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Afanes belicosos de los papas




 

Por aquella é poca reinaba en Roma Pelagio II (579-590), que má s tarde murió de peste. Habí a sido elegido papa mientras los longobardos asediaban la ciudad. Y así se apresuró a pedir auxilio, tanto al emperador Tiberios II (578-582) como al rey Guntram. Los invasores arrí anos no só lo combatí an al imperio romano, sino tambié n la Iglesia y la jerarquí a romanas, asociadas con é l (y no tanto la fe cató lica desde hací a ya mucho tiempo). Y perseguí an la unificació n de Italia con Roma como capital. Eso lo habí a conseguido el papa con su influencia, pues de otro modo no habrí a sido má s que el primado de una iglesia territorial. Y así se llegó al primer afá n belicoso papal dirigido a los francos. Lo cual iba a crear escuela...

Pelagio enví a entonces unas reliquias al obispo franco Aunacar de Auxerre, al tiempo que solicita apremiantemente la intervenció n de los reyes francos en favor de Roma. Se irrita contra los «idó latras» longobardos y escribe que serí a justo y conveniente «que vosotros, otros miembros de la Iglesia cató lica, unidos en un cuerpo bajo la direcció n de una cabeza, os apresuraseis con todas vuestras fuerzas en ayuda de nuestra paz y tranquilidad por causa de la unidad del Espí ritu Santo. • Pues no consideramos inú til (ptiosum) sino admirablemente dispuesto por la providencia divina el que vuestros reyes sean iguales al imperium romanum en la confesió n de la recta fe; y que así surgiesen auxiliares cercanos a esta ciudad y a toda Italia. Cuidad, pues, querido hermano, de que vuestro amor no se muestre tibio cuando Dios ha dado el poder a vuestros reyes para ayudamos... ». Y al final insiste de nuevo: «Os exhortamos, pues, a que liberé is los santuarios de los Apó stoles, cuya fuerza buscá is, de la contaminació n de los paganos, en la medida y prontitud que está en vuestras manos, y solicité is apremiantemente a vuestros reyes a que rompan lo má s pronto posible con la amistad y alianza del perverso enemigo, los longobardos, con decisiones saludables, a fin de que cuando llegue el tiempo de la venganza, que de la misericordia de Dios esperamos cercano, no sean

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 hallados como sus có mplices». 23

Pero ni las misivas ni las reliquias enviadas surtieron efecto. Las luchas en que estaban implicadas las fuerzas dentro del propio territorio impidieron la intervenció n de los francos.

Ni fue ú nicamente con los longobardos, «esa nació n impí a» —como escribió a su sucesor Gregorio en 584, en Constantinopla—, aunque los longobardos eran cristianos desde mucho tiempo atrá s, con los que Pelagio tuvo que ver. Tambié n pidió la ayuda del Estado contra el obispo de Forum Sempreonii (Fossombrone). Primero quiso encerrar en un monasterio al obispo recalcitrante, despué s hubo de conducirlo por la fuerza a Roma el magister militum Juan. Tambié n los obispos de Vene-cia y de Istria se enfrentaron al papa. Pertinazmente se mantuvieron en las concepciones cismá ticas, que habí an sostenido desde los tiempos del papa asesino Vigilio y de la disputa de los Tres Capí tulos. Y así quiso tambié n Pelagio arrastrar hasta Roma o ante la presencia del emperador a los poderosos arzobispos de Milá n y de Aquileya, los prelados má s poderosos del norte, que evitaban el trato con é l; y con ese fin requirió la ayuda de Narsé s y de otros generales. Pero los esfuerzos papales, a una con varias misivas de Gregorio, el futuro papa que justificó extensamente la condena de los Tres Capí tulos, no tuvieron é xito. A pesar de las repetidas «medidas policiales», que «dieron firmeza... a las exhortaciones papales» (Lexikon fiir Theologie), el cisma del norte de Italia se mantuvo, incluso má s allá del pontificado de su famoso sucesor. 24

En 584 Pelagio II llamó de nuevo a los francos. Y ahora estalló la guerra, debido especialmente a que el emperador oriental Maurikios (582-602), recié n coronado, renovó con los francos una alianza que iba contra los longobardos. El bizantino, a quien Pelagio solicitó asimismo ayuda militar, pagó al rey Childeberto II el hijo sin escrú pulos de Sigi-berto, que no se detení a ante ningú n pacto, la considerable suma de 50. 000 só lidos de oro, para que expulsase a los longobardos. Estalló entonces una guerra de siete añ os (584-591), aunque con algunas treguas.

De primeras el rey invadió Italia (584), los longobardos se comprometieron a pagarle un tributo anual de 12. 000 só lidos, a Childeberto. Despué s el emperador Maurikios quiso recuperar su dinero; pero «ni siquiera obtuvo respuesta» (Paulo el Diá cono), y menos aú n el dinero. Así que en 585 hubo otra incursió n. Mas como Childeberto tení a sus proyectos contra los visigodos, rá pidamente se reconcilió con los longobardos; má s aú n, prometió su hermana Clodosvinda a su rey Authari, que le recompensó largamente. Pero, cuando al añ o siguiente (586) se convirtió al catolicismo el rey de los visigodos Recaredo —con lo que la polí tica austria «alcanzaba la meta de sus deseos» (Bü ttner)—, Childeberto cambió una vez má s sus planes, evidentemente por motivos religiosos. Y ahora prometió su hermana Clodosvinda —que todaví a no se


 

habí a desposado con Authari, el rey longobardo y amano— al cató lico Recaredo, a la vez que enviaba embajadores a Bizancio para anunciar la continuació n de la guerra con los longobardos. 25

Tambié n procuró Childeberto movilizar a su tí o Guntram contra los longobardos. Cierto que é ste se negó, perp a pesar de ello Childeberto y Brunichilde armaron un cuerpo expedicionario, al tiempo que enviaban las cartas correspondientes al emperador y tambié n, significativamente, a los obispos de Constantinopla y de Melitene así como al apokrisiar de la sede pontificia en Constantinopla. Otra misiva al arzobispo de Milá n le rogaba que informase al exarca de Ravenna de la inminente campañ a militar, a fin de que a su vez se preparase contra los Idngobardos. Estos querí an ciertamente evitar el conflicto y enviaron una embajada con regalos a Childeberto en estos té rminos: «Haya paz entre nosotros: no nos destruyas y te estaremos sujetos y te pagaremos un determinado tributo». Pero los francos marcharon contra ellos, y en 588, sufrieron tal derrota «que no se recuerda una semejante desde los tiempos antiguos», segú n Gregorio de Tours. 26

Pero pronto irrumpieron de nuevo en Italia con un gran reclutamiento de tropas a las ó rdenes de veinte duques; devastaron y asesinaron por doquier, como má s tarde los caballeros cruzados, empezando ya por su propio territorio, «hasta el punto de que podrí a pensarse que guerreaban contra su propia tierra» (Gregorio). En Italia, por el contrario, en alianza con el exarca de Ravenna, só lo tuvieron é xitos parciales, aunque su irrupció n no quedó ya limitada a una algarada de saqueo, sino que fue una guerra entre dos frentes perfectamente definidos. Mediante un amplio movimiento de tenaza intentaron acabar con los longobardos y reconquistar los territorios que en tiempos habí a ocupado Teudeberto I. Cierto que en mú ltiples combates obtuvieron las zonas de tierra abiertas o no fortificadas de Italia septentrional así como numerosos burgos haciendo numerosos prisioneros; pero fracasaron en la mayor parte de las ciudades fortificadas y especialmente en Paví a, sufrieron ademá s disenterí a y hambre, por lo que minados por las enfermedades y privaciones hubieron de volverse atrá s. De todos modos en 591 Childeberto impuso a los longobardos un nuevo tributo anual de 12. 000 chelines de oro. Lo pagaron casi treinta añ os, hasta que Clota-rio II lo canceló en 617-618 con el pago ú nico del monto correspondiente a tres añ os. 27

El acontecimiento eclesiá stico-polí tico má s destacado en los once añ os del pontificado de Pelagio fue la conversió n en Españ a de los visigodos arrí anos al catolicismo bajo Recadero. Y mientras los ostrogodos, el pueblo hermano germá nico oriental, era borrado de la historia por los gobernantes cató licos, los visigodos convertidos al catolicismo se destruí an a su vez má s y má s.


 

CAPÍ TULO 6

 

 

LA CONVERSIÓ N DE LOS VISIGODOS AL CATOLICISMO

 

 

«Ningú n otro paí s del mundo occidental experimentó una transformació n tan profunda y duradera por partedel cristianismo como Españ a.

WlLLIAM culican'

 

 

«En el perí odo cató lico el clero hispanorromano alcanzó una influencia decisiva... La cultura superior del alto clero toledano y el cará cter moderado de los gobernantes, que se esforzaron celosamente por adecuarse a las decisiones de los concilios de Toledo, fueron las causas naturales de esta forma prá ctica de gobierno... »

antonio ballesteros Y BERET-I-A2

 

 


 

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