Su fama internacional se la debió al rey asesino Clodoveo, que sentí a una enorme veneració n por Martí n; por su causa mató a palos a un soldado propio, que habí a cogido algo de heno en los campos del hombre de Dios: «¿ Dó nde quedan nuestras perspectivas de victoria, si ofendemos al santo Martí n? ». En sus expediciones militares los prí ncipes merovingios llevaban la legendaria capa de este hombre como una reliquia sagrada. Sobre ella se formulaban los juramentos y se pactaban las alianzas. El lugar en que se conservaba se llamó Capella (diminutivo de capa), y el responsable clerical de la misma capellanus. Tal es el origen de las palabras «capilla» y «capellá n», que con pequeñ as variantes han entrado en todas las lenguas modernas... Y, como quiera que en todos los lugares en los que habí a arrasado los centros de culto paganos, de inmediato hací a construir sobre las ruinas edificios cristianos, y entre ellos el primer monasterio galo (Ligugé ), todaví a hoy es conside-
rado como «el precursor del monaquismo occidental» (Viller Rahner). 36 Las destrucciones de templos gentiles las certifican muchas fuentes eclesiá sticas, como las Vidas del arzobispo de Lyon, Landberto, de los osbispos Gaugerico de Cambrai, Eligió de Noyon, Lupus de Sens, Hug-berto de Tongern y Lovaina o del abad y obispo misionero Amando. 37 Los monasterios se levantaron preferentemente sobre las ruinas de templos paganos arrasados. Así surgieron, por ejemplo, San Bavó n en Gante, San Medardo en Cambrai, el monasterio de Wulfilaico en Epo-sium o Fleury-sur-Loire, que ocupó el lugar de un antiguo santuario druida de los galos. El Martyrium de San Vicente de Agen, levantado ya en el siglo iv, se alzó evidentemente sobre un fanum pagano. En Colonia, donde tal vez predicó el cristianismo Ireneo de Lyon, se ha encontrado bajo la iglesia de Santa Ú rsula una amplia necró polis pagana. 38 Aunque en Occidente se cerraron sin má s muchos templos y muchos altares simplemente fueron retirados, entre francos, sajones y frisones la Iglesia quemó o destruyó por entero los santuarios paganos, convirtió los lugares de sacrificio en cañ adas de ganado y taló á rboles sagrados; y todo ello pese a que sobre todo en el perí odo merovingio el verdadero má rtir de la fe fue «ciertamente un valor raro» (Graus). Pero cuanto má s avanzaban las conversiones, tanto menor era el miramiento con que el clero lo arrasaba todo..., aunque el vicario capitular Konrad Al-germissen pretenda hacernos creer que só lo «en casos muy contados» se llegó a la «adaptació n forzosa»; y, naturalmente nunca «con mé todos violentos por parte de Roma o de la Iglesia, sino por parte de prí ncipes germá nicos». (Sin embargo, el mentiroso tení a «ante los ojos la palabra " verdad" como norma... de todas mis explicaciones», y ademá s ya en el pró logo —¡ en 1934! — exaltaba el Estado nazi y su gobierno; y se entiende que todo ello con imprimá tur eclesiá stico. )
Estado e Iglesia promovieron al alimó n la difusió n de la nueva fe y la aniquilació n de las creencias antiguas. Así el rey Childeberto I en una constitució n del añ o 554 —«de acuerdo, sin duda, con los obispos» (A. Hauck)— ordenaba: «Los í dolos paganos de los campos y las imá genes dedicadas a los demonios deben ser retirados de inmediato, y nadie puede impedir a los obispos el que los destruyan». En el siglo siguiente el papa Bonifacio V (619-625) propagó el cristianismo por Inglaterra y escribí a a Edwin, rey de los anglos, en estos té rminos: «Deberí ais destruir a los que hasta ahora habé is tenido por dioses, estando hechos de material terreno, con todo celo hay que destrozarlos y hacerlos añ icos». Y así, poco tiempo despué s, en 627, Coifi, arcipreste convertido de Northumbria, rompió una lanza en su propio templo. 39 El Concilium Germanicum, el primer concilio convocado en 742-743 en el territorio germá nico del imperio franco, disponí a asimismo que «el pueblo de dios no fomente ninguna cosa pagana, sino que rechace y aborrezca toda inmundicia de los gentiles, ya se trate de ofrendas a los muertos o adivinació n, de amuletos o signos de protecció n, de conjuros o sacrificios conjuradores, que gentes necias ofrecen junto a las iglesias y a la manera pagana, invocando a los santos má rtires y confesores, con lo que provocan la có lera de dios y de los santos, para acabar alrededor de los fuegos sacrilegos, que ellos llaman " neid fyr" ». 40 Cualquier otra creencia resulta abominable, o insoportable pura y simplemente, para los defensores de la fe «verdadera», de la ú nica fe verdadera y beatificante. Y así el ejercicio de los cultos paganos estuvo legalmente penado con graves castigos: proscripció n má s o menos larga o de por vida, privació n de derecho o de sepultura sagrada, confiscació n de bienes o, tratá ndose de pobres, reducció n a la esclavitud. Fueron objeto de severas prohibiciones el comer «de los manjares ofrecidos a los í dolos», los banquetes, cantos y bailes paganos, así como la conservació n de estatuas de dioses, que incluso las subterrá neas sirvieron como material de construcció n para capillas cristianas. 41 A fines del siglo vm el Indiculus superstitionum paganorum, con destino a los «convertidores de los paganos» de la Gemianí a occidental, enumera treinta prá cticas, condenadas con antelació n por los concilios galos: magia, conjuro de tempestades, adivinació n, determinados banquetes, bailes, ritos del culto fú nebre, sacrificios y fana para los genios de los á rboles, piedras y fuentes, fiestas y sacrificios, sobre todo los ofrecidos en honor de Jú piter (Donar) y de Mercurio (Odí n). 42 Pero los supuestos polí ticos y militares para todas esas medidas misioneras se establecieron entre los francos bajo su primer gran caudillo, que fue Clodoveo I.
CAPÍ TULO 2
CLODOVEO, FUNDADOR DEL GRAN IMPERIO FRANCO
«... Una de las figuras má s descollantes de la historia universal. » wilhelm VON GlESEBRECHT, HISTORIADOR1
«Y es seguro que é l se supo cristiano, y cristiano cató lico, cosa que se manifiesta una y otra vez en las distintas actuaciones de su reinado. » kurt aland, TEÓ LOGO2
«Asociado a la gran unidad viva, que es la familia de la Iglesia cató lica, sin haber pasado por un perí odo confuso de incultura arriana, ese pueblo fuerte e inteligente [de los francos] asimiló un alimento espiritual constante que lo capacitó para la grandeza. » hartmann grisar, SJ3
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