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El arriano Leovigildo y la oposición católica




 

Pero Leovigildo, el ú ltimo rey arriano de los visigodos, reforzó ciertamente el poder de la corona. Mejoró el sistema monetario, y revisó las leyes completando deficiencias y eliminando aspectos superfluos. Fue el primer prí ncipe germano que fundó ciudades, a la má s importante de las cuales la llamó Reccá polis, del nombre de su hijo Recaredo (en el curso superior del Tajo). Durante su reinado de dieciocho añ os volvió a unificar el reino visigodo, que estaba resquebrajá ndose. Incluso san Isidoro de Sevilla, que achaca los é xitos de Leovigildo al favor del destino y a la valentí a de su ejé rcito, admite que los godos, reducidos hasta entonces en Españ a a un pequeñ o rincó n, llegaron a ocupar la mayor parte del territorio. «Só lo el error de la herejí a oscureció la fama de su bravura. »"

É se era naturalmente el punto decisivo: «el pernicioso veneno de esa doctrina», la «peste mortal de la'herejí a». «Lleno de la furia de la infidelidad arriana persiguió a los cató licos y desterró a la mayor parte de los obispos. Privó a las iglesias de sus ingresos y privilegios y mediante mé todos de terror empujó a muchos a que se pasasen a la pestilencia arriana y a muchos má s se los ganó sin persecució n alguna con oro y regalos.


 

Ademá s de otras depravaciones heré ticas osó incluso rebautizar a los cató licos, y no só lo a laicos sino tambié n a miembros del estado sacerdotal, como a Vicente de Cesaraugusta, al que hizo de un obispo un apó stata, precipitá ndolo como si dijé ramos del cielo al infierno. »12

En realidad, y frente al catolicismo radicalmente intolerante, pues ya se habí a afianzado en el reino visigó tico, Leovigildo llevó a cabo una polí tica probada de distensió n. Durante su reinado se fundaron muchos monasterios y se edificaron muchas iglesias. Personalmente el rey dotó de bienes raí ces al abad Nanctus y a sus monjes, llegados de Á frica. Má s aú n, transigió teoló gicamente con los cató licos mediante ciertas concesiones en la doctrina trinitaria.

No fue só lo eso. Oró en las iglesias cató licas y en las tumbas de sus má rtires. «A todas luces habí a que lograr... un equilibrio pací fico» (Haendler). Y aunque tales intentos de mediació n fracasaron evidentemente, tambié n pudo reaccionar violentamente y privar a las iglesias cató licas de ingresos y bienes en favor de las arrianas. Só lo se volvió contra el clero, no contra los cató licos en general. Y la pena má s severa documentada no fue, por ejemplo, la ejecució n, como afirma Gregorio de Tours, sino el destierro. Incluso durante los añ os de la rebelió n de los cató licos, entre 580 y 585, la religio romana sí sufrió dañ os notables, mas no decisivos. "

Leovigildo, que tení a dos hijos de su primer matrimonio, casó a Hermenegildo (579) con la joven princesa franca Ingunde, hija del rey Sigiberto I de Metz y de Brunichilde. Cuando é sta y su hermana Gaisvintha de la casa real visigó tica casaron con los reyes francos Sigiberto I y Chilperico I, ambas abandonaron el arrianismo y se hicieron cató licas. Y ahora se esperaba, naturalmente, que la cató lica Ingunde abrazase la fe arriana. Mas apenas la muchacha, que tení a entonces doce añ os, cruzó la frontera visigó tica a comienzos de 579, ya le salió al encuentro Fronimio, que era obispo del Agde septimano y la exhortó «a no dejarse inficionar jamá s por el veneno de la fe heré tica». 14

Tampoco en la corte de Toledo dejaron los cató licos de importunar en tal sentido a la recié n casada. Como en tantas otras ocasiones tambié n entonces las diferencias confesionales pusieron en peligro (y dividieron) el reino visigó tico. La madre de Hermenegildo era hija del comandante de la provincia Carthaginensis, en el sur de la pení nsula, provincia bizantina y celosamente cató lica. Sus tí os eran los tres obispos cató licos Leandro, Fulgencio e Isidoro de Sevilla. La segunda mujer de Leovigildo, Gosvintha, viuda de su predecesor Atanagildo, era en cambio una fervorosa arriana y buscó de inmediato la conversió n de Ingunde al arrianismo; primero en forma muy amistosa, despué s «con manos y pies», en expresió n de Gregorio. La coceó hasta hacerla sangrar y de noche la hizo arrojar a un vivero. El propio Leovigildo terció en el asunto

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y separó a las contendientes, alejando a la joven pareja a Sevilla, donde residió el semigodo Hermenegildo cual gobernador de su padre. 15

 

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